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Criaturas del viento por Mare Frigoris

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Notas del capitulo:

Bueeeno, pues aquí llega mi reto del año. Hace siglos que no me pongo a escribir algo serio, pero creo que ya era hora de empezar. 

Como esto es como montar en bicicleta, espero no haber empezado mal. 

 

CRIATURAS DEL VIENTO

 

Capítulo I: Solo de guitarra

 

Cuando Jerome, Vincent y Andrew salieron del concierto apenas tenían fuerzas para mantenerse en pié. Volver a casa les resultaba una tarea titánica desde sus nublados puntos de vista, pero no les quedaba más remedio que intentarlo si no querían morir congelados en medio de la calle.

El concierto de aquella noche había sido brutal. Los Plastic Troopers lo habían dado todo en el escenario, tocando varios bis y regalando camisetas y púas a la multitud enloquecida. Las cálidas luces del recinto habían bañado sus figuras espasmódicas mientras cantaban y sacudían los instrumentos al ritmo de las delirantes y grandiosamente compuestas melodías de su nuevo CD. Y la densa marea de fans había hecho los coros y había saltado con ellos, convirtiéndose un una masa descontrolada, ruidosa y viva.

Estando dentro de esa misma masa los tres amigos habían hecho lo propio. Jerome había cantado todas y cada una de las canciones mientras imitaba al guitarrista con una Fender invisible entre los dedos. Vincent había subido a Andrew a hombros y había gritado hasta dejar de sentir la garganta, y mientras tanto, Andrew había aprovechado la vista panorámica para hacer unas fotos y quedarse con la botella de vodka que habían colado dentro de una mochila.

Aquella noche fue la que habían estado esperando desde hacía semanas. Y una vez terminada, sólo el increíble recuerdo, el cansancio y los efectos del alcohol permanecían con ellos. Arrastrando las zapatillas por la acera húmeda se dispusieron a regresar a casa, un piso familiar situado a las afueras de Edimburgo.

—¿Visteis cómo Louis destrozó la guitarra al final del segundo bis? —preguntó Jerome, sonriente— Sabía que lo haría en esa canción.

—¿Y cómo sabías que sería en esa canción, listo?

—Porque fue la canción que le compuso a su ex-novia, Vincent —respondió Andrew señalándolo con la botella vacía de vodka—. Es algo que se llama resentimiento.

Vincent soltó un bufido e ignoró –por esa vez–, el tono sabiondo del pequeño Andrew. Estaba demasiado cansado y ebrio como para darle cuerda a un gamer sabelotodo, y tampoco quería que Jerome le llamara la atención por buscar pelea.

—Hoy pienso dormir hasta echar raíces. Quien me despierte antes, lo mato.

—Pues matarás a Jerome. Después del conciertazo de esta noche no creo que aguante mucho sin tocar la guitarra —aguardó unos segundos y añadió—: Sí, mira, los dedos aún le bailan.

Jerome volvió a alzar su Fender invisible y ejecutó el solo que Louis había tocado en “Wicked Love”. Los otros dos jóvenes lo observaron y lo imitaron y lo aplaudieron hasta que estuvieron cerca del piso y recordaron que no tenían energía que gastar.

—Pues lo dicho, nada de guitarra hasta que me despierte.

—No habrá guitarra, tengo que estudiar —le aseguró Jerome.

—Pero yo no. Y aunque no toco la guitarra, sé tocar puertas y abrir las cerraduras con una cuchara.

Yendo el primero de los tres, Vincent se detuvo para lanzarle una mirada de advertencia a Andrew. Su aspecto de macarra con todas aquellas pulseras y collares de pinchos, aquellos pantalones ajustados y aquel chaleco raído hacían de él un tipo temido en cualquier lugar. Con aquel aro plateado perforando su labio inferior y aquella mueca de disgusto que tan bien sabía hacer.  

Lástima que a Andrew no le impresionara en absoluto.

—No habrá ni golpes en la puerta ni cucharas, ¿entendido? —Vincent rodeó los hombros de Andrew con el brazo— No los habrá, si no quieres que a tu querida Playstation le ocurra una desgracia.

—No te atreverías —dijo Andrew, no del todo convencido.

Jerome asintió con la cabeza dando a entender “claro que se atreverá, estamos hablando del protozoo de Vincent”, y luego aceleró el paso. Sólo se había traído una delgada chaqueta de entretiempo y notaba como sus huesos se empezaban a resentir del frío y la humedad. Quería llegar a casa y darse una larga ducha de agua caliente. Leer una revista, quizás. Tal vez cerrar los ojos y tratar de no pensar en nada.

