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Lección De Anatomía por _Islander_

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Notas del capitulo:

Mi primer fic "humorístico" y algo "subidito de tono" xD

Se despertó en mitad de la noche. Su respiración era agitada y una fina capa de sudor cubría su enrojecida piel. ¿Habría sido una pesadilla? No lo creía, no se sentía especialmente nervioso ni turbado. Confuso por aquella extraña situación se removió en la cama, incómodo, tratando de encontrar una mejor postura para volver a dormirse, entonces notó algo que le hizo incorporarse de golpe.

-No puede ser… -murmuró, presa del pánico.

Levantó cuidadosamente las sábanas que aún lo cubrían hasta la cintura y deslizó su mano por el interior de estas. Un nudo se le hizo en la garganta. No podía ser. Aquello no podía estar pasándole. Era inaudito, inverosímil… ¡Imposible!

Se levantó casi de un salto de la cama, retiro todas las sabanas y las llevó hasta el baño, metiéndolas en la lavadora. Antes de cerrar la máquina se palpó la ropa interior. Con un suspiro y rojo como un tomate se quito su prenda intima y la metió junto a las sabanas para luego programar la lavadora para que hiciese su trabajo.

Completamente consternado, se dio una ducha y se puso ropa interior limpia. Después mudó su cama con sábanas limpias y se metió de nuevo ella, aún sin poder creerse lo que acababa de ocurrirle. Tardó bastante tiempo en quedarse dormido de nuevo. Temía que aquello le volviese a suceder, pero… No, no podía ser. Aquello había sido un accidente aislado que seguramente tuviese su explicación científica. Tan solo había sido eso; un desafortunado y vergonzoso accidente ¿No? Aquella no fue una buena noche para Aioria de Leo.

 

A la mañana siguiente lo primero que hizo Aioria al despertar fue palparse sus interiores. Todo en orden. Dio un largo suspiro, aliviado. Tenía razón, lo que le había pasado hacía unas horas no fue más que un estúpido accidente. No tendía de que preocuparse.

Se levantó de la cama y se preparó el desayuno. Mientras comía se preguntaba a sí mismo en que ocuparía su tiempo ese día. Desde que volvieran a la vida tras la batalla contra Hades y tras apaciguar la ira de Zeus el mundo ahora estaba sumido en una armoniosa paz. Sin embargo, ellos, los Caballeros de la orden de Atenea, aún no podían bajar la guardia, pues sabían que aún había peligros ocultos que en cualquier momento podían alzarse. Sin embargo, ahora lo que único que podían hacer era entrenar para no perder su condición física y esperar. Lo cierto era que su vida se había tan tranquila que empezaba a resultar tediosa. Cada uno de ellos buscaba actividades en las que ocupar su tiempo. Muchos de ellos ofrecían su voluntaria ayuda para colaborar con las fundaciones de Saori Kido y Julian Solo en ayuda de las victimas que provocó el cataclismo de Poseidón. Pero al margen de eso… No había mucho más que hacer.

El Caballero de Leo echó una mirada al reloj. Ya casi era la hora. Terminó de desayunar y se colocó su armadura. Bajó tranquilamente hasta el Coliseo para entrenar, donde se encontró con el resto de sus compañeros. Aún se sentía bastante incómodo con lo que le había sucedido aquella noche, asique no tenía muchas ganas de interactuar con la gente. Pero si no quería levantar ningún tipo de sospecha debería actuar lo más normal posible.

Su hermano le recibió con una amplia sonrisa y un sonoro “Buenos días”, al que respondió intentando imitar su buen humor.

Decidieron emparejarse para la primera ronda de entrenamientos. Aioria y Aioros hicieron equipo para enfrentarse a Mu y Shaka. Aquel enfrentamiento, aunque fuese de enfrenamiento, fue digno de ver.  Los dos hermanos formaban un equipo espléndido gracias a la veloz ofensiva de Aioria y a las impresionantes dotes para la batalla de Aioros. Pero estaban midiéndose con una combinación mortal. Las técnicas ofensivo-defensivas  de Shaka eran inquebrantables, y por el otro lado, Mu, gracias a su teletransportación y su muro de crital era casi intocable, y cuando descargaba su poder, imparable. Aquella lucha fingida fue digna de ver, pero cuando los cuatro contendientes empezaron a jadear y vieron que la cosa solo podía ir a peor decidieron dejarlo como estaban, en unas amistosas tablas.

-¡Espléndido, chicos! –Les felicitaba Aioros, entre jadeos-. Me he divertido mucho.

-Lo mismo digo –respondió Shaka, secándose el sudor de la frente con una toalla.

-Aioria, has mejorado mucho –le felicitaba su hermano-. Estoy orgulloso.

-Gracias –respondió el menor, con una sonrisa.

-Ha sido un gran combate –añadió Mu.

Aioros se frotó las manos.

-Bien ¿Listos para la siguiente ronda?

-No, yo voy a descansar un rato.

-Como quieras… -miró a sus anteriores contrincantes-. Mu, Shaka ¿Preparados? Dadme todo lo que tengáis.

Los aludidos sonrieron.

-¿Estás seguro? –Le dijo Shaka, en amistosa actitud desafiante-. No vamos a ser blandos.

-Empecemos ya –fue la efusiva respuesta del Caballero de Sagitario.

-Muy bien –dijo Mu, con una sonrisa.

Aioroa se sentó en una de las gradas para observar el combate. Su hermano era indudablemente digno de mención. Era increíble su forma de luchar. El joven castaño notó que alguien se acercaba. Milo, que acaba de terminar su combate con Afrodita, Saga y Aldebarán se sentó junto a él.

-Hola –le saludó, con una media sonrisa.

-Hola –respondió Aioria, dándole una fugaz mirada para luego volver a centrar su atención en el combate de su hermano.

Milo también dirigió su atención a la amistosa contienda.

-¿Porqué no estás con ellos? –Le preguntó, si apartar la vista del combate.

-Quería descansar un rato.

Milo le miró, sorprendido.

-Eso no es propio de ti ¿Te ocurre algo?

Aioria le dirigió una mirada de reproche.

-No me pasa nada, solo quería descansar.

-Está bien, está bien, no quería molestarte –se defendió Milo, viendo la extraña reacción por parte de su amigo. Volvió a centrar su atención en el combate y luego se puso en pie-. Creo que iré a ayudar a tu hermano –dijo con una sonrisa.

Y se alejó de allí.

Después de los entrenamientos Aioria regresó a su templo para tomar una ducha y cambiarse. Había quedado en comer con su hermano en su templo asique se encaminó hacia allí.

La comida transcurrió tranquila, básicamente fue Aiorios el único que habló, narrando su búsqueda de nuevas técnicas de combate e instando a su hermano a que se uniese a él en un nuevo y más duro entrenamiento.

Cuando terminaron de comer Aioria ayudó a su hermano a fregar los platos y luego se marchó. Aioros quería que esa tarde Aioria fuese con él para un entrenamiento especial pero el más joven no se sentía con humor para ello y tras una regañina por parte de Aioros regresó a su templo.

No tardó ni una hora en arrepentirse de no haber aceptado la proposición de su hermano, por lo que terminó bajando al Coliseo donde se encontró con él y con Dhoko, que estaba ayudando a Aioros con su entrenamiento. El guardián de Sagitario se alegró mucho de ver que su hermano quería unirse al entrenamiento.

Pasaron toda la tarde en la arena hasta que el sol, y el cansancio, comenzaron a declinar peligrosamente. Cada uno regresó a su templo para tomar una buena ducha, quedando una hora después para bajar juntos a cenar al pueblo. Y una vez concluyó la cena Aioria regresó a su templo y se fue directo a la cama. Estaba agotado de tanto entrenamiento.

 

Eran alrededor de las dos de la madrugada cuando Aioria se despertó, sobresaltado. Una vez se sentía especialmente acalorada y extraña sensación recorría su cuerpo. Como su hubiese corrido durante largo rato y hubiese parado de pronto para recobrar el aliento. No tardó en notarlo… igual que hiciera la noche anterior deslizó su mano por los interiores de la sabana para comprobar si de verdad aquella sensación era verdadera. ¡Otra vez! Aioria se levantó de la cama, profundamente enfadado. Sentía ganas de gritar y estallar en improperios, pero se aguantó. Lo único que ahora le faltaba era llamar la atención del resto de sus compañeros y que le viesen en tan penosa situación.

Resignado, mudó la cama –y a él mismo- una vez más, y tomó otra ducha antes de meter las sabanas a la lavadora y poner otras.

Se metió de nuevo en la cama.

-Esta es la última vez –se juró a sí mismo-. La última.

 

Al día siguiente Aioria fue a entrenar, como todas las mañanas. Intentó ceñirse a su rutina normal y pasar lo más inadvertido posible, para así eludir cualquier tipo de interrogatorio incómodo sobre su estado de ánimo.

Pasó toda la tarde en su templo, preparando el plan que había elaborado para aquella noche. Miró el reloj, eran las siete.

-Bien, empecemos –se dijo así mismo Aioria.

