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La historia no contada por lizergchan

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Disclaimer: Los personajes de Harry Potter no me pertenecen, sino a su autora J. K. Rowling, este fic lo hice sólo y únicamente como diversión.

Parejas: SiriusxOC, Harryx¿? (por el momento)

Aclaraciones y Advertencia: Este fic contiene YAOI, semi AU, Lemon, fantasía, gore, tortura y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.

 

 

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La historia no contada

 

 

 

Capítulo 08.- La furia de la serpiente

 

 

 

Tonalli podía ser muy paciente; pero todo cambiaba cuando estaba en juego la seguridad de algún miembro de su familia o del mismo pueblo que gobernaba. A grandes zancadas se dirigió a la  oficina de Dumbledore. El tlatoani estaba decidido a llevarse a sus hijos de Hogwarts, —no por el incidente en el partido—; el hecho que el viejo director no hiciera ningún intento por evitar que Sirius pisara Azkaban, le indicaba que Harry e Iktan podrían estar en problemas.

 

—Detesto cuando esos idiotas tienen razón —gruñó en su idioma, recordando las advertencias de su consejero y miembros de la corte… incluso su tía había abogado por que ninguno de los niños fuese a Hogwarts, pero Tonalli no escuchó; su promesa valía más para él, en ese momento que hizo oídos sordos a todo lo demás.

 

Tonalli ingresó a la oficina del director, sin siquiera molestarse en tocar; su magia había abierto las puertas de golpe. Hizo una mueca, esa habitación no había cambiado ni un ápice desde la última vez que la visitó.

 

—Muchacho, me alegra verte —dijo Dumbledore, quien se encontraba sentado tras en amplio escritorio. Tonalli rodo los ojos; no tenía más de media hora de terminado el partido de quidditch.

—Dejemos las estupideces —Tonalli tomó asiento sin esperar a que Dumbledore le invitara a hacerlo; tronó los dedos y al instante, un pequeño ser de medio metro, apareció a su lado.

—A su orden, amo —dijo la criatura, tenía las orejas puntiagudas, pequeños y afilados dientes; unos ojos felinos que guardaban gran sabiduría. Usaba ropas de manta, perfectamente limpias y con colores vivos; sus manos y cuello estaban adornados con oro y jade.

—¿Un chaneque? —interrogó Dumbledore levantando una ceja. Aquellos pequeños seres eran la contraparte de los elfos domésticos; pero la diferencia más grande entre los dos era que un chaneque elegía a su amo por el poder que éste tuviera y era libre de dejarlo si su señor no lo trataba con dignidad; no sin antes hacerle algún mal.

—Su nombre es Ixtlixóchitl —la pequeña chaneque hizo un asentimiento con la cabeza a modo de saludo. —Querida Ixtlixóchitl, por favor, dale a Dumbledore los papeles.

—Sí amo —respondió la aludida, hizo un movimiento con la mano y al instante, unos documentos aparecieron en el escritorio del director. —¿Desea algo más? —Tonalli negó con la cabeza e Ixtlixóchitl desapareció.

 

Dumbledore miró los papeles sobre su escritorio y después a Tonalli, quien había adoptado un semblante muy serio y frio.

 

—Pruebas suficientes para que Sirius abandone Azkaban —Dumbledore tomó los papeles y comenzó a leerlos, sin poder creer lo que estaba viendo. —Con una sola de esas hojas; Tollan puede fácilmente declararle la guerra a éste país o en dado caso, yo podría unirme a Voldemort con las manos en la cintura. —el viejo mago frunció el ceño, no se atrevería a hacer tal cosa, ¿o sí?

 

Tonalli sonrió de medio lado, Dumbledore actuaba tal y como pensó que lo haría; estaba consciente que sus palabras podrían ser timadas como una amenaza de traición contra la Orden del Fénix, pero el tlatoani estaba furioso por la injusticia cometida contra su consorte, si por él fuera, exterminaría al viejo y al ministerio por esa afrenta.

