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Piel de ángel por Hotarubi_iga

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Notas del capitulo:

Disclaimer: Gravitation no me pertenece. Es propiedad de Murakami Maki.

— Capítulo 3 —

Estrategia

 

A pesar de estar cómodamente bajo las mantas de la cama, Shuichi sentía un agudo dolor en todo el cuerpo. Le pesaba como si tuviera un costal sobre los hombros. Debido a ello, abrió los ojos y parpadeó molesto: la luz matutina se filtraba insolente por el cortinaje de la ventana, contrariamente a la tormenta que había azotado anoche.

Moviéndose con notoria pesadez, Shuichi recordó de pronto lo que había sucedido a la salida del Club, en el oscuro callejón. Tapó su rostro con ambas manos y sintió sus ojos picar ante un repentino sollozo que pugnó por ahogar y que hábilmente reprimió en su garganta. Talló severamente sus ojos y limpió todo rastro de lágrimas, observando luego el entorno de su habitación.

Sin mayor cuidado, Shuichi tomó de la mesa de noche su reloj y observó la hora.

—¡QUÉ! —exclamó alterado. Se puso de pie rápidamente, obviando el mareo que se ganó gracias al brusco movimiento, y salió disparado de la habitación. —¡No puede ser! ¡Me quedé dormido! —Pasaban de las siete, y se suponía que debía de recoger a Riku en casa de Ayaka a las seis.

Shuichi se sentía muy abrumado por su retraso; no era usual en él ser impuntual, pero el ruido del pequeño televisor de la cocina acaparó su atención y le hizo olvidar rápidamente su falta. Curioso, Shuichi se acercó y se asomó por la puerta de la cocina, descubriendo a Riku tomando felizmente su desayuno, y frente a él, a Yuki, el hombre que anoche había salvado a Shuichi de aquel desagradable encuentro en el callejón.

—¡Tú! —exclamó Shuichi sorprendido.

Yuki, vestido con su elegante pantalón negro de final tela y su camisa blanca abotonada tan sólo en la parte centrar de esta, bebía café sentado muy cómodamente mientras leía el periódico. Al escuchar el chillido potente de Shuichi, observó casualmente su figura plantada bajo el dintel de la puerta.

El silencio en la cocina regía, pero era vapuleado de vez en cuando por las caricaturas que pasaban por la pequeña tv de la cocina y que Riku felizmente disfrutaba.

—¡Mami! —chilló Riku con la boca llena de cereal. Shuichi se le acercó y revisó lo que comía. Le dio un beso en la frente y revolvió tiernamente sus cabellos. Finalmente, centró su atención en Yuki, quien desde hacía rato observaba la figura esbelta y atrayente de Shuichi.

—¿Se puede saber que haces aquí? —articuló Shuichi con hostilidad.

—Veo que ya estás con más ánimo; tu antipatía volvió a ser la misma. —Yuki bebió nuevamente de su café y dio vuelta la hoja del periódico.

Shuichi rápidamente se acercó a Yuki, le quitó bruscamente de las manos el periódico y lo dejó prepotentemente sobre la mesa.

—Te hice una pregunta —espetó.

—Tu memoria es espantosa. No recuerdas el por qué estoy en tu casa —respondió Yuki con deliberada tranquilidad. Se puso de pie y se acercó a la cafetera para llenar su tazón, bajo la arisca mirada de Shuichi.

—Claro que lo recuerdo. Pero eso fue anoche. No entiendo por qué estás aquí todavía —protestó bajo los ojos fieros de Yuki.

—Eres bastante grosero con la persona que te ayudó anoche, ¿lo sabías? —Shuichi se erizó ante las palabras de Yuki. Miró con enfado hacia otro lado, pues sabía que su actitud hostil era inadecuada para con su peculiar salvador.

—Te agradezco el que me hayas ayudado anoche —habló ya mas calmado. Caminó hacia el mesón para sacar del mueble su tazón y permitió que Yuki le sirviera café. —Lamento si fui grosero contigo, pero tú te lo has ganado a pulso.

—Lo sé —respondió Yuki sin miramientos.

Shuichi lo observó por unos momentos y luego vio hacia la mesa, reparando en el bol de cereal que Riku disfrutaba sin problemas.

—¿Tú se lo preparaste? —cuestionó algo incrédulo.

—Supongo que no pensarás que tu hijo se lo preparó solo —contestó Yuki, pegándole un sorbo a su tazón de café.

—¡No me refiero a eso! —refunfuñó Shuichi—. Creí que Ayaka-chan se lo había servido. Además... Riku no es mi hijo —agregó.

—¿No? —Yuki preguntó muy sorprendido.

—No, es mi hermano menor —aclaró Shuichi, acariciando el cabello de Riku.

—¿Tú hermano menor? —cuestionó Yuki con cierta incredulidad—. Pero te dice mamá.

Shuichi sonrió.

—Me dice así porque soy lo más cercano a una madre. —Riku extendió su mano, ofreciéndole cereal a Shuichi.

—¿Y tus padres? —preguntó Yuki.

El rostro de Shuichi se ensombreció repentinamente.

—Ellos... murieron —musitó suavemente, dejando una sensación de inquietud en Yuki.

