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Confesiones por Sanae Prime

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Notas del fanfic:

Las musas son caprichosas, y a veces aparecen para inspirarte cuando menos te lo esperas. No os deprimáis mucho u,u

Ah, por cierto, este fic está basado en una historia real.

La catedral estaba oscura y siniestra cuando la joven entró. Las columnas que separaban las tres naves proyectaban densas y negras sombras sobre las paredes, sombras que la tenue luz de los casi consumidos cirios del altar apenas alcanzaba a disipar. Sin embargo, eso a la joven no le importaba. La oscuridad siempre le había hecho sentir protegida.


Se quitó el abrigo de cuero, revelando debajo un jersey de cuello alto, pantalones y botas altas, también de cuero. Toda su ropa era negra, incluso la diadema de tela que mantenía su pelo lejos de su cara. Sus pasos resonaban en el sacro recinto mientras se dirigía rápidamente a uno de los confesionarios de la nave norte. Cuando llegó a él, se arrodilló y esperó, pero no se santiguó. La luz del confesionario no tardó en encenderse con un chasquido.


-Ave María purísima- murmuró la voz del cura, como una letanía.


-Sin pecado concebida- respondió la chica-. No confieso haber pecado, padre.


-¿Perdón?- El sacerdote, confuso, la miró a través de la celosía de madera.


-Pues eso, que no he venido a confesarme. Es que... necesitaba hablar, y no quiero preocupar a los que me conocen- explicó la joven-. Lo siento si le hago perder el tiempo...


-No, no, hija mía, no te preocupes. Adelante, Adelante.


-Vale... A ver por dónde empiezo. Bueno, esto... Resulta que estoy enamorada- soltó ella.


-Vaya, eso es...


-No diga que es genial, padre, que le veo venir. Déjeme acabar. Estoy enamorada... de otra chica.


Silencio.


-Ya veo- murmuró el cura-. ¿Eres... homosexual?


-No, casi. Bisexual- corrigió ella-. No se confunda, no soy una viciosa. Simplemente, soy capaz de enamorarme de alguien sin importar su sexo.


-Haces que suene bonito, hija.


-¡Ja!- la joven soltó una risa amarga-. Y lo es... hasta que se lo cuentas a tus padres o te enamoras. Y yo he sido tan idiota de hacer las dos cosas. ¿Puedo contarle mi historia?


El cura dudó unos instantes.


-Claro, habla, hija mía. Dios te escucha, al igual que yo- respondió al fin. Habría jurado ver una mueca de escepticismo en el rostro de la chica a través de la celosía, pero ésta se desvaneció enseguida.


-Nos conocemos desde primero de secundaria, y ya estamos acabando bachillerato- empezó-. Al principio, nuestra relación era la misma que tienen los dos polos norte de dos imanes. Creo que nos parecíamos tanto que no nos aguantábamos la una a la otra. Lo pasé fatal los primeros años en el instituto, porque cuando esa... repulsión... por fin desaparecía, o al menos en parte, el curso terminaba. Y al reanudarse en septiembre, las cosas estaban igual que el año anterior por esas fechas. Era como si en verano ella construyese un muro que me impedía acercarme, un muro que me costaba nueve meses derribar.


>>Llegó un momento, en cuarto, que no intenté acercarme a ella en septiembre. Y entonces, fue ella quien se acercó a mí. El muro no volvió a aparecer, para mi sorpresa y mi alivio. A partir de entonces, nos hicimos grandes amigas.


>>En marzo del año pasado me enamoré por primera vez. Era un chaval prometedor, o eso pensaba yo... hasta que me destrozó el corazón apenas una semana y media después de empezar a salir. Cuando yo estuve mal por él, ella me apoyó y estuvo a mi lado.


>>Mi segundo amor no fue correspondido, y aunque lo hubiera sido, el chico vivía más de seis horas en coche de mi ciudad. Sin embargo, no me dio ilusiones en ningún momento, me dejó claro que me quería como amiga y nada más, y no cambió su forma de tratarme. Seguía siendo tan simpático como antes de que me declarase. Se puede decir que él ayudó a que recuperase la fe en ese tipo de sentimientos, aunque no se diera cuenta.


>>Para entonces, yo ya me había empezado a preguntar por mi propia orientación sexual. Me había dado cuenta de que miraba igual a las chicas que a los chicos. A mis padres les costó aceptarlo, la verdad, y tuvimos una buena discusión la noche que se lo conté. ¿Sabe? Es muy curioso, porque cuando en marzo les dije que me gustaba un chico, me respondieron que les daba igual si me gustaba un chico o una chica.


>>Y entonces, en septiembre, cuando el curso volvió a reanudarse... empecé a sorprenderme a mí misma mirándola a ella en clase, mi corazón acelerándose cuando pensaba en ella, mi mente fantaseando acerca de una posible relación. Pronto descubrí que la quería... en todos los sentidos de la palabra. Deseaba hacerla feliz y verla sonreír tanto como hacerle tocar el cielo sin moverse de la cama.