Y entonces se dejó caer en el sofá de su salón y se puso a ver una película. A esa película le siguió otra y, tras una frugal cena, se puso a leer hasta que el sueño comenzó a hacer mella en él. Fue a su habitación y se preparó para irse a dormir. Una vez más miró el reloj que había sobre su mesita de noche. Eran casi las doce.

-Perfecto –dijo, con una sonrisa-. No he bebido nada de las siete de la tarde y he ido catorce veces al baño… No puede quedar ningún rastro de líquido en mi cuerpo.

Y diciéndose eso se metió en la cama y se quedó rápidamente dormido.

 

El solo que irrumpía por la entreabierta persiana de su venta le hizo despertar. Aioria abrió los ojos lentamente y se desperezó. Había dormido de maravilla. Se incorporó de la cama y dio un largo bostezo. Pronto recordó su experimento de la noche anterior, y se dio cuenta de que no se había despertado en mitad de la noche ni sentía aquel sobresfuerzo en su cuerpo. ¡Había funcionado!

Pletórico, fue a levantarse de la cama cuando notó algo que le hizo quedarse paralizado.

-¡Imposible! –Gritó.

Rápidamente apartó las sabanas. Allí estaba.

No puedo evitar lanzar una sonora maldición. Aquello no podía ser normal. Algo le estaba pasando. Desesperado, tomó las sabanas para volver a meterlas en la lavadora a hacer compañía a las de la noche anterior. Abrió la tapa para meterlas dentro pero antes las observó. La mancha tampoco era muy grande… Casi de forma inconsciente se acercó la sabana a la nariz y la olió. Se quedó perplejo.

-¡¿Pero qué?!

No entendía nada. No entendía absolutamente nada. Programo la lavadora y, sumamente preocupado, fue a tomar otra ducha… ¿Qué le estaba pasando?

 

Ese día nadie vio a Aiora en los entrenamientos. Su hermano fue a su templo al concluir pero este le dijo que no sentía bien y que quería descansar.

 

Milo caminaba tranquilamente por el pueblo cercano al Santuario. Después de comer había decido darse una vuelta por allí para ver que encontraba. Aunque nunca imaginó encontrarse a Aioria.

Allí estaba el Caballero de Leo. Sentado solo en la mesa de la terraza de un bar, jugueteando distraídamente con la pajita de su refresco. Milo se acercó hasta él.

-¿Puedo sentarme?

Aioria levantó la mirada, sin mucho ánimo, y al ver que se trataba de Milo su ánimo decreció aún más. Cosa que no pasó desapercibida para el Caballero de Escorpio.

-Me gustaría estar solo… -contestó Aioria, secamente.

Pero como si no le hubiese oído Milo tomó asiento. Aioria parecía ignorarle completamente.

-¿Porqué no bajaste hoy al entrenamiento?

-No me sentía bien ¿Acaso no os lo dijo Aioros?

-Sí, pero creíamos que estabas enfermo y… Bueno, estás aquí, y pareces estar bien –le escrutó durante unos segundos con la mirada-. Salvo por esa cara que traes.

Aiora le dedicó una mirada bastante poco halagüeña y volvió a centrar su atención en la pajita de su vaso.

-Vamos, dime lo que te pasa –insistía Milo-. Quizá podría ayudarte.

-No creo que puedas ayudarme.

-Eso no lo sabremos si no me lo cuentas. Vamos, somos amigos ¿No?

Ante la insistencia de Milo Aioria dio un largo y cansino suspiro. Se vio tentado de inventarse cualquier escusa que calmara la curiosidad del peliazul y así librarse de él. Pero Milo parecía muy preocupado y a decir verdad… Aioria sentía la necesidad de contarle a alguien lo que le pasaba. Aunque solo fuera para desahogarse o que le diesen algún consejo o ánimo. Por otro lado sentía que de tener que contárselo a alguien ese debía ser Aioros. Pero aquella situación en la que se veía ahora inmerso le resultaba demasiado humillante como para compartirla con su hermano mayor.

Con un resoplido se decidió por contárselo a Milo. Pero antes debía dejar algunas cosas claras.

-Si le cuentas esto al alguien más –le dijo-, incluido mi hermano, no volveré a dirigirte la palabra.

-Vamos, Aioria ¿Quién te crees que soy? –Le reprochó Milo, molesto-. Está bien, si quieres que lo prometa lo haré. Pero yo no voy por ahí contando los secretos de nadie.

-Perdóname –se disculpó Aioira, al ver que había ofendido a su compañero-. Pero es que… Este es un tema muy delicado para mí.

-Entiendo. Vamos, cuéntame, por favor.

Aioria dio otro largo suspiro.

-Veras… Creo que me pasa algo. Estaba aquí sentado pensando si debería ir a ver a un médico.

Ante aquella revelación Milo pareció tensarse.

-¿Un médico? ¿Por qué? ¿Qué te ocurre? –Le apremió, sumamente preocupado.

-Veras, estos últimos días… yo… yo he… -la intensidad de la voz de Aioria fue decreciendo con cada palabra que decía hasta volverse un susurró que ni Milo puedo entender.

-¿Que tú qué?

-Que estos últimos días… -repitió Aioria, con la mirada gacha y enrojeciendo por momentos-. He mojado mi cama…

Milo no podía creer lo que oía.

-¿Es en serio? –preguntó, incrédulo.

-Si –le contestó Aioria, molesto-. Quizá algo dentro de mí no vaya bien –aventuró-. Por eso no sé si debería ir a ver un médico.

-¿Y desde cuando dices que te ocurre?

-Esta noche ha sido la tercera. Tres noches seguidas.

Milo lo sopesó un momento, la verdad era que no sabía muy que decirle a su amigo.

-No creo que algo así sea grave. Puede que simplemente estés estresado.

-¿Estresado de qué? –Le espetó el castaño, con molestia-. Además eso no es lo más extraño.

-¿Hay más?

Aioria asintió.

-Esta mañana, cuando iba a echar las sabanas a la lavar me fije en la mancha. Y bueno, me resultó extraño que fuese tan pequeña. No sé porque lo hice, pero la olí y… me asuste. Aquello no olía a… Bueno, a orina. Era un olor extraño. Y la mancha más que de algo líquido parecía ser de algo más denso… -con cada palabra que Aioria decía una sonrisa se iba dibujando en el rostro Aioria pero este no se dio cuenta, apartaba la mirada por vergüenza y estaba demasiado ocupado explicando sus “extraños síntomas”-. Y además, las dos primeras noches me desperté en mitad de la noche y me sentía my extraño. Como cansado. Y un extraño calor recorría todo mi cuerpo. Pero lo más extraño es que la noche anterior me asegure de no beber nada en casi cinco horas e ir varias veces al baño, pero igualmente…

Aiora alzó la vista para encontrarse con el enrojecido rostro de Milo, que parecía no poder contener la risa por más tiempo. Al ver el incrédulo rostro del castaño ya no lo pudo soportarlo más y estalló en carcajadas ante la anonadada mirada del guardián de Leo.

-¡¿Se puede saber de qué te ríes?! –Le recriminó Aioria, profundamente ofendido.

-Lo… lo siento… -Trataba de serenarse Milo-. Veras, Aioria, lo que te pasa es algo muy normal.

-¡¿Normal?! ¡¿Cómo va a ser normal?!

Milo sintió unas ganas aún más fuertes de reír ante la tierna inocencia del castaño, pero se contuvo. Por su parte, Aioria cada vez se sentía más enfadado. No podía evitar pensar que Milo se estaba burlando de él.

-Escucha, Aioria –volvió a hablar Milo, tratando por todos los medios de parecer serio-. Yo mismo pase por lo que tú estás pasando.

-¿En serio?

Aioria pareció relajarse.

-Claro, no te he mentido. Es algo muy normal. Te pasa a ti, me pasa a mí, nos pasa a todos los hombres.

-¿Y a las mujeres?

-Bueno… El problema de las mujeres es algo más complicado y algo menos agradable.

-Oh…

En Caballero de Leo parecía cada vez más confundido.

-No es nada malo, Aiora, en serio –lo animaba el peliazul-. No debes preocuparte –Milo guardó silencio por unos instantes y pronto su rostro se iluminó-. ¡Ya lo tengo! –Saltó, ante la confundida mirada del castaño-. Hace tiempo, cuando empezó a pasarme a mí también me preocupe, pero… investigué un poco.

-¿Investigaste? ¿El qué?

Aioria parecía perderse por momentos.

-Dame un par de días –le dijo Milo, con una amplia sonrisa de satisfacción-. Investigaré un poco más y te enseñaré que lo que te está pasando es algo de lo más normal. Y hasta bueno.

-¿Bueno?

-¡Hasta luego!

Y Milo se marchó de allí a toda prisa. Dejando de Aioria con más incógnitas de las que había tenido en un principio.

 

Fue Milo el que apenas dio señales de vida por el Santuario en los siguientes dos días. Ni siquiera acudió a los entrenamientos matinales. Por su parte, Aioria, había vuelto a tener sus “accidentes”, y a pesar de lo que Milo le había dicho cada vez se sentía más tentado de ir a ver un médico.

Aioria fregaba los platos de su comida tranquilamente. Se suponía que aquel sería el día en que Milo iría a “enseñarle” que lo que le estaba pasando era algo normal.

