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Self Control por Vampire White Du Schiffer

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Notas del fanfic:

Los personajes de Katekyo Hitman Rebonr  no me pertenecen ._________. 

me basé en el vídeo "Self Control" que no es mío~ 

contiene más de mil palabras en puro lemon ._____.

Notas del capitulo:

El vídeo es la inspiración.

Autocontrol

Pareja: Reborn x Colonnello.

Despertó en el diván. Todavía sentía las cosquillas del encuentro sexual hace poco acontecido. Pero se encontraba ya solo. El astro rey se asomaría a saludarle dentro de un  par de horas. El siseo del silencio era su único compañero ahora en la habitación. Sufrió de congoja al tenerlo bien en claro. Y es que la noche aún seguía. Se lamentó por no poder rendir otra ronda. Ese macho. Ese hombre que le había poseído de salvaje manera le despertaba el hambre otra vez. Movió la cabeza un par de veces para sacudirse las escenas salvajes donde gemía y gemía debajo de la piel de un desconocido. Completamente. La sonrisa surcaría sus labios de soldado mucho tiempo más. Pero, ah, cómo le gustaría repetirlo. De algo estaba seguro, nunca lo olvidaría.  Recordaba hasta el mínimo detalle. Recordó los perfectos ojos y cabellos negros. Lo único que sobresalía de la máscara. Remembraba sobre las tersas manos de su amante nocturno y tuvo que abrazar sus sienes por variadas ocasiones.

La primera vez que se encontró con la silueta de máscara blanca como la luna había sido la campanada última de media noche. Colonnello no se arrepintió nunca. Bueno, salvo de una pequeña cosa.

+ : : : : +

            Sin calma. Sin calma. Destruyendo la monotonía deslizó sus fuertes brazos por las mangas de la ligera chamarra color verde que tanto amaba desde el día de su ingreso al ejército. Hoy estaba de permiso en la cuidad. En aquel brillante cumulo de luces. Juegos mortales en cada esquina. Y hoy quería, precisamente, perderse en algo así, en un desarrollo tumultuario de acontecimientos bizarros. Danzando con criaturas de la noche. Sí. Eso deseaba. ¿Había algo de malo en ello? Claro que no. Él era humano y la república estaba repleta de seres idénticos a su naturaleza. Típica humanidad que no interesa de críticas desfavorables. El control perdido, con facilidad encontraría alguien interesante mientras vagaba calles abajo del apartamento que recién había conseguido en medio del escándalo del Carnaval. Qué buen pánico recorría las calles. Máscaras por todos lados; manos que le rozaban con sensual insinuación. Le recorrió un ligero espasmo al verse reflejado en los ojos de una mujer con fuego en los labios. Tan bella. Pero no. Hoy definitivamente deseaba algo que le hiciera gritar en placer carnal. Algo que ninguna mujer podría entregarle de la manera que él lo deseaba en estos momentos. Le sudaba cada dedo de sus firmes manos. Se relamió los labios en gesto de provocación al encontrarse con un sujeto que olvidó poco después de encontrarse con su verdadero objetivo. La verdad era que no sabía exactamente qué buscaba. Simplemente al ver  tipo de la máscara blanca supo que lo quería esta noche en la cama. Pero al instante siguiente se le esfumó la presa.

Estaba en la fiesta improvisada. El vaivén de varias parejas que jamás se molestaría en recordar nombre, trabajo o nivel de educación. Cuando la bóveda entraba en su fase nocturna era el momento preciso de olvidarse de las identidades. En la noche todos eran héroes que escondían la reputación tras el antifaz de terciopelo.

Pero se concentró en buscar a aquel de máscara blanca.

Puso las manos sobre los bolcillos de su pantalón verde y caminó en silencio, cruzando de vez en cuando su mirada azul con la de las personas de ropas extrañas. Más de uno le dedicaba caricias fruidas. Pero cuando Colonnello se planteaba una meta era difícil disuadirlo. Hombre decidido. En resumen. Venía. Iba. Cuando así lo dictaba su razón.

