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Entre rejas por Sanae Prime

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A la mañana siguiente, los reclusos fueron despertados a las seis y media por la bocina que sonaba a través de los altavoces de todo el edificio. A Roxas le costó salir de la cama, pero acabó haciéndolo después de la advertencia de Axel de que debía ser puntual si quería tener alguna posibilidad de no acabar convertido en el saco de boxeo de nadie.
Los dos se vistieron rápidamente y salieron de la celda cuando la puerta se abrió para que fueran a desayunar, sobre las siete menos diez. Ahora que podía verle de pie, Roxas se fijó en que Axel le sacaba más de una cabeza de altura, sin contar sus pelos. El pelirrojo era alto y muy delgado, aunque por el apretón de manos de la noche anterior Roxas se atrevería a aventurar que era también bastante fuerte. Caminaba con ligereza, sus pasos eran seguros e incluso tenía cierta elegancia. Viniendo de un condenado a muerte, aquello no dejaba de ser sorprendente para Roxas.
Durante los primeros días, Axel enseñó a Roxas muchas cosas sobre la prisión de las que Yen-Li no había hablado. Por ejemplo, dónde estaban los presos con cargos menos graves, por dónde se iba a la sala de visitas y a la enfermería, qué actitud había que mostrar ante los guardias y ante otros reclusos, con qué reos se podía hablar y con cuáles era mejor ni cruzarse... También le presentó a Demyx, un antiguo compañero de la banda armada a la que había pertenecido cuyo abogado estaba trabajando con el de Axel para sacarlos a ambos de la cárcel. A Roxas le cayó bien Demyx casi desde el primer momento: era un joven unos dos años menor que Axel, de alegres y rasgados ojos azul-verdosos y pelo rubio oscuro rapado al 1, salvo por la parte superior de la cabeza, que era un poco más largo y estaba engominado hasta decir basta, apuntando hacia el techo. Era un poco más bajo que Axel (aunque eso no tenía mérito) y un poco más alto que Roxas, y por su andar desgarbado, su pelo y sus comentarios acerca de cómo echaba de menos su guitarra, bien podría haber pasado por una estrella de rock. De vez en cuando tenía cambios de humor bruscos: lo mismo contaba chistes (pésimos, por cierto) a diestro y siniestro, que se ponía serio, o se deprimía, o incluso se enfadaba y no te hablaba hasta que le daba otro cambio de humor. Eso, combinado con su curioso acento, que Axel pensaba que debía ser del sur de España, le convertía en un tipo bastante entretenido. Roxas llegó a la conclusión de que o el chico estaba como una maldita cabra... o trataba de evadirse del negro destino que se le venía encima, pues, según Axel, quedaban unos tres meses y medio para su ejecución. Sus delitos eran parecidos a los de Axel: pertenencia a banda armada, tráfico de drogas y tres homicidios.
Otra cosa que aprendió Roxas, aunque Axel no se lo dijo directamente, es que aquella cárcel no era como las demás. Únicamente había condenados a muerte, en primer lugar. Los presos podían tener determinados objetos personales en sus celdas, como los libros de Axel y la gomina que éste y Demyx compartían (y que Roxas acabó tomando prestada también), pero los únicos que podían visitarlos eran sus abogados; salvo la noche anterior a la ejecución, que podían ver a un máximo de tres familiares durante dos horas. Además, los reos eran quienes se encargaban de las tareas de limpieza y mantenimiento dentro de las puertas blindadas y los que cocinaban. Había distintos grupos, y cada día le tocaba el turno de cocina a uno mientras los demás barrían y fregaban los pasillos, desatascaban desagües, fregaban platos o limpiaban los conductos del sistema de ventilación.
Roxas le veía sentido a aquello, al fin y al cabo, el Estado se podría ahorrar mucho dinero si, en vez de contratar empleados, los propios presos se ocupaban de las cárceles. Pero aun así, el trabajo diario era agotador, pues los guardias eran muy exigentes y no faltaba el preso que se aprovechaba de su reputación y sus compañeros para descargar su parte del trabajo sobre hombros ajenos. No obstante, al cabo de una semana hasta agradeció los ratos de trabajo, pues el resto del tiempo se quedaba solo con Axel en la celda y se aburría bastante. Se leyó varios de los libros de su compañero, y de vez en cuando charlaba con él, pero cuando se cansaba de leer y de hablar, su mente ociosa empezaba a divagar hacia senderos nada agradables, como el juicio, el hecho de no haber tenido noticias de Sora todavía, la incertidumbre de si habría un mañana para él, la seguridad de que no volvería a ver a su hermana. Aquellos pensamientos debían de acosarle también mientras dormía, pues un día Axel lo despertó en mitad de la noche para que dejase de hablar en sueños y le permitiese dormir.