Un delicado ambiente de silencio se había generado, pero Riku se encargaba de romperlo con su risa alborotada por las caricaturas que pasaban en la tv. Yuki observó fijamente a Shuichi, descubriendo que, más allá de un cuerpo bonito, había algo especial en él. Ese algo, hacían a Yuki sentirse a gusto y cómodo, a pesar de no haber existido un muy buen comienzo entre los dos.

—¿Te sirvo el desayuno? —preguntó Yuki, esperando con ello romper el silencio que ellos habían creado inconscientemente.

—Eh, no gracias. Me lo sirvo solo... —respondió Shuichi. Se acercó nuevamente al mesón y se sirvió el desayuno, bajo la atenta mirada de Yuki, quien lo observaba con sus avasalladores ojos dorados.

—Aún... no me has dicho tu nombre —dijo Shuichi, mientras tomaba asiento a un costado de Riku para ayudarle con su cereal.

—Creí que no te habías percatado de eso —manifestó Yuki, apoyado en contra el borde del mesón de la cocina de manera casual.

—No es que me importe —aclaró Shuichi—, pero de alguna forma debo de llamarte. —El orgullo de Yuki fue pasado a llevar nuevamente por el carácter de Shuichi, sin embargo, debía pasarlo por alto si quería llevar a cabo sus oscuros propósitos.

—Tu sinceridad me asusta —confesó Yuki, remarcando su voz de forma bastante mordaz—. Pero te haré la vida más simple si así prefieres: me llamo Yuki.

—Yuki... —repitió Shuichi, bastante sorprendido.

—Sí, Yuki. ¿Algún problema con eso? —preguntó Yuki ante el talante de voz tan sarcástico de Shuichi.

—No, para nada. Es sólo que te queda perfecto —confesó, mientras bebía un poco de café.

—¿Y por qué lo dices?

—Porque tu personalidad encaja muy bien con ese nombre, eso es todo.

—¿Mi personalidad?

—Sí: frío, extraño, arrogante, presumido, impulsivo, orgulloso, necio... ¿Necesito seguir? —cuestionó Shuichi sin mayor interés.

—Tu simpatía es impresionante —gruñó Yuki con frialdad y evidente apatía.

—Veo que tu orgullo se hiere prontamente; te molestas fácilmente por cualquier comentario —sonrió Shuichi con burla al ver el rostro irritado de Yuki.

—Eso quisieras, ¿no niño? —remachó.

—Ah, ahora soy niño. Pero en las noches quieres comprarme... ¿o eres acaso un pedófilo?

Yuki lo miró ya con bastante irritación por los comentarios antipáticos que arrojaba.

—No te aburres nunca.

—Eso quisieras. ¿O piensas que porque hiciste anoche tu buena acción del día te ganarás mi interés? —Quitó la vista de Yuki y puso más atención en Riku, quien parecía ignorar por completo la discusión que Yuki y Shuichi habían creado. —¿Te gustó tu desayuno, Riku? —preguntó Shuichi. Tomó el bol de cereal ya vacío y lo llevó al lavaplatos.

—Sip, papá lo hizo muy delicioso.

Ante la respuesta de Riku, Yuki se atragantó con el café y Shuichi casi dejó caer los platos al suelo.

—¡Riku! ¡Él no es tu papá!

Yuki, al ver que la situación se había vuelto incómoda, decidió marcharse. Era una buena estrategia para llamar la atención de Shuichi, quien al percatarse de cómo Yuki miraba la hora en su costoso reloj, dejó los platos en el fregadero y se le acercó.

—¿Ya te vas? —preguntó, mientras Yuki abotonaba su camisa rumbo a la sala para recoger sus saco.

—Ya cumplí con mi buena acción del día: te salvé de acosadores y le di de comer a tu hermano. Ahora tengo que volver a mi casa —respondió sin miramientos.

—Oye, no lo tomes así. Ya te di las gracias —aclaró Shuichi, ante la molestia de Yuki.

—Entonces tú tampoco seas tan antipático —respondió.

—Lo siento, es que creí que luego de ayudarme anoche querrías algo a cambio —explicó Shuichi con incomodidad. Yuki lo observó seriamente, pero el corazón le palpitaba vigoroso por dentro ante el logro y la habilidad innata de su juego.

—Pues pensaste mal; no soy de los que hacen las cosas por interés. Y ya entendí que no eres de «esos» que se venden por dinero. —Shuichi bajó el rostro y permaneció en silencio.

—Te agradezco lo que hiciste anoche y esta mañana. —Su mirada recayó en el sofá, descubriendo unas mantas perfectamente dobladas. —¿Dormiste allí? Debió ser incómodo.

—¿Y qué querías? ¿Que durmiera en tu cama? —Yuki sonrió con burla, disfrutando del rubor apiñado en las mejillas de Shuichi tras su respuesta. —De todos modos, el sofá no estuvo tan mal. —Shuichi sonrió casual y caminó hacia el recibidor. —¿No irás a trabajar esta noche? —preguntó Yuki de manera casual. No obstante, quería volver a ver a Shuichi. No soportaba la idea de pasar un día sin verlo bailar semidesnudo en el Strip Club.

