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Soledad por Necoco_love2

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Notas del fanfic:

Este fanfic está hecho para el concurso "Copo de Letras-2011" del grupo LETRAS: Hijos de Canaán. 

Lo inspiró una persona que casi puedo apostar que nunca lo leerá, pero no tengo problemas con eso. Muy por el contrario, ojalá no lo sepa nunca. 

La idea es diferente a lo que en un principio había pensado, pero me gustó, y si gano o pierdo, bueno, creo que es lo de menos xDD

También, quisiera agradecer a una persona que estuvo ahí para leer cada párrafo que iba escribiendo. Muchas gracias <3

Al principio dudaba, pero terminó por gustarme bastante.

Disclaimer: Los personajes de Naruto no me pertenecen, son obra del señor Masashi Kishimoto.

 

 

El sol se ocultaba lentamente, tiñendo casi imperceptiblemente el cielo grisáceo de un color rosa mezclado con tonalidades rojas y algunas naranjas. Hacía bastante frío, el suficiente como para que del cielo cayeran pequeños y blanquecinos copos de nieve que formaban ya una capa ligera de nieve en las superficies de la ciudad. Había muy pocas personas deambulando por las calles de la ciudad, aunque había bastantes grupos de gente esperando entrar a alguno de los múltiples teatros del West End de Londres.

Miró la entrada principal del teatro Apollo, en el que un número más reducido de personas que en el resto de los teatros estaba reunida esperando para entrar más tarde a la presentación que habría a partir de las 7 de la tarde. Una presentación a la cual, seguramente, su invitado no se presentaría.

Entró al teatro Apollo por una de las puertas de emergencia de la parte trasera del edificio, por la cual se había salido para fumarse un cigarrillo antes de que el evento diera inicio. No era un declarado adicto a la nicotina, pero el aroma a cigarro, admitía, le relajaba y lo alejaba de una realidad que muchas veces se complicaba y la cual no quería presenciar.

No obstante, como todas las ilusiones, terminaban por desvanecerse.

Se abrió paso entre las personas que se movían de un lado a otro detrás de un escenario, moviendo equipos de sonido y cargando instrumentos que impedían el paso. Frunció ligeramente el ceño y se adentró a uno de los camerinos a esperar que el tiempo pasara con prontitud. Pero la vida quería joderlo y llevarle la contraria.

Se fumó otro cigarrillo en su camerino, tranquilizándose en cada lenta calada que le daba al cigarrillo con el que jugueteaba entre sus manos en la soledad de su austero camerino, en el que predominaba únicamente un clavinova eléctrico conectado, una silla, un sillón, un perchero y una pequeña nevera. Apagó el cigarrillo en un cenicero que había en una pequeña mesita al centro de la estancia y se acercó al piano, acomodándose en el banquito que estaba al frente.

Se llevó una mano a su cabello, sacudiéndolo. No estaba estresado, ni mucho menos ansioso. Pero algo dentro de sí mismo no le dejaba existir en ese momento con la tranquilidad con la que le habría gustado. Algo que realmente detestaba tener dentro.

Acarició con sutileza las teclas del piano, con un amor con el que propiamente no tocaría nada más, ni mucho menos a nadie más. Por muy solitario que sonara ese pensamiento, su piano era el único que incluso en los peores momentos de su vida, cuando sus deseos de existir eran nulos, había estado ahí para apoyarle y demostrarle que aún tenía motivos para seguir en un mundo que, desgraciadamente, no lo quería.

Comptine d'Un Autre Été comenzó a sonar en la estancia, ahogando el silencio entre las notas melancólicas que sus blancos dedos tocaban al acariciar el clavinova pulcramente cuidado a pesar de los años. Gaara amaba su piano más que a nada, quizá incluso más que a la vida. A su lado, podía olvidarse de la realidad en la que vivía y la vacuidad de algunos de sus pensamientos se esfumaba para dar paso sólo a lo más parecido que conocería al nirvana.

Cerró los ojos con fuerza, concentrado, ausente, pendiente de cosas que quería que no le importaran. Preguntándose cómo y por qué, pero sin tener claras las respuestas. Desearía no haber amado toda esa atención que solía prestarle. Desearía que no le importara. Desearía no sentirse tan olvidado, tan traicionado y tan ridículo. Y lo que más desearía era que…

La puerta del camerino se abrió abruptamente y en seco dejó de tocar, irritado por haber sido interrumpido en un momento tan íntimo. Uno de los organizadores del evento le avisó que era hora de entrar en escena entre un par de disculpas, pero él lo ignoró olímpicamente y salió de ahí, arreglándose el traje negro que llevaba puesto para esa ocasión especial.

