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Acosado por KisaTheJoker

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Notas del fanfic:

© Square Enix All Rights Reserved


Especial no-Navidad AkuRoku, porque ya ni es Navidad, ni esto tiene nada de Navidad, así que… olvidaos de la Navidad (dijo el Grinch…). Por cierto, esto es mi regalo de Navidad ;)

Notas del capitulo:

Sinceramente, en principio esto iba a ser una simple y diferente versión de “Historia de un acosador”, pero ha quedado tan atado que no será lo mismo si uno no se lee los dos (no era mi intención hacerlo así, pero me fue imposible evitarlo). Así que, hale, si uno no se ha leído el otro, esto le parecerá muuyyy aburrido. Yo ya he avisado.

Abarrotado
¿Que cuándo empezó todo?
Pues un viernes trece.

Irónico, ¿verdad?

Sinceramente… yo nunca había creído en ese tipo de chorradas en las que suelen pensar los supersticiosos. Que si un gato negro, un paraguas abierto, un espejo roto… ¿Quién se va a tragar eso? ¿Mala suerte? ¿En serio? ¡Si es que ni siquiera se esfuerzan para hacerlas parecer realistas!

A ver, para empezar… ¿qué cara le pones tú a alguien que te viene todo serio y te suelta: «no salgas de casa un viernes trece. Podrías morir»? ¡Venga, ya!
¿Acaso me va a salir Jason de la nada y me va a perseguir con machete en mano por la calle? Una palabra: ¡ja!
Oh, ¿y eso de «no te atrevas a viajar en barco un viernes trece, podría hundirse»? No he ido en barco en mi vida, ¿por qué narices tendría que hacerlo ahora?
Claro, que hay más cosas que no se puede hacer ese día: no te cases, no vayas en coche, no te subas a un tren… Si uno se parase a pensar en todas las cosas que no se pueden hacer por no atraer la «mala suerte» se la pasaría el día encerrado en casa.
Eso sí, no vayas a levantarte con el pie izquierdo. Si lo haces, ya has firmado tu sentencia de muerte.

Pero nada, dejando todo ese rollo de lado, al final es cierto que ese día no tendría que haber salido de la cama.
Sí… lo mejor habría sido estampar el despertador contra la pared y seguir durmiendo. Pero nooo. Tenía que venir Sora a despertarme. ¡Cuando normalmente soy yo quien tiene que despertarlo a él! Pero claro. Por un día que el señorito logra despertarse solo, tiene que aparecer para restregármelo por la cara. Y ahí estaba él. Tras lograr hacer que mi madre le dejase entrar, subió expresamente para aporrear mi puerta al tiempo que se dedicaba a soltar palabrotas sin ton ni son para despertarme.
Y así, a ver quién logra volverse a dormir.

Y luego está el tema de la lluvia.
Odio la lluvia.
Y ese día en concreto, llovía y tronaba.

Cualquiera podría decir: ¿viernes trece y truenos? No salgas si no quieres morir electrocutado. Pues mira: habría preferido que me cayesen mil rayos antes que pasar por lo que pasé esa tarde…

Hacía poco que mis padres habían decidido cortarme el grifo. Nada de paga. ¿Solución? Tenía que trabajar. Lo cierto es que ahora mismo mi padre se muestra arrepentido por haber cometido semejante insensatez, pero eso no viene al tema.
El punto es que tras enterarse de mi pequeño problema, Naminé, una compañera de clase, me recomendó acercarme a una cafetería del centro donde aparentemente buscaban un nuevo camarero. Según ella, y palabras textuales: “el sitio es genial”… Mira: de genial nada; pero ahora, sin estudios ni experiencia, es lo único que me puedo permitir.
Por ello, no me quedó otra que presentarme una tarde a pedir empleo. Y mira por donde, cinco minutos después ya tenía el puesto. Eso sí que es eficacia.

No podía decir que mis compañeros fuesen gente normal. Pero menos aun lo era mi jefa; por lo visto a ella le iba más el estilo Los ángeles de Charlie. Solo se dirigía a nosotros por video-llamada. Pero sin video. Todo un misterio.
Luego estaba Marluxia, el gerente del lugar. Él era quien se aseguraba de que todo lo que ordenase la jefa se cumpliese con total y perfecta exactitud. No era estricto. Solo… extraño. Sobre todo su pelo, pero tampoco es cuestión de hablar de eso ahora.
También habían cuatro o cinco empleados más: Yuffie, Riku, Larxene y otros dos cuyo nombre ni siquiera conozco todavía. No me juzguéis.
A ver, Yuffie era una persona rara. Pero no rara, rara. Más bien… medio-rara, pero amable al fin y al cabo. Ella fue la que se aseguró de enseñarme todas las reglas, la preparación de los batidos «de la casa» y un montón de cosas sin las cuales no podría haber sobrevivido mi primer día.
Después estaba Riku. Lo más destacable de él es que pese a pasarse únicamente un par de veces por semana, nunca lo echaban. Nunca. ¿Por qué? No lo sé. Y en cuanto a Larxene… bueno. Ella simplemente es una persona a la que mejor no acercarse. En serio. Y punto.

El lunes por la tarde fue el día en el que empecé a trabajar. Lo primero que tuve que hacer fue ponerme el uniforme que Marluxia me dio –no era ridículo, y eso se agradece…– e ir a la barra. Dejé mis cosas en una habitación con cuatro o cinco taquillas de la que colgaba el típico cartel de «prohibido el paso al personal no autorizado» y salí directo a atender.

Al final, ese día fue una mierda.

