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El espejo roto por Wolf Bite

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Notas del fanfic:

Escrito concursante del Desafío de Halloween 2011 en el foro FanfictionYaoi, un foro en donde se puede compartir todo tipo de escritos. 2DO PUESTO.

Observo de nuevo mi habitación desordenada, sobre la mesita de luz junto a mi cama está su fotografía, esa última que le tomé mientras miraba hacia el horizonte. Creo que ha sido de las mejores que tomé, logré capturar toda su belleza y la del mundo, aunque ahora el mundo me parece muy insignificante. Pero el recordar porqué esa felicidad con la que está mirando es por mirar a mi hermano, me hace querer vomitar. Siento una gran ira y dejo de mirar la foto, me levanto de la cama y entonces salgo.

Bajo las escaleras y veo que mi casa está vacía otra vez, mis padres habrán salido. Salieron sin mí otra vez, aunque esta vez me importa una mierda, porque hoy creo que podría golpearlos con mi cámara en la cara si llegaran a hablarme. Hoy sí lo haría, aunque eso haría que me mandaran con un psiquiatra… Yo no lo necesito, el que lo necesita es Manuel, es un maldito pendejo mimado que quiere ser el ombligo del mundo. No entiendo porqué todo el mundo lo quiere más a él que a mí.

-Porque yo soy antipático, porque yo soy raro, porque yo prefiero leer que ver televisión… ¡Ay, Manu, te amamos! –ironizo mientras voy a la cocina y saco una caja de galletas de la alacena y comienzo a comer-. Y por eso lo prefieres a él, ¿verdad, Adrián?

De solo pensar su estúpida cara de enamorado cuando lo mira a mi hermano, me siento iracundo y dejo la caja de galletas en la mesada con una fuerza innecesaria, refunfuño un rato y me halo del cabello.

-¡Te odio, te odio, te odio maldito! ¿¡Por qué de todos tienes que ser tú al que él quiere!?

Pateo una silla de madera que estaba cerca de mí y ésta cae al piso, haciendo un ruido estrepitoso que se expande por toda la sala, luego decido calmarme un poco. 

¿De qué me sirve todo esto? Nadie me escucha, nadie se preocupa por lo que siento, ni siquiera el maldito de Adrián. Ayer me le confesé lo que sentía por él y me rechazó así sin más. Tuvo el descaro de decirme que estaba enamorado de Manuel y que habían empezado a salir juntos. ¡Asco, Dios!

Manuel siempre me lo ha robado todo, incluso a Adrián. Quizás si me suicido sería todo más fácil. Claro, ¿a quién le importa el estúpido gemelo que vino después de la hermosura de Manuel? Total, con uno alcanza, ¡qué importa…!

Subo las escaleras de nuevo y pongo algo de música desde de mi minicomponente, algo para descargarme. Busco un disco de una banda sonora de una película de vampiros que me grabé hace pocos días. Le subo el volumen casi al máximo y me voy a mirar al espejo.

Castaño y de ojos marrones, tengo la maldita cara de inocente de mi hermano, la misma estatura y no sé si el mismo peso, creo que yo peso un poquito menos porque detesto comer, tengo la desesperación de buscar ser diferente a él a simple vista y lo más sencillo ha sido cerrar la boca, pero no gané nada con eso, sigo viéndome igual a él.

Hoy es treinta y uno de octubre… Desearía que fuera su día, pero no, porque sigue vivo. Aunque, ¿puedo hacerlo? Si estuviera solo yo, Adrián no tendría más remedio que estar conmigo. Pero, ¡diablos! Hacer eso sería demasiado… incluso para mí.

-¿Por qué tienes que quererlo a él Adrián? –pregunto en voz alta-. ¿Por qué tienes que ser como los demás y elegirlo a él, maldita sea? ¡Siempre él, siempre él, siempre él! ¡Maldita sea, odio ser yo! ¡¡Odio que nadie se fije en mí!!

No aguanto más y golpeo el espejo, se rompe en un solo instante y cae en miles de pedazos al piso, mientras siento un dolor profundo en la mano derecha. Me la llevo al estómago y la presiono porque comienza a sangrar como una condenada, manchando el piso y mi camiseta negra. Me dejo caer de rodillas al piso, gritando del dolor y la bronca, con deseos de llorar. ¿Por qué no puede quererme a mí? ¿Por qué tiene que quererlo a él? ¿¡Por qué tiene que ser tan hijo de puta!? Agarro un pedazo de vidrio roto y me lo llevo a la muñeca, ¿y si termino de una vez por todas con esto? Apuesto que nadie me extrañaría…

-¡Mariano! ¿¡Qué haces!? –siento que alguien dice, pero no levanto la mirada porque sé que es Manuel, pero no tengo el impulso suficiente para presionar el vidrio y cortarme las venas, entonces él corre y me lo saca de las manos-. ¿¡Estás loco, qué querías hacer!?
Me muerdo el labio inferior para no mandarlo a la mierda, si no tuviera tanto dolor y no me estuviera ahogando en mis propias lágrimas, no sería tan compasivo de permanecer callado. Veo que me agarra de las manos para intentar contener el sangrado y yo intento apartarme, pero él me vuelve a agarrar.