 

—No hay necesidad de hacer tal cosa, muchacho —dijo Dumbledore después de un incomodo silencio. —Estas pruebas son más que suficientes para lograr que exoneren a Sirius. Haré lo que esté en mis manos para acelerar las cosas.

—Te lo agradezco Dumbledore.

—Si eso es todo…

—No lo es —dijo Tonalli cortante. —Quería aprovechar esta visita para informarte de mi decisión sobre el futuro de mis hijos —Dumbledore levantó una ceja interrogante, algo en la expresión del tlatoani le indicaba que el asunto que iban a tratar no era nada bueno para sus planes. —He decidido, después de una larga deliberación con mis consejeros; que Iktan y Yoltic deben regresar a Tollan el próximo año para continuar sus estudios en Tezcatlipoca —Dumbledore abrió la boca con la intención de refutar, pero Tonalli no se lo permitió —. La promesa que los Potter, Sirius y yo hicimos, fue que nuestros hijos entrarían a Hogwarts sin importar que pudiera pasarnos a nosotros; mas no que los niños debían permanecer en éste colegio durante toda su vida estudiantil.

—Tonalli, me parece que estas yendo muy lejos, muchacho —dijo Dumbledore tratando de ser imparcial.

—Iktan y Yoltic son príncipes de Tollan; algún día, uno de ellos, se convertirá en el nuevo tlatoani.

—Harry nunca será aceptado como rey por tu pueblo —era de todos conocido, la enorme xenofobia que el reino de Tollan sentía; no era para menos, después de todo lo que habían sufrido sus congéneres muggles y que aún seguían sufriendo. Dumbledore estaba consciente de eso e iba a utilizar es carta, para evitar que Tonalli se llevase a Harry y condenara al mundo mágico.

—¿Crees que mi gente es tan cerrada? —dijo Tonalli con voz burlona. —Un príncipe debe ganarse el respeto de su pueblo, atreves de esfuerzo; sin importar su origen. Sí, es verdad que Tollan odia a los extranjeros, pero sólo cuando estos intentan meterse con nuestra cultura —entrecerró los ojos sin tomarse la molestia de disimular su ira. —Bueno, ya he dicho lo que debía decir, ahora me retiro…

—Espera. Tonalli, tengo un trato que hacerte —el tlatoani miró al director con la seriedad de un guerrero preparado para enfrentarse al enemigo.

—Te escuchó.

 

 

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Ixtlixóchitl se encontraba vagando por los pasillos de Hogwarts; la pequeña chaneque buscaba a sus dos príncipes, no porque Tonalli se lo hubiese ordenado, si no porque los extrañaba, finalmente sus pasos la condujeron a un extraño lugar. No estaban en una habitación, como él había pensado. Era un pasillo. El pasillo prohibido del tercer piso. Las orejas de la chaneque se irguieron y  su cola puntiaguda se tensó; frente a ella estaba un perro monstruoso, uno que llenaba todo el espacio entre el suelo y el techo. Tenía tres cabezas, seis ojos enloquecidos, tres narices que olfateaban en dirección a ella y tres bocas chorreando saliva entre los amarillentos colmillos.

Estaba casi inmóvil, con los seis ojos fijos en ella. Tragó saliva, no podía usar su magia o llamaría la atención de los elfos del colegio; el perro gruño, estaba por atacarla. Ixtlixóchitl enseñó sus filosos dientes a modo de amenaza; tal vez era pequeña pero no por eso cobarde, cuando el canino estuvo a punto de morderla, ella le dio un zarpazo haciendo que el monstruoso perro diera un paso atrás.

 

—No te atrevas a seguirme o te demostraré porque los chaneques somos los mensajeros del dios de la lluvia —amenazó antes de salir por la puerta.

 

Harry, Iktan, Hermione y Ron se encontraban en la cabaña de Hagrid tomando té para celebrar el triunfo de Gryffindor. Harry estaba algo decepcionado de él mismo por haber fallado de forma tan patética frente a su padre; seguramente estaba decepcionado.

 

—Era Snape —explicaba Ron—. Hermione y yo lo vimos. Estaba maldiciendo sus escobas. Murmuraba y no te quitaba los ojos de encima.

