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Tango en el Parque Forestal por Chat Noir

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Notas del capitulo:

Bueno, es un cuentito que quise escribir y publicar, inspirada, como ya dije en la descripción, en una canción de Carlos Gardel.

Espero que les guste y, pronto subiré el último capitulo de ¡Mátate!, denme tiempo, la depresión pre-año nuevo me inclina hacia otras cosas.

 

Estaban sentados en una de las bancas en el Parque Forestal, él con la cabeza en su regazo, el otro con un libro entre sus manos. Inmersos en esa soledad pacifica de una tarde de principios de febrero, época cuando el calor se estanca fervoroso en la ciudad, sin ánimo de clemencia. El sol se colaba a través de las hojas, formando pequeños destellos de luz anaranjada que toqueteaban la piel de manera coqueta; era molesto. Su romance estaba por llegar a un final esperado por el aburrimiento, y desolados, en ese oasis verdoso, afrontaban el silencio incómodo, el cual solía ser quebrantado por uno que otro auto o autobús que pasaba por ahí, o por las conversaciones triviales y escuálidas que se asomaban como parásitos indeseados; o así pensaba aquel que se hallaba recostado.

Miraba sus zapatos de vez en cuando, estaban apoyados en el respaldo de la banqueta dirigiéndolos hacia el cielo, las nubes tenían una forma y consistencia sin igual, pues el cielo estaba enrojecido hasta el punto de parecer incandescente, lo que provocaba que se delinearan de dorado los cúmulos algodonosos; cada ciertos instantes, entrecerraba los ojos e imaginaba que estaba caminando en el aire y que las gigantescas masas eran solo una bella pintura rococó. Suspiró atontado, por la intensa soledad que solía sentir, mientras perdido observaba la inmensidad de un cielo que de a poco se amorataba. Al percatarse de la hora, el otro cerró su libro y, a un lado lo dejó, arreglándose, casi como un reflejo involuntario, sus lentes, para contemplar aquella mirada extraviada. Su corazón se contrajo, tragó duro y miró hacia el museo, tan grande y esplendoroso como los días gloriosos de antaño le permitían recordar.

-Nuestro último adiós parece la escena de una película francesa – comparó sosteniendo en sus cuerda vocales algo parecido a la despreocupación.

-Un cliché apropiado y doloroso – respondió con la mirada aún en la altura – falta que te imagines el arco del triunfo, los Campos Elíseos y un bandoneón al fondo, que yo te ruegue que no te vayas y los raccontos en tono sepia – bromeó pesado, el reclamo del otro solo fue un gruñido infecundo, ya que no alcanzó, en sus labios, a construir un reproche sagaz.

-Es por esto que te dejo – aseveró dolido.

-Es por eso que no te detengo – respondió fríamente, sus ojos café se volvieron a perder, pero está vez en el camino de tierra en el que sucedían, casi infinitamente, un árbol tras otro. Pronto, despareció el encanto de la contemplación muda y con un movimiento rápido, que incluyó la rotación de su cintura, se puso de pie frente al muchacho de anteojos; - nunca escapamos a Andorra – desvió la mirada hacia el museo, y ese comentario hizo que en su espíritu doliera algo más que el orgullo.

-Ya no somos unos niños, Daniel –

-Amarse no es un capricho infantil – le miró detenidamente, con algo de decepción reflejada, quería irse pronto y solo atinó a sentarse en la fría banca. – Nos prometimos estar juntos, ¡Me prometiste que nunca me ibas a dejar! –

-Tenía 20 años y me sentía solo, desamparado – excusó.

-Y ahora que has concretado tu existencia, ¿me desechas? ¿Acaso yo no estaba inmerso  en una desgracia similar a una obra shakesperiana? ¡La vida para ti adquiere sentido a costa mía! – se agarró la cabeza con sus manos, apoyando toda la extensión abarcada en famélicas rodillas – además, solo han pasado 3 años desde entonces –

-¿Por qué te haces el ofendido? ¡Tienes más de 30 años, madura de una vez! ¿Qué querías de mí?... Tu desolación me ahogaba, me ahoga  – la melodiosa voz se quebró ante aquella confesión. Quería un abrazo arrullador y consolador empero, ya no era un niño.