Llamaron a la puerta. Y como si a raíz de sus pensamientos lo hubiese invocado, cuando abrió la puerta se encontró con un sonriente Milo.

-Ya está todo preparado –le dijo, con inusitada euforia.

-¿Qué ya está listo el que? –Cuestionó el castaño.

Milo se paso por delante de Aioria, internándose en el Templo de Leo sin ser invitado.

-Adelante, estás en tú casa… -dijo Aioria, algo molesto, mientras cerraba la puerta.

Milo caminó hasta el salón y sentó en el sofá. Aioria ocupó la butaca que había al lado.

-Hoy tendremos una clase –le comunicó Milo a su camarada, plenamente ilusionado.

-¿Qué tipo de clase? –Aioria parecía algo receloso.

-Pues una clase informativa, claro está. Aunque bueno… es más bien un experimento.

-¿Experimento?

-Así es. Y quiero que tú seas mi sujeto de experimentación.

-¿Perdón?

Aioria no creía lo que estaba oyendo. Y aquella extraña sonrisa en el rostro de Milo no ayudaba mucho. El peliazul parecía sumamente emocionado con todo aquello y eso no hacía sino generar más reticencia por parte de Aioria.

-¿Qué mejor forma que aprender con una clase práctica?

-¿Práctica? ¿Y que se supone que vamos a practicar? No entiendo nada.

-Ya lo verás cuando empecemos.

-No pienso ser tu conejillo de indias.

Al ver que Aioria no daría su brazo torcer Milo optó por enfocar la situación de otra manera.

-Está bien –dijo el peliazul, como si le restara importancia al asunto-. Quédate pues con tus dudas. Estoy seguro de que cualquier otro estaría más que dispuesto y encantando de solucionártelas –le dedicó a Aioria una siniestra sonrisa-. Seguro que a Aioros le encantará escuchar sobre tus incidentes nocturnos. Tal vez se lo diga yo mismo…

Aioria entrecerró la mirada, fulminando con ella a su compañero. Ya se había dado cuenta de lo que Milo pretendía.

-¿No te atreverás…? –Le dijo, en tono amenazante.

-No lo sé, eso depende ¿No colaborarás en mi experimento?

El Caballero de Leo sintió unos irrefrenables deseos de borrarle a Milo esa cínica sonrisa que exhibía de un revés, pero la idea de que Aioros se enterase algo tan vergonzoso… Además puede que Milo terminase por contárselo a todo el mundo, y eso no la gustaba nada.

-No puedo creer que me estés chantajeando.

-Vamos, Aioria, míralo por el lado bueno. Es por tu bien. Tú estás confuso porque no sabes que es lo que te está pasando. Puedo asegurarte que después de esto ya no tendrás más dudas.

Aioria guardó silencio. Se apoyó en el respaldo del sillón y cerró los ojos, empezando a darle vueltas al asunto. Lo cierto era que no tenía muchas alternativas. Además ¿Por qué hacía tanto melodrama? Milo simplemente iba a explicarle lo que él quería saber ¿No? Y en cuanto a lo del experimento… Seguro que sería algún tipo de idea absurda que a Milo se le había ocurrido para matar el tiempo. Lo cierto era que últimamente los caballeros no sabían en que ocupar su tiempo y cualquier escusa era buena para realizar algún tipo de distracción. Y viendo lo animado que se encontraba Milo aquello podría llegar a resultar hasta divertido. Incluso Aioria había empezado a sentir algo de curiosidad.

-Está bien… -accedió finalmente el castaño.

-¡Genial! –Milo se puso en pie, ahora incluso más animado que cuando llegó-. Entonces ven a mi templo a las seis. ¡No vemos!

Y se marchó de allí.

Aioria dio un largo suspiro. Se puso en pie y regresó a la cocina. Miró el reloj. Eran casi las cuatro. En dos horas tendrías que ir al templo de Milo para ver que disparate se le había ocurrido. Sonrió. En verdad tal vez pudiese llegar a ser divertido. Aioria se estaba sintiendo muy aburrido aquellos días, tal vez Milo pudiese animarle durante un rato.

 

Cuando dieron las seis Aioria ya estaba preparado para salir. Salió de su templo y comenzó a subir las escaleras en dirección al Templo de Escorpio. Lo cierto es que se sentía algo impaciente por ver qué era lo que a Milo se le había ocurrido. Y algo nervioso al recordar que iba ser él iba a ser el sujeto de experimentación ¿Qué era lo que tramaba?

Llegó a la puerta del templo y llamó. Milo le abrió la puerta con una amplia sonrisa.

-Adelante, pasa –dijo. Aioria obedeció y Milo cerró la puerta tras ellos-. ¿Quieres tomar algo?

-No, gracias.

-Bien, sígueme.

Aioria siguió a Milo hasta el salón. Todas las ventanas de la casa tenían las persianas bajadas y solo la luz de las lámparas la iluminaba, a pesar de que fuera aún hacia algo de sol.

Cuando llegó al salón Aioria no podía creer lo que estaba viendo.

Milo había apartado todos los muebles dejando el salón prácticamente vacío. A excepción de una camilla alta, que parecía sacada de un hospital, y un pequeño escritorio a su lado con una silla.

-¿Se puede saber que esto? –Quiso saber Aioria, cada vez más nervioso.

-Pues la sala donde tendrá lugar el experimento –respondió Milo, como si aquello fuese lo más evidente del mundo.

-¿De dónde has sacado eso? –Preguntó el castaño, señalando la camilla.

-¡Ah! ¿Eso? Lo tomé prestado de la sala de medicina del Templo del Patriarca.

Milo rió, pero a Aioria aquello no le hacía la menor gracia.

-¿Es que estás loco?

-Vamos, no te pongas así, lo devolveré después –Milo se frotó las manos-. ¿Y bien? ¿Empezamos?

Aioria lo miró, nervioso.

-Y… ¿Qué supone que tengo que hacer?

-Desnudarte y tumbarte sobre la camilla.

-¡¿Qué?!

-¿Qué pasa?

-¡¿Cómo que qué pasa?! ¡No pienso desnudarme!

-¿No me digas que te da vergüenza? –Rió Milo-. Venga, Aioria, estamos hartos de vernos desnudos en los cambiadores del Coliseo.

-¡No es por eso!

-¿Entonces?

-¡No pienso desnudarme y tumbarme ahí!

-¿No? –Milo se encogió de hombros-. Bien, como quieras. Iré a contarle a Aioros tus problemas entonces, tal vez él pueda darte una solución mejor.

-¡Maldito!

-Ahora vuelvo –se despedía Milo, con una sonrisa.

Pero cuando fue a pasar junto a Aioria este lo agarró del brazo, con fuerza.

-De… De acuerdo.

-¡Vaya! ¡¿Entonces estás dispuesto a colaborar?! –Saltó Milo, renovando su ya creciente buen humor.

-Esta me la pagas, Milo.

Y dicho esto comenzó a desnudarse.

-Bien, ya estoy –anunció, cuando estuvo listo.

-No, Aioria, tienes que desnudarte completamente.

-¡¿Qué?!

-Que te quites eso –insistió el peliazul, señalando el boxer de Aioria.

Soltando una maldición, Aioria hizo lo mandado.

-No entiendo para qué todo esto… -murmuró, con sumo enfado.

-Vamos, ahora túmbate boca arriba en la camilla.

Bastante nervioso, pero viendo que no serviría de nada discutir, Aioria obedeció de nuevo.

-¿Y bien? ¿Cómo te sientes? –Preguntó Milo, con una sonrisa de oreja a oreja.

-Desnudo…

-Ya… Bueno… ¿Podrías ser un poco más específico? Te estoy preguntando por emociones profundas. Es parte del experimento.

-Siento ganas de patearte –respondió Aioria, fulminándole con la mirada.

-Sí, lo suponía.

Entonces Milo se dio la vuelta y cogió algo del escritorio. Se lo mostró a Aioria. Era una especie de mordaza negra.

-¿Qué piensas hacer con eso? –Preguntó Aioria, cada vez más nervioso (si es que eso  era posible).

-Fijarte a la camilla –respondió el peliazul, con sencillez.

Y comenzó a atar una de las muñecas de Aioria al borde de la camilla.

-¡Oye! –Protestó la pobre víctima.

-Quieto.

Aioria cerró los ojos y trató de relajarse. Sabía que Milo nunca le haría ningún daño, pero aquella situación se iba volviendo extraña e incómoda por momentos.

Milo fijo la otra muñeca a la camilla y luego pasó a los tobillos. Ahora Aioria estaba, literalmente, atado a la camilla.

-¿Y bien? ¿Qué tal ahora? ¿Cómo te sientes? –Preguntaba Milo, sumamente feliz.

-Con cada vez más ganas de patearte…

-Vaya… El ambiente no está funcionando como yo esperé… -el peliazul se encogió de hombros-. Bueno, solo estamos empezando.

Cogió unos papeles que había sobre la mesa y comenzó a ojearlos ante la impaciente mirada de Aioria.

-¿Qué es lo que haces? ¿Acaso no ibas a explicarme lo que me pasa? –Demandaba el castaño.

-Oh, si, por supuesto –Milo volvió a dejar los papeles sobre el escritorio y se acercó Aioria-. Aquí tenemos a nuestro protagonista –dijo muy sonriente, señalando la descubierta entre pierna de Aioria.

