Antonio se había despertado feliz. Jugueteaba bajo las sábanas de su cama, arrástrandolas de un lado a otro con los pies. Sonreía.
Extendió los brazos desperandose y, sin perder la sonrisa, permitió que su boca se abriese para bostezar. El sol pasaba a través de las pesadas cortinas que ocultaban el ventanal de su cuarto, iluminándole la cara.
- Buenos días, señor.
Su más preciado sirviente, Rodrigo, acababa de cruzar las puertas de la ostentosa sala. Con ambas manos, apartó las cortinas y dejó que el sol penetrase por completo.
- Buenos días, Rodrigo - se restregaba los ojos perezosamente.
- Ha llegado una nueva carta para usted - le tendió un sobre blanco, con el sello del capitán general de sus tropas – la flota de Arthur Kirkland ha atacado de nuevo.
- Como te gusta estropearme los buenos días, Rodrigo.
Con una cara mucho más seria, se sentó sobre a almohada, sin destaparse bajo la cintura, y se dispuso a leer la carta que le había sido entregada. Frunció el entrecejo.
- Ha llegado la hora de declarar la guerra de un modo formal.
- Señor, no se precipite, por favor.
- Tengo los apoyos y los permisos necesarios para comenzar esta guerra.
Lanzó la carta lejos de su lecho y se acurrucó entre las mantas.
- Pero después, déjame dormir cinco minutos más.
- Sí, señor.
Se retiró del dormitorio cerrando la puerta tras de sí.
Antonio se revolvió, incómodo. No se encontraba seguro con la decisión que estaba a punto de tomar. Debía escribir una declaración formal, enviársela a Arthur y preparar sus tropas y su flota. Le daba una pereza indescriptible.
Con desdén, suspiró. Se quitó las mantas de encima y se quedó unos cuantos minutos mirando al techo, enmarcado por el dorsel de su cama.
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- Señor, me alegra informarle de que el ataque ha sido todo un éxito.
- Maravilloso, Chester – parecía despreocupado, oteando el horizonte a través de la pequeña ventana de su camarote.
- ¿No le alegra?
- Claro que sí, Chester – le miró fijamente a los ojos – Pero, compréndeme, era de esperarse. Antonio no estaba preparado para mi ataque. Hasta que esto no se ponga más serio, no será divertido.
- Comprendo, señor.
- ¿Hay noticias de Alfred?
- No, señor.
- Bien, gracias Chester – con un gesto de la mano le despidió – Si recibes noticias de él, infórmame, por favor.
- Sí, señor.
Con un sonido de madera húmeda, Chester salió del camarote de su señor.
Arthur se quedó unos instantes pensativos. Tenía que vencer a Antonio para imponer la supremacía de su flota y su poder sobre el de él. Sabía que era una campaña difícil, casi imposible.
Además, le preocupaba Alfred. Hacía un tiempo que no podía pasar a verle y jugar un poco con él. Era un niño feliz, pero sentía como si lo abandonase al no visitarle periódicamente. El pequeño ni siquiera se había interesado lo suficiente como para mandarle una carta o algo de información sobre su estado.
Apartando con la mano los objetos que reposaban sobre su escritorio, se sentó sobre este. La piratería estaba resultando ser no tan fructífera como la conquista de Antonio.
Suspiró, cansado. Ahora sólo tenía que esperar a recibir una carta de declaración formal de guerra. Antonio era un hombre orgulloso. Defendería su hogar. No era la primera vez que le atacaba.
Alguien llamó a la puerta.
- Adelante.
- Señor, soy yo de nuevo – Chester caminaba con un sobre entre las manos.
- Dime, Chester.
- Ha llegado una carta para usted señor – se la tendió con sumisión – el sello es español.
- Perfecto – con una sonrisa dibujada en los labios la abrió y contempló, satisfecho, la declaración de guerra que tanto había buscado – Estamos, oficialmente, en guerra con Antonio.
- No veo el motivo que le lleva a alegrarse, señor.
- Si le venzo, me convertiré en el hombre más poderoso del momento.
- Sigo sin encontrarle entusiasmo a la noticia, discúlpeme.
Con una inclinación, se retiró sin despedirse. Muy impropio de su mayordomo. Parecía disgustado o algo así. Debía alegrarse de que su señor estuviese satisfecho con la pequeña victoria que había logrado.
- Voy a por ti, Antonio – se dijo, mirando por la ventana – Y tomaré todo lo que me apetezca.