Un encuentro desesperado-.
Una vez más siento tu cuerpo húmedo, caliente, espasmódico sobre el mío. Oprimes tu piel sedienta contra la mía, recorres mis contornos y mis horizontes, y el roce de ambos se confunde con tu voz eufórica. ¿Cuántas veces nos hemos encontrado así? Desesperados por la soledad de nuestra única compañía, alentados por una sexualidad demasiado temprana, carentes de vergüenza y cubiertos de rubor.
Es triste…sólo así nos veo cuando te recuerdo y pienso…Pienso en cómo nos vamos volviendo cada vez más en seres ajenos a sentimientos reales. Me ves de día, me sonríes, acaricias mi cabeza, y de noche, sin embargo, pronuncias mi nombre embriagado por el éxtasis, olvidando ese calor fraternal, mientras te niegas a sentir algo más que placer.
Lo necesitamos…ambos nos necesitamos.
En el fondo, es así. Qué más se puede decir, si cuando en estos momentos tus manos yacen con desesperación sobre mis cabellos y tu voz, trémula, inconstante, intenta pedirme más. Mis juegos alrededor de tu sexo no son suficientes, se vuelven insoportables. Te levantas un poco, sólo lo suficiente como para poder mirarme con ojos de súplica y tu boca, entreabierta y bañada por una mezcla de nuestras salivas, se mueve materializando una única palabra.
- Métetelo…
Imposible negarse.
Mi paladar se ve inundado por completo de esa textura que ya tan bien conozco, por lo que bajo más, llegando casi hasta su base, hasta que siento como la punta de tu extremidad toca el fondo de mi garganta. Viene una natural arcada, pero logro soportarlo y acaricio con mi lengua toda su extensión. Tal como querías…es lo único que últimamente has buscado de mí. Tus manos, aún sobre mi cabeza, tiemblan cuando intentan imponer un ritmo continuo. Me adelanto, empiezo a moverme a una velocidad extraordinaria, por lo que tu espalda se arquea involuntariamente.
Escucho tus gemidos enloquecidos, y mi corazón se acelera todavía más cuando, al igual que las veces anteriores, repites mi nombre sin cesar. No puedo hacer más que esperar a que a esa fracción, a esa única sílaba de mi nombre le sigan esas tan anheladas palabras que ya tantas veces he imaginado salir de entre tus labios, pero que en realidad no he oído jamás. Siempre es lo mismo. Me aclamas una y otra vez y yo, como un bruto enceguecido, sigo tus mandatos sin objeción, esperando, y tan solo esperando, el día en que esta unión se vuelva algo más que un instinto…una simple necesidad carnal.
A punto de llegar a tu límite, me separo, observo, tanteo entre las sombras y te descubro expectante, insaciable. Me acurruco a tu lado, pero sin perder un segundo más me hallo bajo la definida musculatura de tu torso, entre el vaivén de tu pecho y el mío, con nuestro alientos chocando entre sí, fundiéndose ambas respiraciones en un vaho intenso.
Absorbo una vez más la candidez de tus labios suaves y humectados por nuestros propios sabores, antes de sentir como mis piernas se alzan sobre tus caderas. Me observas con una lasciva sonrisa, bañado por la luna que atraviesa el cuarto desde el otro lado de la ventana. Aparto algunos mechones de mi frente húmeda y perlada en sudor, y con la angustia clavada en mi garganta, lo digo…
- Te quiero, hermano.
Me miras con los ojos completamente abiertos, ríes un poco para ti mismo y luego comienzas a embestirme salvajemente.