-¿Qué?

Y como si fuese lo más normal mundo Milo agarró el miembro de viril de Aioria con una mano. El joven Leo sintió una extraña sensación y se revolvió en la camilla.

-Quieto…

-¡¿Qué crees que estás haciendo?!

Pero Milo parecía no escucharle. Tenía toda su atención fija en el miembro de Aioria.

-Observa –le dijo-. ¿No lo notas?

Sin entender muy bien a qué se refería, Aioria bajó la mirada y se quedó pasmado. Su miembro estaba creciendo y… endureciéndose. Aquella extraña sensación que azotaba su cuerpo se intensifico aún más cuando la mano de Milo comenzó a moverse arriba y abajo, ejerciendo fricción en el íntimo órgano de Aioria.

-¡¿Qué…?! ¡¿Qué estás…?! ¡Ah!

Aioria sintió como si una corriente eléctrica se deslizase por su columna e involuntariamente arqueó su espalda lo que sus ataduras le permitieron. Sintió una leve humedad allí donde la intrusiva mano de Milo había estado enredando y, finalmente, su cuerpo se relajo.

-¿Ves? Ya está –le comunicó Milo, plenamente satisfecho.

Entre jadeos, Aioria le dedicó una furibunda mirada. Sentía un leve cosquilleo por todo el cuerpo. Era muy extraño. Aunque lo más extraño de todo era que no sabía sido una sensación desagradable… Aunque el castaño aún no sabía cómo calificarla.

-¿Qué se supone que me has hecho…? –Preguntó, en un cansado susurro.

-Mira esto –y Milo le mostró la mano con la que había ejecutado aquel extraño acto. Aioria se sorprendió al ver aquella blanquecina sustancia de aspecto pegajoso-. Esto es tu semen, Aioria. Tú simiente. Lo que originaría tu descendencia dentro de una mujer –observó la sustancia con una sonrisa divertida-. Aquí en mi mano hay millones, cientos de millones de pequeños Aiorias.

-¡¿Pero qué dices?!

El Caballero de Leo parecía espantado.

-¿Es que no sabes nada sobre reproducción?

El desfasado alumno sopesó aquella cuestión durante unos instantes, algo avergonzado por su ignorancia.

-Bueno… si… se lo básico, supongo…

-No sabes nada –terció el peliazul.

-¡Te estás pasando!

-Bien, Aioria –continuó Milo, como si estuviese ignorando aquella parte de la conversación-. Este “proceso” que acabo de realizar se llama masturbación. Por medio de ciertas estimulaciones he provocado unos impulsos en tu cuerpo que han activado la evacuación de tu semen, o esperma. Y lo que tú has sentido… Bueno, es conocido como orgasmo. Es la respuesta involuntaria que da tu cuerpo cuando experimenta un episodio de sumo… placer –concluyó, con la más amplia de sus sonrisas.

-Pla… ¿Placer?

-En circunstancias normales no se alcanza tan pronto el orgasmo. Es necesario… un poco más de esfuerzo –Milo trataba de explicarse de la forma más pueril que era capaz para que así Aioria le entendiese-. Sin embargo, debido a tu remarcada inexperiencia y a… Bueno –rió-. Lo atractivo de la persona que ha realizado el acto en ti… es normal que tu cuerpo diese esa respuesta de forma tan inmediata.

Aunque las palabras de Milo resultaban cada vez más confusas para Aioria, esa última parte sí que la entendió, y no le agradó en absoluto. Parecía que el Caballero de Escorpio no solo se estuviese jactando con total prepotencia de esas habilidades de las que hacía alarde sino que además se estaba riendo de él a la cara.

-Hay otros casos puntales de eyaculación precoz, pero eso ya es materia de otros estudios –puntualizó al maestro.

-¡Ya está bien! ¡Quiero que me sueltes! ¡Ya me he cansado de escuchar tus tonterías!

-Pero si solo acabamos de empezar –dijo Milo, cogiendo una toalla de la mesa para limpiarse la mano y a continuación limpiar la entrepierna de Airoia, ahora más relajada, causándole de nuevo una violenta reacción-. ¿Lo ves? –Señaló el de nuevo endurecido miembro de Aioria-. Respondes al más mínimo estímulo.

-¡Vete al diablo!

-No te pongas así, al menos te he explicado que era lo que te estaba pasando.

-Pero eso no fue lo que me pasó –protestó el castaño-. A mí nadie me estaba haciendo eso que me acabas de hacer tú.

-Ya, bueno, verás, Aioria. Los episodios nocturnos que tú has vivido pudieron ser suscitados por algún tipo de sueño… -Milo trató de encontrar los términos adecuados-. Subidito de tono.

-¿Qué quieres decir? –Preguntó el castaño, sin entender absolutamente nada de lo que su compañero quería decir.

-Un sueño erótico, Aioria. Aunque tampoco tuvo porque ser así. Pudo ser perfectamente un sueño en el que se presentasen unas circunstancias que para ti resultaban atractivas o que suscitaban ciertas reacciones en ti.

-Pero yo no recuerdo que soñé.

-Eso es bastante normal. Todo es involuntario. Tu cuerpo funciona solo mientras duermes. De igual manera que continuas respirando sin darte cuenta o que tu corazón siga bombeando sangre… Tu cerebro también puede llevar a cabo otro tipo de… “actividades”

-¡Pero nadie me estaba tocando!

-¿Acaso crees que necesitas ayuda obligatoria para esto? –Milo estalló en carcajadas ante un Aioria que perdía la paciencia por momentos-. Perdona –se disculpó, secándose una lagrima-. Lo que quiero decir es que mientras dormías fácilmente tu mano pudo hacer el trabajo.

-¿En serio?

-Otra opción es que tu cuerpo se moviera y tu miembro hiciese fricción contra el colchón, o apenas se frotase entre tus piernas. Si los impulsos que estas experimentando a raíz del sueño son lo suficientemente grandes basta apenas un roce basta para que se libere la eyaculación. Y eso mismo se aplica a cuando estas despierto y consciente, pero eso lo veremos después.

Ese “después” no le gustó en absoluto a Aioria.

-¿Todo lo que me estas contando es verdad? –Preguntó el castaño, ahora más relajado, e incluso interesado.

-Por supuesto ¿Por qué iba a mentirte?

-Bien, entonces te lo agradezco. Desátame ya.

-¿Qué? Pero si apenas acabamos de empezar.

-Ya me has aclarado mis dudas.

-Eso es lo que tú crees, pero si te vas ahora dentro dos días volverás preguntándome alguna otra estupidez.

Aquello último terminó por colmar la paciencia de Aioria que empezó a revolverse nuevamente en la camilla, tratando de zafarse de sus ataduras. Estaba a punto de hacer uso de su fuerza para romperlas cuando una fuerte luz lo dejó paralizado.

Horrorizado, alzó la vista para encontrase con la figura de Milo que sostenía una cámara instantánea, de la que no tardó de emerger una fotografía. El peliazul la cogió y la observó con satisfacción.

-Dime ¿Qué crees que dirían nuestros compañeros si la colgase en la entrada del Santuario? –Preguntó, con sorna.

¡Aquello no podía estar pasando! Aioria sentía unos irrefrenables impulsos de levantarse de allí y partirle todos los huesos a ese imbécil. Pero trató de serenarse.

-Me las vas a pagar… -le amenazó, entre dientes.

-Teníamos un trató Airoia, hay llevar este experimento hasta final.

-¡¿Se puede saber qué diablos sacas tú con todo esto?!

El castaño no terminaba de concebir que era lo que ese desgraciado se proponía haciéndole todo aquello.

-¿Que qué saco? Pues… divertirme un rato –respondió, recuperando su amplia sonrisa-. Estos días están siendo demasiado aburridos para nosotros, Aioria, lo sabes. Algo tenemos que hacer. Además, yo también estoy aprendiendo mucho. No me gusta admitirlo pero también era bastante poco ducho en este tema. Y gracias a estos días en los que he estado investigando para ayudarte he aprendido muchas cosas. Aunque… como se suele decir, en la práctica esta el verdadero saber.

Llegados a ese punto Aioria no sabía si Milo mentía o decía la verdad. Aquella inusitada actitud activa y alegre era totalmente impropia de él. Si, era cierto que últimamente los caballeros se aburrían mucho pero… ¿Hasta ese punto? Aunque por otro parte –y aunque nunca lo llegase a admitir delante de Milo- Aioria también se estaba… distrayendo, de su rutina diaria con todo aquello. Aunque seguía considerando prescindible el hecho de tener que estar desnudo y atado a una camilla mientras Milo tocaba impunemente las partes más íntimas de su cuerpo. Pero lo cierto era que una parte de él había experimentado algo agradable cuando Milo le hizo aquello. Y por raro que pareciese –sobre todo para él mismo- el hecho de estar ahí inmóvil, a merced de Milo, provocaban en otra pequeña parte de él otra sensación de disfrute. Como si le atrajese aquella embarazosa situación. Ese hecho sí que asustaba al muy confundido Aioria, que trataba por todos los medios de apartar tan extrañas ideas de su acalorada mente.