-Suena como si de verdad la amaras- musitó el sacerdote.


-¿Le cuesta creerlo, padre? La Biblia cuenta cosas más difíciles de creer, si me permite el atrevimiento.


-Eso es cierto. Pero estamos ya en enero y tu historia se ha quedado en septiembre, hija mía. ¿Hay más, no es así?


-Sí, padre. La parte desagradable- sonrió ella con tristeza-. Verá, hace algo más de un año, ella salió con un chico que no la quería. Cuando lo descubrió... bueno, ya se imagina, lo pasó bastante mal. Sin embargo, todavía se atraían físicamente, y acordaron quedar como amigos con derecho a rollo. Cuando me dijo que probablemente se enrollaría con él, se me cayó el alma a los pies.


-¿Celos?


-¡No! Bueno, no sólo. Vamos a ver, él la utilizó durante un mes para ir por ahí luciendo novia, y luego la dejó tirada. Y cuando no consiguió llevarse a ninguna otra al huerto, volvió a ella casi suplicando. ¿Qué clase de capullo hace eso?


-Uno que no sabía el valor de aquello que tuvo y abandonó, no hasta que realmente lo necesitó- respondió el cura serenamente.


-Ya... El caso es que, a ver, yo no soy especialmente romántica, pero creo que hay ciertas cosas que sólo deben hacerse con alguien que te quiera de verdad, con alguien a quien le importes. Y perder la virginidad es una de ellas. No me importa con quién lo haga, sólo quiero que esa persona la quiera y se preocupe por ella, no como ese... tío. Y no soy la única que piensa así entre mis colegas.


-Bueno, yo no entiendo mucho de estos asuntos, hija, pero lo que dices me parece razonable.


-Gracias, padre. La cosa es que nunca se lo he dicho a ella, porque temo que si lo hago la conversación derivará hacia donde yo no quiero. No sé si me entiende...


-Sí, hija mía. Lo que no entiendo es por qué no has venido antes a desahogarte, si llevabas tanto tiempo sufriendo en silencio.


-Ah, eso es fácil. Antes me quedaba un leve resquicio de esperanza, la duda de si ella seguía siendo hetero o no. Pero esta mañana le pregunté de tal forma que me diera una respuesta directa y no sospechara, y... En fin, que sí, que es heterosexual. ¿Sabe, padre? En ocasiones como ésta agradezco llevar tanto años en un grupo de teatro, es muy útil para fingir que algo no te afecta cuando en realidad te sienta como una patada en el hígado.


Guardó silencio unos instantes, la mirada perdida en la celosía de madera, pero como el sacerdote no pronunciaba palabra, la joven volvió a hablar:


-Así que nada, padre, así están las cosas. Me siento cada día al lado de la chica que me vuelve loca, y no tengo gónadas a decirle lo que siento por ella porque temo que se alejará de mí si lo hago y la quiero demasiado. ¿Soy una cobarde?


-Sólo Dios y tú conocéis a fondo tus razones, hija mía, yo apenas he visto la superficie. No soy yo quien ha de juzgarte- respondió el sacerdote.


-Dejé de creer en Dios hace mucho, padre.


-¿Y por qué has venido aquí, precisamente?


-Ya se lo he dicho, necesitaba hablar con alguien y no quería preocupar a mis conocidos. A usted no lo volveré a ver en mi vida, ni siquiera vivo en esta ciudad; tarde o temprano ambos olvidaremos que he estado aquí. Además, supongo que... cuando estamos desesperados, la Iglesia siempre ofrece consuelo. Supongo que por eso la gente prefiere creer en Dios, necesitan algo a lo que aferrarse, algo que les diga que más adelante su sufrimiento se verá recompensado con la felicidad. Lo malo es... que yo no creo que Dios, si es que existe, vaya a ayudarme o a compensarme después.


-No servirá de nada decirte que tengas fe, ¿no es así?- dijo el cura tras una pausa.


-No, padre. Lo siento.


-Bueno, rezaré por ti de todos modos. Espero que encuentres a quien te haga feliz, hija mía- murmuró él con voz sincera-. Sea hombre... o mujer.


-Gracias, padre. Yo espero no haberle hecho perder el tiempo contándole mis penas.


-No te preocupes. Puedes ir en paz, hija mía.


-Adiós, padre. Ha sido un placer hablar con usted.


Tras despedirse, la joven se incorporó y se marchó notablemente más relajada de lo que había venido. Antes de salir de la catedral, se puso el abrigo y echó una última mirada al interior, tras lo cual, marchose.


La iglesia quedose silenciosa. El sacerdote salió del confesionario y se rascó los lacrimales, y tanto él como los gruesos muros de piedra bañados en sombras acordaron en silencio callar aquella confesión, enterrando aquellas palabras y los sentimientos que las acompañaban en la oscuridad de la catedral.


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