—No, hoy tengo la noche libre. Dos veces por semana no me toca trabajar en NG.

—¿Y qué harás ahora? Perdiste tu empleo en el restaurant —De alguna manera, Yuki quería acercarse a Shuichi, aun cuando su orgullo quedara expuesto y desprotegido.

—Eso ya no importa —respondió Shuichi—. Buscaré un nuevo empleo, aunque cueste un poco. —Se encogió de hombros y suspiró.

—Por tu edad no creo que te resulte tan difícil.

—Lo es para mí —refutó Shuichi—; no alcancé a terminar mis estudios —confesó con cierto pesar, dejando a Yuki con una extraña sensación de culpa—. Asato-san me dio el empleo en su cafetería porque conocía a mi papá.

—Pero te trató peor que un perro el muy imbécil —gruñó Yuki con molestia. Shuichi sonrió.

—Sí, pero él es así; busca la perfección y la sumisión de sus empleados. Y como yo no encajo en ese patrón, buscó el mejor pretexto para echarme sin cargo de conciencia.

Permanecieron unos momentos en silencio. Muy de vez en cuando, Shuichi cruzaba su mirada con la de Yuki. Era un encuentro fugaz, pero lo suficiente para acelerar el corazón de Shuichi de manera extraña. El celular de Yuki sonó de pronto y rompió la atmósfera que ambos habían creado.

—Qué —masculló Yuki, luego de contestar la llamada—. No, no estoy... No te diré y no me digas lo que tengo que hacer. —Colgó y guardó el aparato en su bolsillo, gruñendo por lo bajo.

—Parece que te tienen controlado —rió Shuichi al ver como Yuki dejaba en evidencia su enfado debido a la llamada.

—Era mi cuñado; es tan irritante el maldito —gruñó.

Shuichi abrió la puerta y Yuki cruzó el dintel. Se giró y observó la figura expuesta de Shuichi, la cual era cubierta por un short y una sudadera de algodón celeste.

—Gracias por todo —repitió Shuichi, observando la mirada intensa que Yuki le ofrecía. —¿Qué ocurre? —le preguntó al ver que no apartaba los ojos de su persona.

—Estaba pensando... —dijo Yuki de manera reflexiva. Echó un concienzudo vistazo a la apariencia de Shuichi; de arriba abajo y confesó: —que también luces muy sexy con ropa. —Ante tan elocuente comentario, Shuichi no pudo evitar sonrojarse y cerró la puerta de golpe. Yuki sonrió ante la reacción de Shuichi y se sintió ya todo un ganador. La primera gran jugada estaba hecha, ahora sólo falta una más para tener a Shuichi en la palma de su mano.

Con aquella apoteósica satisfacción, Yuki dio media vuelta y caminó por el solitario y oblongo pasillo hasta el elevador. Lo abordó y esperó que lo llevara hasta el subterráneo, en donde yacía aparcado su flamante vehículo.

Shuichi, luego de haber cerrado la puerta, se apoyó contra ella y liberó un sobrecogido jadeo. Necesitaba pensar y relajar tensiones, pero por más que lo intentaba, no podía dejar de recordar la intensa mirada que Yuki a cada instante regalaba. Resultaba inevitable no dejarse llevar por esos cautivadores ojos. El pulso aumentaba, la piel se erizaba y la temperatura aumentaba; Shuichi sentía todo eso y más cuando dibujaba en su memoria la presencia de Yuki y sus avasalladores ojos.

Riku gritó de pronto y con gran insistencia la necesidad urgente de ir al baño. Shuichi salió abruptamente de sus acalorados pensamientos y caminó a la cocina.

—¡Ya voy, Riku!

Yuki ya llevaba unos minutos recorriendo las calles en su Mercedes Benz F800 Style. Su objetivo era claro, y tras veinte minutos más de esquivar coches y someterse al molesto tráfico matutino, estacionó su vehículo a un costado de la acera e ingresó decididamente al sitio que tenía por objetivo. Fue recibido con pomposidad y agrado, sin embargo, Yuki no tenía intenciones de socializar ni mucho menos agradar al anfitrión del recinto, por lo que, con una mirada fiera y desafiante, pidió hablar urgentemente con el encargado y dueño del lugar.

 

 

Durante el transcurso de la mañana, Shuichi se encargó de los quehaceres de la casa: fue al supermercado, aseó rincón por rincón, lavó la ropa, cocinó y compartió con Riku, ayudándole a ordenar sus juguetes. Era la rutina que Shuichi tenía casi a diario. Parecía ser algo muy agotador, pero Shuichi ya estaba acostumbrado, y era la única manera que tenía de llevar su hogar con responsabilidad y dedicación.

Ya en la tarde, después de almuerzo, mientras Riku dormía su siesta, Shuichi aprovechó de buscar empleo en el periódico. Intentó llamando a varios números que los avisos daban para contactarse y solicitar una entrevista, pero en todos pedían como requisito mínimo haber cursado secundaria. Y Shuichi, ante esa realidad, quedaba de manos atadas.

Frustrado, se llevó las manos al rostro y enredó entre sus dedos su flequillo. Tenía cuentas que cancelar, pero el dinero no le alcanzaba para él y Riku. Mantener el departamento resultaba muy costoso, y el dinero ganado en el Strip Club no era suficiente; dependía completamente de otra entrada más o no podría seguir alquilando el departamento.