-Entonces… ¿Qué vas a hacer ahora? –Murmuró Aioria al cabo de un rato, sumamente comedido.

-¡Ah! Veo que quieres seguir –respondió Milo, con extrema petulancia.

-¡Solo quiero acabar con esto lo antes posible! –Se defendió el castaño, profundamente molesto y sonrojado-. Y cuando acabemos me darás esa maldita foto.

-Está bien, está bien… -Milo volvió a tomar sus hojas del escritorio y con un bolígrafo garabateó algo sobre una de ellas-. Bien, ya hemos terminado con la “introducción a la masturbación”. Pasemos al punto dos: relajación.

Y una vez más Aioria observaba en silencio como Milo se cernía sobre él con las manos por delante. Se temió lo peor ¡¿Qué iba a hacerle ahora ese desquiciado?! Cerró los ojos para no verlo. Ya que no le quedaba más alternativa que permanecer inmóvil hasta que concluyese el experimento, mejor intentar dejar su mente en blanco y esperar a que todo pasase lo más rápido posible.

Ya sentía las manos de Milo sobre su pecho. Apretó su mandíbula. Milo estaba… estaba…

Abrió los ojos, confundido, y miró, ceñudo, las manos del peliazul sobre su pecho. Estaban semi cerradas sobre sus pectorales, ejerciendo una pequeña presión con las puntas de sus dedos. Milo movía las muñecas con lentitud en círculos, ejerciendo un placentero masaje sobre Aioria.

-¿Pero qué…? ¿Qué haces? –Preguntó el castaño, algo atragantado por las extrañas sensaciones de relax que iban adueñándose de su ser.

-Te estoy dando un masaje –contestó Milo, con sencillez, si apartar la mirada de su labor.

-¿Y para qué? No lo entiendo –seguía protestando el joven Leo.

-¿Quieres callarte ya? Es parte del experimento. Limítate a relajarte, sino no servirá de nada.

Aioria puso los ojos en blanco, con exasperación, y luego los cerró, tratando de relajarse, cosa que le fue bastante sencilla. No tenía ni idea de si Milo había aprendido a dar masajes en algún lugar por lo cierto era que se defendía envidiablemente bien. El Caballero de Leo no recordaba haberse sentido tan a gusto nunca. Las manos del peliazul subieron hasta su cuelo y luego se bifurcaron hasta sus hombros. Bajaron por los brazos para volver a ascender y detenerse un rato más en los hombros y luego bajar de nuevo al pecho y después al estómago. Cuando aquellos hábiles dedos concluyeron su labor  en el estómago volvieron a descender por las piernas has los tobillos y por último hasta los pies.

-¿Cómo te sientes? –Preguntó Milo, casi en un susurro.

-¿Mmh?

-¿Te has quedado dormido? –Rió el guardián de Escorpio.

Aioria abrió lentamente los ojos.

-He estado a punto…

-Entonces eso quiere decir que ha ido bien –se detuvo-. Muy bien, entonces ahora…

-¡¿Eh?! ¡¿Qué estás…?!

Y una vez más las manos de Milo estaban tocando impunemente el miembro de Aioria. Solo que estaba vez lo hacía con ambas manos, aplicando un delicado masaje con los dedos. El pobre Leo creía que iba a enloquecer. Era como si cientos de chispazos azotasen su pobre cuerpo.

-Relájate… -decía Milo, sin apartar la vista del endurecido apéndice masculino de su compañero.

-Como quieres que me… me… ¡Aaah!

-Bien, ya está –anunció Milo mientras se limpiaba de nuevo la mano con la toalla y procedía a continuación a limpiar la entrepierna del pobre Aioria. Tomó de nuevo los papales del escritorio y volvió a anotar algo-. Y con esto concluimos el punto dos.

-Eres un maldito desgraciado… -le recriminó Aioria, entre jadeos.

Milo le lanzó una burlona sonrisa.

-Vamos, no niegues que lo has disfrutado.

-Maldito…

El peliazul volvió a ojear los papeles.

-Bien, es hora del punto tres del experimento: Estimulación.

Aioria tragó saliva, con dificultad. Vio como Milo dejaba los papeles sobre el escrito y cogía otra cosa con la mano que no llegó a ver para luego colocarse  a los pies de la camilla.

-¿Qué vas a hacer…? –Preguntó el castaño, con espanto.

Milo sonrió de oreja a oreja y le mostró aquello que escondía en la mano. Era una pluma. Aioria alzó una ceja, sin alcanzar a comprender. Sin variar lo más mínimo su divertida y a la vez sádica sonrisa Milo deslizó la punta de la pluma por la planta de uno de los pies de Aioria.

-¡¿Pero qué…?! ¡AAAH!

El pobre Aioria estalló en incontrolables y violentas carcajadas mientras Milo iba deslizando aquella pluma asesina por las plantas de sus pies.

-¿Cómo te sientes? –Preguntaba el peliazul, totalmente ensimismado en su labor.

-¡Te…! ¡Te voy a…! ¡Te voy a matar…! –Aioria apenas podía articular palabra debido a la risa. Creía que iba a volverse loco-. ¡Para ya!

Milo estuvo un rato más torturando a su pobre víctima y luego se detuvo.

-¿Qué tal?

-Voy a… a… a matarte… -Aioria trataba de recuperar al aliento-. ¿Se puede saber que ha tenido esto que ver con todo lo demás? Aunque para mí nada de lo que has hecho hasta ahora tiene sentido.

-¿Ah, no? –Milo señaló con la punta de la pluma la entrepierna de Aioria-. Mira.

-¿Eh? –El aludido bajó la mirada-. ¡Ah!

Su miembro volvía a estar completamente erecto.

Milo rió, triunfante.

-¿Lo ves?

-¡¿Pero cómo?! –Aioria no entendía nada-. ¡Si casi me matas!

-Ha sido un estímulo. Este es un juego sexual muy común. Lo cierto es que existen muchos tipos de juegos y estímulos eróticos pero… -agitó la pluma frente a él, con una sonrisa divertida-. Me apetecía fastidiarte un rato. Aunque no imaginé que tuvieses tantas cosquillas.

-Juro que te acordarás de esto, Milo…

Las amenazas de Aioria cada vez sonaban más certeras, pero eso solo parecía aumentar el buen humor de Milo, que se acercó de nuevo a la entrepierna del castaño.

-Aún no hemos terminado.

-¡¿Qué?! ¡No! ¡Aléjate de mí!

Con la más sádica de las sonrisas, Milo acercó la pluma hasta el miembro de Aioria, deslizando, con extrema suavidad, la punta de la pluma contra la punta del miembro del castaño.

-¡AAARGH!

No pasaron ni cinco segundos cuando Aioria sintió de nuevo aquella fuerte descarga eléctrica en todo su cuerpo y luego aquella humedad.

-Y con esta van tres –decía Milo, mientras volvía a escribir en sus hojas.

-Me las pagaras… -murmuraba Aioria, con lágrimas en los ojos debido a las risas previas y a esa fuerte sacudida posterior.

Milo cogió una botella de agua de la mesa y se la acercó a su pobre sujeto de experimentación a la boca.

-Vamos, bebe.

Aioria bebió bastante. Ni siquiera se había dando cuenta de lo sediento que se encontraba.

Milo volvió a tomar las hojas.

-Bien, continuemos.

-¿Falta mucho…? –Preguntó un moribundo Aioria, agotado y prácticamente resignado a su funesto destino en manos de su sádico compañero.

-Un poco –le respondió el “maestro” con una sonrisita-. Veamos… Punto cuatro: Preferencias.

Milo dejó los papeles que tenía en la mano de nuevo sobre el escritorio y cogió otros. Los puso delante de Aioria, para que pudiese verlos. El castaño frunció el ceño al encontrarse con una fotografía de Saori y otra de Afrodita.

-¿Quien te gusta más? –Preguntó el peliazul.

-¿Qué quieres decir?

Aioria parecía, una vez más, no entenderle. Lo miraba con suma extrañeza.

-Creo que la pregunta está más que clara… Bien, entonces… ¿Quién de los dos te parece más atractivo?

-Ah… Pues… -Aioria pareció sopesarlo por unos instantes, observando ambas fotos. Lo cierto es que no entendía cual era el fin de todo aquello pero ya se había resignado a no discutir con su retorcido verdugo-. No se… Atenea es muy hermosa pero… El rostro de Afrodita es… No se… ¿Demasiado perfecto?

Milo miró la foto de Afrodita, ceñudo, y luego la dejó sobre la mesa, desechándola.

-Sí, tienes razón, no era la elección más apropiada –se acercó la foto de Saori al rostro-. ¿Y ahora? ¿Quién te parece más atractivo? –Preguntó de nuevo, con su radiante sonrisa.

Aioria volvió a fulminarle con la mirada.

-Saori –respondió, con suma molestia.

-Vamos, no dejes que tu enfado hacia mi ciegue tu juicio. Debes ser completamente objetivo o el experimento no servirá de nada –dejó la foto sobre la mesa y tomó dos láminas más, mostrándoselas al castaño-. ¿Y bien? ¿Cuál prefieres?

Aioria se quedó boquiabierto. Milo le estaba enseñando las fotos de…

-¿Pero qué…? ¿Qué es eso…?