-¡Ven aquí, hay que detener el sangrado! –siento que me ordena pero yo lo miro con ganas de asesinarlo, en su rostro puedo encontrar preocupación y me ablando-. ¡Ven, Mariano!

Me lleva al baño y abre el grifo, pone mi mano herida bajo éste y veo cómo la sangre se mezcla con el agua y se pierde por la tubería, mientras Manuel busca el botiquín de primeros auxilios que tenemos en un pequeño mueble de la esquina, dándome un sermón que no voy a escuchar. Levanto la mirada un momento y me veo en el espejo que tengo enfrente, nadie notaría quién es quién a simple vista... hasta que uno hablara. Eso me iluminó la cabeza, el “día de los muertos”.

Nuestras voces son iguales, sólo se nota la diferencia entre nosotros porque Manuel es más enérgico a la hora de hablar y es muy simpático. ¿Qué pasará si me hago pasar por él? ¿Alguien lo notaría?

-A ver, déjame ver eso –siento que me pide, le dejo ver mi mano herida, que poco a poco para de sangrar y lo miro al rostro, él no nota que lo observo distinto ahora.
Por supuesto, ¿cómo no se me ocurrió antes? Cuando teníamos como siete años, intercambiábamos de roles, hasta que un día nuestros padres se enojaron tanto por confundir a toda la escuela con quién era quién, que nos hicieron jurar de no volverlo a hacer. Manuel obedeció y juró, pero yo no creo en Dios, y un juramento no es nada para mí. Sí, será su día, hoy será su día. 

Definitivamente lo será. Todos estarán más conformes con eso.

-Demonios, Marian, ¿qué sucede contigo? –siento que me dice muy preocupado mientras me coloca algo de iodo en las heridas que me hice. Miro a un costado e intento llorar-. ¿Marian?

No le digo nada, solo me pongo a llorar e intento escaparme de ahí, no termino entrar a mi habitación y de agarrar un pedazo de espejo, que él llega tras de mí y me tira a un costado, agarrándome de las manos para intentar detenerme.

-¡¡Déjame hacerlo!! ¡¡Déjame!! –le grito intentando escaparme mientras lo pateo y lo cabeceo para golpearlo, pero él no me suelta a pesar de que lo golpeo con fuerza-

. ¡¡Déjame, Manuel!!

Manuel no me dice nada, solo me sostiene hasta que mis energías se agotan. Finalmente me rindo y dejo de hacer fuerza, mientras continúo llorando como un bebé indefenso, mi hermano me abraza con fuerzas y me aferro a él, escondo mi rostro en su cuello y me quedo quieto. Luego noto que él está llorando también.

Luego de un rato que comienzo a calmarme por sus caricias sobre mi espalda, me planteo lo que voy a hacer. Demonios, parece fácil, pero es difícil hacer que todo esto siga teniendo sentido. ¿Cómo haré para intercambiarme con él? ¿Cómo haré para que no se note?

-¿Ya pasó? –siento que me pregunta y, sin apartarme de su cuello, niego reiteradamente-. ¿Qué ha pasado, Marian? ¿Por qué…?

-Adrián… -le digo-. Adrián me…

-¿Qué te ha hecho? –siento que me pregunta algo sorprendido, entonces guardo silencio para intentar desesperarlo. Me aparta de su cuello y me mira a los ojos, pero yo sólo observo el piso-. Marian, ¿qué te hizo?

-Me da vergüenza decírtelo –mentí y me tapé el rostro-. Dios, soy una mierda… 

-No, no. No digas eso, no eres una mierda –intenta consolarme, y solo puedo sonreír bajo mis manos, pero cuando me las aparta del rostro, vuelvo a ponerme victimizado-. Nunca vuelvas a decir eso, ¿está claro? Ni siquiera lo pienses. ¡Le romperé la cara al que te haga creer eso de nuevo!

Sonrío un poco y me enjuago las lágrimas, Manuel sin dejar de mirarme me acaricia el hombro un rato y luego el pelo. Debería ser más fácil terminar todo esto. Sí, será fácil, haré que éste sea su último día.

