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Apodo por Yurippe

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Notas del fanfic:

Quedó algo estúpido. No me odien por intentarlo (?)

 

 

lol, lo de "Shota" es sólo una franca estupidez de mi parte. Creí que se vería lindo (?).

 

Sólo... ignórenme :')

Notas del capitulo:

One shot... Escrito hace mucho, mucho tiempo, como tarea para mi Faith-desu 8B

Eso si, esta totalmente distinto al real (tenia como 500 palabras lol).

Un pequeño regalo atrasado de cumpleaños para ella :c Un "te amo demasiado", un beso no dado.

Ya, asd, cursi everywhere u.u Espero, sin mas, que lo disfruten.

 

 

PD: Para los que ya me leian desde antes... Maddie no ha muerto e.e Ya volvera en gloria y majestad 8D no me odien T.T

PD2: Disculpen la falta de tildes... mi teclado esta malo y me da pereza corregir todo ese desastre.

PD3: "Pepsi" no me pertenece lol

 

“¡Mi pimpollo!”


—Y el coseno de alfa multiplicado por…

“Es tan ridículo… ¡Tan estúpido y… y! ¡Eso! ¡Vergonzoso!”, rezongó en su mente por enésima vez en el día, golpeando la pobre mesa con el puño, llamando la atención de todo el salón, que la miro sin descaro.

Le irritó, quién sabrá porqué, el terrible silencio que tras su golpe, inundo a la sala.

… Esta posible indocumentada demente de algún país nórdico se llama Blanche Euan. Tiene diecisiete años, en dos meses será –solo- reconocida por la ley como una “adulta”. Es rubia natural, alta, delgada, inteligente, carismática, gruñona… Y lesbiana.

Las chicas que se sentaban cerca de ella, que si bien conformaban una módica mayoría, procuraron evitar a toda costa cualquier tipo de contacto con la fiera mirada de Blanche, como si temieran profundamente que la rubia, de un momento a otro, mutase en algo parecido a Hulk.

—No haga ruido, señorita Euan—primera y ultima advertencia, Blanche se había atrevido a interrumpir la clase de la estricta profesora Collins. Bufo, por toda respuesta. No toleraba que nadie la mandase, ni siquiera sus profesores.

A ver… 

Blanche era una de esas típicas chicas muy guapas que reían escandalosamente cuando una broma cruel era bien gastada, que se cuidaban las uñas con recelo, y gustaban de mirarse en un espejo todo el día, no por vanidad, sino mas bien para encontrarse defectos imperceptibles por el ojo humano.

Digamos que… de usar maquillaje, Blanche seria una Paris Hilton cualquiera.

Como muchas otras, su carácter era todo lo opuesto a lo que podríamos inducir de sus pacíficos rasgos. Borlada por un par de ojos azules grandes y expresivos, casi inocentes, y una nariz pronunciada y pequeña que pensaba a veces mancillar con un aro, la hacían parecer ante la percepción de cualquier inocente como una dulce, blanca y pacífica palomita. De la misma forma, su nombre alimentaba el errado prejuicio que tenían de ella las masas: “Blanche”, que significa algo como… “blanco”.

Apoyándose sobre sus brazos, volvió a recordar con morbo el estúpido apodo. “Pimpollo”. ¿Qué rayos significaba? No encontrando algo mejor que hacer con su rumiante indignación, se ahogo de nuevo en los océanos de su intriga mental, haciendo girar entre sus dedos hábiles al viejo y herido portaminas que le había regalado Katherine cuando tenían ocho años. Un regalo con historia que significaba mucho para ella.

—Esta todo hecho mierda, ya déjalo—casi la escucho hablar hace unos meses, luego de que la pelinegra lo encontrase entre sus cosas en sus habituales y molestas excursiones por su habitación.

—No—había sido su escueta respuesta al quitárselo de las manos. Nunca admitirá frente a ella que adoraba aquel regalo como a su vida.

Casi se sonrio.