De nuevo la máscara blanca. Esta vez en el bar. Se apresuró a ir hacia allí, pero cuando chocó con una persona que es ajena, realmente, en esta historia, tuvo que inclinar la cabeza en son de disculpa, y al reincorporarse, teniendo casi la certeza de encontrarse con su deseo hecho hombre se llevó un gran chasco. De nuevo desapareció. Sin más remedio pidió un trago y quiso obtener información con las personas que le parecieron más cuerdas en ese salón lleno de humo y actuaciones incoherentes.

Existía una habitación <<especial>>. Le dijeron que sería de sabios evitar ese tugurio, pero, que, seguramente, el sujeto que buscaba estaría allí. ¿Encrucijada? Jam.as. pagó la cuota de acceso y le abrieron la puerta negra cubierta por cortinas de seda roja. Color pasional. Color del alma. Carmín. Sangre. Bajó las escaleras que daban a ese sótano, a ese mundo, con rapidez. Se quedó pasmado al descubrir a una horda de humanos mezclándose en el glamur de la lujuria. Del sexo sin moral. Hombres, mujeres. Parejas sin fijeza. Besos que nunca se daban. Miles de máscaras sin nombre. Suspiros de arrebatador lujo. Y tras esa bruma del mar de carne blasfemado  caminó. En algún momento alguien con mudos pasos le desprendió la chamarra.

De nuevo manos inquietas le indicaron el camino por el sendero de múltiples puertas de hueso. Perlado. Escuchaba gemidos. Y éstos eran más palpables, si es que tal cosa pudiera ocurrir, al avanzar. Las cámaras tendrían que ir subiendo el nivel de tortura para algo así. Un par de veces aplastó los ojos con ganas al imaginarse lo que ocurría detrás de una de las puertas. Eran gemidos de dos hombres. O tal vez tres.

Se mordió el labio inferior. Creyó tomar una mano enguantada. Fue guiado en medio de un trance profundo. Los pasillos les podían cansar sí no llegaba pronto. Tenía un mareo insoportable. Casi al punto de causarle desesperación. Un ansia que aún devorada causaría problemas en el estómago. Problemas que tomaron forma de mariposas alocadas en su vientre plano.

Sin más que describir, fue lanzado a una cama con sábanas revueltas. Allí reaccionó y emergió de su estado de sopor. Con la respiración ligeramente entrecortada miró a todos lados. Sólo viendo hacia enfrente tuvo lo que buscaba. El hombre de máscara blanca. Ahora que le podía apreciar con toda la calma del mundo, se dio cuenta de que éste portaba un sombrero acorde a sus cabellos. Oh, descubrimiento. Se vestía como asesino. Toda la facha de un buen caballero del bajo mundo. Eso le causó todavía más excitación a Colonnello.

—No preguntes nada –esa voz era tan exquisita, segura, pavorosa, que tuvo que, obviamente, aguardar otra orden.  

Sonrió, pero el moreno no le permitió otra cosa.

Se quitó el hermoso sombrero y lo dejó inclinado en el mástil derecho de la silla que estaba cerca de una cómoda destartalada por el tiempo. Se colocó sobre el impávido Colonnello. Esto a pesar de lo poco creíble, así era. Por muy autoritario que fuere el moreno, el militar no iba a dejarse hacer con todas las opciones.

El moreno posó su mano derecha sobre el cuello del ojiazul. Éste último creyó escuchar el despliegue de una sonrisa. Tal vez fue su imaginación. Pero por los orificios nasales de la máscara recibió la respiración tibia del moreno y quiso estallar en carcajadas. El cuerpo del primero oprimía al segundo con delicioso tacto.

—Déjame verte… -dijo  en un susurro. Pero su amante le negó la petición con acciones imponentes. Tenía el nivel de hacer cumplir sus decisiones, pensó el militar. Era más fuerte. Delgado pero no sin defensa y ataque de su nivel.

El contrincante de cama no habló. No conoció su voz sino hasta después. Colonnello ardía en deseo, se quitó la camisa blanca con ayuda del enmascarado. Tenían las piernas intercaladas y se dedicaron a explorar los cuerpos ajenos. La frialdad de la porcelana le calaba los huesos de la cara al militar siempre que se acercaban. La mano hábil del moreno se movió lentamente. Bajando. Bajando hasta encontrarse con la entrepierna apretada por su muslo. El ojiazul lanzó un suspiro corto. Odió a su captor por no dejarle amar completamente. Quiso sacar una navaja o romper la botella de vino que estaba en el suelo para amenazarle y hacerle cumplir su fantasía más deseada. Ser corrompido por un homólogo en sexo.

