No quiere levantarse
Se siente tan bien entre las sabanas, protegido, alejado del mundo. Solo el y su precioso ipod reproduciendo canciones lentas, tristes. Perfectas para su estado de animo actual. Aunque no se sienta especialmente identificado con las palabras de amor susurradas entre las notas.
No se siente decaído por ningún desengaño amoroso, solo que esta mañana todo el estrés, el tiempo, su mundo, se sostiene sobre él, recordandole que no todo es tan fácil. Desea que todo se esfume, que sea sencillo, que no tenga ninguna preocupación. Sabe que es egoísta pensar en ello, querer no tener problemas, sentirse despreocupado, sin ese peso sobre el, sobre su vida, pero el quiere ser egoísta.
Tiene que levantarse.
Los ruidos en el pasillo le dicen que el resto empiezan a despertar. Quiere que el resto del mundo se congele, que el tiempo pare. El solo pensar tener que moverse, tener que fingir una sonrisa, le hace querer mimetizarse con las sabanas y desaparecer.
Extraña, aunque nunca lo admitiría, cuando su madre o su abuela lo despertaban dulcemente, zarandeándolo, o acariciándole el pelo. Se sentía tan protegido y amado. Eso había pasado hace años, se suponía que ya era un adulto.
Su estomago ruge, tiene hambre, pero tampoco quiere comer. La idea de llevarse algo a la boca no es tentadora y sabe que es el quien preparara el desayuno, para el y para todos. No quiere.
La puerta se abre y vuelve a cerrarse, lenta, silenciosa, sea quien sea que haya entrado, no quiere despertarlo. Sus mantas se mueven, no, no quiere. Pide que fuese quien fuese porfavor desapareciese, lo dejara solo, porfavor.
El mundo es cruel, no quiere escuchar su ruego. Siente un cuerpo junto al suyo, pasando los brazos por su cintura, pegándose a su espalda, colocando su rostro en su cuello. Puede sentir la respiración del otro en su nuca, junto a su olor picandole en la nariz y sus musculosos brazos al rededor suyo.
Levantate.
Al principio solo un susurro, luego algo mas fuerte cerca de su oído. Gruñe bajito para que sepa que lo ha oído.
Es extraño como le da seguridad. Sus brazos, su olor, sus manos acariciándolo ahí donde su camiseta del pijama se ha levantado un poco. Sus yemas son ásperas, el sabe que es por que últimamente ha estado practicando con la guitarra, pero no le importa, por que esos pequeños roces le hacen sentirse querido.
Se vuelve para apoyar la cabeza en el pecho del otro. El sabe que no hace falta contarle lo que siente, ya lo ha hecho en otras ocasiones y lo comprende mejor que nadie. Por eso lo abraza fuerte. Comienza a llorar contra el pecho ajeno, descargando todo lo que puede su angustia, sintiendo como poco a poco el nudo de su garganta se deshace.
No sabe cuanto tiempo ha pasado pero la camiseta del otro esta mojada de lagrimas y mocos. Lo mira con una disculpa en los ojos, preguntándose si lo vería entre la oscuridad del cuarto, recibiendo un pequeño beso en la nariz a cambio. Es feliz, por que sabe que el estará ahí para el, quizás no para siempre, pero al menos si de momento.
El olor a arroz y chocolate pasa por debajo de la puerta junto a pequeñas risas y palabras sueltas, haciendo que se preguntase que estarían haciendo el resto, tensándose al venirsele un par de ideas a la cabeza. El otro ríe bajito, cerca de su oído.
No quiere levantarse, pero esta vez es por que se siente cómodo. Con los brazos ajenos rodeandole y acariciandole, sin saber que están haciendo el resto en su preciosa cocina. Pero como siempre, el universo es cruel, cruelmente hermoso. El otro con una sonrisa y sin separarse le susurra.
Es hora de levantarse.