—¿Qué voy hacer...? —jadeó abatido. El sonido del teléfono interrumpió sus pensamientos, y rápidamente, para que Riku no despertara, contestó la llamada. —Aló.

Shindou. —Una voz masculina y aparentemente conocida para Shuichi se escuchó al otro lado de la línea.

—¿Asato-san? —articuló Shuichi sorprendido.

Necesito que mañana mismo te presentes a trabajar.

—¡¿Qué?!

Te quiero mañana mismo a primera hora trabajando. O considérate despedido.

—Pero...

La llamada finalizó, dejando a Shuichi con el teléfono en la mano y las palabras en la boca. Después de aquel extraño e inesperado llamado, Shuichi, animado y repuesto por semejante milagro, fue a despertar a Riku y comenzó luego con los preparativos de la cena. En la noche los visitaría Nakano Hiroshi, amigo de la infancia de Shuichi, y un exitoso estudiante de medicina de diecinueve años.

Hiroshi, o Hiro, como bien le decían quienes lo conocían, trataba de visitar a Shuichi lo más seguido posible, y así ayudarle en lo que tuviera a su alcance, pese a que la carrera de medicina que estudiaba en la facultad más importante del país le impedía algunas veces participar en la vida de su mejor amigo.

Cerca de las nueve y, como siempre puntual, Hiro se presentó. De inmediato, fue recibido por el efusivo abrazo de Shuichi.

—¡HIRO~, te extrañé tanto! —exclamó con alegría.

—Lo sé; hace un mes que no nos vemos. Pero aquí me tienes —sonrió Hiro.

Hiro entró y fue recibido por Riku.

—Pasa a la cocina, Hiro —indicó Shuichi—. La cena está casi lista.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Hiro, acomodando a Riku sobre el sofá que para se entretuviera con la programación que esas horas transmitían por la televisión.

—Tú sólo ponte cómodo. Sólo falta aliñar la ensalada —indicó Shuichi, dirigiéndose a la cocina.

—Entonces déjame ayudarte con ello —expresó Hiro, siguiendo a Shuichi.

Una vez que la cena estuvo lista, Shuichi, Hiro y Riku disfrutaron de ella, compartiendo amenamente en la mesa de la cocina. Durante la velada, Shuichi y Hiro rememoraron los buenos tiempos en los que fueron compañeros de curso y también platicaron de cómo fueron las últimas semanas de ambos.

—Ah... los exámenes son cada vez más complejos —comentó Hiro, mientras degustaba una de las especialidades de Shuichi: el katsudon[1].

—Pero eres el mejor estudiante de la facultad, ¿no? —señaló Shuichi—. Entonces no deberías de preocuparte —agregó, mientras ayudaba a Riku a comer.

—Con mayor razón me siento algo presionado —confesó Hiro—. A veces, siento que colapsaré. Tengo la presión de mi familia y la de mis profesores en la facultad. Ya ni siquiera tengo vida fuera de clases; vivo estudiando, y a penas me queda tiempo para dormir. —Shuichi puso su mano sobre la de Hiro para reconfortarlo.

—Ya verás que, cuando te gradúes, serás el mejor médico de todos.

Hiro sonrió ante los ánimos que Shuichi le daba. Él siempre tenía una palabra justa que lo confortaba y animaba.

—¿Qué haría sin mi amigo del alma? —suspiró, pescando a Shuichi por el cuello para regalarle un beso en la frente.

—Supongo que tendrías otro mejor amigo —respondió Shuichi.

—¡Por supuesto que no! —exclamó Hiro—. Como tú no hay otro igual. ¿Verdad Riku que Shu es el mejor?

—!Mi mami es el mejor! —chilló Riku, alzando sus pequeños brazos y moviéndose sobre su silla.

A pesar de no contar con un departamento grande ni contar con ostentosas comodidades, Shuichi siempre recibía con los brazos abiertos a Hiro, quien, a su vez, siempre disfrutaba pasar su poco tiempo libre con Shuichi y Riku. Siempre que le era posible, Hiro los visitaba porque se sentía a gusto en el apartamento; lo consideraba su segundo hogar.

A Hiro se le hacía muy doloroso no poder ayudar a Shuichi como quisiera. Cuando Shuichi abandonó la escuela para trabajar y mantener a Riku, Hiro pensó también en hacerlo para ayudarle, pero sus padres no se lo permitieron, ni Shuichi. «No Hiro, tú tienes que cumplir tu sueño. Has lo que yo no podré hacer, por favor». Esas fueron las palabras que Shuichi le obsequió a Hiro cuando él había querido abandonar la escuela y seguirle. Desde aquel entonces, Hiro había procurado no dejar a Shuichi, a pesar de su apretado horario por causa de la universidad.

—Hiro, ¿me quieres ayudar? —preguntó Shuichi, quien había comenzado a lavar los trastos sucios en el fregadero.

Les tomó sólo un par de minutos dejar la cocina impecable, y, una vez que hubieron terminado, se sentaron en el sofá de la sala a beber un poco y a seguir platicando. Sin embargo, el timbre del departamento los interrumpió.