-No tengas vergüenza, soy tu hermano, tu hermano gemelo. Siempre nos hemos dicho todo, no hay secretos entre nosotros, ¿verdad? –me pregunta y yo le asiento un par de veces-. Puedes confiar en mí, Marian. No tengas vergüenza…

A pesar de todo, no levanto la mirada del piso y me tapo la boca, mi sucia e inmunda boca, esa que ensucié con tantas mentiras por su culpa, esa con la que nunca besé a nadie aunque ya tenga dieciséis años.

-Ok… -dice luego de un rato en el que sólo se escuchó otra canción de Limp Bizkit que quedó sonando, “Boiler”. Manuel me acaricia un poco más la cabeza y luego la mejilla, luego me borra los rastros de lágrimas de ella-. Ok, si no quieres decírmelo, está bien. Pero necesito que me prometas algo, Marian, ¿sí? Júrame que nunca volverás a intentarlo, que nunca más te volverás a lastimar apropósito.

-Manuel, yo no…

-Júramelo, Mariano –insiste-. De lo contrario tendré que decirles a mamá y a papá lo que has hecho, y…

-No, no se los digas –lo interrumpo y lo miro a los ojos, me tiene lástima. Lástima, él.

-Entonces júramelo, Marian.

-Te lo juro –digo entonces, intentando sonar como si esas palabras costaran salir de mi boca, pero la verdad es que ha sido muy fácil. Él solo me sonríe y suspira aliviado.

-Gracias. Ahora, quédate aquí que iré a buscar el botiquín, ¿de acuerdo? Y luego si quieres me cuentas lo que te pasó con Adrián –asiento y él se levanta para ir al baño a buscar las vendas.

Ni bien desaparece, me acerco un poco más a los pedazos de los vidrios en la misma posición en la que estaba, sin pensarlo, agarro un pedazo y me lo guardo en el bolsillo. Cuando llega de nuevo a la habitación, lo observo disimuladamente para ver si ha notado el cambio, pero no. Manuel solo se acerca y comienza a vendarme la mano sin mirarme.

Le observo la vestimenta, ese pulóver rayado que tiene puesto me delatará, porque yo odio lo rayado, el pantalón no importa realmente, las zapatillas puedo cambiarlas en un segundo. ¿Pero cómo hago para quitarle el pulóver sin que se dé cuenta de lo que quiero hacer?

-Tengo frío –digo entonces y él me mira a los ojos.

-Debe ser porque perdiste sangre, déjame buscarte un abrigo…

-No, no –le digo inmediatamente que él se levanta, me observa confundido pero no vuelve a sentarse-. ¿Me prestas tu pulóver?

-¿Mi pulóver? ¿Por qué? Creí que odiabas lo rayado.

-Sí, pero… -bajo la vista y me hago el avergonzado-. A ti te gusta, y en estos momentos me gustaría ser como tú –luego de un silencio, siento que se agacha junto a mí como antes-. Me gustaría ser tan fuerte como tú, tan amable, tan querido…

-Ay, Marian… No seas tonto, la gente te quiere a ti también –me dice intentando reconfortarme, el que sea tan mentiroso me gusta un poco, él sabe que eso es una mentira-. Bueno, pues. Te doy el mío –siento que me dice y sin poder creérmelo, lo observo quitárselo.

No pensé que sería tan fácil y no puedo evitar sonreír de alegría, él me ayuda a colocármelo y me siento en la gloria.

-Ya –siento que me dice sonriendo-. Y ¿sabes algo? A mí me gustaría ser como tú a veces.

-¿Cómo que como yo? –le pregunto sorprendido de verdad, pues nunca lo hubiese pensado.

-Pues… me gustaría ser un poco más serio. La gente a veces se aburre de escucharme, ¿sabes? –me dice con toda confianza-. Soy un poco pesado, lo sé y sé que a veces piensan eso de mí. Además, también me gustaría tomar esas fotos tan geniales que sacas, pero soy malísimo con eso. Y mis notas… ¡son horribles comparadas con las tuyas!

Sonrío con gentileza y sigo sin poder creérmelo, por un momento, un breve momento de lucidez, siento compasión por él, pero vuelvo a recordar a Adrián y todo eso desaparece. Me pongo serio de nuevo, tanteo mi bolsillo y siento que el espejo sigue ahí.

-Manuel… -lo llamo y levanto la vista, él se puso serio. Sigilosamente meto la mano en mi bolsillo mientras un torrente de adrenalina me empieza a recorrer el cuerpo-. Te quiero. Pero al final de cuentas, creo que voy a extrañarte.

