Al final no sería tan difícil cumplir con el perfil de Wataru-kun. Nada de lo que su agente había dicho, ni las clases de apoyo a las que le inscribió serían necesarias, tenía la mejor inspiración para hacer este actuación algo tan real como las lágrimas que había derramado ese día, incluyendo toda la congestión nasal y la mucosidad no tan glamorosa que le siguen.
Aún podía escuchar su voz rechazando todo, la mirada de extrañeza, la distancia entre ellos, incluso el aroma a café y sándwich con queso caliente del backstage. Era tan fácil repetir la escena una y otra vez, como un ensayo perfecto.
“Ueda-kun”. Le llamó el asistente de personal. “Estaremos en 10”.
Asintió cerrando el guión que tenía sobre sus piernas, al levantarse del asiento lo dejó sobre este. “Manos a la obra”. Con su sonrisa característica se acercó al joven asistente. “¿Morita-san quiere repasar la escena antes de comenzar?”.
“Si, venga por aquí”. Le guió el asistente hacia la locación. Morita-san siempre fue un director de cine arte más que de cinematografía comercial, tampoco estaba a gusto trabajando con una teleserie y menos con un guión pre establecido, sin embargo compensaba el mal rato en su trabajo escogiendo escenarios llenos de mensajes y eso era lo que más destacaban las críticas respecto a este dorama.
“La escena se inicia en el local de comida”. Señaló Morita-san desde el centro del círculo de actores, camarógrafos y sonidistas. “La primera toma es en la puerta, mientras Wataru espera a que Meiko salga, no se centren en su expresión, sólo en el hecho de que tiene un anillo de compromiso en la mano y está nervioso, quiere entregarlo, pero no sabe cómo, ¿Cree que puede hacer eso bien, Ueda-san?”.
No tiene idea de lo bien que lo puedo hacer. Para evitar más discusiones con su agente, sólo asintió.
“Bien, recuerde eso, la siguiente escena es…”.
“Escena ciento setenta y cinco, toma uno ”. Exclamó el director. “¡Y acción!”.
Estaba apoyado en el marco de madera, observando casualmente por sobre su hombro mientras esperaba a Meiko. No pudo evitar sonreír y buscar en su bolsillo un único objeto, ya tibio y bastante húmedo por el sudor de sus manos y el número de veces que lo había buscando en esa noche. No se atrevía a sacarlo de allí, sólo quería sentirse seguro de su peso y forma redondeada.
“Wataru”.
Levantó la mirada con una sonrisa. “Me-i-ko”. Marcó cada sílaba del nombre de la chica con un tono afectuoso, a lo que la chica a su lado sólo suspiró con pesar y algo de molestia. “Eres tan bobo”.
Continuó sonriendo. “No puedo negarlo, siempre me lo dices”. A pesar de todo lo que dijeran sus compañeros de trabajo, amaba a Meiko y esa era su personalidad, no se trataba de que le estuviera haciendo daño psicológico ni nada por el estilo, ella nunca haría algo así.
“¿Vas a quedar ahí parado o nos vamos?”. La chica ya había avanzado un par de pasos y le estaba esperando.
“Claro, voy, voy”. Despabiló rápidamente para seguirla. “¿Acortemos camino por-“.
“No, Wataru, tus atajos nunca son más cortos”. Le interrumpió Meiko cruzando la calle con el verde peatón en sentido contrario a la senda del parque que Wataru quería usar como escenario para su propuesta.
“Oh”. Sonrió nuevamente, tendría que adaptarse a la situación.
“No sé por qué sonríes tanto”. Murmuró Meiko al verlo de reojo. “ Wataru-kun, si no usaras la bata blanca, nadie sospecharía que eres un médico, más pareces un bufón”.
Apuró el paso para quedar a su lado, iba a responderle hasta que vio el momento perfecto. La pileta de la plaza aún funcionando, la luz tenue de los faroles recién comenzando a funcionar, algunas hojas amarillas y doradas cayendo y sólo algunas personas pasando por las calles aledañas. “Ne… Meiko-san”.