—Hiro, abre tú, por favor —pidió Shuichi, al encontrarse acomodando las copas y el licor sobre la mesa del living.

Hiro obedeció. Abrió la puerta y recibió al inesperado invitado, ruborizándose inevitablemente.

—¡Ayaka-chan! —exclamó con el corazón trepidando con fuerza dentro de su pecho. Y no pudo evitar notar como Ayaka, igualmente ruborizada, lo miraba, dejando en evidencia su timidez y nerviosismo ante su presencia.

—Nakano-kun —musitó ella con suavidad—. No sabía que vendrías a ver a Shuichi.

—Tuve un poco de tiempo libre —explicó, intentando tomar el control de su nerviosismo. Aguardaron unos momentos, hasta que finalmente Hiro reaccionó. —Ah, pa-pasa... adelante. —Ayaka sonrió y entró. Hiro la siguió con la mirada, y le fue inevitable no suspirar al percibir el exquisito aroma de su perfume, quedando prendado de él cuando se coló por su nariz.

—Hiro, ¿quién...? ¡Ayaka-chan! —saludó Shuichi al ver a Ayaka parada en la entrada de la sala.

—Buenas noches, Shuichi —sonrió Ayaka—. En clase de repostería preparamos mochi[2] y quise traerte un poco.

—¡Oh! Muchas gracias —expresó Shuichi con agrado—. Ahora íbamos a tomar unos tragos con Hiro. ¿No quieres quedarte? —preguntó, esperando que Ayaka aceptara, pues sabía bien que había algo entre ella y Hiro.

—Eh... gracias, pero no quisiera incomodar.

—¡Para nada! —apremió en responder Hiro. Ayaka lo observó con timidez y le sonrió.

Shuichi le guiñó el ojo a Hiro con disimulo, sin poder evitar sentirse a gusto al ver como éste se sonrojaba por la presencia de Ayaka.

—Iré a acostar a Riku. Regreso enseguida. Siéntase como en su casa —dijo Shuichi, luego de guardar en el congelador los mochi que le obsequió Ayaka.

Hiro y Ayaka quedaron a solas en el living, en silencio, echándose muy de vez en cuando alguna mirada casual. Ellos habían tenido la suerte de conocerse gracias a Shuichi, pero jamás se les había pasado por la mente decirse algo especial o confesar alguna clase de sentimiento. Era una suerte de amor platónico silencioso, aunque para Ayaka y Hiro, el sentimiento que crecía dentro de sus corazones, se acrecentaba y fortalecía cada vez que sus miradas se encontraban.

Shuichi, una vez que terminó de acostar a Riku, regresó al living. Se había tomado la molestia de tardar más de lo necesario para dejar unos momentos a solas a Hiro y Ayaka. Sabía que tomarse un poco más de tiempo en ponerle el pijama a Riku y esperar que se durmiera, ayudaría para que la extraña relación que Hiro y Ayaka tenía progresara siquiera un poco.

Al llegar al living, Shuichi no pudo evitar sonreír al ver a Hiro y Ayaka conversando amenamente. Tenía la certeza que tarde o temprano esa relación florecería en algo más.

Con algo de pesar, por tener que interrumpirlos, carraspeó un poco —de manera casual— anunciando su llegada. Se acercó a la sala y tomó asiento en uno de los sillones. De inmediato, Hiro le sirvió un poco de umeshu[3] y así iniciaron una placentera conversación, en la cual rememoraron buenos momentos que los tres habían compartido desde que Shuichi se había instalado en el departamento. 

—Shuichi —dijo Ayaka—, ¿quién era el sujeto que estaba aquí esta mañana? —preguntó con simpleza, pues ignoraba la existencia de algún amigo que Shuichi tuviera fuera de NG—. ¿Era del Strip Club? —Shuichi depositó sobre el mango del sillón su vaso de umeshu y suspiró con suavidad.

—No... es un conocido nada más —respondió sin miramientos. Pero recordó a Yuki de pronto y su corazón extrañamente se aceleró.

—Es que me sorprendió verlo esta mañana al venir a dejar a Riku. Como no pasaste por él a la hora, me preocupé —expresó Ayaka.

—No me sentí muy bien esta mañana.

—¿No te sentiste bien? —Preguntó Hiro con inquietud—. ¿Tenías fiebre o algo? —Shuichi negó. —No debes esforzarte tanto.

—Ayer fuiste despedido, pero ahora te piden que regreses nuevamente a trabajar... —comentó Ayaka, recordando lo que Shuichi le había explicado hacía unos momentos—. Es muy extraño. Y lo que más me preocupa es que te sobre exiges demasiado.

—Lo sé, pero lo importante es que mantendré mi empleo y no tendré problema con eso —respondió contento, y siguieron charlando el resto de la velada.

 

 

Pasada la media noche, Shuichi cabeceaba sobre el sofá. Hiro se dio cuenta y le sugirió a Shuichi que se fuese a dormir.

—Ve a descansar, Ayaka-chan y yo seguiremos bebiendo en su casa.

—Está bien —respondió Shuichi, bostezando—. De todos modos, mañana tengo que levantarme temprano.