No termina de analizar lo que le digo, que saco el trozo de vidrio de mi bolsillo y se lo cruzo por el cuello, de abajo a arriba, de derecha a izquierda. De repente todo es rojo, ese rojo que siempre me gustó. Él se lleva las manos a la garganta y me mira con los ojos muy abiertos, asustado, horrorizado casi tanto como yo, que suelto el pedazo de espejo y me echo hacia atrás, para no salpicarme de su sangre.

Manuel cae al piso, aún sosteniéndose la garganta y no me quita los ojos ni un solo instante, intenta hablar, intenta decirme algo pero no le sale, ¿se está ahogando en su propia sangre? Me asusto un poco cuando estira su mano e intenta tocarme, pero retrocedo hasta chocarme contra la puerta mientras lo veo respirar con dificultad. El piso está lleno de sangre y vidrios rotos, contengo el aliento hasta que veo que no se mueve.
Lo miro y empiezo a temblar aún con la adrenalina entre las venas. Realmente lo hice, sí, lo hice.

Me apresuro a acercarme a él y le coloco el trozo de vidrio en su mano derecha, intercambio mis zapatillas con las suyas, además de los objetos de sus bolsillos, y me alejo, buscando algún detalle que no concuerde con la pequeña historia que estoy armándome en mi cabeza para cuando lleguen los demás. Veo el botiquín y las vendas, me apresuro de llevarlo todo al baño. Limpio bien el lavatorio de todo rastro de sangre que haya dejado cuando me lavé las manos, luego me quito el vendaje de mi mano derecha y lo arrojo al inodoro, luego jalo la cadena.

Corriendo voy a la habitación de Manuel y me saco el pulóver, para cambiarme la manchada sudadera que llevo puesta y la escondo en un cajón de su cómoda, luego vuelvo a colocarme el pulóver blanco con gruesas rayas azules. Bajo las escaleras y prendo la televisión, en el canal de deportes, ese que siempre mira Manuel, para simular que estaba ahí.

Empiezo a recrear la escena, me mancho con su sangre como si intentara revivirlo, me lastimo las manos apoyándome en los vidrios rotos y mientras recreo con una sonrisa todo lo “sucedido”.

---

La policía llegó, también mis padres. Están llorando por mi muerte, nunca creí que lo hicieran, es sorprendente. Pero estoy shockeado, sigo sentado en el cordón de la vereda sin moverme, tapado con una frazada como si eso ayudara en algo. Pero tengo que fingir, de lo contrario, nadie me creerá. Aún no puedo creer que lo hice…
Mi madre me abraza todo el tiempo y llora junto con mi padre, los vecinos rodean la casa, mirando curiosos y sorprendidos. El cuerpo de Manuel… no, de Mariano, sigue en la habitación todavía, la policía sigue investigando. Nunca estuve tan nervioso en toda mi vida…

-¡Manuel! –siento que llaman y levanto la vista del piso. 

Adrián se acerca caminando con un rostro de preocupación enorme. Yo lo veo y comienzo a llorar, de verdad lo hice, lo hice por él ¿y si se da cuenta? Siento que me abraza con fuerza y comienzo a llorar más fuerte.

-Manu… Cuánto lo siento, no entiendo… no entiendo cómo pasó –siento que dice él y yo no digo nada, solo lloro en su hombro mientras él me abraza cada vez más fuerte-. Yo ayer… ¡Ayer hable con él y ni noté que iba a hacer esto!

-Me dejó… me dejó solo –digo yo, y él me acaricia la cabeza-. ¡Se fue, Adrián, se fue! ¡Me dejó solo! -Adrián continúa acariciándome la cabeza y me chita, siento sus labios pegarse a mi oído y siento un escalofrío por todo el cuerpo.

-No estás solo, amor. Yo siempre estaré contigo, no te dejaré nunca.

Me aparto de él un momento y lo observo a los ojos.

-¿Me lo juras? –él asiente y me borra las lágrimas del rostro.

-Por supuesto. Te lo juro.

Escondo mi rostro en su cuello y sonrío sin que nadie lo vea. Siento más manos en ese abrazo, seguramente de mis padres, siguen llorando. Todos están llorando. 

Nunca creí que llorarían por mí, nunca creí que vería mi propia muerte, porque quien murió es Mariano, y ahora sólo quedó Manuel. “El día de los muertos” se convirtió en su último día.

Al final el espejo que siempre nos separaba a los dos, se rompió. Yo rompí ese vil reflejo que nos distanciaba y ahora solo quedó uno. Intercambiamos de roles de nuevo, una última vez, y nadie siquiera lo notó.

 

Notas finales:

Ojalá les haya gustado y me dejen su opinión, para poder mejorar.

W.B.


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