- Ustedes no pueden estar juntos –sentenció aquel hombre de blanquecinos cabellos, que lo miraba a través de los cristales de sus anteojos- Pero estoy consciente de que aun tienes un futuro por delante, te ofrezco cambiarte a la unidad oncológica infantil.
¿Qué más podía hacer?, solo le quedaba aceptar, no podía frustrar la carrera de aquel hombre con el que intentaba tener una relación, menos ahora que ambos estaban en ascenso, además que la propuesta estaba tentadora, dejaría de ser el aprendiz para pasar a desarrollarse como doctor.
- Acepto
Y con esta decisión, da comienzo mi historia.
- Shiroyama-san –me llamó la dulce voz de una de las enfermeras- Esta es la unidad de la que estará a cargo.
Este día me dediqué a conocer a mis pequeños pacientes, todos niños en un rango de edad de cuatro a diez años, era algo duro ver como niños tan pequeños luchaban por sus vidas, la mayoría de ellos ya habían pasado más de la mitad de su vida en el hospital, perdiéndose de la mayoría de las alegrías que solo se viven en la infancia.
Visité a cada uno de ellos, uno por uno fui memorizando sus historias y ganándome su confianza, mi último paciente y el más pequeño tenía tan solo cuatro añitos, Takashima, miraba como un globo amarrado a uno de los fierros de la cama del niño de al lado se mecía con la suave brisa del aire acondicionado. Todos los niños eran visitados por sus padres y les adornaban sus sombrías vidas con coloridos regalos, pero este no tenía ni siquiera un globo de hule. Terminé de leer su ficha clínica y ahí estaba la respuesta, aquel niño provenía de un orfanato y estaba a cargo de un tutor legal, de aquellos que así como a él, tenía a muchos otros niños a su cargo.
- Quieres tener un globo así ¿verdad? –le dije con un tono simpático y el niño fijó sus ojos color miel en mi, mientras me sonreía-
- No, yo tengo el mío –y se removió de su cama, en busca de algo en la cajonera que tenía disponible, la que estaba prácticamente vacía, tan solo llenada por unas hojas un tanto arrugadas y unos lápices gastados- ¡aquí está! –me mostró un dibujo con un globo muy similar al que flotaba en la otra cama-
Sonreí con melancolía, aquel pequeño niño no tuvo la fortuna de poseer salud ni padres amorosos que lo criaran y aun así la vida le seguía negando hasta un globo genuino con el cual poder jugar. Pasé un poco más de tiempo con este pequeño, tenía muy en claro que no debía encariñarme con ninguno de ellos, que sólo debía limitarme a mantener una relación médico-paciente, pero mi corazón se contraía al ver sus caras, que a pesar de sus enfermedades seguían sonriendo y soñando con el día en el cual ellos correrían libres por los verdes prados y sobre todo con este pequeño, Shima-chan, con el que a pesar de poseer una carencia afectiva de parte de sus progenitores que lo habían abandonado nunca dejaba de sonreír.
Mi turno había terminado y llegaba a mi departamento, tenía pensado darme una relajante ducha, comer un poco e irme a dormir, pero al abrir la puerta, me recibe un aroma a comida recién cocinada, me dirijo a la cocina y ahí lo veo, comiéndose un trozo de carne que salteaba en la sartén.
- ¿Qué clase de cocinero eres, que te estás comiendo el banquete? –le dije en un tono bromista para llamar su atención-
- Pues el que te dará de comer esta noche y te deleitará con su buen gusto –me respondió triunfante, mientras seguía con lo suyo-
Así era nuestra relación, una mezcla un tanto extraña de amistad y amor. Quizás la necesidad de compañía nos hacía confundirnos y pensar en amor cuando de verdad no lo era, pero si algo nos mantenía juntos a pesar de que el contacto físico era mínimo, era la necesidad de mantenerlos el uno al lado del otro.
Ya cenando…
- Me dijeron que te promovieron a la unidad oncológica infantil.
- Así que ya te enteraste.
- Te busqué en la unidad y no te encontré, ¿Por qué? –y aquella pregunta a la que no quería responder apareció rápidamente-
- Llegó a los oídos del director de la unidad lo nuestro y era ser promovido o irme.
- Hijo de puta –dijo enojado, golpeando con ambos puños la mesa, levantándose- claro, ahora todo tiene sentido, él sabía que yo te dejaría a ti en mi puesto y no aquel incompetente que tiene como aprendiz.
- Haber Kyo, explícame una cosa –al igual que él, me levanté de mi silla- ¿Cómo que en tu puesto? –el escuchar eso, me descolocó un poco, ¿acaso se iría?-
- ¿Recuerdas que hace unos meses me ayudaste con la postulación para un perfeccionamiento en Alemania? –respondí afirmativamente- Pues hoy me llegó la respuesta, me voy este fin de semana –sin rodeos y de un solo golpe, me lo dijo, produciendo que me dejara caer sobre la silla-
- ¿Me dejarás? –dije en un tono quedo, sintiendo como la soledad me embargaba por completo-
- Volveré por ti –me abrazó un tanto brusco, apretando mi cara contra su abdomen- ¿Me esperarás?
No respondí, la soledad me cubrió con su manto… asfixiándome, impidiéndome decir o hacer algo coherente, ¿Por qué ahora tenía que dejarme cuando todo estaba tan bien entre nosotros?, sentí sus labios sobre mi frente y sus pasos alejándose de mí, hasta que llegó a la puerta, sentí su penetrante mirada, pero aun así no hice nada…
Se marchó dejando la cena a medio comer…