—Que pases buena noche, Shuichi —dijo Ayaka.

—Tú igual, Ayaka-chan.

Ayaka salió primero del departamento y fue rápidamente al propio para arreglarlo mientras Hiro se despedía de Shuichi.

—Hey, no beban mucho —bromeó Shuichi, codeando con picardía a un ruborizado Hiro.

—Y tú descansa más seguido —ordenó Hiro, pues veía el cansancio en los expresivos ojos de Shuichi.

—Descuida.

Finalmente a solas, Shuichi llevó lo que sobró de la velada a la cocina. Dejó todo en orden y luego se dio una ducha rápida para por fin acostarse. Estaba extenuado, pero aun así, su mente, llegando poco a poco al sopor, traía la imagen de Yuki a su memoria. Los ojos avasalladores de Yuki le hacían suspirar. No entendía bien por qué, pero de algún modo, la mirada que Yuki proyectaba lo envolvía y estremecía, acelerando inevitablemente su corazón.

—Yuki... —murmuró entre las sábanas, mientras el sueño lo vencía rápidamente.

Al otro lado de la ciudad, Yuki terminaba de escribir el capítulo que su editora le había pedido para pasado mañana. Se la había pasado todo el día encerrado en su oficina, tecleando sobre su laptop sin descanso, luego de haber visitado en la mañana el restaurant donde trabajaba Shuichi para hablar con Asato-san.

Tras finalizar el capítulo, Yuki se reclinó sobre su sillón frente al escritorio y encendió el veinteavo cigarrillo del día. Estaba cansado, pero no dejaba de pensar en Shuichi y en la estratégica jugada que maniobraba para llevarlo a la cama. Sin embargo, sus sentimientos le estaba obstaculizando el camino. Esa amabilidad y sensibilidad que ocultamente poseía estropeaban sus planes. Pero Yuki, auto convenciéndose de lo contrario, confiaba que, el haber logrado que Shuichi recuperara su empleo, había sido única y exclusivamente para conquistarlo y así lograr acostarse con él.

«No alcancé a terminar mis estudios», fueron las palabras dichas por Shuichi que se le repitieron a Yuki de pronto.

Existía algo en Shuichi; en su mirar, en su forma de ser, que lograba estremecer a Yuki de un modo extraño. Agitaban inquietantemente su corazón. Un escozor agradable lo perturbaba cada vez que recordaba el rostro de Shuichi, su voz o su aroma.

—Maldición —masculló al descubrir que, por su estúpida arrogancia, Shuichi había tenido que pasar por un tormentoso momento en el restaurant. No obstante, no podía desmerecer su mérito por haber logrado que Shuichi recuperara su empleo. Yuki confiaba en que Shuichi le sabría pagar muy bien por ello.

Con esa confiada certeza, Yuki se metió al baño y se dio una ducha reparadora. Quiso tomarse todo el tiempo del mundo en refrescar su cuerpo y así despejar su mente. Permaneció cerca de una hora sumergido en la bañera, relajándose, pero también pensando en la hermosura de Shuichi y su deseo insano por acostarse con él. Al cerrar los ojos, Yuki podía imaginar el cuerpo de Shuichi y su bello rostro: su sedoso cabello rosa, sus expresivos ojos color violeta, su respingada y pequeña nariz, terminando en sus carnosos labios, los cuales, Yuki estaba seguro que tenían un sabor exquisitamente dulce, y le despertaban la desenfrenada necesidad por probarlos.

Una vez que se sintió repuesto, Yuki emergió del baño vistiendo sólo la parte baja de su pijama de seda negra. A Yuki no le gustaba usar ropa interior a la hora de dormir, por lo que la comodidad y la textura de la seda sobre su piel le sentaban bien.

Caminó descalzo y con una pereza poco usual en él hasta la cocina para sacar una cerveza del congelador, mientras secaba su cabello con una toalla blanca. De pronto, el teléfono de la sala se escuchó. Yuki se tomó todo el tiempo del mundo en contestarlo, porque sabía muy bien de quién se trataba.

Se dejó caer sobre el sofá, aún con la toalla en la cabeza. Abrió su lata de cerveza, bebió un trago y luego contestó el insistente teléfono.

—Que quieres —masculló.

Buenas noches, Eiri-san. Siempre es un agrado escuchar tu voz.

—Ve al grano, Seguchi —respondió al reconocer la empalagosa voz de Seguchi Tohma, su irritante cuñado.

Mika y yo estamos muy preocupados por ti, Eiri-san...

—No hace falta que tú o Mika se preocupen por mí. Hace tiempo dejé de ser un niño —respondió Yuki de manera hostil.

Nos preocupamos porque te queremos y porque sabemos cómo te sientes después de lo que has pasado —explicó Seguchi, al ser consciente de lo que Yuki sufría en silencio.

—Preocúpense de sus vidas y no me fastidien.

Eiri-sa... —Yuki cortó la llamada y desconectó el teléfono para relajarse y olvidarse de su molesta familia que siempre buscaba inmiscuirse en su vida.

