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Enséñeme Hibari-Sensei por Vampire White Du Schiffer

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Capítulo II. El Alumno.

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Sigo sin poder digerir lo que vi. O mejor, dicho sin poderle enfrentar con gallardía: Descubrí al Director y a mi odiado profesor de Historia en una situación embarazosa, comprometedora y… gay. Oh, Satanás que debes estar divirtiéndote de mi desgracia, ¿podrías hacerme olvidar esto?

Hay varias razones por las cuales me arrepiento de que mi maldita curiosidad me haya arrastrado a este vado de intimidad entre hombres.

1.-Conociendo a mi ex profesor, no descansará hasta saber que fui yo el chismoso.

2.-… Oh, la número dos es terriblemente boba, vergonzosa y reveladora. Mejor no la digo.

Aunque, si uno, llegado el momento de poner freno a los absurdos divagues, se pone a meditar con elevada profundidad, se podría  arribar  al puerto de que no es del todo malo. A esta conclusión  me aventó el número dos.

Me revolqué en mi cama, clamando a los espíritus algún tipo de piedad. Recordé claramente la posición de esos dos en el escritorio.

+ : : Flash Back : : +

Me quedé hecho piedra ante la rendija de la puerta corrediza. Mi boca iba a despedir un grito, pero la cubrí con mis dos manos y puse mis ojos en blanco mientras temblaba tontamente.

El Director, el símbolo máximo de la autoridad en este Instituto, esta entre las piernas del Tirano más grande que Namimori pudo concebir. Ambos se besaban y a veces intercalaban caricias. El morbo me mantuvo allí como mosca pegada al vidrio, como ‘perro frente a carnicería. Era algo sorprendente y extraño. Nunca imaginado ni planeado. No por mi mente, ténganlo por seguro. Regresando a esos dos pontífices, Reborn A. sostuvo la cabeza de mi maestro por largos segundos en los que enredaban sus lenguas y tallaban sus entrepiernas. Los cinturones ya estaban abajo, las camisas a punto de ceder territorio a las manos. Cosa que llamó, instantáneamente, mi atención fue el suspiro de mi profesor. Y demonios de todos los avernos, fue gloriosamente sensual. Cómo me he imaginado de veces estar…

Entonces el Director Reborn tocó la hombría despierta del profesor, mordiéndose los labios propios antes de dedicarse más ósculos mojados. Era una sauna, el calor se disipaba en un segundo, pero vivía como oleadas salvajes. Fue allí donde hice ruido y salí corriendo a trompicones por el pasillo hasta esconderme en una de las esquinas para seguir escurriéndome entre el piso para salir de la endemoniada Escuela.

+ : : Fin Del Flash Back : : +

Y hoy en día. Me masturbo cual colegial caliente.

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Le dije a Reborn las cosas como eran. Y muy probablemente eso me metería en problemas con él mucho más adelante. De cualquier manera debía terminar el asunto del espía cuanto antes.

−Nada de sexo hasta que lo encuentre –fue el acuerdo unilateral, él quedó molesto y gruñón el resto de la semana. Pude saber el nombre del no invitado rápidamente, pero quise darle tiempo de fermentación. Como todo buen vino europeo. Examiné a todos mis alumnos, ninguno me sostenía la mirada, era ya costumbre. Los interrogué inteligentemente, pero no era ninguno de ellos. Entonces cavilé en investigar a los demás grados.

Resultó que hacía una semana exactamente los únicos que se quedaron eran los pertenecientes al Consejo Estudiantil, de los cuales, dos estaban enfermos, uno limpió el gimnasio y otros se quedaron en la oficina concejal hasta que el conserje les corrió. Primero fui por estos dos.

Se extrañaron de verme en su territorio, bufé en exagerada burla. Este era mi Trono mucho antes de esos mocosos siquiera pensaran en ingresar a la Escuela. En fin, tampoco fueron ellos, resultaba demasiado obvio que también se habían entretenido a su modo aquí. El intendente sirvió de testigo.

Me quedaba sólo uno. El bufón que se encargó de la limpieza del salón de Tercero y del Gimnasio. Sin perder más tiempo, asistí a esa aula ajena a mi jurisdicción para charlar con una de las profesoras. Una conocida íntima de nombre Lal.

−¿Comportamiento raro? –me preguntó.

−Alguno de tus alumnos se debía quedar al aseo, ¿quién fue?

−Je –se burló –, no entiendo para qué quisiera, el gran Hibari, saber eso. Estos chicos están en mis manos ahora.

−No me vengas con eso –y sobre el hombro de la profesora vi la curiosidad despertada de su salón –, se nota que no cambias, les mimas demasiado.

−Oh, soy más cruel de lo que te imaginas –levantó su puño y me golpeó en el hombro –, veré qué consigo. Nos veremos en el almuerzo –y se metió a seguir con su trabajo.

−Tch –esa mujer ya sabía a quién buscaba, sus ojos ámbar-rojo se burlaron cuando le dije, entre palabras, que quería castigar a uno de sus custodiados.

Incluso yo actuaría de esa manera. Después de todo, sí alguien llegase a mi esfera, buscando algo como lo que yo escudriño, primero me deleitaría con tortura hacia ambos. Lal no haría algo así, no a mi nivel.

Me equivoqué.

−Bien, Bien, Hibari-sama –me dijo con una tonta sonrisa en sus labios –. Dígame, ¿Cómo le va en su investigación?

−Sigue jugando y me encargo de cortarte la cabeza.