“Pimpollo”

Pero desistió de ello. La indignación la había hecho hundir con fuerza el portaminas, que envió a mejor mundo a la pobre y frágil punta de carbón. Casi se murió cuando lo sintió tronar levemente bajo el peso de sus manos: su tonta ira comenzaba a registrar a los primeros caídos...

Lo soltó antes de cometer un crimen del que pudiera arrepentirse.
Suspiro, cansada. ¿Que demonios había tenido en la cabeza el día que acepto que su pareja le dijese de esa forma, a su modo de ver las cosas, tan aberrante?

—Tonta.

Para su contradicción, la alegre voz de su novia canturreando estupideces pululaba ahora entre los sesos de su cansado cerebro.

— ¡Rasponcita, me quieres, me quieres!

— ¿Por qué no de frutilla, mi pichón? ¡Compra helado de frutilla!

— ¿Vamos a caminar, piernas largas?

—El rubio no te viene, blanquita…

Digamos que el más normal había sido “pequeño amor”, y el que más rápido pasara a la historia.

Pero, ¿para qué hacer tanto escándalo por algo tan pequeño?

Sucede que, a la hija mayor de los Euan, le irritaban enormemente que le pusieran apodos. Quizá le molestaban desde que su padre la llamara –hasta el día de hoy- “apestosita”, luego de un triste accidente ocurrido en su infancia, donde su pañal la habia abandonado en el auto de una amiga de su madre.

Más, por sobre todas las cosas, detestaba la causa -en general absurda- que incitaban a Katherine Rice a cambiarle el nombre. No perdía oportunidad (o eso creía Blanche) para humillarla y reírse de ella. Aprovechaba cualquiera de sus improvisadas muecas imbéciles, e incluso, de aquellos “casuales incidentes” que, la ojiazul misma creía, no podían ocurrirle solo por mero accidente, para joderla un rato.

— ¡Ya admitirás que me embrujaste, piojo! ¡Ya lo admitirás!—le decía, muerta de vergüenza, cuando la misma Kathy le ayudaba, entre carcajadas, a levantarse del piso tras una nueva caída—. ¡Que me caiga tanto cuando estoy contigo no es normal!

— ¡Baja la voz!—simulo estar avergonzada—. ¡No le hagan caso, personas sin nada mejor que hacer, es solo una pobre loca incomprendida!

Pero, si era sincera consigo misma, tenía que aceptar que, muy, muy, muy en el fondo… adoraba todo eso. Sí, la temible Blanche Euan amaba, en cierto modo, esos infimos detalles de quien podía quitarle el aliento con una sola mirada.

—Se que te gustan. Lo se.

—Si, claro… como digas.

—No me engañas. Te leo la mente, se siempre lo que piensas. Por eso digo que te gustan.

—No, no me gustan.

—… No juegues conmigo—contrajo los labios—. Ten en cuenta que soy especial, muy especial, Blanche—y alzo las cejas, con arrogancia sobreactuada.

—Sí—acepto la rubia, sonriendo de medio lado—, si eres especial, Kathy… pero en el mal sentido de la palabra.

Recordó, ahora mirando hacia el pizarrón, y con cariño, el día en que la pequeña de ojos despiertos, entre la oscuridad de una sala de cine y la soledad de quienes gustan por las películas malas, le susurrara al oído que la amaba profundamente… haciéndola, por culpa exclusiva de la impresión, escupir gran parte de su bebida a la pobre señora del asiento delantero.

Estuvo bien merecido el griterío por parte de la viejita.

—Vieja de m…

—No la insultes, Kathy; tiene razón de enfadarse…

—¡Pero es una amargada y exagerada, un poquito de soda no le puede hacer daño…!

—Hare como que si viste que le caía medio litro de Pepsi en la cabeza.

—Y hielo, mucho hielo…

—Definitivamente no me ayudas.

Euan sintió repentinas ganas de reír. Para controlarse, arrancó un trozo de la esquina de su hoja; lo comenzó a doblar, y mordió su grueso labio inferior con la esperanza de que, el nuevo rojo intenso de sus mejillas, no fuera visto por nadie. Pero no estaba resultando.