Yuki bebió por completo la lata de cerveza y luego se fue a la cama. Tendido boca arriba, mirando el techo de su oscura habitación, dejó que su mente divagara, hasta que la imagen de Shuichi apareció en sus recuerdos. Como si de una fuerza poderosa se tratase, el cuerpo de Yuki se estremeció; no podía evitarlo. Pero, aunque parecía sentir una necesidad arrolladora por tener a Shuichi entre sus manos, no parecía ser de manera sexual. De alguna manera, Shuichi se había colado en su corazón y le provocaba confusas emociones.

—Shuichi... —murmuró. Cerró los ojos y se entregó al sueño, repasando a medida que el sopor lo embargaba los momentos «gratos» que había compartido con Shuichi en la mañana.

 

 

Un nuevo día, y Shuichi ya se encontraba trabajando en la cafetería. La plática con Asato-san había sido breve: «sólo fue un mal entendido y falta de tolerancia». Esas fueron las escuetas palabras que Asato-san dio como respuesta a las interrogantes de Shuichi del por qué lo recontrataba. Y ante la elocuente disposición de Asato-san de seguir conversando, Shuichi prefirió no seguir insistiendo; se limitó a retomar sus labores como siempre. Y así estuvo las primeras horas de la mañana, hasta que la puerta principal del local tocó su acostumbrada campañilla, la cual anunciaba la llegada de un nuevo cliente.

—¡Bueno días, señor...! —enunció Asato-san, reverenciando exageradamente al nuevo cliente que había llegado. —Pase, siéntese. Lo atenderemos de inmediato... ¡Shindou! —gritó hacia la cocina donde se encontraban los meseros.

—Enseguida, Asato-sa... —Shuichi quedó estático, con la libreta y el bolígrafo con el que anotaba el pedido de los clientes en las manos al ver nuevamente los avasalladores ojos de Yuki muy fijos sobre los suyos. Aquella portentosa mirada dorada lo subyugó rápidamente, consiguiendo incluso hacerle ignorar las palabras de Asato-san.

Yuki estaba disfrutando como nunca del momento. Ahí, frente a él, tenía una de las visiones más perfectas que él a lo largo de su vida había tenido el privilegio de observar: Shuichi era una suerte de visión, una tan poderosa y exquisita, que le aceleraba arremetedoramente el corazón. Le latía con tanta prisa, que incluso parecía querer brotar de su pecho.

Ambos parecían presos de una atmósfera mágica, en la cual el mundo alrededor dejaba de existir. Fue sólo un parpadeo, un fugaz cruce de miradas, pero que tanto para Yuki y Shuichi les resultó suficiente.

—Shindou... ¡Shindou! ¡Despierta niño! —gritó Asato-san, chasqueando los dedos delante de Shuichi—. Atiende a Yuki-san, y más te vale que lo hagas bien. —Shuichi no lograba concentrarse por la intensa mirada de Yuki sobre él. —Yuki-san fue bien claro ayer: pidió explícitamente que sólo tú lo atendieses y a cambio él vendría todas las mañanas a tomar desayuno. Así que has bien tu trabajo —ordenó Asato-san. Hizo una reverencia nuevamente a Yuki, su nuevo cliente favorito, y se retiró.

Sin la presencia de Asato-san, Yuki y Shuichi siguieron contemplándose en el más absoluto de los silencios. Sus miradas no titubeaban. Shuichi seguía sosteniendo en sus manos la pequeña libreta y el lápiz que parecía inquieto en su mano. Yuki atisbó aquel sutil detalle con agrado, y no pudo evitar sonreír por ello, pues estaba consiguiendo abarcar un mayor terreno en su juego.

—¿Qué no piensas tomar mi orden? —soltó diligentemente, disfrutando del rostro pasmado de Shuichi, quien al escuchar aquel socarrón tono de voz salió de su sopor.

—Tú otra vez —bufó—. ¿Qué a caso no sabes prepararte tú solo el desayuno? —preguntó, desafiando a Yuki con su mirada.

—Aquí sirven un buen café. Y soy libre de ir y tomar desayuno donde se me plazca —respondió flemático. Sacó un cigarrillo con descaro y lo encendió, bajo la molesta mirada de Shuichi.

—Fuiste tú, ¿no? —preguntó sin rodeos.

Yuki observaba con abulia por el ventanal.

—¿Y qué si así fuera? —respondió.

—No debiste hacerlo. Nadie te lo pidió —dijo Shuichi.

—No lo hice para ganarme tu cariño ni gratitud. Si eso es lo que te preocupa; fue simplemente porque quise.

—¿Y tu esperas que crea eso? —Yuki enfiló su mirada a la de Shuichi, y lo sujetó repentinamente de la muñeca, atrayéndolo a su cuerpo con ímpetu.

—Lo hice solamente porque te vi preocupado por tu empleo y porque, de cierta forma, fue mi culpa el que te despidieran.

—¿«De cierta forma»? —repitió Shuichi con ironía.

En esos momentos, Yuki sintió ganas de ahorcar a Shuichi por su terquedad y falta de gratitud. Pero sabía que tenía una buena reacción, porque si supiera el verdadero motivo de sus intenciones...

—Escucha: ya estás trabajando, y yo quiero mi café. Ahora... me gustaría que lo trajeras para que así los dos estemos felices. ¿De acuerdo? —Lo soltó y siguió fumando como si nada. Shuichi se alejó un poco y lo observó con desconfianza.

