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Corazón durmiente por Necoco_love2

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Notas del fanfic:

Este pequeño one shot lo escribí para una persona muy especial en mi vida. Yomi, tú sabes que te quiero muchisimo, y espero que nada ni nadie te haga pensar lo contrario. 

Sé que aún falta para tu cumpleaños, pero la tentación y las ganas de hacerte saber que me importas me han llevado a publicar la historia antes de tu cumpleaños. Igual, espero que te guste tu regalo adelantado. Como siempre, sabes que si no te gusta, puedo escribirte algo más xD

Te quiero <3

 

 

 

Notas del capitulo:

Disclaimer: Los personajes de Naruto no me pertenecen, son obra del señor Masashi Kishimoto.

La friolenta habitación le resultó abrumadora. Encendió el interruptor de la luz y se iluminó todo el lugar, consiguiendo que con ello un sinfín de recuerdos acudieran de golpe a su mente. El lugar estaba lleno de caballetes desacomodados y de lienzos esparcidos por todo el lugar, sin un orden en realidad. Había un pequeño sillón rústico en medio de todo el desorden, cerca de una ventana oculta tras unas cortinas rojas de terciopelo. El aroma a pintura al óleo inundó sus fosas nasales, consiguiendo que un pasado renaciera y se sucediera como en una película en su mente.

En silencio, se acostó en el amplio sillón tras de haber cerrado la puerta con pestillo.

¿Cuánto tiempo no había pasado desde la primera vez que había visitado ese espacio vacío por primera vez, en compañía de alguien que ahora parecía no ser más que un sueño?

Gaara cerró los ojos y dejó que su sueño lo arrastrara a ese mar de recuerdos en los que estaba a punto de ahogarse, a punto de verse arrastrado por ellos y obligado a buscar una vía de escape para que las memorias fueran paulatinamente menos dolorosas, pese a que el dolor que lo embargaba era sólo prueba inequívoca de que todo había sido real.

Sai, como todas las personas a las que intentaba alejar despreciablemente de la burbuja en que vivía, era un pintor peculiar que había conocido en una cafetería y que pese a sus amenazas de atacarlo con una XK-11, había insistido en que fungiera como su modelo para un trabajo de la universidad que tenía que entregar al final del semestre, argumentándole que si era necesario, le pagaría, pero que por nada  del mundo pensaba dejar ir una exótica belleza como la que indudablemente el de ojos aguamarina poseía.

Tan pronto como sus oídos procesaron aquellas palabras, Gaara se burló del pintor petulantemente, argumentando que un músico como él no tenía tiempo como para jugar a ser modelo de un extraño que estaba fastidiándole su estadía en la cafetería, por lo que se marchó esperando no volver a encontrarse con semejante sujeto.

Ahora que lo pensaba con detenimiento recostado en el sillón, posiblemente se trató de alguna broma pesada del destino, aunque propiamente no creía en él, ni pretendía hacerlo; lo que lo llevó a aceptar casi a la fuerza la propuesta de aquella molestia quizá fue la amenaza de utilizar cloroformo en su contra, o las simples casualidades que lo ponían a él en el momento y el lugar inapropiado, logrando justamente que se topara con sus impenetrables ojos negros.

Sai, según se enteró después, vivía bastante cerca del conservatorio de música en Londres, lo que de alguna forma le dio ventaja para poder acecharlo y convencerlo finalmente de que no se arrepentiría de modelar para él con el precioso violín que portaba a casi todas partes. Terminó accediendo, amenazando al moreno que sería la primera y única vez que le ayudaría con eso, y advirtiéndole que lo mataría con la vara del arco de su violín si volvía a meterse en su campo visual en algún otro momento.