“¿Si?”. Quizá no era buena idea andar con rodeos para esto, ese tono sólo lo usaba cuando estaba molesta. “¿Qué quieres?”.
Le tomó la muñeca derecha, el abrigo azul oscuro que estaba usando la actriz era el mismo color de su chaqueta aquel día, y fue tan fácil reemplazar el pequeño tamaño de la mujer con uno más alto que él, y esa parte del flequillo que le cubría un ojo calzaba perfectamente con el peinado de él.
Deslizó su mano hacia la de ella, tomando sus dedos y parte de la palma. “Meiko-san”. Taguchi. Tomó aire. “Nos conocemos hace mucho tiempo, sé que hemos pasado muchas cosas juntos y en los últimos cinco siete años has sido una presencia constante a mi lado, mi apoyo en miles de momentos en que te he necesitado”. Miraba sus manos, no se atrevía a subir los ojos y ver las emociones que pasaban por ellos. “Siento que nunca te he dado las gracias por confiar en mí y ayudarme a salir adelante”.
“Wataru…”.
“Llevamos dos años juntos”. Le interrumpió, necesitaba continuar con el diálogo, mientras aún pudiera imaginar que su rostro era otro. “ Y en estos dos años me he dado cuenta de que no puedo pensar en pasar la vida al lado de otra persona que no seas tú”. Le dijo con convicción, pero cometió el error de subir la mirada. “ Por eso… “.Sacó la mano derecha del bolsillo, la que llevaba sosteniendo el anillo de platino, el borde finamente redondeado brilló tímidamente con la luz del farol a su costado, hasta que fue cubierta por una mano femenina.
“Wataru”. Voz firme. Tatsuya… no sé en qué estas pensando, mira… las cosas no son así… llevamos dos años, pero en dos años pasan muchas cosas… de hecho te pedí que vinieras conmigo porque necesitamos hablar… espera, déjame terminar… esto no puede continuar, fue un buen comienzo, pero ya no da para más… lo siento, pero quiero que saques tus cosas del departamento porque Yuichi me pidió que fuera su novio y voy a aceptar.
“--verás, hoy acepté salir contigo porque quiero que terminemos…”.
Ya no es lo mismo, ya no siento amor por ti y espero que lo comprendas y el tema no se vuelva a tocar, menos con Yuichi
“Meiko-“. Estaba en piloto automático siguiendo sus líneas, pero su mente se encontraba en ese momento hace sólo unos días atrás.
No hay nada que puedas hacer, fue bonito mientras duró y todo lo que quieras, pero ya no hay más Tatsuya, entiéndelo. YA NO TE QUIERO.
“—no te puedes comparar con Nakamura, no le llegas ni a los talones, ya no hay nada que puedas hacer, se acabó”. Y con esas palabras finales, el anillo voló de sus manos, rodando por el maicillo del costado de la vereda hacia las hojas sobre el pasto. Sabía que la escena seguía con la salida de Meiko, sus tacones sonando con firmeza hacia la calle, que sólo debía mantenerse de pie mirando el piso hasta que el director ordenara el corte, pero quería sacarse de encima todo lo guardado desde que lo vio darle la espalda y cruzar el pasillo llamando a Nakamaru. Se llevó una mano al puente de la nariz tragando saliva notoriamente, casi podía sentir los ojos de desaprobación de Morita-san, no importaba. Tomó aire dejando que sus hombros cayeran derrotados, subió la mirada para seguir el camino que Meiko debía seguir, la irritación en sus ojos le dejó escapar la primera lágrima de desahogo.
Una, dos, tres lágrimas que dieron paso a un sinfín de otras, un sollozo ahogado por un corazón roto.
“Corten”. Murmuró el director.
El aplauso del elenco.
No tenían por qué saber que cada expresión era de verdad.