Resulta que cinco minutos después de mi llegada, aparecieron como veinte personas, todas ellas acabadas de donar sangre. Y yo me pregunté: ¿es que eso no se hacía en ayunas? Pues mira, no.
Al final tuve, en singular, que atender a un puñado de hambrientos yo solo. ¿Por qué? Pues por un lado estaba Marluxia, empeñado en hacerme aprender “el oficio” de golpe y porrazo; Yuffie, que tuvo que ir a no sé dónde a hacer no sé qué; Riku, que le dio por no aparecerse ese día –bueno, ni ese ni los dos siguientes–, y Larxene, que simplemente optó por no hacer absolutamente nada; y yo solito, un novato, me encargué de hacerlo todo.
Y pensé: si todos los días iban a ser así, ¿acaso valía la pena? Apunto estuve de renunciar, pero decidí darle una oportunidad y volver al día siguiente.
Y volví, y la verdad, no fue tan malo. Tanto martes como miércoles se puede decir que Larxene estuvo algo más… cooperativa. No me dirigió la palabra en toda la tarde, pero el que se dedicase a atender a las mesas ella misma mientras Yuffie y yo nos encargábamos de la barra era de una gran ayuda, la verdad. Supongo que se puede decir que yo empezaba a caerle bien. Y el que Marluxia le echase la bronca delante de todo el mundo no tuvo nada que ver, desde luego.

En fin, resulta que el miércoles al fin se apareció el tal Riku, y entendí al instante por qué todavía no lo habían echado de patitas a la calle. El tipo era eficiente. Muy eficiente. ¿Te puedes creer que logró quitarse de encima hasta seis pedidos en menos de un minuto? Larxene estaba de nuevo haciendo el vago y pintándose las uñas. Normal, si aquí el señorito se encarga de hacer todo, ¿qué íbamos a hacer el resto? Ya podría él haberse aparecido por aquí el día de la donación de sangre…

Llegó el jueves. Yo seguía sin acostumbrarme a eso de no tener las tardes libres, pero según Yuffie, solo era cuestión de tiempo… y que el dinero lo compensa. Desde luego que sí. ¿Acaso la gente trabajaría si no le diesen nada a cambio? No. Bueno, sí: los voluntarios; lo que pasa es que esos tienen mucho tiempo libre y nada que hacer. De esa forma al menos se entretienen.

Bueno, y entonces llegó, el viernes. Sí, ese viernes; el trece. Llovía, tronaba y blablablá. ¿Por qué no tendría que haber ido? Pues porque de haberme quedado en casa, Marluxia no habría podido aprovecharse de la situación y decidir así condenarme a pasarme el resto de mis días haciendo turno doble con fin de semana incluido.
No tengo intención de explicar los detalles, solo diré que ese día me prometí no volver nunca a intentar imitar a Riku y su manía de querer llevar trescientos mil pedidos al mismo tiempo en menos de cuatro segundos. No se puede. Simplemente él no es de este mundo.
Tras quedarme dos horas más a limpiar todo el estropicio que había montado, finalmente fui libre de irme a casa.

Se supone que el sábado lo iba a pasar todo en la ciudad junto con mis amigos. Pero no; tenía que trabajar.
Igual que el día anterior, la tormenta seguía ahí. Un mal augurio para unos, una molestia para mí. La cafetería estaba abarrotada de clientes, por ende, Riku no estaba ahí. Yuffie tampoco. Por lo visto, ella había logrado evitar que Marluxia la metiese al turno de fin de semana. Chica con suerte…
Nada más llegar, me cambié y me situé detrás de la barra, y al instante una oleada de pedidos comenzó a llegar. Yo tenía sueño, pero eso a los clientes no parecía importarles demasiado…
Todo había empezado mal: el agua seguía cayendo, los truenos reventándome los oídos y Larxene haciendo el vago. Un día completito, ¿no? Pues no. Todavía no.

En fin, que a la hora de comer logré hacer que Larxene me sustituyera en la barra –cosa que accedió a hacer muy a regañadientes…–, pillé el paraguas y me fui al Burger King de la esquina.
Y cuál fue mi sorpresa al darme cuenta, cuando volví, que el local estaba entonces incluso más lleno que cuando me había ido. He de recordar que estábamos en una cafetería. ¡Una cafetería! ¿Qué hace metida ahí tanta gente a las dos y media del mediodía, cuando se supone que tendrían que estar en sus casas comiendo con sus familiares?
Nada más verme, Larxene empezó a hacerme señas para que volviese a mi puesto. Ella odiaba atender en la barra. Según dice, ahí sólo se sientan viejos decrépitos y gente aburrida. Supongo… que no le iba demasiado ese tipo de gente.

Continué trabajando sin descanso alguno durante un par de horas más. La barra siguió llenándose de viejos decrépitos y gente aburrida; incluso hubo un momento en el que terminó llegando un viejo decrépito cascarrabias aburrido. El tipo se traía con él un periódico, por lo que supe al instante que tras pedir, pasaría olímpicamente de mi persona, así como del resto de gente a su alrededor.
Me acerqué a él dispuesto a preguntarle por su pedido. Al llegar, me miró fijamente, todo serio, con sus ojos de viejo decrépito que tanto lo caracterizaban, y me pidió un café solo. Por la pinta que traía, no se veía la típica persona con prisa, sin embargo no me vi capaz de tardar en servirle. En menos de medio minuto lo tenía atendido.
Nada más acabar con él, un tipo con prisa apareció casi a la otra punta y empezó a llamarme como un desesperado que llega tarde a una cita importante.
Con un suspiro, me encogí de hombros y me dirigí hacia el tipo estresado para atenderlo.

Al final, el hombre ni siquiera se molestó en mirarme a los ojos. Su vista estaba clavada en su reloj, y cada dos segundos variaba entre éste y la ventana del local. Pensándolo bien… No era para considerarlo un cliente viejo, pero tampoco llegaba a ser aburrido. Al contrario. Uno podía pasárselo muy bien viendo al pobre tipo sufrir, y sí, eso había sonado cruel. Pero da igual.
Me dirigí a la cafetera para prepararle al tipo antipático si dichoso café, cuando los gritos de otro ruidoso cliente volvieron a llamar mi atención. Otro tipo con prisa, seguramente. Pero en serio, ¿es necesario alzar la voz? Tengo suficiente con los truenos, gracias.
Le eché una ojeada, preguntándome mentalmente qué tipo de cliente sería esta vez, si uno viejo o uno aburrido.

