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El fin justifica los medios por Necoco_love2

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Notas del capitulo:

Bueno, he aquí el segundo capítulo. Habría querido tenerlo listo antes de año nuevo, pero no pude. De cualquier manera creo que no tardé mucho en actualizar, así que querida Diana, aquí tienes tu segundo capítulo xDD

Feliz año nuevo atrasado. Ojalá que sus deseos, propósitos o lo que sea se cumplan, pero tomen en cuenta que con desearlo no basta, de ustedes depende que esos sueños y aspiraciones se hagan realidad.

En fin. Más tarde responderé reviews, así que no se preocupen (?) xDD Ustedes lean y disfruten el capítulo :3

Disclaimer: Los personajes de Naruto no me pertenecen, son obra del Señor Masashi Kishimoto.

Era un día nublado, frío y melancólico, justo como lo había sido hacía 4 años que se sentían como una eternidad que había transcurrido en tan sólo unos instantes. El aroma a imperceptible nostalgia inundó sus fosas nasales, obstaculizando el olor a libros viejos que se podía respirar con facilidad en aquella librería de segunda mano que se escondía en la calle Glasshouse, enfrente de una cafetería encantadora que por lo general era frecuentada por jóvenes artistas y adultos en busca de un poco de tranquilidad.

Le gustaba ese lugar, lleno de libros viejos y usados que tenían historias diferentes que contar, tanto de sus anteriores dueños tanto como lo que narraban las palabras impresas en cada uno de ellos. Los libros nuevos eran para él como el juguete más preciado que un niño quiere recibir para navidad, pero los libros viejos, esos que ya no eran posibles de encontrar más que en la biblioteca y las librerías de segunda, representaban en su vida como un tesoro escondido en el fondo del océano que estaba dispuesto a encontrar.

Tomó un libro y lo llevó hasta el mostrador, donde un señor mayor le sonrió afablemente y le cobró, haciéndole un descuento especial por ser un cliente frecuente. Él le dedicó un gesto agradecido y tras dar las gracias, se marchó de ahí, caminando a paso lento al atardecer, rodeado de la compañía ciega y presurosa de los transeúntes que iban y venían por las calles, continuando con sus vidas.

Miraba fugazmente a las personas, en busca de algo que ciertamente, si se lo cuestionaba alguien ajeno a su persona, no sabría responderle con facilidad. Buscaba emociones, sentimientos, atisbos de historias que necesitaban ser contadas de una forma poéticamente magistral por sus lechosas manos, esas que con sutileza acariciaban el teclado negro y plano de su laptop  y que al mismo tiempo eran capaces de romper corazones de forma brutal acompañados de un antiguo amati que era lo único de su vida que podía relacionar con su familia.

Entre sus cavilaciones, recorrió lentamente con sus ojos aguamarina los alrededores del punto en el que se encontraba, ubicando de memoria sitios que durante los 4 años que llevaba residiendo ahí habían sido parte de su día a día. Se encontró frente a la, en el mundo de la vida galante, “chacinería” de Picadilly circus, mejor conocida como el Dilly.

Inesperadamente, una cabellera blanca se giró hacia él y el poseedor de esta le sonrió con lo que parecías unos dientes aserrados. Él le devolvió el aparente saludo entrecerrando los ojos, una mueca de disgusto y un poco de indiferencia hacia el sujeto que le había reconocido.

Gaara lo conocía. Si tenía que ser sincero consigo mismo, conocía el Dilly perfectamente. Se sabía de memoria las miradas que varios chicos en la chacinería parecían dirigir a los hombres que cruzaban miradas con ellos, conocía cada rincón de las calles aledañas y cuando había que correr a esconderse.  Conocía la vida de los chicos de alquiler por experiencia propia, ni más ni menos.

El chico le seguía sonriendo, portando invisiblemente un letrero que rezaba «En venta, pero para ti, soy gratis» que era perfectamente entendible en sus peculiares ojos de color violeta. Gaara declinó a tan perturbadora oferta con una mirada asesina, preguntándose cómo es que Suigetsu—sí, sorpresivamente lo conocía—podía insinuársele de forma tan descarada como el primer día que había pisado el Dilly, un sitio que se convirtió en su hogar durante muchísimo tiempo.