Axel era otra de sus preocupaciones. No es que tuviera otra alternativa, pero dormir en la misma habitación que un asesino en serie (y pirómano, además, por lo que Demyx le había contado) no le resultaba precisamente agradable. A veces se le olvidaba momentáneamente la verdad y veía a su compañero de celda como un tipo peculiar, hasta simpático, pero pronto recordaba con quién estaba conviviendo y un breve ataque de pánico le encogía el estómago. Además, Axel se lo tomaba todo con una tranquilidad y una naturalidad que Roxas no consideraba normales en un reo de muerte. Después de la primera semana, el rubio empezó a sospechar que Axel callaba mucho más de lo que decía... y no iba mal encaminado.
Una semana y tres días después de que Roxas ingresara en prisión, después de que su grupo se hubiera pasado toda la tarde limpiando inodoros y de una cena que no impidió que el estómago del rubio lanzara gorgoritos quejumbrosos, los dos reos volvían a su celda, Roxas quejándose del hambre y Axel sonriendo animadamente.
Estaban en agosto y además con una ola de calor, así que la mayoría de los presos había empezado a dormir casi desnudos. Axel aguantaba bien el calor, pero a partir de cierto punto incluso él empezó a dormir sin camiseta. Roxas, que nunca había tenido demasiada tolerancia a las altas temperaturas, dormía directamente en ropa interior.
Aquella noche, como de costumbre, en cuanto llegaron a la celda y el guardia de turno cerró la puerta, Axel se quitó la camiseta y la lanzó a algún punto indeterminado de su cama. Le dio la espalda a Roxas mientras éste se desvestía también, sentado en la cama inferior de la litera, y pasó el dedo por encima de los lomos de los libros de su estantería.
-¿Sabes? Ya me acabé 1984- comentó. Roxas levantó la cabeza y se fijó en un tatuaje en la espalda de Axel que no había visto hasta ahora: unas llamas bastante realistas que se extendían de omóplato a omóplato.
-Qué rápido, ¿y te gustó el final?- preguntó Roxas, parpadeando y volviendo a la tierra.
-Lo cierto es que no. Va en contra de mi filosofía de no rendirse nunca- respondió Axel, escogiendo un libro de criminalística y girándose hacia Roxas, que estaba dejando a los pies de su cama el uniforme. Por estar distraído con la ropa, el rubio no vio el brillo lujurioso de los ojos de Axel mientras éste dejaba el libro en la estantería.
Todo sucedió demasiado rápido. Cuando alzó la mirada, Roxas se encontró con los ojos de Axel a escasos centímetros de los suyos, y un segundo después, tras un rápido movimiento del pelirrojo, el rubio estaba tumbado bocabajo en la cama, con las manos inmovilizadas a la espalda por la fuerte presa de la mano de Axel, que también le sujetaba las piernas con las suyas propias.
-¡¿Qué demonios estás...?!- exclamó Roxas, pero enmudeció al notar los labios de Axel recorriendo su cuello, y poco después sus dientes mordisqueando su oreja. El joven se puso colorado y se revolvió, tratando de liberarse, pero no hubo manera: Axel, tal y como había supuesto, era bastante fuerte, y además tenía las manos más grandes que él. “Genial... No sólo estoy durmiendo con un pirómano asesino en serie probablemente mafioso o pandillero, sino que además es un salido sexual” pensó Roxas, desesperado, y empezando a considerar la posibilidad de gritar. No parecía tan mala idea. Hinchó los pulmones...
-No te aconsejo gritar. A esta hora los guardias no pasan por aquí, sólo te oirían los otros presos y te tomarían por un debilucho- murmuró Axel en su oído. Roxas empezó a sudar copiosamente. Sentía la piel de Axel contra la suya, su mano libre bajando por su espalda con parsimonia hasta llegar a sus calzoncillos, que le quitó sin miramientos-. ¿Sabes cuánto hace que no he tenido sexo? Prácticamente desde que me arrestaron, y te aseguro que ha pasado mucho tiempo- comentó Axel en voz baja, bajándose los pantalones.