-La tuya también me hace daño. Lo único que quise era que me quisieras ¿Acaso es mucho pedir? Algo de tranquilidad, que estuviéramos en la casa, acostados en el sofá leyendo, o pasear de la mano despreocupados. Hacer las locuras que solíamos hacer, que me quitaras el dolor con una sonrisa; quería ver en tus ojos que me amabas ¿Eso es demasiado, estoy cometiendo un pecado por anhelar amor? Son cosas simples, ¡tremendamente simples!- eran miradas severas, culposas. Jamás tuvieron en mente una relación extravagante o de teleserie,  tampoco un amorío artificial, solo sexo o revivir alguna historia de ficción, no, eso no era para ellos. Estaban resignados a la vida, soñando que algún día todo estaría bien, soñando con algún día morir juntos; no se vive de sueños, no se vive así la realidad. Sin quererlo, lo siniestro, el dolor y la angustia se transformaron en la piedra angular de su noviazgo.

-La vida es un tango de Gardel –

-Jamás podrás cambiar eso. Ándate, ya da lo mismo – masajeó con fuerza su rostro, mostrándose perturbado por los acontecimientos que ocurrirían en los próximos días. Aquel de lentes se puso de pie y acercó el libro al muchacho, el apellido palpitaba como testimonio del fin: Bécquer. Arqueó sus cejas, preocupado y con las palabras a medio camino, con la angustia grabada con sutileza en su rostro, pero calló, como si fuese un sagrado sacrificio. Aprovechó cada segundo para fotografiar en su mente la imagen del hombre que amaba, que  su corazón se rehusaba a olvidar; una relación atroz, y sin embargo, fue feliz, demoledoramente feliz. El momento acabó y sus pasos comenzaron a dirigirse a un lugar sin retorno – Felicidades por la beca en Argentina – era su manera de despedirse,  trivialidad devastadora y fuera de lugar, apretó los ojos para no llorar y continuar con su camino. Era un maldito, siempre lo había sido.

Él sabía por qué lo dejaba, se amaban tanto que no podía tenerse. Se necesitaban tanto, que no podían estar juntos. Una relación horrorosa y trágica. Sacó de su bolsillo su billetera, cuerina negra que brillaban con la luz de la tarde, ahí dentro un pasaje de avión ¿Acaso iría buscarlo a Buenos Aires para continuar con la tragedia? Sólo de ida, con fecha para esa angustiosa hora de madrugada en la ya no sabes si la noche continua o el día se manifiesta tímido en los cielos.

-Andorra – murmuró – ahí no hay tangos – miró la menuda silueta del hombre que amaba, en su espalda se reflejaba la esencia de la tarde borgoña, pronto ya ni siquiera habría un cuerpo lejano qué contemplar; memorizó su silueta caminante, la imagen del museo en el fondo y, el poderoso fulgor de la tarde rojiza que traía poderosas sombras que violaban perversas la luz que iba quedando, convirtiendo la escena en una pintura barroca de fantasía idílica, mítica; y él mismo también emprendió marcha.

En el camino a su departamento, pasó sin quererlo por un café y el olor de los granos tostados le hizo detenerse un momento. Un local sencillo, para la gente de siempre y los extraños perdidos, que con un recuerdo entristecido, podían aplacar la pena con ese aroma tan particular. La música que adentro sonaba, a penas si se escuchaba, sin embargo el sonido voló maldadoso hacia él, e irónicamente, era un tango de Gardel lo que se escuchaban al interior, lo que provocó que él siguiera raudamente su camino. Parte de esa triste canción se quedó en su cabeza, lo que hizo que rompiera, irremediablemente, en llanto asolador.

-Sabía que en el mundo no cabía toda mi humilde alegría de mi pobre corazón. Ahora, cuesta abajo en mi rodada las ilusiones pasadas, no me las puedo arrancar. Sueño con el pasado que añoro, el tiempo viejo que lloro y que nunca volver

Notas finales:

Cortito, sí lo sé, pero no tengo la capacidad intelectual de escribir 4.000 palabras, eso lo dejo para mis ensayos de la Universidad xD sorry ;__;

Opiniones, críticas o reproches?


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