Gaara salió al escenario por uno de los costados de este y al instante sus oídos se inundaron de una ola de aplausos que iban expresamente dirigidos a él. Echó un fugaz vistazo a la primera fila de asientos del teatro y se percató, justo como había previsto, que no se había equivocado. Había un asiento vacío, justo en el centro de la primera fila.

Imbécil.

Corrió hacia tras el pequeño banquito negro que había frente al hermoso steinway que, situado en el centro del escenario, brillaba con todo el esplendor con que brilla un piano que está a punto de ser tocado por magníficas manos que lo tratarán con la delicadeza con la que uno puede tomar una rosa entre sus manos para embriagarse del dulce aroma que brota de sus pétalos.

Sabaku no Gaara era un pianista espeluznantemente encantador, que comenzaba tocando a Yann Tiersen con elegante soltura, para pasar por Chopan, tocando a Berlioz como si fuera cosa de niños, maravillándose con Beethoven e interpretando a Liszt con una brutalidad con la que a simple vista sus finas y delgadas manos no parecían tocar; todo, para finalizar de nueva cuenta con Yann Tiersen, uno de sus pianistas favoritos.

Tocar se había vuelto su único motivo en la vida desde los 5 años, cuando su familia entera lo había despreciado y se había jurado a sí mismo triunfar en la vida para irse de casa y vivir por su cuenta, enfrascado en su soledad, irguiendo una barrera intraspasable entre él y el resto del mundo. Así como solía creer que los escritores llenaban algún vacío en sus corazones al escribir lo que muchos querían y no podían vivir, él mismo sabía que tocar era como el elixir que le daba sentido a su vida, que llenaba un vacío dentro de él que carecía de todo el amor que durante muchísimos años le había faltado.

Su recital cerró con la misma canción que había estado tocando en su camerino, esa que, pese al paso de los años, seguía siendo su favorita. Se deshizo del traje tan pronto salió de escena y cambió los zapatos formales y la corbata por algo más casual, dispuesto a irse a casa mientras fuera, en la oscuridad reinante, la nieve y el frío le recordarían con amargura que la única persona que esperaba encontrar entre los espectadores, era la única a la que nunca le iba a importar.

La única que no tenía aplausos para él. La única que no era presa del encanto seductor que producía oírle tocar el piano con gracia. La única que prometía, que alimentaba sus falsas esperanzas, y que terminaba por destrozarlo, como lo que toda persona había hecho con él: estrujarlo entre sus manos hasta que de él no quedara más que un ser muerto en vida, sin ilusiones y ya sin esperanza.

Cuando salió del teatro Apollo, se fumó otro cigarrillo, maldiciendo el sentirse tan vulnerable en esas fechas como para dejarse amedrentar por algo tan nimio como la ausencia de Sai en uno de sus conciertos. No era el primero, ni sería el último, para cada desplante resultaba más doloroso que el anterior. Más detestable.

Tiró la colilla del cigarrillo en un cesto de basura con el que se topó al cruzar una calle, y repentinamente reparó en el ambiente que lo rodeaba. Bufó predeciblemente, y siguió andando, intentando alejar de sus oídos la infernal música de los villancicos navideños que no dejaban de escucharse en los establecimientos abiertos de la ciudad a esa hora de la noche.

Odiaba la navidad.

Gaara era más propenso a irritarse y a despertar sus instintos asesinos en época navideña, cuando la gente no hacía más que pulular por las calles con sonrisas idiotas en el rostro, gastando dinero y tiempo, victimizados por el consumismo de fechas decembrinas. Detestaba todo aquello, las luces, los villancicos desafinados, los malos disfraces de Santa, las múltiples sonrisas felices, los grupos de personas riendo contentos, el aire tan pesado que podía respirar.

Giró a la derecha y se adentró en Old Compton, una callejuela silenciosa en la que saltaba a la vista un edificio de departamentos de apenas 8 pisos. Entró al edificio y se quedó un rato en el lobby, secándose en la entrada los zapatos sucios de nieve. Estaba exhausto, de todo en general. Se acercó a las escaleras y cuando estaba a punto de subir el primer peldaño, sintió que alguien lo tomaba por la cintura, lo que lo llevó a reaccionar por instinto.