-No... Déjame en paz...- masculló Roxas, revolviéndose con más fuerza, pero Axel se tumbó sobre él, y su peso sofocó todo intento de rebelión por parte del rubio, que ni siquiera podía levantarse con el peso extra del pelirrojo. La piel de éste estaba muy caliente, casi como si tuviera fiebre, pero era imposible que así fuera puesto que mostraba semejante fuerza.
Axel se bajó los calzoncillos y acercó su boca al oído de Roxas.
-¿Cómo habías dicho que te apellidabas, Roxas?- siseó.
-No lo he dicho... ¿Y para qué quieres saberlo?- preguntó Roxas, tratando de fulminarle con la mirada. Axel sonrió como un tiburón ante su presa.
-A veces me da por gritar el nombre completo, manías mías. Tú dímelo y ya está. No vas a evitar esto, de todos modos.
Roxas consideró que tampoco tenía nada que perder, y como no quería alargar aquella situación demasiado, cedió:
-Soy Roxas Whiteland. ¿Satisfecho?- murmuró, hastiado. Cerró los ojos, preparándose para sufrir una embestida de un momento a otro, pero ésta no llegó. Roxas, sorprendido pero sin atreverse a abrir los ojos, sintió cómo Axel se apartaba de él y liberaba sus manos, que cayeron sobre el colchón. Escuchó el susurro de la tela cuando Axel volvió a subirse los pantalones y notó cómo su peso se retiraba de la cama. Por el leve chirrido de la litera supuso que Axel había subido a la cama superior.
Roxas se quedó quieto unos instantes más, pero no ocurrió nada. La habitación quedó en silencio. El joven permaneció tumbado y desnudo en la cama un rato más hasta que se decidió a moverse. Lo más sigilosamente posible, volvió a ponerse los calzoncillos y los pantalones, pese al calor que tenía. Se tumbó de lado, dándole la espalda a la pared, y se apartó el flequillo pegado a la frente por el sudor. Respiraba entrecortadamente, tratando de calmarse, sin entender del todo qué demonios acababa de pasar. Axel había estado a punto de violarle, pero se había detenido en el último momento. ¿Por qué? No conseguía entenderlo. Finalmente se acabó durmiendo, pero tuvo sueños confusos en los que se mezclaban en un torbellino los ojos verdes de Axel, labios explorando su espalda, pistolas disparándose solas, los rostros de sus hermanos...
Por la mañana, cuando los altavoces sonaron a las seis y media, Roxas no se levantó hasta que Axel hubo salido de la habitación. En condiciones normales, el pelirrojo lo habría sacado de la cama casi tirándole de las orejas para que no llegara tarde al desayuno, pero esta vez no lo hizo.
En cuanto Axel salió de la habitación, Roxas se levantó a toda prisa y se vistió. Rogando por que Demyx tuviera uno de sus impulsos de solitario para no tener que sentarse ni solo ni con Axel, salió de la celda y se dirigió al comedor, que ya estaba lleno. Afortunadamente para él, Demyx parecía estar en su modo triste y melancólico, y se había sentado solo. Roxas trató de animarle, intentando distraerse él también.
-Pisha, Axel y tú tenéi' una' ojera' kilométrica'- comentó Demyx de repente, en uno de sus “venazos”. Roxas desvió la mirada.
De modo que Axel también había dormido mal. Roxas cada vez entendía menos.

Roxas no se encontró con Axel en las labores diarias aquel día, pero lo vio sentarse solo en la comida y negar con la cabeza cuando Demyx se acercó a él. Fijándose en su rostro, reparó en que efectivamente, el pelirrojo mostraba lunas oscuras bajo los ojos.
Por la tarde, cuando volvió a su celda, Axel ya estaba en la cama, con un pie asomando por el borde. Roxas iba a hablarle, pero se lo pensó mejor y tomó prestado un libro al azar. Se tumbó en la cama y empezó a leer sin enterarse realmente de nada.
Se evitaron durante tres días más, hasta que llegó la tarde en la que los presos podían salir al patio. Cuando la puerta se abrió, Axel bajó de la cama de un salto y se apresuró a salir, pero sus ojos se cruzaron brevemente con los de Roxas. …ste alcanzó a ver una chispa extraña en ellos. ¿Arrepentimiento, quizás?
El rubio sacudió la cabeza, aquello no podía ser. ¿Axel arrepintiéndose de algo? ¿Por qué iba a hacerlo? Roxas acabó levantándose y saliendo casi de mala gana de la celda.
El patio era lo bastante grande como para que dos grupos de reos salieran a la vez. Tenía a un lado una pequeña media pista de baloncesto donde Roxas distinguió a Demyx con un balón. El rubio se acercó por allí, no le vendría mal algo de ejercicio para distraerse.