Todo estaba tan oscuro. Tan negro como noche sin sonrisas divinas. Más que la poca luz de las velas que no tenían mucha vida recorrida. Pero aun así el sujeto de máscara no decidía bajar la guardia. Colonnello una vez tuvo el atrevimiento de intentar quitarle la máscara, eso sólo logró una cosa. Un castigo precipitado. El moreno le apretó la hombría con la suficiente fiereza como para causarle un dolor agudo. El militar rechistó y casi le golpea. Pero el moreno era más inteligente, al tener la zona ya sensibilizada por el apretón sería fácil divertirse acariciándole con amabilidad. Una inestabilidad en sensaciones. Dolor placer. Le estaba dando la introducción de la ópera. El gran acto de apertura con cantos terrenales elevados como gritos al ostentoso cielo donde, con seguridad, descansaba el dios del siglo XVIII.

Bajó la bragueta del pantalón verde y se fue a una masturbación lenta pero cierta. Colonnelo ya negó todo ataque hacia el moreno y se dispuso a suspirar. Era la primera vez que alguien le trataba así. Le estaban comenzando a asesinar el orgullo. Pero se dejaría. Después de todo, hay que probar cada cosa existente. La vida es sólo una.

Las manos del moreno seguían un curso muy ajeno al del otro par de manos. El calor en ambos vientres iba subiendo. Escalando la rampa hacia la satisfacción. El trozo de carne fecundador estaba a punto de  echar el magma blanco, pero el moreno se lo impidió dando otro macabro apretón. Pero no se quejó el pasivo. Sólo se movieron los cuerpos. De arriba abajo. Simulando una danza enloquecedora. De repente, el moreno se colocó entre las piernas de Colonnello y fingió penetrarle. Eso causó pensamientos acordes a la situación. El militar tuvo que morderse la lengua para no gemir como mujer barata. Pero es que ya sentía el duro miembro del enmascarado contra sus nalgas y no podía pensar en otra cosa más que entregarle todo abriendo más las piernas. Exponiéndose. Sí. Lo quería y debía ser pronto, sino, era probable terminar en la locura. Más al moreno le importó poco la situación del pasivo debajo de su pecho. Sonreía debajo de la máscara y eso estaba muy bien. La boca del ojiazul despedía jadeos mucho más apresurados.

Ese sótano era la cámara de torturas más placentera de todas. La vela fue consumiéndose. Y no fue hasta que se hubo apagado toda luz que el moreno se quitó por mano misma lo que le cubría. Sólo entonces se aventaron a rosar sus bocas.

Y aquello era el cielo en la tierra. Eso lo podrían jurar ambos. Sus lenguas parecían conocerse desde hacía décadas. Lo que brindaba un aire de confidencialidad. Algo más cómodo para olvidar el último candado de la culpabilidad y lanzarla por la ventana. Ya no había necesidad de brindar señales. Suspiraron e hicieron agua sus bocas. Los labios se rasgaron con desespero y esmero. Pulieron las lenguas. Las untaron hasta sangrar sus pulmones.

No mintieron y fraguaron planes a corto plazo. La ropa ya no les estorbaba. Incluso quitarse los calcetines fue sensual. Nada en el plato se desperdiciaba. Rodaron hasta que el moreno quedó abajo, con la espalda pegada a las sábanas echas un meollo en esencia. Sonrieron en la oscuridad y se besaron de nuevo.

Con pasión. Con gallardía. Todo en perfecto orden. Pero cuando el militar sintió los dedos jugar en la zona baja emitió en voz clara su desaprobación. El moreno rió con sorna. Se burló del militar, le llamó cobarde.

Las cuestiones de ego no pueden dejarse de arreglar. No a medias, por lo menos. El trémulo espacio parecía encogerse. La isla se desligaba de tierra e iba directo a la precaria deriva. Los dígitos entraron con o sin aprobación. El delicioso cuerpo del militar se contrajo. También se encogió. El victimario pudo regocijarse por su aventura. Movió su mano con maestría. Con sabor. Hasta tener dos. Hasta tener tres. Jugó con aquel estrecho lugar hasta hartarse. Hasta considerar que los gritos del militar ya no eran de dolor. Que por lo menos marchaban a una sensación inentendible. Así era. Colonnello, llegado el momento, no supo qué sentir.  Cuando pudo calmarse, pues le quitaron la mano de la intimidad, recordó a lo que venía. Justo en ese instante, sin ya remorderse la conciencia, jaló al moreno por la nuca para besarle tortuosamente. Incluso llegó a morderle el labio inferior hasta sangrarlo.