Y… bueno. No era ninguno de los dos.
¿Por qué? Pues está claro: por su apariencia.
Para empezar, el tipo tenía el pelo acabado en un montón de puntas, como un puercoespín, y para colmo, rojo brillante. Venga, ¿qué persona normal va así por la vida? En fin, que no sólo era eso, no. Algo más a destacar supongo que sería también ese par de tatuajes justo debajo de sus ojos. Por no hablar de la cara de depravado que tenía… ¿Me estaba mirando a mí? Por Dios…

Tras servir el café al hombre con prisa, me dirigí hacia el tipo en cuestión y hacia su amigo, un chico de cabello rubio. Teniendo en cuenta el desastre, probablemente cortado con unas tijeras de metro y medio. ¿Qué clase de gente me había enviado Larxene?

—Está bien, ¿qué queréis? —pregunté, cortante. Quitármelos de encima rápidamente era mi prioridad ahora.

—Un batido de chocolate con extra de chocolate, por favor —me respondió el amigo de pelo deforme. Apunté y me volví hacia el otro.

—Bien, ¿y tú? —Sin quitarme la mirada de encima, el tipo sonrió. Pero para nada me pareció una de esas sonrisas amables que suelen tener las viejas cuando les sirves el café, ni tampoco las sonrisas falsas que suelen dar los adolescentes, ni siquiera las sonrisas de amargado que tiene la gente amargada. No, que va. Era una sonrisa de depravado, de viejo verde.

—A ti —respondió, sin titubear. Creo que lo miré confuso, o al menos esa fue la expresión que me pareció tener. Es decir… ¿había oído bien? Por no arriesgarme a mandarlo a la mierda sin motivo, decidí preguntar para asegurarme.

—¿Disculpa?

Su sonrisa de depravado no se movió ni un milímetro.
—Me has preguntado qué es lo que quiero, y lo que quiero ahora, es a ti. ¿Podría ser posible tenerte cuando acabes tú turno?

No, si es que eso ya era el colmo. ¿Por qué nadie me avisó de esto antes? Si me hubiesen dicho que tendría que soportar que gente extraña intentase ligar conmigo ni siquiera me habría molestado en aceptar este empleo. Muchas gracias, Naminé.

—Veo que no quieres nada —Me volví hacia el otro. Al menos este tenía una sonrisa normal. De niño pequeño obsesionado con el azúcar y con las tijeras, sí. Pero normal al fin y al cabo—. Enseguida te traigo el batido. Vuelvo en un segundo.

Oh, pero ahí no se acabó la escena.
—Vale, vale. Espera. —El depravado habló. Por educación, me volví a mirarlo—. Está bien, tráeme uno a mí también. De lo mismo. —Por muy raro que me pareciese, no lo contradije. Al fin y al cabo, es un cliente.

Quise tardar, de verdad que lo intenté. Pero simplemente no puedo. Un día tan ajetreado como hoy, con la cafetería a reventar de gente… Sería un suicidio tardar demasiado por un solo pedido. Al final, tuvieron sus extras de chocolate casi al instante.
—Aquí tienes, batido de chocolate con extra de chocolate —expresé, dándoselo primero al chico rubio.

—¡Gracias! —Igualito a un niño pequeño. Me volví hacia el otro con el ceño bien fruncido, haciéndole ver así las pocas ganas que tenía yo de atenderle a él.

—Y esto es tuyo. Otro de chocolate.

—Muchas gracias. —Con el trabajo hecho, me dispuse a largarme a atender a cualquier otra persona, pero no fue así. Con todo el descaro del mundo, el de pelo rojo me tomó la mano antes de lograr apartarla y, y… ¡y me la besó! Esto es asqueroso.

—Tienes unas manos preciosas… Me pregunto si tu nombre lo es tanto como lo son ellas. —Con un gruñido, el viejo de al lado dobló de forma brusca el periódico, pagó, y se fue del local en total silencio. ¿La verdad? Me alegro que se haya ido. Pero eso no tiene él porqué saberlo.

—Acabas de ahuyentar a ese cliente —le reclamé, aparentemente molesto.

—No, solo se ha visto amedrentado por la fuerza de mi amor. Si lo he asustado, no ha sido mi culpa. —Estoy seguro de que existe una palabra para definir a este tipo de gente. ¿Creído? ¿Arrogante? ¿O quizás un narcisista?

De forma desprevenida, y sin soltarme aún, tiró de mí, terminando dejándome así cara a cara con él.
—¿Entonces? ¿Me dirás tú nombre o me harás insistir en ello? —No. Este lo que es, es un imbécil.

—¿Por qué no te dejas de rollos y lo lees tú mismo, eh, chico listo? —le repliqué, señalando directamente la dichosa placa que colgaba de mi camisa. Por algún maldito motivo Marluxia quería que los clientes supiesen nuestros nombres. ¿De qué sirve cuando después éstos son tan idiotas como para no darse cuenta de ello?
Finalmente logré zafarme de él—. Termínate el batido y lárgate. No te quiero ver más por aquí.

—Oh… Esas no son formas de tratar a un cliente.

—Tú no eres un cliente —repliqué—. Eres un maldito indecente que se cree el centro del mundo —Hice una pausa. A Marluxia no le gusta que grite, y menos aun a un cliente…—. Cuando es evidente que no lo eres. —Sin nada más que añadir, di media vuelta y me largué a la otra punta del local. Solo faltaba que me siguiese.
Como mínimo, esperaba haberle dejado claro las pocas ganas que tenía yo de verle de nuevo rondando por aquí.