Gaara había vivido en Mánchester hasta los 15 años, cuando decidido había huido de casa harto de vivir en el núcleo de una familia que lo odiaba por ser la causa de muerte que había matado a su madre, esa mujer que le había dado una vida que había estado repudiando interminables años en los que se veía orillado a subsistir en soledad, esa que lo había acurrucado con su manto cálido para brindarle la protección y seguridad que no obtenía del resto del mundo.

Había llegado a Londres con sólo el cambio de ropa que llevaba puesto en aquél entonces, el estuche de su violín junto con el amati perteneciente a su difunta madre y un par de libras que había estado ahorrando desde hacía tiempo, el suficiente para subsistir durante apenas tres días, si no es que menos, en una ciudad tan poblada en la que las personas veían por su propio bien y no por el de algún adolescente en busca de algo que no había obtenido en casa:

Amor.

Años atrás, había crecido a base de mentiras e ilusiones, de miedo y odio en compañía de su soledad, despreciado por un padre estricto e ignorado por un par de hermanos qué, temerosos y engañados, lo culpaban de haberse quedado sin madre. Para un chiquillo cuya única meta a sus escasos 5 años era ser reconocido por su familia, el golpe emocional causado por tan insensible trato le marcó la existencia, haciéndolo conocedor de una verdad que posiblemente le condenaría por el resto de sus vidas: que Gaara era el monstruo que sólo se amaba a sí mismo para compensar el hecho de que nunca conocería el amor verdadero.

A raíz de eso, a los 13, se había hecho un tatuaje en la frente, cuando la poca esperanza que tenía había sido mancillada, dando paso con ello a la inhumanidad de Gaara para que se apoderara por completo de su persona. Años más tarde, entre amenazas y discusiones, decidió que no tenía por qué permanecer con una familia que lo aborrecía al punto de ignorar su existencia. Tomó el ferrocarril en la estación de Manchester con todo el dinero que pudo ahorrar y dejó todo atrás salvo ese violín que había pertenecido a su madre, lo único que había tenido durante esas noches de insomnio para hacerle compañía.

Llegó a Londres una tarde nublada de septiembre, se perdió por horas entre sus calles, admirando las plazas mientras se embriagaba de una pacífica soledad que se sentía como un pedacito de cielo entre su vida de infierno. Un infierno que ahora parecía lejano, pero que Suigetsu le recordaba con esa mirada insinuante que no le quitaba de encima, haciendo caso omiso de los chicos que lo rondaban, ansiando hacerse con él por un rato a cambio de una módica cantidad de dinero. Rodó los ojos y decidió irse. Su estadía en la chacinería resultaba extraña ahora que ya no pertenecía a ese mundo que en su momento, lo había acogido con gusto.

Siguió su camino, a pesar del llamado de Suigetsu, que ignoró porque así era mucho mejor.

Aquella misma noche de su llegada a Londres conoció el Dilly en todo su esplendor, donde los chicos se alquilan y las fantasías fuera de lo común se vuelven realidad. Había sido como una elección natural, el destino guiándolo. Permaneció ahí hasta que Suigetsu, curioso, se le acercó pensando que era retrasado y no sabía como atraer clientela; pero Gaara tenía en su haber un expediente mental de experiencias vividas en Mánchester junto a un aspirante a pintor extraño a quién, por una cuestión u otra, no alejaba de su mundo como al resto de seres vivos. Si se mantenía al margen era únicamente para tantear el nuevo terreno.

Aquél día pasaron a ser amantes por una noche, acto que eventualmente no tardaría en repetirse. No es que a Gaara le gustara todo aquello del sexo con extraños a cambio de dinero, pero internamente tenía una necesidad que cubrir, un vacío en su persona que desesperadamente se urgía en llenar con amor, un amor que manos extrañas le profesaban tan sólo por unos minutos, los que durara el buen polvo que él ofrecía a cambio de dinero y de palabras vacías y cursis que lo hacían sentir, al final del día, mucho más miserable que antes.

