Tuve una pesadilla, el décimo elegía a Yamamoto Takeshi como su mano derecha y no solo eso, también como su pareja, todo aquello por la conversación que tuve con el idiota después de conocerlo. Eso era molesto.
¿Por qué? Eso era injusto, el idiota no tenía ni la mitad de las características que una perfecta mano derecha como yo tendría, pero aun así en mi sueño el décimo le prefirió a él, quizás por ser menos escandaloso.
Me desperté llorando, me levante, me duche, me cambie y sin desayunar me fui a la escuela. Mis ojos enrojecidos de tanto llorar, tanto mientras dormía como después de. No me fui por el camino que Gokudera Hayato tomaría habitualmente, si así era, me toparía a la larga con el Décimo o con Yamamoto y no quería revivir mi sueño tan pronto. Saqué la cajetilla de cigarros y posé uno sobre mis labios sin esperar invitación, lo encendí y camine por ahí. No quería ir a la escuela. Al menos no ahora que sabía tanto.
Fue demasiado real, ver a las únicas dos personas que amo, que valoro, a esas personas burlarse de mi y de mis sentimientos. Tsunayoshi Sawada, el Décimo y Takeshi Yamamoto, el friki del baseball, eran la luz en la oscuridad de mi vida. No quiero perderlos.
Me estrellé con un imbécil que no veía por donde caminaba, mi cigarro cayó al suelo y alcé la frente para gritarle.- FUERA DE MI CAMINO.-Gritamos al unísono para mi muy desagradable sorpresa.-A SOLO ERES TÚ.- Gritamos de nuevo decepcionandonos de habernos encontrado. No tenía humor de verlo, no ahora. No estaba de humor para soportarlo.
-Gokudera Hayato.-Murmuro para mi desagradable interés.- Mi herviboro favorito.-Me sonroje un poco ante aquello que dijo, Hibari, cuando quería podía ser endemoniadamente tierno. Fruncí el ceño cuando sentí su brazo colarse por mi cintura, tomandome con fuerza. Y tomó mi mentón con su mano.-Lo dejare pasar por ahora.-Y me besó, él muy bastardo se atrevió a besarme.
-¡BASTARDO!.-Grite limpiando con mi manga mis labios, ese idiota creía que podía hacer lo que quisiera conmigo, pero ya me encargaría de él después, ahora estaba ocupado con lo mío.
-No faltes a clases, Hayato. Tenemos que hablar.-Me estremecí, pensé que me diría su pequeño secreto. En fin, ya no me importaba, o al menos ya no era de mi importancia lo que hiciera o dejara de hacer el muy bastardo.
-Esta bien, Kyouya. ¿Después de clases?-Negó.
-Me gustaría que fuera durante el primer descanso.-Asentí y cada quien se fue por su lado, aunque ambos ibamos al mismo lugar, pero no quería que notara mi tristeza y mucho menos que me preguntara al respecto.
Llegué lentamente a mi salón de clases, entré silencioso pero no pude evitar notar las miradas de algunas mujeres estúpidas sobre mi. El Décimo y el idiota del baseball estaban hablando animadamente, yo no era nadie para interrumpir su diversión. No salude y caminé hasta mi asiento. Sintiendo apesar de eso, la mirada del jovial Yamamoto sobre mi.
-¿Gokudera?-Le oí llamarme, en aquel momento estaba lo suficientemente cerca como para evitar que huyera de él.-¿Estás bien?-Le miré y asentí, aunque sabía que él no me había creído.-Parece que llorarte, ¿Hibari te hizo algo?
Yamamoto era el único que sabía de mi relación con Hibari, y guardo mi secreto , le mintió al décimo por mi. Yo no quería que Tsunayoshi supiera, después de todo, lo mío con Hibari era un engaño para callar a todos. -No, para nada, solo tengo sueño.-Mentí nuevamente.
-No me mientas.-Le mire frunciendo el ceño.
-Soñe algo que me aterro..- Le dije mientras mi mano inconcientemente se encontraba con la suya. Él se sonrojo. Yo solo sonreí.
-¿Qué clase de sueño?- Preguntó curioso, quizás demasiado para mi gusto, pero esa ternura me enloquecía. Era eso mismo que me causaba suspiros en la escuela.
-Soñe con mi madre.-Mirandole a los ojos, cosa que revento mis nervios y comencé a llorar de nueva cuenta. Él sabía que estaba mintiendo. El profesor había llegado por lo que me levante, baje la mirada y salí del salón, Yamamoto me siguió ante las preguntas del profesor.
-Gokudera.-Dijo al alcanzarme, me abrazo y solo pude esconder mi rostro, las lágrimas surcaban mis mejillas y quedaban impregnadas en su camisa blanca.