-Hey, hola, Dem- saludó.
-¡Roxas! E'tupendo, ju'to no' faltaba una persona- sonrió Demyx-. ¿Te apetese un 3x3? Como el balonse'to normal, pero con tre' persona'.
-Claro- respondió Roxas, algo más animado.
Los otros cuatro jugadores eran presos a los que no conocía, pero Demyx le había dicho que no eran excesivamente violentos, así que se podía hablar con ellos sin peligro. Pese a que no tenían árbitro, los seis jugaron limpiamente, sin demasiadas zancadillas ni cosas parecidas. Roxas, que era el más bajo de todos, demostró ser capaz de robar balones con una facilidad asombrosa y de colarse por cualquier hueco en las defensas contrarias. Demyx, en cambio, era más lento (y a decir verdad, un poco perezoso) y se le daba mejor capitanear y lanzar a canasta. En una de las jugadas, uno de los presos cayó sobre otro que tenía el balón y consiguieron que un tercero se tropezase y cayera también sobre ellos.
-¡Montaña humana!- gritó Demyx, entusiasmado, y se lanzó encima de la pila de personas. Roxas soltó una carcajada y se tiró encima de Demyx, provocando un quejido lastimero del preso que estaba debajo del todo, que acabó sacudiéndoselos de encima con gruñidos de queja pero sonriendo levemente.
Ya era hora de volver al recinto, y los presos iban abandonando el patio. Roxas iba a volver con Demyx y los demás, pero algo captó su atención y le hizo detenerse unos segundos. Axel estaba en el otro extremo del patio, con los brazos cruzados y la espalda apoyada contra el muro de hormigón que separaba el patio del exterior. No podía ver bien su expresión, pero estaba claro que lo miraba a él.
El momentáneo despiste de Roxas fue aprovechado por Demyx, que le encasquetó el balón y salió corriendo. El joven rubio soltó un suspiro de resignación y se quedó rezagado para devolverle el balón a los guardias. Volvió a mirar de reojo el muro, pero Axel ya se había ido.
Tras devolver el balón, Roxas encaminó sus pasos hacia la celda, seguido por el guardia que debía cerrarle la puerta. Cuando iban por el cuarto tramo de escaleras, la radio del guardia empezó a soltar chasquidos secos sin previo aviso. Se apresuró a preguntar qué pasaba, escuchó un momento por el auricular que llevaba en la oreja y maldijo en voz baja. Miró a Roxas, miró a la radio y volvió a mirar a Roxas.
-No te muevas de aquí, ¿entendido?- ordenó. Roxas asintió y se sentó en los escalones. El guardia echó a correr escaleras abajo y el reo se quedó solo.
Aunque su soledad no duró mucho. Pronto oyó pasos que descendían la escalera hacia donde estaba él. Eran varias personas.
De repente recordó de golpe lo primero que le había dicho Axel sobre la cárcel. Nunca, nunca debías quedarte completamente solo.
Tragó saliva y se levantó, intentando serenarse. Respiró hondo y alzó la mirada.
El grupo que se le acercaba era uno de los que Axel y Demyx habían calificado como “capullos fanfarrones e intratables”. Eran cinco: dos hermanos gemelos de idénticos ojos y pelo castaños e igual constitución de luchadores de sumo, un tipo alto y larguirucho como un fideo que ya peinaba canas y otro bajito y regordete de cabeza rapada y piel bronceada, y finalmente, el jefe de la pandilla, un hombre de constitución fuerte de unos treinta años con el pelo también rapado cuyo rostro estaba surcado de cicatrices.
-¿Te has perdido?- le espetó éste último a Roxas. Tenía la voz grave y rasposa.
-No. Estoy esperando al guardia, volverá enseguida- respondió el rubio cautelosamente. El otro rió con ganas.
-Ya lo creo que le esperas. Le hemos montado una buena en el segundo piso- comentó. El resto del grupo le rió la gracia-. Dime, chaval... ¿Tú eres Whiteland, verdad? El niño ése que mató a su hermana y a nueve más.
Roxas asintió con la cabeza, bajando un par de peldaños lentamente.
-Vaya, no tienes pinta de asesino... No es raro que seas el protegido de ese pirómano. Tenéis cosas en común, ¿verdad? A ambos os gusta matar a mucha gente a la vez, ¿verdad?- dijo el hombre, bajando peldaños hasta ponerse a la altura de Roxas, que se vio obligado a retroceder contra la pared-. Me dan asco los tipos como tú y ese Redson.