Vivió durante un par de meses así, siendo compañero de cuarto de Suigetsu en un pequeño departamento que rentaban, tocando el violín por las mañanas, estudiando en la biblioteca por las tardes, y vendiendo su cuerpo por las noches a cambio de caricias que compensaran la falta de cariño que sentía.

Cuando miraba en retrospectiva, no se sentía realmente orgulloso de haber tenido que recurrir a eso, pero Suigetsu, el único amigo que tenía, le decía que el fin justificaba los medios. Pero… ¿Encontrar amor finalmente en uno de sus clientes justificaba el hecho de haberse prostituido para conseguirlo, aún si no lo había hecho aposta?

Mientras caminaba, cerró los ojos. El atardecer ya había acontecido y ahora que era de noche se dirigía a su departamento, aunque propiamente no podía decir que el piso le pertenecía. Era de  Itachi, pero la relación entre él y ese hombre le permitía la confianza de poder considerarlo como suyo.

Pensó en Itachi y la idea de dirigirse a su departamento le avergonzó ligeramente, porque conocía de sobra la postura de Suigetsu al respecto. Ya no lo veía con tanta frecuencia desde que estudiaba la universidad, pero el chico de ojos violetas gustaba de visitarlo cuando Itachi no estaba en casa con la esperanza de convencer al pelirrojo de recordar viejos tiempos. Viejos tiempos entre sus brazos. Aunque Gaara siempre se negaba.

A Suigetsu no le gustaba el hecho, pero le gustara o no, tenía que aceptar que el pelirrojo, entre los brazos del moreno, estaba mucho mejor. Lo había conocido una de esas noches trabajando, casi por mera casualidad. Suigetsu lo había mirado con cierto rencor, pero trabajo era trabajo. No obstante, Gaara aquella noche no volvió, pese a las llamadas que le hizo para localizarlo.

Aquél pequeño suceso marcó un antes y un después, Gaara lo sabría tiempo después, cuando Itachi había dejado de ser un cliente habitual para convertirse en algo más que eso, más profundo y trascendente, con más importancia y privilegios.

Porque Gaara había aprendido a amar algo más que a sí mismo.

Había aprendido a amar a otro ser vivo.

A amar al hombre que ahora, presentía, estaba viéndose amenazado.

Por alguna extraña razón, al subir las escaleras hasta el piso de Itachi, se había topado con la espalda de un sujeto al cual no podía mirarle el rostro. Se imaginó inmediatamente que la situación no debía ser favorable, Itachi permanecía quieto frente a la entrada de su departamento y el otro sujeto sostenía algo entre sus manos. Había visto personas así antes, algunos de los hombres que pagaban por sexo se dedicaban a actos ilícitos o no estaban del todo cuerdos, pero no estaba seguro de su posición en aquella situación, así que permaneció quieto a tres escalones debajo del sujeto, esperando indicaciones.

Itachi lo miró directamente a los ojos, como si estuviera molesto de verlo ahí. Gaara no pudo más que ignorar su mirada, imaginándose que a lo mejor había interrumpido asuntos pendientes que urgían por resolverse. Mas resultaba ridículo que Itachi ahora estuviera molesto, cuando no había nada que al de ojos aguamarina no le permitiera observar.

—Vete de aquí—le ordenó Itachi, ignorando al sujeto azabache y dirigiéndose expresamente a él.

Gaara se negó.

—Comprende de una buena vez que no me voy a ir—espetó el sujeto, creyendo que le hablaban a él—. Deberías tener miedo.

Itachi sonrió burlonamente, como aquellas veces en que lo había visto sonreír en un juzgado ante alguna estupidez pronunciada por un abogado contrario en alguno de los casos en los que estuviera trabajando. El de ojos ónice ya no lo estaba mirando a él, considerando la posibilidad de que Gaara permaneciera ahí y le resultara de ayuda. Se dirigió entonces al muchacho que permanecía inmóvil, desplegando un aura de rabia desesperada.

—Mátame si te atreves.