Milo le miro como si este fuese verdaderamente estúpido.

-Pues un pene –dijo, agitando una de las fotografías-. Y una vagina –añadió agitando la otra-. ¿Qué te creías?

¡Eso ya lo sé! –Estalló el castaño-. Pero es que yo nunca…

-¿Habías visto el órgano íntimo de una mujer? -Aioria pareció molestarse y Milo vio que había dado en el clavo-. Bueno, no te preocupes. Dime cual te gusta más.

Aiora iba perdiendo la poca paciencia que le quedaba por momentos.

-¡No lo sé!

-¿Cómo no vas a saberlo?

-¡Pues no sabiéndolo!

-Está bien, está bien –Milo dejó las fotografías sobre la mesa y tomó otras dos, mostrándoselas-. ¿Qué me dices ahora? ¿Cuál te gusta más?

-¡¿Qué es eso?! –Preguntó el inocente alumno, cada vez más alarmado.

-Pues un par de tetas –contestó Milo, como si fuese algo evidente.

-¡No, lo otro!

-¡Ah! Pues… -soltó una risita-. La entrada anal de un hombre.

-¡¿Qué?!

-El agujero del culo.

-¡Ya te he entendido! ¡¿Pero para que me enseñas eso?!

-Para que me digas si te gusta.

-¡¿Cómo me va a gustar?! ¡¿Estás loco?! ¡Es el…! El… ¡Estás loco!

-Deja de hacer dramas –protestó ahora el peliazul-. Es normal que ahora te parezca extraño y no lo entiendas, pero aquí tengo algo que te ayudara.

Bajo la desesperada mirada de Aioria, Milo acercó una mesita con ruedas con una pequeña televisión y un aparato de dvd encima. Milo la colocó frente a la camilla para que el castaño pudiese verla bien. La encendió y con el mando a distancia conectó el dvd.

Aioria se quedó perplejo, casi asustado.

-¡¿Qué diablos es eso?!

-Pues... se llama porno –contestó el peliazul, sonriente-. Aquí tenemos a un hombre y a una mujer haciendo el amor. Oh, observa como el hombre introduce su virilidad dentro de la mujer ¿Lo ves? Ah, mira, ahora ella le está…

-¡Se lo va a arrancar! –Gritó Aioria, espantado.

-No, no lo creo –rió Milo, y apuntó de nuevo con el mando a distancia, cambiando al siguiente video-. ¡Vaya! ¡Un trió! Ahora son dos mujeres con un hombre.

-Parece que le están haciendo daño…

-Te puedes asegurar que no.

Aioria le dirigió una furibunda mirada.

-¿Y cómo lo sabes?

Milo se encogió de hombros.

-Me lo imagino –volvió a cambiar de video-. Aquí tenemos otro trío. Ahora dos hombres con una mujer.

-Parece como si se estuviesen peleando…

Milo volvió a pasar el video.

-Aquí tenemos a dos mujeres haciéndolo.

-¡¿Pero que están…?! ¡Oh! ¿No se hacen daño?

-Pues… en este caso en concreto no puedo imaginármelo pero… No, no lo creo –pasó al siguiente video-. Y aquí tenemos a dos hombres.

-Oh… -la cara de Aioria iba cambiando por momentos de la extrañeza al espanto-. Oh… ¡Oh! ¡Oh, dios mío!

Y Milo pasó al siguiente vídeo.

-¡Vaya! Me había olvidado de este… Aquí tienes una orgía –informó con suma alegría.

-Son doces personas… -musitó el castaño, horrorizado de todas las cosas extrañas que se hacían entre ellos, hombres y mujeres.

Milo apagó la televisión y se puso de nuevo en frente de Aioria mostrándole las fotografías donde podían verse los genitales masculinos y los femeninos.

-¿Y bien? ¿Cuál te gusta más entonces?

Aioria se sentía mareado. Había sido demasiada información para su ya desfasada mente. Además después de todo lo que Milo le había hecho no se sentía capaz de pensar con claridad. Y menos tonterías.

-No le sé… -fue la cansada respuesta.

Milo soltó un bufido, exasperado. Perno no tardó en recuperar la sonrisa.

-Bien, ya sé lo que haremos. No creo que sea conveniente llamar a Shaina o a Marin, y tampoco tengo ropa para vestirme de mujer pero... podemos tirar del punto masculino.

Milo comenzó a quitarse a la camisa ante la atónita mirada de Aioria.

-¿Qué estás haciendo?

Pero no obtuvo respuesta. Milo se quito los pantalones y luego la ropa interior, quedando totalmente desnudo frente a un Aioria que iba ruborizándose por momentos. El castaño no podía apartar los ojos de aquella perfecta figura. Ya había visto cientos de veces a sus compañeros desnudos en los vestuarios del Coliseo pero… Jamás se le habían pasado por la mente el tipo de ideas que ahora lo hacían. Gracias a lo que Milo le había enseñado ahora era un poco más consciente de un mundo que para él, hasta el momento, había sido prácticamente desconocido. Todo lo que sabía ahora estaba suscitando nuevas ideas en su acalorada mente, y ahora con Milo, desnudo, delante él, sumado al hecho de que él mismo estaba también completamente desnudo, atado y a merced del peliazul… Agitó la cabeza, tratando de desechar aquellos extraños pensamientos. Tratando de librarse de aquellas incontrolables sensaciones. Pero lo que no puedo evitar fue bajar la mirada hasta la virilidad colgante del Caballero de Escorpio. El calor se adueñaba de nuevo de él por momento. Se sentía completamente avergonzado porque era consciente del profundo rubor que debía estar tiñendo su rostro.

-Vaya… Pero si aún no he hecho nada… -Dijo, confundido, sacando de sus ensoñaciones a Aioria, que pareció reaccionar de repente.

-¿Eh? –Aioria le miró, sin entender, y vio que Milo señalaba su entrepierna. Bajó la mirada-. ¡Argh!

¡Otra vez! Una vez más el miembro de Aioria estaba completamente erecto.

Milo rió, sonoramente.

-Creo que con esto ya tenemos una respuesta más o menos clara pero… -se acercó un poco más a él-. Mejor asegurarse…

-¿Qué…? ¿Qué vas a hacer…?

Aiora veía como Milo se inclinaba sobre él, acercando su rostro hasta su entrepierna. Tan cerca, que podía sentir la respiración de su compañero en su expuesto miembro. Todo el cuerpo de Aioira temblaba, a expensas de lo que iba a hacer el peliazul, que acercó su rostro un poco más, hasta que sus labios prácticamente rozaron la punta de la virilidad de Aioria y entonces… sopló.

-¡AH!

Milo volvió a vestirse mientras Aioria recuperaba el aliento. Tomó la toalla y limpió de nueva cuenta la entrepierna de su jadeante amigo.

-Es increíble, Aioria, solo te he soplado –le dijo, francamente sorprendido.

-Que te vayas al diablo… -suspiró el agotado Leo.

Milo tomó sus papeles y volvió a escribir en ellos.

-Creo que esto nos ha dicho mucho de ti.

El castaño prefirió mirar hacia otro lado, sumamente ofendido.

-Venga, no te pongas así. Observa esto.

Se acercó a él hasta que su entrepierna rozó la inmovilizada mano de Aioria. El castaño se sorprendió en extremo al sentir aquel duro bulto entre los pantalones de compañero ¿Cuándo se había puesto en ese estado? Y sobre todo ¿Por qué? Involuntariamente movió los dedos, como queriendo rozar más aquella protuberancia, pero Milo se apartó rápidamente de él.

-¡Eh, cuidado! No vayas a producir un accidente.

-No lo entiendo ¿Por qué estás ahora tú así? Nadie te ha tocado.

-Bueno… Se podría decir que, al igual que tú, en cierta manera también estoy disfrutando con esto. Aunque de manera más indirecta. Es parte de la relación dominante-dominado.

-¿Perdón?

-En toda relación o acto físico de este tipo siempre hay una persona que, en mayor medida, lleva las riendas del “ejercicio” –intentaba explicarse el peliazul-. Y luego tenemos al dominado, que es, en mayor medida, el que recibe más… “atención”. Los dos disfrutan tanto dando como recibiendo, sin embargo la diferencia está en que la proporción de placer en cada uno de esos aspectos esta desigualmente repartida, así cada uno tiene lo que quiere. En muchas relaciones también es muy frecuente ir alternando los papeles de dominante y dominado.

Era como si a Aioria le acabasen de contar una historia de terror. Miraba a Milo con expresión de total espanto. En parte porque no había entendido ni la mitad de lo que el peliazul había intentado explicarle –aunque igualmente tampoco le sonó bien-, y además la parte que si había entendido le había dejado  perplejo. Estaba demasiado cansado como para razonar aunque fuese de forma mínima. Y menos aún con aquellas cosas tan extrañas.

Ante aquella expresión por parte de Aioria, Milo solo pudo reír y volver a centrar su atención en sus papeles.

-Bien, pasemos al punto cinco: “Invasión”.

Aioria, a pesar de su extremo cansancio, dio un respingo. Esa palabra sí que no le había gustado. Y menos después de ver aquellos videos.