—Tonterías —dijo Hagrid, que no había oído una palabra de lo que había sucedido—. ¿Por qué iba a hacer algo así Snape?

Los jóvenes se miraron, preguntándose qué le iban a decir. En ese momento, la puerta se abrió de golpe e Ixtlixóchitl, estaba de mal humor, pero al ver a Harry e Iktan, su malestar fue reemplazado por alegría.

 

—¡Niño Iktan, niño Yoltic! —exclamó la pequeña chaneque antes de correr a abrazar a los príncipes.

—¿Ixtlixóchitl? —Harry era el más sorprendido, pero también el más alegre, la chaneque había cuidado de él y su hermano desde que estaban en pañales, era como una madre para ellos.

—¿Un elfo domestico? —Ron se sobresaltó cuando la chaneque hizo un ruido parecido a un rugido y le enseñó los dientes.

—Es un chaneque, primos lejanos de los elfos domésticos explicó Hermione. —Los chaneques escogen a sus amos por su poder mágico, mientras más magia tenga una persona, mas chaneques tendrá, pero su lealtad debe ser ganada; si tratas mal a un chaneque, éste podría hacerte pasar un mal rato.

—Los he estado buscando por todos lados. Vi muchas habitaciones raras, incluso me encontré un perro feo de tres cabezas… me asuste un poco, pero lo puse en su lugar.

—¿Qué le hiciste a Fluffy? —dijo Hagrid preocupado por el canino.

¿Fluffy?

—Ajá... Es mío... Se lo compré a un griego que conocí en el bar el año pasado... y se lo presté a Dumbledore para guardar...

—¿Sí? —dijo Harry con nerviosismo.

—Bueno, no me pregunten más —dijo con rudeza Hagrid—. Es un secreto.

—Pero Snape trató de robarlo —habló Iktan recordando la cojera del profesor; lo que decía eran simples especulaciones, pero ¿Por qué otra razón estaría en tales condiciones?

—Tonterías —repitió Hagrid—. Snape es un profesor de Hogwarts, nunca haría algo así.

—Entonces ¿por qué trató de matar a Harry y a Iktan? —gritó Hermione. Los acontecimientos de aquel día parecían haber cambiado su idea sobre Snape.

—Yo conozco un maleficio cuando lo veo, Hagrid. Lo he leído todo sobre ellos. ¡Hay que mantener la vista fija y Snape ni pestañeaba, yo lo vi!

—Les  digo que están equivocados —dijo ofuscado Hagrid—. No sé por qué las escobas de Harry e Iktan reaccionaron de esa manera. .. ¡Pero Snape no iba a tratar de matar a un alumno! Ahora, escúchenme los cuatro, se están metiendo en cosas que no les conciernen y eso es peligroso. Olvídense de ese perro y olviden lo que está vigilando. En eso sólo tienen un papel el profesor Dumbledore y Nicolás Flamel...

 

—¡Ah! —dijo Harry—. Entonces hay alguien llamado Nicolás Flamel que está involucrado en esto, ¿no?

 

Hagrid pareció enfurecerse consigo mismo.

 

—Eso no importa —dijo Ixtlixóchitl. —Sea lo que sea que esta escuela guarda, no es asunto de los príncipes de Tollan y no deben involucrase en problemas de extranjeros —se cruzó de brazos y frunció el ceño. —Y usted —señaló a Hagrid acusadoramente —, si va a guardar un secreto, hágalo bien, porque si me entero que mis príncipes están metidos en un lio gordo porque se le ocurrió abrir la boca; lo usaré de sacrificio para el dios Tlaloc.

 

Hagrid tragó grueso, Ixtlixóchitl era pequeña, pero aterradora cuando necesitaba serlo.

 

—Ahora, príncipe Iktan, príncipe Yoltic, acompáñenme, el tlatoani seguro querrá hablar con ustedes antes de que regresemos a Tollan —ambos hermanos asintieron con la cabeza; sólo esperaban que su padre no fuese a regañarlos por el incidente en el partido.

 

Continuará…


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