Fue cuando comprendió, finalmente, que el sujeto de cabello oscuro que gritaba como si estuviera loco, no era otro más que Uchiha Sasuke, el hermano menor de Itachi. La razón por la cual no lo había reconocido desde el principio era porque nunca había tenido contacto con él más que meramente verbal, y todo de boca de Itachi. Gaara frunció el ceño, más molesto que orgulloso por su descubrimiento. La noticia, si era franco, no le sorprendía, los rumores que le habían llegado no los había desacreditado, pero no había contado con que Sasuke fuera tan imprudente para hacerlo así, sin más, al más mínimo impulso.

—Te odio—le soltó Sasuke, temblando ligeramente—. Te odio con toda mi jodida alma.

—Lo sé—respondió Itachi—. Es fácil de leer eso en tu mirada.

Gaara torció el gesto molesto por uno indescifrable.

—No hables de lo que no sabes—soltó el menor.

Los segundos resultaban eternos. Sasuke estaba siendo demasiado indeciso en el momento y él no se sentía capaz de soportar más tiempo en la situación en la que se hallaba, queriendo derribar a Sasuke para darle una buena paliza por alzarse ante su hermano y creer que estaba en el derecho de apuntarle con una pistola. Sasuke era un imbécil que poco sabía de su hermano, y Gaara ardía en llamas de cólera porque mientras el menor de los Uchiha era un demente que se victimizaba a sí mismo, Itachi no había vivido en el cielo rodeado de ángeles alabándolo ni nada por el estilo.

Pero lo que más le jodía era saber que por muchos deseos que tuviera a asesinar a Sasuke ahí mismo, no lo haría.

No lo haría porque Itachi nunca se lo perdonaría.

— ¿Por qué?—preguntó Itachi, y Gaara lo quiso saber también.

Su intención no era justificar a Sasuke, pero el pelirrojo, mejor que nadie, sabía lo que era sucumbir a los instintos asesinos que nacen a raíz de una vida miserable, siendo perseguido por fantasmas que estarán ahí para destruir toda esperanza que alberga un corazón. Gaara no era quién para juzgar a Sasuke, pero sabía con seguridad que si se encontraba abandonado en la oscuridad, era porque el mismo Sasuke no había hecho absolutamente nada para salir de ahí.

Entonces sintió lástima por él, porque su camino ya no tenía retorno.

—No te intere…

—Sasuke—le habló Itachi, con un tono más afectivo que antes—, baja esa arma. ¿Qué vas a ganar matándome? Si me explicaras por qué vienes de repente así, podríamos resolverlo.

No va a decírtelo, Itachi, pensó Gaara. Conocía por cuenta propia el odio que carcomía a Sasuke para intentar hacer algo así, pero unas simples palabras no iban a conseguir hacerlo recapacitar. Cerró los ojos pensando en lo que ocurriría a continuación, ¿Sasuke se atrevería finalmente a dispararle o saldría huyendo, viéndose incapaz de cometer el mayor crimen de su corta vida?

—Ya no hay nada que puedas hacer—refutó Sasuke—. El daño ya está hecho, Itachi.

—Joder, Sasuke, sea lo que haya sido, no deberías…

Pero Sasuke lo interrumpió, quitando el seguro a su arma. El corazón de Gaara latía en una irrefrenable vorágine llena de intriga, de miedo y dolor. No se encontraba paralizado por el miedo, pero sí por Itachi. Le hacían falta las palabras para poder expresar lo mucho que ese hombre a simple vista tan sencillo significaba en su vida, lo mucho que le había ayudado y tantas lecciones de vida que a su lado había comprendido. Verlo en esa situación sin hacer nada le sentaba endemoniadamente mal, pero Uchiha Itachi era un hombre de decisiones férreas a las que se aferraba y él no se sentía capaz de ir en contra de su voluntad en aquél momento de tensa intimidad entre hermanos antes de que Itachi se lo permitiera.

¿Por qué era tan estúpidamente difícil?

¿Por qué para él era tan estúpidamente salvar lo poco que tenía?

Itachi miró con lástima a Sasuke, pero por unos nanosegundos lo miró a él también pasando de su hermano, diciendo infinidad de cosas que no podía expresar en voz alta con tan sólo una mirada. Y Gaara lo odió, a él, a Sasuke, y a sí mismo, porque quería a tal punto a Itachi, era tan mercenario de su amor, que iba a ayudarlo a cumplir todos sus deseos, aún si uno de ellos representaba perderlo físicamente para siempre.