—Eres muy extraño, ¿lo sabías? —Yuki sólo se encogió de hombros. —primero me quieres comprar, pero al ver que no te resulta, intentas conseguirme por otros medios. Ese es tu juego, ¿o me equivoco? —Yuki intentó disimular su asombro, pero la expresión en su mirada lo delató. El cigarrillo tembló entre sus labios y una inusual palidez lo abordó. —Sí... ese es tu juego —dijo Shuichi, tras percatarse de la reacción de Yuki—. Que predecible eres. Creí que eras alguien más inteligente. —Yuki lo acuchilló con la mirada, pero a Shuichi no le importó. —Traeré tu café. No quiero tener más problemas.

Una vez a solas, Yuki tuvo el tiempo suficiente para pensar en lo que Shuichi había dicho. ¿Acaso era tan predecible como para ser descubierto por alguien como él? Yuki rechinó los dientes con coraje ante esa posibilidad. Se sentía vilmente derrotado; eso era algo que no podía permitir, mucho menos ante Shuichi, un simple bailarín nudista.

Yuki estaba tan concentrado en sus pensamientos, que no se percató de cuando Shuichi llegó con el café y un pedazo de pastel, depositando ambas cosas sobre la mesa.

—Te agradezco lo que hiciste por mí —soltó Shuichi, logrando que Yuki diera un respingo y saliera de sus ensimismados pensamientos, llevando directamente su mirada a los ojos expresivos y sinceros de Shuichi y luego a las cosas que habían sobre la mesa.

—Yo no pedí pastel —dijo con algo de frialdad al sentir su orgullo completamente herido y pisoteado.

—Es cortesía de la casa —respondió Shuichi con una afable sonrisa—. Un obsequio de mi parte por tu noble intención. —Dio media vuelta y atendió a los demás clientes.

Mientras Shuichi atendía gentilmente a los clientes, Yuki lo siguió con la mirada, y no pudo evitar esbozar una sonrisa: a pesar de haber sido derrotado en una de las jugadas de su estratégico plan, había conseguido un gran avance. Conforme con ello, bebió satisfecho su café y degustó el trozo pastel, disfrutando como nunca de la imagen de Shuichi que, paseándose de un lado a otro por el restaurant, atendía con una radiante sonrisa a los clientes.

Luego de haber consumido todo lo que Shuichi le había servido, Yuki se puso de pie y dejó sobre una pequeña bandeja el dinero por lo consumido. Salió del local sin ser notado por Shuichi, quien al ver de pronto vacío el puesto de Yuki, se acercó lentamente y vio el dinero sobre la mesa. Lo recogió para depositarlo en caja, pero se percató de un pequeño papel muy bien doblado entre los billetes.

—¿Y esto? —se preguntó curioso. Desdobló el papel leyó su contenido.

Iré a verte esta noche. Estuvo exquisito el pastel, al igual que tu hermosa presencia en el restaurant.

Shuichi no pudo evitar ruborizarse mientras escuchaba a lo lejos el llamado de Asato-san para que atendiera otra nueva mesa.

PD: el cambio será tu propina por tan buen servicio y exquisito obsequio.

Revisó el dinero depositado en la bandeja y casi se va de espaldas al ver que su propina era diez veces más que el valor del café.

—¡Shindou! —gritó Asato-san desde el mostrador.

—¡Sí, ya voy! —Shuichi guardó el papel con especial cuidado dentro de su delantal y retomó su trabajo.

 

 

El resto del día continuó y finalizó sin mayores contratiempos. Cuando las luces de NG brillaron sobre el escenario esa noche, Shuichi hizo su espectacular entrada bailando al ritmo de la sugestiva música, deslumbrando a todos con su cuerpo y sus sensuales movimientos. Y, en medio de su show, pudo vislumbrar entre el eufórico público a Yuki, quien le observaba fijamente desde la barra, mientras bebía uno de licores más costosos del lugar.

Sus miradas se encontraban fugazmente, y de ellas brotaba una magia que empezaba a envolver a Yuki y a Shuichi sin que se dieran cuenta de ello. Lentamente y, como si se tratara de un ardid astuto del destino, Shuichi quedaba rápidamente atrapado en las redes de seducción de Yuki. Y él, a su vez, enceguecido por conseguir su objetivo, ignoraba como poco a poco caía inevitablemente en su propio juego.

 

...Continuará...

 

Notas finales:

[1] El katsudon es un plato japonés muy popular en ese país. Consiste en un bol de arroz cubierto con una chuleta de cerdo rebozada (tonkatsu), huevo revuelto y condimentos.

[2] Mochi es un pastelito de arroz japonés hecho de arroz glutinoso molido en una pasta y después moldeado.

[3] El umeshu es un licor japonés que se elabora macerando el fruto del Prunus mume o ume (albaricoque japonés o ciruela china) cuando aún está verdes en alcohol (o sake) y azúcar. Tiene un sabor dulce y agrio, y un contenido alcohólico del 10–15%. El sabor y aroma del umeshu puede resultar agradable incluso para aquellas personas a las que normalmente no les gustan las bebidas alcohólicas.


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