Todavía me quedaban un par de horas para terminar mi turno, sin embargo yo no tenía la intención de volver la barra, no al menos hasta que hubiesen desaparecido de allí aquellos dos. De esa manera, tras dejar al cargo a uno de esos cuyo nombre sigo sin saber, me dediqué a atender directamente en las mesas.
Y cuando yo creía que ya se habían ido, escuché mi nombre. Alguien me llamó.
En un primer instante pensé que sería Marluxia, preparado para regañarme por alguna tontería, pero no. Al volverme, me encontré con la mirada divertida del indeseable ese. Prácticamente tenía ya un pie en la calle, sin embargo se había detenido. Me guiñó un ojo. Yo fruncí el ceño.

Y fue lo que dijo después lo que me marcó, probablemente para el resto de mis días…
—¡Nos vemos mañana!

Desde ese momento, mi vida se convertiría en un verdadero infierno.


Fobia
¿Cuántos días han pasado ya? ¿Quince? ¿Dieciséis, quizás? Pues no: tres meses. Tres meses han pasado. Y los muy miserables se me han hecho eternos.

Desde hace ya unos noventa días –y no es que los esté contando ni nada– que Axel lleva apareciéndose por la cafetería para charlar, molestar o ligar. Llamadlo como queráis. ¿Me molesta que aparezca? Eh… no, la verdad es que no. ¿Me molesta que se acerque a mí? Desde luego que sí.
Esto es algo que lleva haciendo desde… Desde el primer día. Ni siquiera sabía su nombre y ya lo tenía pegado a los talones, hablándome sobre tonterías como el amor a primera vista y la gran cantidad de bodas entre adolescentes que hay hoy en día. ¿Acaso es eso normal en alguien a quien acabas de conocer? Pues por lo visto, para él sí.

Aunque nadie se lo crea, yo antes tenía una vida normal. Iba a clase por las mañanas y con mis amigos por las tardes. Tenía tiempo de sobras para hacer deberes y estudiar para exámenes. ¡Incluso tenía paga! ¡Paga por no hacer nada! Sí, todo era genial en ese entonces. Pero, ¿ahora? Lo único que se ha salvado aquí son las clases. El resto de tiempo va directo a la cafetería, lugar por el que no sólo no tengo tiempo a preparar las tareas para clase, si no que también termino viéndome obligado a aguantar yo solito al insoportable ese.

Y es de esta manera que todas las tardes, al empezar mi turno, llegaba él, siempre con algo nuevo con lo que aburrirme.
Pues bien, lo extraño llega cuando el chico va y aparece un día con un diccionario –nuevo, evidentemente– bajo el brazo y una sonrisa ladina en la cara. Nada más verme, corrió hacia mi posición, me miró fijamente durante unos segundos y me soltó:
—Eres filofóbico.

Y tú un imbécil, quise responderle yo. Pero no lo hice. Porque soy buena persona.
Pero ojo: ser buena persona no significa que me tenga que ver obligado a prestar atención a las tonterías que un tipo con un diccionario recién estrenado venga a decirme, y es por eso mismo que simplemente di media vuelta y me fui a atender a una mujer que había cerca. Una clara señal que se supone, tendría que hacerle ver las pocas ganas que tenía de escucharle. Pero no. Axel me siguió desde el otro lado.

—Mira, mira. Espera, que te lo leo. —Hizo una pausa, probablemente en busca de la dichosa definición—. Aquí: Filofobia. Se define como un persistente, anormal e injustificado miedo al amor, a enamorarse o a estar enamorado. ¿Ves?

Lo miré iracundo.
—No. No veo. ¿Quieres dejarme en paz? —Me alejé para ir a por el pedido de la mujer. Esta vez, Axel se apoyó en la barra y siguió hablando.

—Estoy seguro de que tú lo sufres. Dime: ¿cómo fue tu infancia? Aquí dice que esto se puede deber a algún tipo de trauma del pasado. —Lo ignoré. Porque esto es lo mejor que se puede hacer en estos casos. Ignorar.
Por lo visto, él ya se esperaba este tipo de reacción por mi parte, por lo que decidió dejar el diccionario sobre la barra y sentarse en la silla como las personas decentes suelen hacer.
—¿Roxas? —Bufé. Serví a la mujer y me acerqué a él.

—¿Qué? —Eso es lo que tiene ser amable. Que uno siempre termina cediendo y haciendo caso al tipo que estaba ignorando.
Cuando yo ya pensaba que volvería al ataque con alguna pregunta rara sobre mi infancia, simplemente apoyó el mentón sobre su mano y sonrió.

—Quiero lo de siempre. —Guiñó un ojo—. Ya sabes. —Lo miré ceñudo. Sí, sí que lo sabía.

—Pues si lo de siempre es lo de siempre, ya puedes ir olvidándote —expresé, tajante, buscando con la mirada algún otro cliente al que atender.

Él dudó unos segundos. Sin embargo, su sonrisa se mantuvo ahí en todo momento. No se desplazó ni un milímetro.
—¿Y cómo se yo que lo que siempre pido es lo que tú crees? —Es un liante. Pero a mí no me va a atrapar.

—Pues porque siempre que apareces me preguntas lo mismo. Y la respuesta sigue y seguirá siendo no: no saldré contigo.

Suspiró teatralmente.
—Ya, Roxy, pero yo sólo quería un batido de esos que te salen también. Ya sabes: lo de siempre. —¿Ves? Un maldito liante. Si esto dependiese de mí, ni me molestaría en atenderle. Pero tampoco estoy para arriesgarme a perder el puesto por una tontería.
De esa forma, mientras yo fui a prepararle el dichoso batido, él, tranquilamente, abrió de nuevo el diccionario y empezó a pasar sus páginas de forma casual.

Lo bueno de los días entre semana es que el local siempre suele estar bastante tranquilo. Al menos la mayor parte de las veces; esa era una de las veces. De no tener que lidiar con Axel, todo sería perfecto.

Y tan tranquilo estaba yo que olvidé una de las reglas principales que me impuse yo mismo a los tres días de conocerlo: nunca colocarme de espaldas a él.
De pronto, algo me sobresaltó, y no fue por muy poco que el batido no me cae al suelo.
Sentí algo húmedo sobre mi mejilla. Algo cálido. Algo… algo asqueroso. No me hizo falta volver la vista para saber qué era.
—¡¿Se puede saber qué demonios crees que estás haciendo?! —le espeté al instante, apartando su rostro y alejándolo de mí.