—Maldita come-mocos—susurró, bajito, lanzando la recientemente hecha bolita de papel hacia un destino indeterminado, que resulto ser la cabeza de Ellie, la chica más nerd del su clase y, se atrevió a insinuar, del planeta. La pobre se giro, asustada, hasta el grado de parecer una lechuza fea y asustada… lo cual provocó aún más su risa.

No, no… tenia que controlarse. Lo del puño había sido una advertencia: la bruja de su profesora de trigonometría no tendría ni un ápice de piedad para expulsarla de nuevo, y condenarla, por consecuencia, a una semana más de castigos. Se golpeó. No le convenía en lo absoluto abandonar la sala. Después, el conseguirse la materia (y tratar de entenderla) seria toda una odisea… Pero apenas le echase un vistazo tenue a la pizarra, entendió que estaba jodida: no entendió ni siquiera las partes que estaban en español.

“Todo esto es culpa tuya, Katherine Rice”, gruño en su cabeza, convencida de que la única responsable de esto era, para variar, esa ¿adorable? niña que ocupaba por completo a su blando, adormecido, y muy enamorado cerebro.

—Recuérdame por que tome el ramo de algebra contigo.

—Porque… ¿Por qué lo hiciste?

—Supongo que para acosarte.

—Te creo.

Como atraída por un imán, miro inconscientemente hacia su vacio pupitre, puesto a su lado, sintiéndose mal. Casi pudo verla toda empapada, sonriendo, dando giros llenos de felicidad en medio de la acera, gritándole “¡gané la apuesta, Blanche!” una y otra vez… Mientras ella, seria y malhumorada, se resguardaba bajo un enorme paraguas al que, en medio de una de sus fallas cerebrales, había prometido matrimonio. Esto Kathy, claro, se lo había tomado como algo personal: una leve distracción… y el paraguas ya no existía.

En resumen, ella también se había terminado empapando… y Katherine, por su culpa, se había resfriado fuertemente.

—No fue tu responsabilidad…—le dijo tras toser por un buen rato.

—Si que lo fue, tonta. Ahora, bebe un poco de agua y… y duerme.

Su mano, de manera inconsciente, se deslizó bajo la superficie de madera donde su novia acostumbraba dormir, como si pudiera alcanzarla, acariciarla. Casi la vio ahí, haciéndolo, ganándose castigos… una nueva sonrisita apareció de la nada embelleciendo sus facciones, haciendo de ella un poema que nadie nunca jamás leería. Blanche, como hipnotizada, y sin motivos racionales, siguió tocando la áspera mesa… hasta que sintiera una decena de bultitos pegajosos impidiendo el avance de sus dedos.

Un escalofrío recorrió toda su espalda: chicles. Chicles. Muchos chicles por doquier. Chicles sucios, babosos, con tierra… y posiblemente adheridos hace muy, muy poco tiempo por la mismísima Katherine.

“¡Aaaaaaagh, POR DIOS!”

Haciendo gala de lo extremadamente quisquillosa que era, retiró a velocidad luz la mano de ese lugar, rogando casi a gritos que alguien la desinfectara, con tal de no sentir la saliva de su novia… o de quien sabe, mancillando la pulcritud de sus dedos. Cosa irónica, pues esas dos se besaban hasta el punto de no saber si se estaban comiendo o amando, como se estuvieran en una lucha cuerpo a cuerpo o no existiese mañana alguno. Pero, en cosas tan banales como estas…

Contuvo con mucho esfuerzo la sarta de improperios que ya se le venían a la mente, y respiró hondo, exagerado, debatiéndose si reír ante su propia y patética actitud o pretender que vomitaba. Más, de reaccionar como lo hubiese hecho habitualmente (gritando, chillando, agitando las manos, en fin), se expondría de bruces a la expulsión. Así que, asqueada, temiendo que la locura innata de Katherine se apoderara de ella, Blanche limpió sus dedos en la oscura tela de su falda, jurando que apenas saliera de ese manicomio con el propósito de verla, mínimo, la mataría.