Como pago tomó el miembro erguido del moreno y lo introdujo con cuidado. O, por lo menos, así era el plan, ya que el amante tenía diversos planes. Cuando tuvo bien segura la retaguardia del militar engullendo su pene, lo clavó como martillo en la carne. El ojiazul vociferó un gemido rompe paredes. Seguro que llegaron a escucharlo los vecinos. Las manos del moreno se agarraron de la cadera del militar y le ordenaron moverse tácitamente. No palabras. Sólo acciones.

Pero Colonnello deseaba calmarse primero. Tenía una enorme y vigorosa parte en entre sus nalgas.

Con segundos pasados en el reloj de Cronos, el moreno propició la continuación de su encuentro. Levantó la pelvis para precipitarse de nuevo en ese ajustado túnel. Esta vez obteniendo un gemido ambiguo. Conforme el activo fue moviéndose más y más rápido el cuerpo del pasivo se iba acostumbrando. Y prestando una valiosa cooperación al ritmo que marcaba su amo temporal.

Se apoyó en la cintura del amante y elevó sus nalgas para descender con bruta velocidad. Encontraron el camino al edén y lo siguieron hasta perder la concepción del tiempo y espacio. Sólo había pasión. Placer brotando cual agua de la fuente de sus vientres. El cerebro redirigía todos los estímulos. Y allí los tenían, esos dos hombres, esos dos dioses terrenales, dándose besos, regalándose caricias y esperando no romper al otro con sus exigencias. Pero todo estaba demasiado bien como para tener un clímax miserable.  

El moreno dejó al militar debajo de él por última vez, le penetró con la hambruna de un mendigo. Le presionó el picaporte llamado próstata sin número de veces. Colonnello gemía y gemía. Arrugaba las sábanas entre sus fruncidos dedos. No pudo contenerse y terminó por rasguñar la espalda del activo, ignorando sí eso le causaba daño verdadero.

Los dos levantaron la mano y tomaron el fruto prohibido. Contrajeron nupcias  nulas. Esa sería la luna de miel sí realmente pudieran casarse.

—Eres delicioso –fue el cumplido esperado. Quizá. La boca se quebró en una sutil sonrisa.

+ : : : : +

Ahora regresaba a la realidad. Su trabajo le esperaba ya en la puerta. Ya partiría. Sería algo sumamente triste. Estaba en modo real convencido de que nunca se volvería a topar con un domador como ése. Cosa que si le creaba melancolía. Además, que por más que estuviese prohibido, quería saber el nombre de su poseedor. Tal vez, cuando ya fueran ancianos, se verían en la banca de algún parque. Se sonreirían en secreto y se remontarían en el calor de aquella irrepetible noche de Carnaval.

Suspiró con desgane. Con poca decisión pasó la mano derecha por sus comisuras de los labios. Intentando evocar la rica boca del moreno. Y luego descendió hasta su pecho, quiso imitar las caricias de ese amante. De ése tirano sin compasión. La vida no sería la misma. Su enfoque estaba ya cambiado.

 Estaba de nuevo en su apartamento. Por más que rebuscó en sus memorias no pudo encontrar el dado correcto de cómo había llegado de regreso. Encogiéndose de hombros se levantó. No sin tener como consecuencia un tambaleo. Puso las manos en el respaldo de la silla. Casi se dirige a la ducha cuando se detuvo de golpe en medio de la habitación.

Sin dar crédito a lo que veía. En la silla halló algo de sumo interés. El sombrero de su amante con una dirección perfectamente legible. Cada letra era hecha con un esmero natural. Nada forzado. Colonnello se apresuró a tomarlo entre los dedos. Divertido, se tomó muy poco tiempo para estar listo. Era urgente volver a verlo.

El trabajo… podría esperar.

+ : : Fin : : +

 

 

Notas finales:

Gracias por pasar a leer.


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