El muy descarado había saltado la barra, y ahora se encontraba en la zona no-clientes, –donde se suponía que no podían pasar los clientes–, sonriente, relamiéndose los labios, completamente satisfecho de sí mismo.
—¡Vaya! Entonces también podría ser eso. — Ahora, era o preguntarle por “eso” o mandarlo al otro lado de la barra de un puñetazo. Como si nada hubiese pasado, y antes de dejarme tomar una decisión, se volvió de nuevo y pasó al otro lado de un salto, ignorando el hueco libre que utilizamos las personas normales.

—Filematofobia —soltó de pronto, apoyándose en la barra con su pose “interesante”—. Fobia a los besos. Sí que podría ser, sí…

—Fil… ¿Qué? ¡Oye, deja ya de buscarme fobias inexistentes! —le reclamé, dejando de la manera más brusca posible el vaso sobre la mesa.

—No, no lo niegues. —Golpeó el libro con el dedo, señalando el lugar donde se encontraba la definición—. Aquí lo dice muy claro: miedo a los besos. ¿Ves?

Dispuesto a hacerlo callar, con un gruñido le arranqué el diccionario de las manos y leí yo mismo. Tras encontrar el lugar donde se encontraba, sonreí triunfante.
—Si te hubieses molestado en leer la definición al completo sabrías que eso de filematofobia se refiere únicamente a los besos en los labios. —Dicho esto, se lo devolví, sintiéndome mucho más listo que él.

Su mirada de confusión tan solo duró unos instantes. Unos bonitos instantes en los que pude saborear por primera vez la victoria. Sin embargo, su sonrisa no tardó en resurgir.
—¿Y quién me dice a mí que tu no lo sufres? —increpó.
Era demasiado evidente hacia dónde pensaba dirigirse.

—Claro que no lo sufro. De ser así…

—De ser así, ¿qué? —se me adelantó—. ¿Has besado a alguien en alguna ocasión? Vamos, di.

—¡No te lo voy a decir!

—Oh, eso entonces es un no —sentenció, encogiéndose de hombros. Parecía contento.

—¿Y tú qué sabes?

—¿Entonces es que sí? —Lo que yo digo: un liante.

—Eso no es algo que te incumba. Y volviendo a tu dichosa pregunta, no, no sufro de esa fobia.

—¿Cómo lo sabes? —Miré a mí alrededor. ¿Dónde están los clientes cuando los necesitas?

—Simplemente lo sé —respondí secamente.

—¿Sí, eh? Pues demuéstramelo. —Me alejé de él por prevención. Conociéndolo –que lo conocía–, sabía que era capaz de abalanzarse sobre mí a la mínima oportunidad. Esta vez el que rodó los ojos fue él—. No te preocupes, Roxas. No es como si fuese a forzarte ni nada. Aunque te cueste creerlo, soy buena gente.

No respondí. Sinceramente, es difícil creerle…
—Claro que… —continuó—. Eso no significa que no llegue un día en el que seas tú mismo el que acceda a besarme. —Vaya, ¿qué podría ser? ¿Un bastardo arrogante o una mente soñadora? Optaré por la segunda.

—Di lo que quieras —sentencié. Una lucecita se encendió en mi cabeza—. Sin embargo, si yo fuera tú… —Volví a arrebatarle el diccionario. Estaba más que seguro que esa palabra aparecería ahí—. Tendría en cuenta un tipo de fobia más… —Tras encontrarla, volteé el libro y se lo devolví. No me molesté en esperar a ver su reacción. Un nuevo cliente apareció como por arte de magia al otro lado de la barra, y estaba seguro que por hoy ya le había prestado la suficiente atención a Axel.
De esa manera, finalmente me alejé de él, dejándolo solo, con su diccionario nuevo en mano y una expresión de espanto en el rostro.


Rutilofobia. Fobia a los pelirrojos.


Hermano
De todas las tonterías que ha hecho Axel hasta ahora, esa fue… Nah, no diré la peor. Está claro que ha habido y habrá peores. Sin embargo, esa la considero lo suficientemente estúpida como para tenerla en cuenta. Quizás incluso llegue el día en el que termine convirtiéndose en una de esas anécdotas de las que todos terminan riéndose.
Bueno, todos menos yo. A mí no me hizo gracia.
Realmente nada de lo que hace Axel en lo que yo me vea involucrado me hace gracia, pero aun así lo explicaré.

Aparentemente, ese era un día como cualquier otro. Realmente todos los días empiezan así, pero siempre termina pasando algo malo.
En fin, como siempre, nada más terminar de comer fui directo a la cafetería. Llegué, me cambié, ignoré la mueca de Larxene, saludé a Yuffie y me coloqué tras la barra. Todo rutina. Nada nuevo.
Y en teoría, sería de aquí a unos cinco minutos aproximadamente cuando aparecería Axel.

En principio, sí, así fue. Bueno, sí pero no.
¿A qué me refiero?
Pues que a simple vista, el chico pelirrojo que cruzó la puerta sí que era Axel. El mismo peinado, los mismos tatuajes y la misma sonrisa descarada de siempre.

Nada más llegar, fue directo a su lugar habitual, el taburete más cercano a la máquina de café. Más cercano a la zona donde siempre me encuentro yo.
—Buenas tardes, chico. ¿Puedes atenderme? —Lo miré suspicaz. ¿Realmente creía que una gorra, un par de collares y unos pantalones mal abrochados lo harían parecer otra persona?

—¿Qué te pasa? —Él me devolvió una mirada de falsa incredulidad. Tras ajustarse bien las gafas de pega, me respondió.

—¿Disculpa? —Rodé los ojos. Esto era lo que me faltaba.

—Oh, venga. Axel, ¡sé que eres tú! ¿Quieres dejar de hacer el burro?