Así, cruzó la calle y dobló la esquina que lo llevaría al portal de su edificio. Rebuscando en su mochila trató de encontrar las llaves, dos pequeñas llaves metalizadas unidas al llavero de un pájaro de papel gastado.

—Bonito llavero —dijo una voz a su lado, sobresaltándolo—. Debe de habértelo regalado alguien con mucho gusto para estas cosas.

Apretando el llavero en un puño, Jerome se volvió hacia el joven que descansaba sobre la escalera del portal. Su pelo negro tupido y enmarañado y aquellos inconfundibles ojos grises que lo observaban con intensidad desde la escalera. El labio inferior partido y varios arañazos en la cara. Los vaqueros rotos por la rodilla y la camiseta sucia y salpicada de sangre.

Después de haber desaparecido durante dos semanas, finalmente Zachary había regresado.

—¿Dónde narices has estado? ¿Por qué siempre desapareces sin avisar?

Jerome se acercó a Zachary y le lanzó una mirada cargada de reproche. Estaba harto de que su amigo hiciera de Houdini y desapareciera cada dos por tres. Estaba más que harto de verlo aparecer al cabo de unos días hecho un desastre, como si hubiera sobrevivido –como mínimo− a una catástrofe natural. Estaba cansado de todo eso. Pero por mucho que lo detestara sabía la situación no iba a cambiar, pues al fin y al cabo ése era Zachary Emory. Un ser brusco, imprevisible y cabezota. Una ráfaga de viento que corría a sus anchas por el mundo.

Sentado impasible sobre el escalón, Zachary sostuvo su mirada turbia como quien ve las nubes pasar. Con calma, sin prisa. Pero sobre todo con calma.

—He tenido que ir a atender unos asuntos —contestó al final, curvando los labios en una sonrisa inocente.

—¿Adónde? ¿Al fin del mundo?

—Ya sabes que no.

Tras soltar un bufido de resignación Jerome ayudó a Zachary a ponerse en pié. Con aprensión comprobó que su cuerpo estaba helado y su ropa mojada, y una vez más se preguntó dónde habría estado durante todos aquellos días. Sin embargo, y por mucho que deseara hacerlo, desistió en volver a preguntar. De todos modos Zachary nunca habla del tema.

—¡Pero mira a quién tenemos aquí! —la voz cascada de Vincent resonó por toda la calle cuando se acercaron al portal— Nuestro desaparecido favorito. ¿Qué tal estás, tío?

—He estado mejor —respondió Zachary, ensanchando su sonrisa—. Tenía ganas de verte, cabrón.

—Me alegro de que hayas vuelto, Zach —dijo Andrew saludando con la mano—. Ya veo que esta vez te han hecho un buen combo.

La risa que salió de la boca ensangrentada de Zachary fue profunda y gutural. Ronca y agotada, si le hubieran preguntado a Jerome. Con cuidado lo sujetó de la cintura y abrió la puerta del edificio, para luego subirlo entre todos hasta el ático, planta en la que vivían. A pesar de cómo sonaba la palabra “ático”, el piso en sí carecía de cualquier característica lujosa. Era una vivienda vieja, estrecha y con poca luz. Las paredes estaban mutiladas por la humedad y el mobiliario era más bien pobre. Durante todo el año andaban racaneando con el gas y el sistema eléctrico trabajaba a media jornada. Tampoco tenían internet, y las expectativas de tenerlo cada vez eran más pequeñas a medida que aumentaba el alquiler. 

El viejo ático había sido el primer piso que habían encontrado al entrar en la universidad, dos años atrás. Los cuatro se habían enamorado de él a primera vista, no por sus excelentes condiciones, sino por el ambiente familiar y cálido que transmitía. “El amor es ciego, es cierto.” Había dicho Vincent en aquel entonces. Y todos habían asentido con él, observando con entusiasmo el que sería su futuro hogar.

—Vamos a darte un baño —dijo Jerome nada más entrar por la puerta—, hueles peor que las zapatillas de Vin.

—Muy astuto, McKennitt —ironizó Vincent.

—Gracias.

Llevando el peso de Zachary prácticamente a rastras entró en el baño y comenzó a llenar la bañera. Echó un poco −bastante− de jabón y esperó a que se hiciera espuma. Luego lo ayudó a desvestirse y lo tiró dentro del agua de un ligero empujón.

—¡Maldita sea, Jerome, esta agua está congelada!