El silenciador del arma de Sasuke hizo un pequeño chasquido, y los segundos en los que la bala alcanzó a Itachi le permitieron observar como el mayor articulaba con los labios las palabras mágicas que por mucho tiempo se habían convertido en el hechizo que lo mantenía esclavizándose ante Itachi, obedeciendo a sus órdenes y complaciéndolo a cambio de su amor incondicional, como todo mercenario sin patria, sin sentimientos y que no se toca el corazón con tal de complacer al dueño de sus días y al amo de todas sus noches.

Gaara sacó con agilidad una Swiss Mini Gun y disparó sin tentarse el corazón a la rodilla derecha de Sasuke, lo que le hizo perder el equilibrio mientras Itachi se desplomaba en el suelo, herido. Sasuke soltó su arma y se dejó caer al suelo, mientras por su rodilla lastimada comenzaba a emanar una buena cantidad de sangre. Gaara terminó por subir las escaleras, hizo a un lado el arma de Sasuke de una patada para que no pudiera volver a tomarla y se acercó a Itachi a paso calmado, contrario a como se sentía internamente.

— ¿Q-qué haces tú aquí?—espetó Sasuke fríamente, odiándolo por haber aparecido en aquél momento.

Hizo un amago de levantarse, pero Gaara aún tenía un arma entre sus manos y le estaba apuntando.

—No te muevas o te disparo en la otra rodilla—le ordenó imperioso.

Sasuke se presionó la rodilla, casi complacido. Gaara rezumaba nerviosismo y pánico, pero intentaba mantener la calma, perderla podría significar un fin alternado al que se esperaba. Sacó su celular y marcó el número de emergencias, mientras la sangre de Itachi manchaba sus pueriles manos de violinista.

— ¡Itachi, no cierres los ojos, con un demonio!—gritó, tratando de contener todo sentimiento de odio irrisorio en contra de Sasuke. Si no lo había matado a balazos era únicamente por todo el amor que le profesaba a Itachi.

Su respiración se agitó, no podría seguir conteniendo la hemorragia de Itachi por mucho tiempo. Sasuke perdía la conciencia metros más allá y por un momento pensó que haber utilizado el silenciador de su arma había sido una desventaja, el sonido habría atraído a algunos vecinos que quizá le hubieran podido ayudar. Pero al final resolvió con apremio que los vecinos no iban más que a complicar un asunto privado que no les concernía.

—G-gaara, escúchame…—pronunció Itachi.

El pelirrojo, aterrorizado, lo miró con los ojos aguamarina expresando su sentir, su desdichado sentir. Itachi le sonrió ligeramente, haciendo un esfuerzo sobrehumano por alzar uno de sus brazos y tomar entre su mano el rostro de Gaara, ese arisco muchacho que había significado más en su vida de lo que podía demostrar. Gaara pronunció un lastimero «no te mueras», como si volviera a ser ese niño desprotegido que lloraba la sensación de soledad con la que tenía que vivir día con día.

Se permitió derramar un par de lágrimas que fueron más fuertes que él y terminaron corriendo por sus mejillas, austeras y solitarias. Su corazón se sentía atacado por mil agujas mortíferas y venenosas que le herían cada vez más a cada segundo que pasaba. El azabache alzó lo suficiente el rostro para alcanzar a Gaara y lo besó suavemente, con la desesperación de quién presiente que será la última vez y quiere aprovechar los últimos instantes que le quedan.

Emergencias, ¿Cuál es su emergencia? ¿Hola? ¿Cuál es su emergencia? ­—Gaara no contestó— ¿Hay alguien ahí? ¿Hola?  

 

Notas finales:

Dudas, quejas, preguntas, comentarios random, propuestas de matrimonio (aunque no me lo crean sí me han hecho xDDD), opiniones, y todo eso, ya saben, dejen un review. Nada les cuesta hacer a esta autora inmensamente feliz xDD

Sobre la historia, no diré mucho, pero espero que les guste el rumbo que tiene. A lo mejor está un poco raro lo que escribo, pero… ¡bah! xD

Besos & abrazos, Necoco.


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