−Huy, qué miedo –repuso, seriamente. Estábamos en la Oficina del profesorado, solos –. Aquí tienes, gran ogro –me entregó en un sobre el expediente de un mocoso. Uno que había logrado escapar de reprobar por mi mano. Lo recuerdo perfectamente bien. Su cabezota me causó problemas en el pasado –. No sé qué te pudo hacer este chico –se encogió de hombros –¿qué le harás?

−Yo nada –me reí –. Reborn lo expulsará –esta respuesta hizo que Lal se levantara súbitamente de la silla donde estaba.

−¿Qué? –inquirió, enojada –. Exijo saber los motivos.

−Woow, no es asunto que te concierne. Me conocer como todos aquí, debiste imaginar que este idiota –puse el dedo pulgar en la fotografía de la carpeta – no saldría bien parado.

−Maldito Hibari –masculló y tomó sus cosas, el timbre sonó y se desperdigó su eco por los pasillos –. Ruego porque encuentres la horna de tu zapato –desapareció después de más monologo absurdo.

Yo suspiré con desagrado. Me incliné en el respaldo de la silla y levanté el expediente.

−Es una verdadera lástima, estuviste así de cerca de salvarte.

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Fui llamado. No. No. No. No. ¡No!

Si, lo vi cuando vino a hablar con la profesora Lal, los vi intercambiar amenazas. Una conversación entre tiranos. Pero me oculté, pensando yo, qué no me revelarían como voyerista enfrente de todos. Quise que me tragasen las letras del libro, quería que la ecuación me cortase la cabeza de una buena vez.

Pasó la semana, y yo ya me creía a salvo. Qué tonto fui. Bueno, fui muchas cosas en estos siete días completos. Un depravado y pérfido. Masturbándome como idiota con la imagen de dos hombres que sin querer admiraba, y que forzosamente logré respetar.

Justo ahora, espero que todos salgan del salón de primer grado. La mayoría me ve con curiosidad. Yo haría lo mismo, pero me tengo que concentrar en desenvolver otro papel. Primero me pasarían con el Director y tendría que empacar mis cosas ¡No lo sé! Era lo más seguro. Esos dos no iban a dejarme saber su secretito nada más porque si. El problema es que… yo no me quiero ir.

−Acércate –me dijo. Oh, rayos, su maldita voz de monstruo. Algo que no extrañaba. Definitivamente se oye diferente cuando gime, dios, olvida que dije eso.

−A-Aquí estoy bien –cerca de la puerta, listo para correr si sacaba un cuchillo. Ensayé mi garganta, gritaría como loco de ser necesario –¿Pa-Para qué me hizo llamar, profesor? –y mi tartamudeo le da la cerecita en el pastel a esta engorrosa escena.

−Ya sabes –respondió –¿Te pareció divertido vernos? –se cruzó de brazos, recargándose en el pizarrón limpio.

−Algo –respondió encogido de hombros, sobándome la nuca. Esperen, ¡¿Dije eso?! ¿Al demonio de ojos plateados? –. Quiero decir… que… que…

Y le vi reír.                 

−Me agrada tu sinceridad –ay, no, ya siento venir la ola de regaños –. Parece que en casa no te enseñaron lo suficiente, como respetar el espacio de los demás.

−Pero, profesor.

−El que habla aquí, soy yo, tonto herbívoro –ah, olvidaba mi apodo genérico –. Será mejor que te olvides de asistir a alguna universidad de este país si hablas –se despegó de su lugar y fue hasta donde me encontraba para sostenerme del brazo –. Ahora vendrás conmigo, hablarás con el Director para tu despedida.

Piensa rápido. Piensa rápido. Piensa rápido.

−¡No! –solté el grito y le miré a los ojos –¡Tengo algo muy importante que hacer aquí, profesor!

−Debiste pensar eso antes de…

−¡No! –repetí como niño desesperado.

Piensa. Piensa. Piensa.

+ : : : : +`

Quise ver la cara del sujeto espía antes de pasarlo con Reborn. Sería divertido ver en aprietos a un ex alumno odiado. Fue por eso que le invoqué al salón del primer nivel. Es terriblemente torpe, choca con todas las personas y con todas las cosas aunque estén estas a metros de él. Una especie de imán para la desgracia. Tal y como lo recuerdo.

−Camina –ordené viendo que no quería avanzar, se planto decididamente ante mí. Sus ojos no se mantenían quietos al igual que sus temblorosas manos. Si. Esta tortura…

−¡No lo haré! –chilló entre la quijada apretada. Estaba dudando, después de todo nadie me habla así.

−Ya estás condenado, ríndete –le dije con sorna. Tartamudeó varias cosas más. Cosas sin importancia. Empero, lo que me dejó mudo por todo un minuto entero fue lo siguiente, que si pudo articular con coherencia y retórica:

−¡Si me expulsa, tenga por seguro que lo diré a todos! ¡Puedo ir ahora mismo, mientras soy alumno de Namimori a menos que…!

−¿A menos que qué, mocoso? ¿Planeas…?

−¡A menos de que usted y yo nos convirtamos en amantes!

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Estoy en el ojo del huracán. Mi corazón late sin control. Levantó mi vista y encuentro que el profesor se ha sorprendido con mi propuesta. Aseguro que no es el único. Yo también me quedé sin palabras. Solo dije lo que sentía en ese momento. Mi salvación.

−¿Qué has dicho, Dino Cavallone?

−Seamos amantes –dije confirmando mi decisión –. Juro no decir nada –Luzbel, te lo suplico, ilumíname con tu maldad para poder imponer condiciones favorables y justas.

Continuará. 


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