El contrario aceptó, anunciándole que no se arrepentiría. Pero días más tarde, cuando Gaara, despojado de más defensas que sus puños, aprendió a no fiarse de la palabra de Sai, mientras con movimientos ralentizados el de tez pálida había hecho a un lado su caballete con su lienzo casi terminado y se había arrojado sobre él en aquél mismo sillón rústico sobre el cual se encontraba tendido, acariciando y besando su níveo rostro mientras que, sorprendido y desconcertado, el de mechones rojizos oponía resistencia de la mejor manera que podía.

Tan pronto como pudo, huyó consternado, con la clara idea de no volver a toparse con Sai nunca más en su vida después de aquello.

Durante las semanas siguientes Gaara intentó olvidarse de lo ocurrido sin ser capaz de desechar de sus pensamientos el recuerdo espontáneo de sus labios siendo profanados por una boca que se jactaba experta, de su cuerpo siendo tocado por unas manos suaves y delicadas y por esos pozos negros que Sai tenía por ojos penetrando en su ser, atravesando esa barrera de misantropía que lo separaba del mundo para llegar tan lejos como el de ojos aguamarina se lo permitiera.

Irónicamente, buscaba olvidarlo a toda costa sabiendo que entre más se empecinara por borrar su recuerdo, más se aferraría a tenerlo presente, con el pensamiento de que la próxima vez triunfaría y no recordaría ni la forma de sus labios.

Para cuando el invierno había cedido su lugar a la primavera, una vez más supo que Sai era una de esas personas bizarras cuya peculiar manera de volver cuando uno finalmente se está olvidando de ellas demostraba esa necesidad que tenía de verse recordado. En medio de su recital de primavera en el observatorio de música, Gaara se recordó nervioso ante aquella mirada vacía y carente de emociones, se descubrió vacilante en medio de su interpretación de Pachelbel en D mayor y la frustración ascendió cuando aquél ligero instante en que lo notó presente casi le cuesta la aprobación del semestre que lo tendría un paso adelante para cumplir su sueño de ser un violinista profesional.

Odiaba a Sai más que a nada en el mundo por haberse aprovechado de él en un momento de vulnerabilidad, pero lo odiaba con más empeño porque, extrañamente, le había gustado.

Cuando lo enfrentó después del recital, por la noche, en uno de los pasillos del observatorio, le recriminó el volver a entrar a su vida repentinamente como si nada meses atrás hubiera pasado, como si él no se hubiera sentido ultrajado y usado y como si Sai no tuviera nada que decir en su defensa. Sus gritos alterados y sus mortíferas expresiones fueron acallados con besos tan apasionados como la primera vez, con unos brazos que lo acorralaron seguros contra la pared y con una mirada tan desprovista de emociones que tanto lo perseguía por las noches, en sus sueños.

Gaara volvió a ser minimizado, se volvió de pronto la presa y no la amenaza, e inevitablemente, pese a su fuerza por intentar repeler a ese hombre de costumbres extrañas que se dedicaba a hacer lo que le viniera en gana, Sai era un muchacho mucho más decidido mentalmente a conseguirlo, se imponía por sobre él y lo sacudía emocionalmente de tal forma que Gaara se sentía apresado, asustado por la idea de alguien interesado en su rancia persona así fuera únicamente para llevarlo a la cama.

Todo atisbo de fuerza y frivolidad morían antes de ser evidenciados, porque el de cabellera rojiza se confundía de pronto con tales actitudes cuando había vivido siempre bajo la maldición de su nombre que al nacer se le había impuesto, la idea de desear a alguien más corrompía de tal manera sus esquemas y estándares de la vida que una realidad tergiversada se presentaba ante sus ojos, una en donde aborrecía a Sai pero lo quería justo así, besándole el cuello como si fuera un vampiro a punto de morderlo, con la desesperación habitual de alguien que desea que el hombre que lo apresa lentamente entre sus brazos no vuelva a desaparecer de nuevo.

Se sintió tan desubicado en aquél momento que se dejó guiar por Sai, se dejó querer y con el tiempo aprendió a querer también, de una forma poco ortodoxa en la que aborrecía al mismo tiempo a quien se había vuelto su pareja sentimental con el tiempo, pero deseando en el fondo que no volviera a dejarlo escapar como la primera vez.