… Y todo hubiese salido a la perfección, todo, si no fuera porque su impertinente, malnacido, insensato y viejo celular sonase tan sorpresivamente, asustándola. Haciéndola gritar.

Un mensaje.

Hubo un largo, tenso, y gélido silencio. La chica se dio cuenta de lo desagradable que era ser el centro de todas las miradas de un grupo tan pequeño de gente… estando sola, claro.

—Ah…—titubeo.

Un crujido de madera pretendió romper la tensión, sin lograrlo.

Colocando la mejor cara de póker que se le ocurrió, y enderezando su espalda, la rubia Blanche adoptó una pose de concentración que estimó muy buena; tomo su portaminas y se puso a escribir, intentando en vano pasar desapercibida. A Ellie, que la miraba sin descaro con sus enormes ojos saltones, le fue imposible no contener la risa.

—Creo que no es necesario decirle lo que tiene que hacer ahora, ¿verdad, señorita Euan?—soltó con ironía la mujer que trataba de enseñarles matemáticas, con irritación—Y usted, señorita Gillies, cállese o también se ira de la sala.

No, en definitiva, no era el día de Blanche Euan. La de ojos azules se levantó temblando de su silla, en silencio, y sin observar a nadie en particular. Avanzó unos cuantos pasos con toda la dignidad posible… hasta que, de la nada, al primer mensaje le acompañaron otros cuatro de forma intermitente. Uno más fuerte que el otro, según su parecer.

“Carajo”

No hubo nadie en la sala que no riera cuando su cara adquiriese cada matiz de rojo que conocieran.

 

Sentándose en el frio suelo de baldosas del pasillo, la chica revisó con inquietud los mensajes de su celular, odiándose como nunca por olvidar silenciarlo. Cuando vio que todos los textos eran de Kathy, le fue inevitable marcar una gran arruga de sarcasmo en su entrecejo. 

O eso, hasta que los leyera.

“Mi pimpollo dulce, precioso y regordete, ¡te amo demasiado!”

Conteniendo la respiración, comprobó que todos decían lo mismo. Blanche, entonces, quedo como sumida en un bobo trance.

Esperen, esperen…

“… Regordete…”

¡¿Regordete?! ¡¡Regordete!! ¿La había llamado gorda? ¡Oh sí, la mataría!

Se puso de pie, pretendiendo ir ahora mismo a su casa a saldar cuentas. Sin embargo, sintiéndose una gran estúpida, dejo de lado esa idea al recordar que no podía salir de clases tan temprano. A los dos segundos, como ayudada por la culpa, imaginó de golpe a Kathy tecleando cada palabra con mucho esfuerzo, pese a la insostenible fiebre que la acometía y que le impedía, incluso, moverse. Y, por ultimo, recordó, como por arte de magia, lo feliz que la pelinegra se había puesto (dentro de lo que pudo apreciar por su voz gangosa) luego de avisarle que iría a verla apenas la dejaran libre en el colegio.

—Kathy…

Sonrió. Sonrió grande y sinceramente. Si bien era cierto que su novia era hiperactiva, floja, descarada, directa, distraída, y quizá la chica más extraña del mundo… ella, Blanche Euan, pese a ser su polo opuesto y, a la vez, una igual, la amaba sin límite alguno.

“Mi pimpollo…”

Con más calma, y sin dejar de sonreír, le entrego al viento un nuevo suspiro, esta vez mas largo, pausado… tal vez, media asqueada de su propia y siempre oculta cursilería. Guardo a tientas el móvil en su bolsillo y, con paso firme, se encaminó hasta la oficina de la prefecta para asumir su destino, concluyendo en algo muy sencillo.

¿Quién demonios podría enojarse con algo tan torpemente dulce…?

 

Notas finales:

Gracias por llegar hasta aqui 8D -eso significa que leyeron... supongo-

asdfg

Hasta prontooooo!

 


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