-¡Un momento! –Gritó, cuando Milo ya se cernía de nuevo sobre él-. ¡¿No ha sido ya suficiente?! ¡Ya me has mostrado todo lo que tenía que saber! ¡Y con esos videos ya me he hecho una idea más o menos clara!

A pesar de los desesperados intentos por parte del castaño Milo sonrió.

-Eso es lo que crees, pero aún te queda mucho por aprender.

-¡¿Se puede saber quién te ha enseñado todo esto?!

-Ya te lo dije. Estuve investigando. Libros, revistas, internet…

-¿Interqué…?

-Es difícil de explicar, a mí también me costó bastante hacerme con ello… Pero ese no es el caso ahora. Lo importante es que debes aprenderlo todo. O mejor dicho, debemos aprenderlo todo. Yo solo sé lo que he visto y leído, y tú… tú hasta ahora no sabías nada, y aún hay cosas que no sabes. Debemos completar el experimento para que luego puedas llevarlo a la práctica.

Aioria se quedó pasmado.

-¿Qué quieres decir?

Milo volvió a sonreír de oreja a oreja.

-Para que puedas llevar todo lo que has aprendido a la cama, como en los videos que hemos visto.

-¡¿Qué?!

-¿Porqué te pones así? Es lo más natural del mundo. Además, no puedes negar que has disfrutado con esto. Imagina haciéndolo con libertad y a rienda suelta. ¡Y además con otra persona! –Añadió Milo, pletórico.

Aioria soltó un largo suspiro. De nuevo volvió a resignarse. Se había prometido hacía un rato el no volver a intentar discutir con ese demente, no sabía por qué perdía el tiempo intentando razonar con él. Trató de volver a relajar su cuerpo. Que hiciese lo que le diese la gana, él ya no diría más. Así acabarían antes y podría marcharse de allí.

-Haz lo que quieras –dijo el castaño, con sequedad.

Y Milo pareció entristecerse.

-Vamos, Aioria, si no colaboras el experimento no tendrá sentido. Se supone que tiene que ser divertido.

-Lo será para ti.

-No puede negarme que has disfrutado –le reprochó el peliazul, ahora molesto-. Tu cuerpo a hablado por ti.

Ante aquello Aioria solo pudo sonrojarse una vez más. Si, era cierto. A pesar de lo extraño que hubiese parecido en un principio, Milo le había hecho sentir cosas increíbles. Placenteras. El mismo se había asustado en un principio al verse disfrutando de tales actos pero ahora… Sentía curiosidad. Muy en el fondo de su ser, y aunque tratase de negárselo, quería continuar con aquello y… Tal y como había dicho Milo, llevarlo a la práctica por sus propios medios.

-Está bien –dijo finalmente el castaño, sin tan siquiera mirarle a la cara. Totalmente ruborizado.

-¿Eh?

Milo le observó, algo confundido.

-Quiero… -se mordió el labio inferior, no podía creer que se viese en esa denigrante situación-. Quiero que sigamos…

Ante esa declaración Milo solo pudo sonreír, lleno de júbilo.

-¡Esa es la reacción que quería!

Aiora observó como Milo metía la mano en un frasco de algo que no identificó y luego se colocó una vez más a los pies de la camilla. Un dedo de Milo se acercaba, peligrosamente, a una zona bastante privada del cuerpo del pobre castaño, que lo miraba completamente atemorizado.

-¿Qué es lo que vas a hacer ahora…?

Milo esbozó la sonrisa más macabra hasta el momento.

-¿Preparado?

 

 

Eran ya casi las once de la noche. Milo estaba sentado sobre el escrito, con gesto de total cansancio. Por su parte, Aioria, estaba prácticamente inconsciente, y cubierto de sudor.

El peliazul tomó sus papeles y volvió a escribir sobre ellos.

-Punto veintiuno… concluido –dijo-. Con esto te has venido unas… veintiún veces –sonrió levemente, a pesar del agotamiento-. Vaya, es todo un record.

- Por favor… mátame ya… -suplicaba el castaño.

-Te he dicho que dejes  de ser tan melodramático. Además, ya hemos acabado.

Aquellas las palabras le sonaron a Aioria con un coro celestial. Casi sintió ganas de llorar de la emoción. Entonces Milo ojeó sus papeles una vez más.

-Ah, no, nos falta un último punto.

Ahora Aioria si que sentía ganas de llorar. Se había mantenido todo el tiempo con los ojos cerrados, rezando porque el suelo bajo él se abriera y se lo tragara, pero los abrió cuando notó que Milo estaba soltándole de sus ataduras.

-¿No decías que faltaba un punto…? –Preguntó, tan extrañado como exhausto.

-Y así es, pero no puedes hacerlo ahí –terminó de desatar al castaño y tomó de nuevo las hojas-. Punto veintidós: Descanso. Nos vamos a la cama.

-¡¿Qué?!

Viéndose ya libre de las restricciones que antes lo aprisionaban, Aioria se acurrucó en la camilla, en una pose defensiva, presa del espanto. ¿Había dicho a la cama? No pudo evitar pensar en las anteriores palabras de Milo de que con ese experimento podría llevar luego a la práctica lo aprendido en la cama, como en esos videos…  La impresión del momento, debido a lo repentino de la declaración de Milo, le hizo ponerse nervioso. Pero luego al ver el gesto de decepción en el rostro del peliazul… Hizo que algo en su interior se removiera. Y entonces sintió que aquello quizá no fuese tan malo. O al menos así trataba el joven castaño de suavizar que, muy en el fondo de su ahora destartalado ser, en realidad le apetecía mucho llevar a “la práctica” lo aprendido. Y lo cierto era que la única persona con la que deseaba hacerlo era Milo. Pero no podía exteriorizar aquellos sentimientos. Desde luego que no. Él era Aioria de Leo, un Caballero de Oro, un hombre. Un hombre orgulloso, además. Debía mantener el tipo aunque su cuerpo exigiese a gritos lo contrario. Sin embargo… Si Milo seguía mirándole de forma tan tierna aquella barrera de virilidad se reduciría a escombros, con lo que terminaría echando él mismo su orgullo por el desagüe. Rezó porque el peliazul no insistiese más, pero el muy retorcido le dedico la más tierna de las sonrisas… ¡Y encima le tendió una mano! Totalmente mudo –y rojo de pies a cabeza- Aioria tomó su mano. Tal vez no estuviese tan mal. En el fondo deseaba aquello ¿Porqué no dejarse llevar? Ya había vivido toda una vida de luchas y responsabilidades, sin poder pararse ni un instante para disfrutar de absolutamente nada de lo que le ofrecía la vida ¿Por qué no iba a poder resarcirse ahora? Además, solo iban a hacerse sentir bien mutuamente. Era lo más sencillo e inocente del mundo.

Algo más convencido, Aioria dejó que Milo le ayudase a bajar de la camilla, aunque seguía tratando de evitar su mirada, presa del rubor y la vergüenza.

Milo lo condujo hasta su dormitorio, aún desnudo, y le dejó meterse en la cama mientras él se quitaba la ropa. Aioira lo observó desnudarse en silencio, bajo la tenue luz que otorgaba la pequeña lámpara de la mesita de noche de Milo. Cuando se hubo desvestido Milo vio que Aioria le observaba, ensimismado, y con una sonrisa se retiró la última prenda que le quedaba, dejando su virilidad completamente expuesta. Se metió en la cama junto al castaño y se acomodó, pasando un brazo por encima de él, como si lo abrazara sutilmente. El Caballero de Leo se sentía tan nervioso como impaciente. Ni él mismo era capaz de discernir nada claro en medio de aquella caterva interior de sensaciones confusas. Deseaba que Milo… Bueno, deseaba que hiciese algo. Pero al mismo tiempo se sentía tan cansado después de aquel tan largo “experimento”…

Milo escuchó que Aioria murmuraba algo.

-¿Qué has dicho? –Le preguntó, incorporándose un poco para verlo mejor.

El rostro de Aioria era todo un poema. Evitaba por todos los medios establecer contacto visual con el peliazul.

-Que si… podríamos ir despacio… -farfulló.

Milo lo observó, con los ojos muy abiertos, profundamente sorprendido. Y de improviso se echó a reír. Entonces Aioria le miró, sumamente molesto ¿Cuánto tiempo más iba a estar burlándose él?

-No te he traído aquí para eso…

Entonces la mirada de Aioria pasó del enfado a la confusión.

-En… ¿Entonces?

Y de improviso Milo depositó un cariñoso beso sobre su frente, terminando por hacer que la rojiza tez del castaño pasase al bermellón.

-¿Es que no me oíste? Punto veintidós: Descanso. Ya habrá tiempo para pasar al “trabajo de campo”.

Y dicho eso estiró un brazo para apagar la luz de la lámpara y volvió a abrazarse a Aioria. Por su parte, este se había quedado completamente descolocado.  En verdad estaba completamente agotado –seguramente más que Milo- Pero… el sentir al Milo abrazándolo así… Sentir su suave piel sobre la suya propia… Resultaba increíblemente agradable. Aioria tuvo que admitir para sí mismo que no imaginaba mejor forma de dormir que aquella. Cerró los ojos para dejarse llevar al mundo de los sueños cuando volvió a oír la voz de Milo.