-¡Yo no soy como Axel!- exclamó Roxas sin poder contenerse. El otro alzó las cejas.
-¿Tu madre no te enseñó que es de mala educación contestar a los mayores, niño?- espetó, escupiendo en el suelo. Roxas comprendió, demasiado tarde, que había cometido un error. El hombre alzó un puño y le propinó rápidamente un puñetazo en el estómago, que hizo que Roxas perdiera el aliento y se doblara de dolor. El joven apretó los dientes, conteniendo un grito-. ¿Eres duro, eh? Muy bien, veamos cuánto puedes aguantar...
-¡NO!- exclamó una voz enfurecida procedente de la parte superior de la escalera. Roxas apenas pudo ver un relámpago rojo y anaranjado antes de que los dos gemelos pasaran cerca de él, rodando por las escaleras, el tipo alto cayera al suelo agarrándose la entrepierna con gesto dolorido y el regordete recibiera un golpe en plena frente que lo dejó aturdido contra la pared.
El jefe de la pandilla no tardó en correr una suerte parecida. Roxas levantó la cabeza a tiempo para ver a Axel agarrando del cuello al tipo y estampándolo contra la pared. Los ojos verdes del pelirrojo llameaban a causa de la furia.
-No vuelvas a acercarte a Roxas- advirtió-, o adelantaré tu ejecución con mis propias manos. ¿Lo captas?
Soltó al hombre, que lo miró con odio.
-Vete a la mier...
No pudo decir más porque un puñetazo de Axel en la frente le dejó KO al instante. El pelirrojo se volvió hacia Roxas, que lo observaba medio asustado medio impresionado. Sin decir nada, Axel fue hacia él, le agarró del brazo y tiró de él escaleras arriba.
Ninguno dijo nada durante los tres primeros pisos, pero cuando llegaron al séptimo, a Roxas empezaba a dormírsele el brazo que Axel sujetaba. Lo sacudió, tratando de escabullirse del agarre de su compañero de celda, pero no lo consiguió. No obstante, Axel reparó en que estaba haciendo demasiada fuerza y le soltó.
-Esto... Gracias por lo de antes- murmuró Roxas. Axel se detuvo y lo miró. El fuego había desaparecido de sus ojos.
-No hay de qué. Ah, por cierto... Te debo una disculpa. Siento lo que pasó la otra noche- dijo Axel, desviando la mirada. Roxas observó atentamente su rostro, realmente parecía arrepentido.
-No... No lo entiendo- susurró el rubio, sacudiendo la cabeza. Estaba bastante confuso-. ¿Por qué...? ¿Hace apenas unos días trataste de violarme y te arrepentiste en el último momento y ahora me salvas de esos cabrones?
Axel esbozó algo parecido a una sonrisa amarga.
-Sí, lo has pillado. Escucha, yo... lo siento. Me dejé llevar y no debería haberlo hecho- dijo, mirando a Roxas a los ojos-. No volveré a tocarte un pelo sin tu permiso. Lo prometo.
Parecía sincero. Roxas desvió la mirada hacia las ojeras de Axel.
-¿No has dormido bien últimamente?- preguntó de repente. Axel negó con la cabeza.
-Y tú tampoco, aunque nadie podría culparte.
-Escucha, Axel...- empezó Roxas-. Mira, olvídalo, ¿vale? Lo último que quiero es tener problemas con mi compañero de celda. Hiciste... lo que hiciste, y luego me ayudaste con esos presos. Estamos en paz. Y ahora, larguémonos antes de que llegue el guardia- concluyó, echando a andar escaleras arriba. Axel lo observó largamente y fue tras él.
Poco después de que llegaran a la celda, el guardia apareció en su puerta sin resuello. Le explicaron que habían visto a los cinco presos discutir y se habían alejado antes de verse envueltos. El guardia los miró con suspicacia, pero terminó cerrando la puerta y marchándose.
Los dos presos se metieron en sus respectivas camas sin cruzar más palabras que “buenas noches” y “hasta mañana”. Roxas no tardó en caer en un sueño profundo y tranquilo.
Axel, en la cama de arriba, tardó un rato más en dormirse, pero terminó deslizándose también en los brazos de Morfeo.
Notas finales: Comentarios de la autora:
-Sep, Demyx habla con acento andaluz. No le busquéis lógica, no la tiene. Me dio el venazo xD
-Casi lemon, lo siento por la gente a la que le guste pero esta vez no tocaba, tal vez la siguiente ^^U

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