—Desgraciado Sai…

Sin embargo, el moreno lo había soltado rápidamente para esquivar el fuerte golpe. Gaara lo miró con rabia ante el desagrado que tenía de que lo tocaran de repente, cuando creía encontrarse solo. El recién aparecido lo miró con una expresión hastiada, como si la sola mención de ese nombre le produjera automáticamente un fuerte dolor en el estómago.

—No me ha hecho gracia—le dijo.

—A mí tampoco—le espetó Gaara, dedicándole una mirada asesina—. Sabes que odio que me sorprendas así. ¿Qué quieres?

El moreno lo miró divertido ante la expresión asesina del pelirrojo.

—En primera, que recuerdes que mi nombre es Itachi, y que no soy ese bastardo de Sai—recalcó, por lo que Gaara frunció más el ceño como si estuviera dispuesto a atacarlo de nuevo—, y en segunda, que mires arriba de ti.

Por inercia, el pelirrojo elevó su mirada hasta arriba, en el techo, donde sólo divisó algo verde antes de que su corazón se detuviera por completo y se convirtiera en presa de Itachi, de las manos que se aferraron a su cintura fría y cubierta de un poco de nieve, y de esos labios que emboscaron a los suyos cuando se tornó fallido su intento por evadirlos. Inútilmente se resistió, Itachi era mucho mayor que él, poseía una fuerza mayor y, aunándole a eso, lo conocía bastante bien. Resistirse era inútil, no tenía posibilidad alguna.

Porque Gaara entre sus brazos era como la arena mojada por las olas del océano, Itachi podía manejarla a su antojo, y hacer con ella lo que más le placiera.

Maldita la hora en la que había olvidado que alguno de sus vecinos había creído divertido colgar una ramita de muérdago justo al final de las escaleras.

De un empellón, apartó a Itachi de su cuerpo, quién decidido, lo había casi obligado a corresponderle el beso. Lo observó con rabia contenida, violentamente sonrojado por tal acto desconsiderado y frustrado de que fuera Itachi y no Sai quién estaba dispuesto a correr el riesgo de amar a un hombre tan desdichado y detestable como él.

—Piérdete, Itachi, no estoy de humor para ti—soltó, en medio de un bufido molesto.

Se giró para subir las escaleras, pero Itachi tomó una de sus manos y no se lo permitió. Le dedicó una mirada llena de reproche, como si se tratara de un hermano mayor haciéndole ver los errores que estaba cometiendo. ¡Cómo odiaba a Itachi!

—Fui a tu recital—repuso el mayor, acercándolo poco a poco a él.

—No te pedí que asistieras.

—Piensa lo que quieras—Itachi frunció el ceño—, pero yo no voy a ser como ese bastardo de Sai que te deja plantado cuando lo único que le pides es que vaya a verte tocar.

—    ¡No tienes ningún derecho de hablar de él!—Bramó el menor, colérico.

Itachi se dejó golpear por Gaara, pero lo permitió sólo una ocasión. El pelirrojo forcejeó para seguirle pegando, porque la idea de que el moreno hubiera acertado con sus palabras dolía. Le recordaba cuán impotente e insignificante era para alguien que significaba tanto para él. Aborrecía ser un libro abierto para ese hombre que entre forcejeos y ceños fruncidos, entre golpes a medias e insultos soltados al aire, logró apaciguarlo con un suave beso, delicado y amoroso, tan forzado como el primero bajo la rama de muérdago, pero no por ello menos vacío.

Su mente decía que no, que no era momento de dejarse llevar por el sentimentalismo deprimente y el recuerdo que pensar en fechas decembrinas le producía. No era momento de recordar que tan sólo se encontraba en el mundo ni cuánto sería capaz de dar por una pizca de amor, pero así como todas esas veces que había sucumbido al deseo innato de sentirse amado, terminó rindiéndose ante los magistrales encantos de Itachi.

—Mátame, Itachi—susurró, cuando Itachi había ocultado su rostro en la curvatura de su níveo cuello para embriagarse del aroma natural que emanaba del pelirrojo.

El moreno se negó rotundamente, y entre mimos y besos, ambos terminaron en el departamento del pelirrojo, concretamente en su habitación, esa que había sido cómplice de sus múltiples encuentros, en los que uno llenaba un vacío, y el otro satisfacía un deseo genuino de amar, un deseo que los conducía a ambos a tener una relación de amantes, lo más cercano que estarían de una relación sentimental.