-Hay un punto que no hemos llevado a cabo… -susurró, volviendo a incorporarse levemente para ver a Aioria.

-¿De qué estás hablando?

-El beso.

Al oír aquello Aioria abrió la boca para decir algo pero la de Milo se la tapó. Sintió algo muy extraño cuando la lengua de Milo se coló por completo dentro de su cavidad bucal ¿Así eran de verdad los besos? El joven Leo interpretó que sí, porque en verdad le estaba resultando agradable, por lo que no tardó en corresponderle. Las lenguas de ambos caballeros iniciaron una amistosa batalla entre ellas. Cuando se separaron Milo lo miró a los ojos. La tenue luz de la luna que se filtraba por la ventana era lo único que iluminaba sus rostros. Aioria pudo observar que ahora Milo estaba tan ruborizado como él. Pero lo que más llamó la atención del castaño fue su mirada. Aioria no sabía cómo interpretarla. Era como si Milo estuviese viéndolo como algo de sumamente interesante. Aquella era una mirada seria pero alegre al mismo tiempo. Dura pero tierna. La verdad es que no sabía cómo definirla, solo sabía que si Milo seguía mirándolo así terminaría por esconder la cabeza bajo las sabanas, presa del pudor.

-Aioria yo… -habló de pronto el peliazul, pero aquella frase se quedó el aire. Parecía que Milo se hubiese quedado paralizado.

-¿S-Si…? –Lo apremió Aioria, tímidamente.

Milo se mordió el labio inferior. Era como si le resultase un esfuerzo sobrehumano decir lo que tenía que decir. Como si las palabras se negasen a salir.

Finalmente, dio un suspiro y sonrió.

-Hoy me he divertido mucho.

-Oh…

Y volvió a tumbarse, dejando a Aioria bastante decepcionado, aunque no entendiese muy bien porque ¿Qué esperaba que le dijera?

-Estoy muy cansado –volvió a hablar Milo, captando de nuevo la atención de su compañero de cama-. Hay… Hay más cosas que quiero decirte pero… Ya tendremos tiempo de hablar.

Al oír esas palabras Aioria no pudo evitar esbozar una sonrisa. Milo entreabrió los ojos y le vio, con la mirada fija en el techo y aquella inocente y tierna sonrisa dibujada en el rostro. Sintió deseos de besarlo de nuevo y abrazarlo con fuerza, pero por ese día ya había sido suficiente. Con la mano que tenía sobre su pecho le hizo volver el rostro. Sus miradas volvieron a encontrarse y Milo depositó otro beso en la frente de Aioria.

-Buenas noches –dijo el peliazul, acurrucándose contra él.

-Buenas noches –respondió el castaño, imitándole.

Pronto los dos cayeron en un profundo y placentero sueño.

 

 

El sonido de la cafetera hizo despertar al guardián del octavo templo. Abrió los ojos con lentitud. Un intenso aroma a café llenó sus fosas nasales. Se incorporó y se desperezó para luego proceder a levantarse y caminar hasta la cocina.

Allí estaba Aioria, preparando el desayuno.

-Buenos días –saludó el castaño, con extremo buen humor.

-Buenos días… -murmuró como respuesta Milo, sobándose un ojo, aún adormecido-. ¿Qué estás haciendo?

-¿Pues tú qué crees? El desayuno.

-Oh…

Aquello resultaba de lo más extraño. Milo se figuró que nada más despertar Aioria se marcharía de allí para no volver a dirigirle la palabra. Y ahora lo tenía delante, haciéndole el desayuno y aparentemente muy contento.

-He usado tu ducha, si no te importa –decía Aioria mientras depositaba un plato con tostadas sobre la mesa.

-No, claro…

-¿Te parece bien desayunar tostadas?

-Sí…

-Vamos, siéntate.

La situación no podía ser más surrealista. Milo hizo lo mandado y se sentó a la mesa. Comenzaron a desayunar, en silencio.

Cuando hubieron terminado Milo se puso en pie.

-Bien, creo que ahora seré yo el que tome una ducha –anunció. Pero reparó entonces en los restos del desayuno-. Pero antes será mejor que limpie todo esto.

-Claro que no –protestó Aioria, poniéndose ahora él en pie-. Yo me encargo de limpiar esto, tú dúchate tranquilo.

-Tú eres el invitado, no puedo dejar que te pongas a fregar. Además, ya has preparado el desayuno, es lo menos que puedo hacer.

Pero Aioria le hizo a un lado.

-Vamos, ve a ducharte –sonrió-. Además hay algo que quiero mostrarte cuando termines.

Bastante confuso, Milo se fue a la ducha. Tratando de de imaginar que era lo que Aioria podía querer enseñarle.

Unos minutos después Milo salía del baño, aún secándose el pelo con una toalla y con otra tapando las partes íntimas de su desnudo cuerpo.

-¿Aioria? –Lo llamó-. ¿Sigues aquí?

-En el salón –respondió el otro.

Milo fue hasta allí, aún concentrado en su labor de secar su largo pelo. Aunque se detuvo al ver a Aioria de pie, junto a la “camilla de experimentación” luciendo una sonrisa de oreja a oreja.

-¿Qué estás haciendo…? –Preguntó el peliazul.

-Acércate, tienes que ver algo.

Milo dio un par de pasos y se detuvo, perplejo ante lo que Aioria le estaba mostrando. El castaño sostenía en su mano de forma que Milo pudiese apreciarla bien una fotografía del guardián de Escorpio en la cama, destapado y totalmente desnudo. Milo yacía en esa imagen bocarriba sobre su lecho con una expresión en el rostro bastante extraña.

Aioria agitó aquella comprometedora imagen ante la anonadada mirada de su compañero.

-Pero… cuando… -fue todo lo que alcanzó a decir el inconsciente modelo de aquel retrato.

-Anoche –respondió el fotógrafo, planamente satisfecho-. Estabas tan profundamente dormido que ni notaste que te destape y te coloqué en esa posición. A decir verdad ni siquiera te moviste cuando saltó el flash –rió-. Me pregunto… ¿Qué dirían nuestros compañeros si colgase esta foto en la entrada del Santuario?

Aquello no podía estar pasando. Aioria estaba tomándose venganza, y Milo no sabía cómo salir de aquella situación.

-Aioria, dama esa foto o…

-¿O qué? –Le cortó el castaño, divertido-. ¿O tú enseñarás la mía? Siento decirte esto pero ya encontré mi fotografía y ahora está en mi poder.

Ahora sí que Milo estaba perdido. Aioria se aprovecharía de esa situación para tomar venganza por lo de la noche anterior.

-Bien, Milo… -empezó a hablar de nuevo Airoia, señalando la camilla-. Quítate la toalla y túmbate aquí.

Los peores temores de Milo fueron confirmados. Se sentía aterrado, pero trató de mantenerse firme y salir de aquella situación.

-No pienso hacer eso –sentenció, tajante-. Dame esa foto, Aioria.

Pero el joven Leo, sin dejar de sonreír, negó con la cabeza.

-Es tú última oportunidad. O te subes a la camilla o me voy y le muestro esta foto a todo el Santuario.

Con un suspiro de resignación Milo terminó por obedecer. Se retiró la toalla de la cintura, dejándola al aire toda su anatomía. Se tumbó boca arriba sobre la camilla y Aioria procedió a atarla las extremidades a esta.

-Estarás contento –dijo Milo, resignado-. Ahora podrás vengarte de mí.

-¿Vengarme? –Repitió Aioria, confundido-. No hago esto por venganza.

Ahora fue Milo quien lo miró con extrañeza.

-¿Ah, no?

-Claro que no. Tú mismo dijiste que hasta hace poco tampoco eras muy culto con respecto a estos temas, y que todo lo que has aprendido hasta ahora ha sido a base de lectura y de ver esos… videos. Asique creo que lo mejor para los dos es que ahora seas tú el sujeto de experimentación.

Milo arqueó las cejas.

-¿Para los dos?

-¿Cómo íbamos sino a llevarlo a la práctica? Ahora yo voy con ventaja. Debes aprender bien para que podamos estar en igualdad de condiciones.

Y dicho eso tomó unos papeles del escritorio, tal y como Milo hizo la noche anterior. La retorcida sonrisa, tan inusual en él, que Aioria esbozaba estaba empezando por terminar de crispar los nervios del cada vez más preocupado Milo.

-¿Qué vas a hacer…? –Preguntó, nervioso.

-¿Tú qué crees? –Respondió Aioria, acercándose a él con sus manos listas-. Voy a hacerte todas y cada una de las cosas que tú me hiciste a mí y en mismo y preciso orden.

Aunque ya se temía esa respuesta Milo no pudo evitar sentir un fuerte mareo.

-Aioria, espera… -suplicó.

-Vaya… ¿Tan pronto empiezas?

Milo no entendió a que se refería su compañero, pero al ver que Aioria señalaba su entrepierna bajó la mirada y…

-¡Oh!

Su virilidad ya estaba totalmente erecta. Aquello era un total dejavu pero con los papeles invertidos.

Aioria se pegó a la camilla, si dejar de mostrar aquella siniestra sonrisa.

-¿Preparado?

 

Fin

Notas finales:

Gracias por leer! Espero que os haya gustado! 


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