Sabaku no Gaara siempre había estado solo, pero no se había sentido así. No hasta que Sai había entrado en su vida y se había vuelto a marchar, y entonces había aprendido lo que en realidad era la soledad. El corazón de Gaara era como la patética bella durmiente que se había quedado dormida al pincharse con una aguja, Sai había despertado su corazón una vez con sus peculiares demostraciones de afecto, pero cada vez que se marchaba volvía a hundirse en el profundo letargo que lo mantenía como un ente muerto en vida, como un robot a la espera de que el moreno volviera de nuevo para no marcharse jamás.

Lo abrazó con la desesperación de una despedida inminente, pero sólo entre las sábanas de la cama que compartían juntos después de un par de años de conocerse. Gaara no hablaba mucho y Sai era de pocas y extrañas palabras, pero ambos habían llegado a encontrar esa compañía agradable, bizarra pero al mismo tiempo apetecible, hasta el punto en que el violinista no podía imaginar el olor a pintura que desprendía Sai por las noches, y el pintor no podía dejar de ilustrar todas esas veces que observaba al violinista tocar en el estudio, componiendo sus propias piezas para debutar finalmente como el estupendo músico que decía ser.

La noticia le supo a un chapuzón en pleno invierno en las aguas congeladas de Alaska. Estaba convencido de que no tenía el menor derecho de exigirle que se quedara, él mismo desde el principio había dejado en claro que, aunque le tenía un cariño que negaba, no iba a dejar que nada se interpusiera en su sueño de convertirse en un violinista, ni siquiera si se trataba de él. Y así como Gaara fríamente se lo había hecho saber, también sabía que no podía exigir algo que no estaba dispuesto a dar a cambio.

Sai quería marcharse a París a hacer un posgrado, y él no era quién para retenerlo. Un día sólo preparó sus maletas, su pasaporte, un billete de avión y le dijo adiós, abrazándolo con la melancolía de una despedida que no se podía postergar. Prometió volver sólo por él, pero reticente, Gaara no creyó en sus palabras. Se separó de él cuando el vuelo a París estaba siendo abordado y se marchó antes de que el medio de transporte despegara, con bastantes sentimientos encontrados. Le sabía extraño ver que finalmente se había marchado un hombre al que en un principio había querido eliminar de su vida a cualquier precio.

¿Qué seguía después de eso?

Gaara había aprendido, no sin esfuerzo, a amar, pero no a lidiar con la ausencia. Había conseguido amarle, pero no se había imaginado un futuro sin él, porque ni siquiera pensaba en la posibilidad de que pudiera marcharse, dejándolo atrás.

Acostado en el sillón donde Sai lo había besado por primera vez, pensó en lo solitario que se sentía Londres, en el poco interés que despertaba en su persona la vida y cómo su tiempo se veía monopolizado por su posgrado en el conservatorio de música. Casi patéticamente, aunque no podía estar seguro de nada,  había caído presa de aquél conjuro mágico que de niño había escuchado innumerables veces: el día en que conociera el amor, se daría cuenta de que aquellos sentimientos no eran más que ilusiones y qué, como tales, terminarían por desvanecerse algún día.

Y por eso acudía todos los días a la misma habitación donde sus mayores temores se habían materializado, mientras su corazón durmiente aguardaba en medio del bosque impenetrable de sus barreras anti humanos, a la espera de que Sai volviera de París y lo despertara de nuevo, para sentirse vivo, para despertar de su letargo con la forma en la que Sai se imponía ante él para dominarlo, para volver de golpe a esa realidad innegable y sentir que podía seguir amándolo sin importar el tiempo y la distancia que los separaba. 

Notas finales:

Espero les haya gustado. Dudas, quejas, sugerencias, comentarios, etc, agradecería que me dejaran un bonito review.

Besos & abrazos, Necoco. 


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