—¿Axel? —Ladeó la cabeza con falsa inocencia—. Vaya, creo que aquí ha habido una confusión —Sonrió—. Axel es mi hermano gemelo. Yo soy Lea, encantado.

¿Gemelo? De eso nada. Si realmente fuese así –que, evidentemente, no lo es–, estoy seguro de que mi vida no tardaría en transformarse en un auténtico infierno del que sólo podría salir mudándome de ciudad. O en el peor de los casos, de país.
Simplemente sería demasiado para mí.
Alzó la mano, dispuesto a estrechármela, pero la rechacé de un golpe.

—No intentes engañarme, Axel. Si, hipotéticamente, fueses de verdad el “hermano gemelo”, las posibilidades de que hubieses venido al mismo local, te hubieses sentado en el mismo sitio y te hubieses dirigido precisamente a mí, serían… prácticamente inexistentes.

Sonrió divertido.
—Chico de poca fe. ¿Y qué te hace pensar que mi hermanito no me ha hablado de ti? Lo traes loco, ¿sabes? Habla de ti a todas horas.

Suspiré. No valía la pena
—Está bien, “Lea”. ¿Qué vas a querer entonces? —pregunté finalmente, cansado por su actitud.

—Un café solo, por favor. —Lo miré incrédulo. Él alzó una ceja—. ¿Qué pasa?

—… Nada. Está bien, un café solo marchando.

Al final, terminé planteándome sinceramente el hecho de estar realmente ante un gemelo idéntico de Axel llamado Lea. Es decir… Hasta el momento, realmente no se estaba comportando como lo hacía habitualmente. Nada de piropos, nada de largas y aburridas charlas sobre nada en concreto y nada de apodos estúpidos.
Simplemente, un chico igual que Axel que no actuaba como Axel.

—Oye, dime —dije de pronto, acercándome de nuevo a él tras atender a un hombre a tres sillas de distancia—. ¿Por qué no te comportas siempre así? Eres mucho menos irritante de esta manera, ¿sabes?

—¿Como siempre? —Clavó su mirada en la placa con mi nombre que colcaba de mi camisa—. Roxas… Roxas, esta es la primera vez que vengo. Soy Lea, ¿recuerdas?

—Ya. Claro. —¿Qué hacer para que deje de actuar así?—. Pues que sepas, que Lea me cae muchísimo mejor que el imbécil de su hermano. ¿Lo sabías?

—¿En serio? Vaya, eso no le gustará nada a Axel. Él se esfuerza por gustarte. —Fruncí el ceño. ¿Por qué seguía con la farsa cuando era evidente que no me lo había creído?
De pronto, como por divina inspiración, se me ocurrió una idea brillante para volver a hacerlo actuar como siempre. No es que me molestase tenerlo así, pero estaba claro que sólo se había disfrazado para… eh… Para molestarme. Y eso no se lo iba a pasar de ninguna manera.

—Pero, ¿sabes? —Con una sonrisa, lentamente me incliné sobre la barra y apoyé el mentón en ambas mano, quedando directamente frente a él. Axel me miró confuso—. Aunque tu hermano sea un imbécil, realmente tiene algo que…

—¿Qué? —Se le notaba en la voz que estaba ansioso. Mi sonrisa se amplió. Siguiendo con la actuación, cerré los ojos y me encogí de hombros.

—No lo sé. —Me acerqué más a él. Me encontraba centímetros de su rostro cuando respondí en un susurro—. Me atrae. —Soltó el aire de golpe. Por lo visto hacia unos segundos que había decidido dejar de respirar.

—¡Axel! —La voz de alguien interrumpió mi jugada. Me alejé de él al instante, y de seguida volví a mi trabajo—. Sabía que estarías aquí. —El chico recién llegado no era otro que Demyx, su amigo del alma. Nada más divisarlo, se acercó hacia Axel y se sentó junto a él.

—¿Demyx…? —Sin embargo, él no parecía tan contento—. ¿Se puede saber por qué has venido? Precisamente ahora… —Se volvió de nuevo hacia mí—. Roxas. Lo del hermano gemelo me lo he inventado. ¡En serio! Yo soy Axel. —Para demostrar que no mentía, se quitó las gafas de pega—. ¿Lo ves? Venga, yo te gusto y tú me gustas. ¿Quieres salir conmigo?

De verdad, a veces me fascina lo ingenua que puede llegar a ser la gente. O en su defecto, lo cruel que puedo llegar a ser yo.
Con una sonrisa, volví a acercarme a él. Suspiré complacido.
—Antes muerto. —Cómo desearía en ese momento haber tenido una cámara para inmortalizar su expresión.

Dicho esto, sin dejar todavía de sonreír, volví de nuevo a mi trabajo, seguro de que con eso por lo menos me ganaría tres días de descanso.


Julieta
Si existe algo de lo que me arrepienta profundamente hasta ahora –en lo referente a Axel, claro–, es haber dejado que él conociese el camino a mi casa. Antes sólo me molestaba durante mis horas de trabajo, pero desde que supo dónde vivía, se transformó oficialmente en un maldito acosador. En mí acosador. Y no, por si alguien se lo preguntaba, no me hace ninguna gracia.

¡Y todo empezó por querer ser amable! Lo recuerdo perfectamente. Sólo le faltó echarse de rodillas al suelo y empezar a suplicar que le dejase acompañarme a casa. ¿Y ahora? Pues ahora no sólo me acompaña prácticamente a diario de vuelta, no. Incluso tengo la sospecha de que me espía cuando voy a clase, cuando salgo con mis amigos, e incluso cuando voy a comprar. Y la verdad, espero que esto se quede en sólo eso: una sospecha. Sería demasiado aterrador pensar que pudiese ocurrir realmente…

Pues lo malo llegó cuando una vez, en mitad de la noche, apareció él bajo mi ventana con una linterna y un libro de Shakespeare en la mano.
Evidentemente yo a esas horas estaba durmiendo, pero un par de golpes en mi ventana fueron suficientes para despertarme. Alguien había lanzado algo contra ella. Alguien que se encontraba justo debajo de mi habitación.
Curioso, me asomé y busqué en la oscuridad, y no fue hasta que mis ojos se adaptaron a ella que no lo vi a él.