Gaara era un mercenario del amor, un joven sentimentalmente abandonado que había escapado de casa a los 13 para huir de un núcleo familiar al que, desafortunadamente, no pertenecía. Su corazón vivía en la agonía de amar a un hombre desinteresado por la vida e indiferente a su existencia, tortura que apaleaba su herido corazón. Itachi lo  sabía porque lo había visto con sus propios ojos, pero no se enorgullecía ni le alegraba saberlo. Sin embargo, sentirse amado, acariciado por las expertas manos de Uchiha Itachi, sentirse poseído por un hombre que conocía cada recoveco de su cuerpo y de su alma le reconfortaba hasta tal punto de olvidar quién era, su tormentoso pasado y se austero presente en el que despertaba día a día.

Muy, muy en el fondo, aunque Gaara odiaba su exasperante insistencia, le tenía un verdadero afecto, se había encariñado con esas noches en las que sus brazos se volvían su prisión y sus labios la condena que cumplir.  Lo odiaba porque le tenía verdadero aprecio, lo aborrecía porque cuando se marchaba, dejándolo con los brazos abiertos, Itachi sabía instintivamente que el menor querría tenerlo de vuelta en la calidez de sus sábanas, entre sus brazos y sus pensamientos.

A su lado, el frío y crudo invierno era tan cálido como la primavera.

Por fortuna, cuando el moreno se escabulló de los pálidos y delgados brazos de Gaara, el menor dormía profundamente. Se removió en el lecho al no sentir el calor de su presencia, pero Itachi confió en que el menor tenía más sueño que ganas de abrazarlo, por lo que a mitad de la madrugada se dirigió a la sala de estar del departamento del de ojos aguamarina, miró las estanterías de libros con detenimiento, y un cúmulo de buenas ideas para animar a Gaara y apaciguar su odio a la navidad le llegaron de golpe, haciéndolo sonreír de medio lado.

Horas más tarde, casi al borde de la cama, Gaara despertó, suponiendo que la noche anterior había sido una de tantas en las que alimentaba al ego de Itachi al no poder resistirse a él—o a su necesidad de amor, aunque de cualquier manera resultaba intrascendente—. Salió de la cama y se vistió, apenas con un bóxer y la camisa de Itachi que, en el suelo, había sido lo primero que sus ojos habían captado. Se frotó los ojos, molesto por la tenue luz del sol que se colaba en su habitación por entre las cortinas. Salió del cuarto, cruzó un pasillo y llegó a la estancia, en la que notó, sin muchas complicaciones, que los libros de sus estanterías estaban apilados en el centro de la sala de forma que simulaban ser un árbol de navidad con regalos inclusive, adornado con unas luces de colores. La cocina despedía un olor agradable a comida, lo cual acentuó el apetito del chico. La cocina despedía un olor agradable a comida, lo cual acentuó el apetito del chico. 

— ¿Qué demonios…?

—No puedes vivir solo, la vida es demasiado difícil para poder soportarlo. Necesitas algo sagrado en lo cual creer para aferrarte y poder continuar. Yo puedo ser tu puente en aguas turbulentas, puedo ser tu apoyo cuando necesites un amigo… Pero dime, Gaara…Dime que me dejarás tomarte la mano.

Sus miradas se encontraron, expectantes. El Uchiha, desde el marco de la entrada a la cocina, enfocaba su atención en su persona, con los brazos cruzados. Las estupideces de Itachi siempre lo tomaban por sorpresa, pero tenía que admirarle la paciencia que le tenía y lo persistente que podía ser en ocasiones. Hizo un amago de sonrisa ligera, que no completó por la falta de experiencia sonriendo. Se encaminó a la cocina, hambriento, y lo ignoró, evadiendo con eso el verse obligado a responder.

No lo alentó, pero tampoco tuvo el valor de rechazarlo, porque pensó que la ilusión del amor podría bastar para ambos. Porque lo necesitaba, su necesidad de amor no podía permitirse el alejar abruptamente a alguien que le entregaba todo eso que durante años había ansiado.

Itachi lo siguió de cerca, dibujando en su rostro una expresión complacida.

Gaara no lo amaba.

Pero ya lo necesitaba.

Con un poco más de esmero, posiblemente su deseo para esa navidad no tardaría en concederse.

Porque no ansiaba otra cosa que compartir su propia soledad en compañía de Gaara, aquél chico único e inigualable como una flor en el desierto que florece a costa de que todo a su alrededor se esfuerza por impedirlo.

 

Notas finales:

Espero que les haya gustado. 

Dudas, quejas, opiniones, comentarios random, propuestas de matrimonio (ok, no xDDD), se aceptn reviews.

Besos & abrazos, Necoco. 


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