—Pues mira, te fastidias.

—¿Aún sigues enfadado porque me marché sin avisar?

“Claro que sigo enfadado, imbécil” es lo que Jerome hubiera dicho. Pero no a Zachary. No, era impensable tratar de ponerse serio con él. Desde que se habían conocido en Edimburgo ocho años atrás había aprendido a lidiar con el hijo mayor de los Emory, gran familia de la aristocracia escocesa. Su carácter fuerte, su astucia y su desquiciante toque rebelde hacían de él un duro contrincante a la hora de razonar. Si le digo que estoy enfadado primero se reirá y luego me dirá que, por mucho que me pese, no es asunto mío si desaparece o deja de hacerlo.

—¿Por qué tendría que estar enfadado?

—No lo sé. Siempre te compartas raro cada vez que regreso a casa después de… después de haberme ido por un tiempo.

Jerome abrió el champú y le echó un poco en la cabeza, sopesando su respuesta.

—Mi comportamiento no es raro, y aunque sé que piensas que el mundo gira a tu alrededor, tengo cosas mejores que hacer. Por ejemplo, hoy hemos ido al concierto de los Plastic Troopers. Ha sido una pasada. Louis clavó su solo en “Wicked Love” y luego se cargó la guitarra. Pam, pam, paaaaaaam. Algo así.

—Me hubiera encantado verlo.

—Al próximo iremos los cuatro juntos.

—Sí, iremos los cuatro.

Hundiendo mitad de la cabeza dentro del agua y haciendo burbujas con la boca, Zachary cerró los ojos. El sonido penetrante de la guitarra de Louis Lunatic resonaba en su cabeza con una frecuencia extraña, las notas sucediéndose a descompás, una detrás de otra como el flujo de un grifo mal cerrado. Durante aquellas dos semanas en las que había estado ausente no había escuchado la canción ni una sola vez. Ni en las tiendas, ni en la radio, nada. Y ahora su ritmo volvía a él como una caricia que no era una caricia.

—Toca la guitarra, Jerome.

Era más bien una punzada de melancolía.

—Le prometí a Vincent que no la tocaría, al menos por hoy.

—Pues en ese caso déjame tocarte a ti.

Jerome apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Zachary tirara de su brazo, atrayéndolo junto a la bañera. Sus dedos mojados acariciaron su rostro y se hundieron en su revuelto pelo castaño, mientras dejaba un leve beso en sus labios secos. Sólo un poco. Un poco y después el contacto terminaría.

—¡¿Qué demonios haces?!

—¿Tú qué crees que hago, McKennitt? Te beso.

Tenía la cara igual de roja y húmeda que su camiseta de los Plastic Troopers, ese Jerome. Su pecho subía y bajaba desbocado mientras continuaba dando pequeños pasos hacia atrás.

—Dedícate a besar a tus conquistas, Zach. Yo no soy una de ellas.

Eso era lo que siempre decía, cada vez que lo tocaba. No importaba que fuera un beso o que simplemente lo cogiera de la mano; Zachary no recordaba un día en el que su respuesta hubiera sido diferente. En esa ocasión plantado delante de él, con aquellos expresivos ojos verdes observándolo. Su figura alta y tensa recortada sobre la luz de la bombilla del cuarto de baño.

—Yo no soy una de ellas —repitió.

—Ya lo sé, Lunático.

Porque lo sabía muy bien. Jerome había entrado en su vida una tarde de otoño de cuando tenía trece años. Irlandés, le había dicho que era cuando lo vio entrar en la casa vecina, donde vivía una mujer que nunca había tenido hijos. “Es mi tía, a partir de ahora viviré aquí con ella”, había añadido después de un largo silencio, en una voz tan baja que tuvo que esforzarse para oír.

Luego había llegado la noche y con ella aquel solo de guitarra. Era del primer single de una banda que había salido en la radio hacía tan solo un par de semanas. Plastic Troopers, creía recordar que se llamaba.

—Tocas igual que ese tal Louis Lunatic. Me gusta —había dicho mientras escuchaba el resto del solo sentado en el alféizar de la ventana, muy muy bajito para que nadie lo escuchara.

Notas finales:

Ejem. Bueno, pues eso es lo que hay de momento. Espero sinceramente que al menos os haya parecido entretenido. Como ya dije antes, hace siglos que no escribo algo serio y estoy nerviosa.

Muchas gracias por haberle dado una oportunidad.

Nos vemos pronto con más.

Un saludo,

Mare

 


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