—¿…Axel? —murmuré, extrañado.

—No sé de cierto mi nombre —comenzó, y al instante, el sonido de una guitarra acústica empezó a sonar—, debido a que tú detestas ese nombre, amado mío, y si yo pudiera lo extirparía de mi pecho.

—¿De qué hablas? Espera. —Me fijé mejor. Tras él había alguien más. El dueño de la guitarra—. ¿Demyx también está también aquí? —Esto era alarmante. Me había seguido, y ahora él estaba ahí, en mitad de la noche, bajo mi ventana, recitando versos de Shakespeare acompañado de un guitarrista medio dormido. Eso ya era pasarse de la raya. Una cosa era que le diese por traerme flores al trabajo, algo inofensivo. Pero, ¿y esto? —¡Axel, estás loco! —le espeté.

—No seré ni una cosa ni otra, ángel mío, si cualquiera de las dos te molesta. —Por lo visto, él decidió ignorarme y seguir actuando. La escena del balcón de Romeo y Julieta. Genial.

—Mira. No te preguntaré por qué estás aquí a estas horas. Sin embargo te diré que esto, ¡es allanamiento de morada! —Tuve que bajar unas octavas el volumen de mi voz por prevención. No sé qué dirían mis padres si se enteran de esto…—. ¿Cómo narices has saltado la verja de la entrada? ¡Cualquiera que te haya visto pensará que eres un ladrón!

Por mucho que yo me quejase, le insultase o lo amenazase, él siguió a la suya, demostrando la buena memoria que tenía al no pararse a mirar el libro ni un segundo. Sonreía. Cómo se notaba que la situación le encantaba…
Tendrá mérito, pero ese no es el punto en esto.

Él siguió.
—Con las alas que me dio el amor, salté los elevados muros; además, no le tengo miedo a tus familiares. —Estaba completamente metido en el papel, y eso podía suponer un problema.

Me abstuve a tirarle la lámpara de mi mesita de coche. Era un regalo, y de hacerlo se podría romper.
—Mira, Axel. Si no te largas, bajaré yo mismo y… —empecé.

—Oh, Roxas, amor mío, tus ojos son más homicidas que las espadas de veinte familiares tuyos. Obsérvame sin enfado, y mi cuerpo se hará invencible.

—¡Que te vayas ya, imbécil! ¡Como se entere mi padre…! —Sonrió.

—El velo lúgubre de la noche me protege de él. Sin embargo deseo morir a costa de sus manos, amándome tú, que eludiéndolo y salvarme de él, cuando me falte tu amor.

Finalmente tomé una decisión.
—Voy a llamar a la policía.

—El amor me dijo dónde vivías. Él me aconsejó; guió mis ojos que yo le había entregado. Sin ser náufrago, te juro que navegaría hasta la playa más lejana para enamorar joya tan estimada.

—… … Tú lo has querido.


Mi advertencia no tenía nada de falsa, y realmente llamé a la policía. Alegué que dos individuos de sospechosa apariencia se dedicaban a rondar los alrededores de mi casa. Tras comentarle a la operadora la posibilidad de que ambos fuesen armados, envió de seguida un par de coches patrulla a mi calle. Al final, lo único divertido que tuvo esa noche fue el ver cómo Demyx tropezó al intentar saltar la verja para huir. Evidentemente Axel lo ayudó. Tras esto, empezaron a correr calle abajo. ¿Lograron despistar a la policía? Espero que no. Lo que sí sabía es que para las próximas navidades, me aseguraría de pedirle a mis padres que me comprasen un perro. Un Doberman, a ser posible. Y así, a ver quien es el listo que se vuelve a atrever a acercarse a mi ventana a las tantas de la madrugada para decir tonterías…


Lista
Todavía no sé cómo lo hice, pero fue así.
¡Había logrado hacer que Marluxia me diese un día de fiesta!
De esa manera, para aprovechar mi día libre, llamé a mis amigos uno a uno para proponerles ir a algún lado. Al cine, a la playa. Lo que sea con tal de desestresarme de tanto trabajo.
Sin embargo, dio la casualidad de que ese día ninguno de los tres, ni Hayner ni Pince ni Olette, tenía tiempo para mí. Que si tengo que ir a ver a mi abuela, no sé qué de un buffet libre y algo de una peluquería. Al final, opté por llamar a Naminé.

Lo bueno es que ella aceptó a ir a dar una vuelta; lo malo es que también elegiría el sitio.
Y claro, ¿qué mejor lugar que pasar un día de fiesta que en el mismo local donde uno trabaja? Esto es muy triste…

—No sé por qué insistes en venir aquí —le acusé, ceñudo—. Ya podrías haber elegido un lugar diferente.

Ella me miró perspicaz.
—No sé por qué te quejas. Me gusta el ambiente que hay en esta cafetería. —Se encogió de hombros—. Además, es un buen lugar para pasar la tarde.

Lo malo de Naminé es que ella estaba empeñada en demostrarme que Axel, una persona a la que prácticamente no conocía, era un buen tipo. Ella siempre había sido una de esas personas a las que les gusta escuchar los problemas de la gente, lo malo es que ahora se había cansado de escuchar los míos.

En ese momento, yo le contaba la última tontería que hizo cierto imbécil al presentarse en mi casa en mitad de la noche para parafrasear a Shakespeare. Esto no se lo esperó en absoluto. Interiormente esperé a que empezase a despotricar contra él, apoyándome como buena amiga que es. Sin embargo, tras unos segundos de aturdimiento, hizo algo que me tomó completamente desprevenido: rompió a reír.

—Naminé, ¡no hace gracia! —exclamé—. Esto es serio se presentó en mi casa de noche. ¡De noche! Eso es de locos. ¿Qué tipo de persona hace algo así?

De saber su respuesta de antemano, habría preferido que hubiese seguido riéndose en mi cara.
—Una completamente enamorada —suspiró—. Mira, Roxas. Di lo que quieras sobre él, pero no me negarás que el chico se esfuerza.

Rodé los ojos. Claaaro. Esforzarse.
—Parece que solo lo haga por molestarme —repliqué.

—Pues te parece mal. Por favor, ¡está claro que le gustas! ¿Qué tiene eso de malo? —Gruñí. ¿Ves? Por eso odio hablar con Naminé. Ella siempre logra encontrar una excusa para hacerme ver lo equivocado que estoy. ¡Aunque no lo esté! De verdad, es muy molesto.

—Mira, Naminé, yo no le “gusto”, ¿sabes? Sólo se ha encaprichado conmigo. Ahora mismo soy un simple juguete para él; cuando se aburra, probablemente se olvidará de mí por completo. —Ella me miró ceñuda. Pero no, por muy mal que hubiese sonado todo eso, no tenía intención de rectificarme. Para mí era completamente cierto.

—Roxas, eso que has dicho es horrible — Me removí en el asiento. Naminé estaba utilizando su voz de regañar. En momentos así me recordaba a mi madre —. Sabes perfectamente que Axel no es así.

—¿Y tú qué sabes? Ni siquiera lo conoces —protesté, desviando la mirada hacia una de las ventanas del local. Las calles estaban casi desérticas, igual que la cafetería. Habría sido un buen día para trabajar.

—Oh, ¿y tú sí? —inquirió, arqueando una ceja.

—Pues más que tú, desde luego. —Decidido, finalmente me levanté, dispuesto a irme de allí.—Yo lo veo absolutamente todos los días, y estoy seguro que sabría decir cómo es. En cuanto a ti, se supone que eres mi amiga. ¿Por qué te pones en mi contra?

—No estoy en contra de nadie, Sólo soy objetiva. —Antecediéndose a mi marcha, me agarró del brazo y de un tirón volvió a sentarme—. Acéptalo. Tú sólo ves en él lo malo.

—Será porque no hay nada bueno en él.

—Discrepo. Se ha fijado en ti, lo que significa que algo de buen gusto sí que tiene. —Fui a abrir la boca para volver a replicarle, pero ella se me adelantó—. Está bien. Mira, tengo una idea. Hagamos una lista de los pros y los contras que tiene Axel.

La cerré de nuevo.
—¿Qué?

En vez de responderme, tomó su bolso y empezó a rebuscar en él. Tras unos segundos de espera, finalmente sacó un papel arrugado y un bolígrafo. Apunto algo en él, hizo un par de líneas mal hechas y se volvió hacia mí.

—Venga, empecemos. Umm… Ya sé. —Se inclinó sobre la mesa y empezó a apuntar—. Pro: le pareces atractivo.

Rodé los ojos. Yo tenía muchos “contras” que decir. Empecé por el más evidente.
—Contra: es idiota. —Puso los ojos en blanco, aun así me lo aceptó.

—Pro: tiene buen gusto con la ropa. —Bufé.

—Eso es discutible.

—¡Roxas!

—Está bien… Contra: siempre sonríe.

—Eso es un pro —comentó. Ya vi el bolígrafo dirigirse al apartado de “pros”, pero la detuve.

—No, cuando digo siempre, me refiero a siempre. Incluso cuando me enfado. Ponlo en contra.

—No, Roxas. Es un pro y lo sabes. —¿De qué servía hacer una lista si no yo podía decidir qué poner en cada opción?

Ella continuó hablando.
—Otro pro: es divertido. —Oh, ¡por favor!

—Sí, muchísimo. Yo me parto con él. —Me ignoró y lo apuntó en la lista de pros.

—Pro: te hace regalos.

—Contra: nunca acierta.

—Eres un desagradecido —me acusó. Aun así fue directo a pros.

Y al fin me acordé de una muy importante.
—Contra: me acosa. —Y al fin, algo que no me discutió.

Los minutos continuaron pasando. Durante todo ese tiempo, yo me dediqué a sacar a la luz todos los pequeños y molestos detalles que había visto en Axel. Sin embargo, Naminé seguía empeñada en creer que bajo esa sonrisa malvada de loco psicótico –cambiada por una “descarada” y llevada a la lista de pros– que tenía él, realmente podía haber una buena persona.

—Pues ya está. Hemos acabado —finalizó, dejando a un lado el bolígrafo y tomando el papel con ambas manos. Lo leyó detenidamente. Tras unos segundos, se volvió hacia mí—. Y tenemos… Veintitrés pros y nueve contras. —Sonrió—. Me parece, Roxas, que Axel es el chico perfecto para ti. La lista lo dice. Tendrás que aceptarlo.

La miré, ceñudo.
—Por favor, no voy a salir con nadie sólo porque me lo ordene una estúpida lista. —Ella se encogió de hombros. Probablemente ya se esperaba esa respuesta.

—Tú mismo. Pero ya verás como al final terminarás cediendo.

Recosté la espalda sobre el respaldo de la silla y me crucé de brazos.
—Lo dudo mucho.

Evidentemente, en ese momento no la creí.

 

Notas finales:

Sólo decir que a diferencia del otro two-shot, este es y va a ser más corto. No por falta de imaginación, a ver. Sólo es que no me pareció bien dejarme tantas letras del abecedario sin su escena correspondiente, y claro, ha sido inevitable hacerlo tan cortito.

Eeeen cuanto a la segunda parte, sólo será terminar un par de escenas más y estará lista (jo, y eso que yo quería subirlo todo para estos días de fiesta. En fin…). Bueno, no hablaré del otro fic porque aquí no corresponde.

Así que nada más. Hale. ¡Y feliz Año Nuevo por atrasado!

PD: Me asombro a mí misma. ¿A que no se nota que Naminé me cae mal? Bah, me fue más divertido escribir sobre ella en la otra versión.


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