Asquerosamente dulce.
—El problema… No, es que realmente no es un problema —rectifiqué de inmediato sintiendo el dulzor del chocolate en mi paladar. ¿Quién rayos había decidido poner un kilo de azúcar a trecientos gramos de cacao para hacer un pastel helado? —. Lo que ocurre es que es asquerosamente dulce.
—Y con asquerosamente dulce te refieres a…—la pelirroja sorbió un poco de café y se quedo mirándome directamente. En algunas ocasiones me es aterrador que Natasha me mire así, siento que soy su siguiente victima.
—A que es demasiado dulce, demasiado tierno… me trata como si yo fuera una mujer ¿entiendes? —pregunté antes de salivar un poco en un vago intento de eliminar el dulzor que se colaba por mis papilas gustativas y que estaba a punto de volverme loco. —Yo no soy una mujer. El hecho de que esté abajo en la cama…
—Eso no tenía que saberlo. —se quejó Nat rodando los ojos.
—Sí, bueno, disculpa —se excusé sorbiendo un poco de café negro bien concentrado —. Pero ‘eso’ sigue sin hacerme una mujer. Y odio que me trate como a una.
—Yo creo que es su manera de demostrar que le importas. —meditó la pelirroja haciéndome pensar por un momento. —Es su manera de decirte cuanto te ama y que quiere protegerte. Recuerda que él está chapado a la antigua.
—Sí, supongo que es su manera de amar… —concordé no muy satisfecho, pero aun así volví a mi queja. —Sin embargo tanto dulce, tanta caricia tierna, el que tema lastimarme cada vez que me toca y el extraño fetiche que tiene con mis pezones de cuales, por más que pellizque y chupe no saldrá leche y su terquedad de decirme ‘hermoso’ mientras estamos en el acto… Me sacan de balance.
Nat tronó la lengua y movió insistentemente la cuchara dentro de su café antes de darle un largo sorbo en el que parecía se acabaría la taza. Se pasó una mano por el cabello y se encontró con un rizo pelirrojo atorado en su dedo índice.
Golpeteé la mesa esperando una respuesta mientras ella inspeccionaba su folículo, pero la respuesta no llegó, por lo cual tomé como pertinente continuar.
—Muchas veces cuando estamos en el apartamento y estoy trabajando va y se cuela en mi laboratorio y me impide cargar cosas pesadas, me recomienda que le pida ayuda. ¡Por Dios que yo también soy un hombre y puedo valerme por mí mismo! Claro que no le voy a pedir ayuda —continué un tanto exasperado —Todos los días por la noche, cuando me besa, tiene la manía de decirme: Deberías rasurarte, te verías más hermoso. Soy un hombre, por Dios, los hombres no somos hermosos, somos guapos en todo caso.
—Tienes un severo trauma con eso de que te haga sentir como una mujer. —bisbisó Nat con un suspiro. —Lo que yo pienso es que deberías decirle a Steve eso…
Y en ese momento, como si fuera ensayado, llegó —Debería decirme… ¿qué? —preguntó el rubio dándome un dulce beso en los labios, beso que me desarmó por completo.
—Que el pastel de chocolate que compraste es asquerosamente dulce —musité no completamente convencido —. Me hace odiar el chocolate.
—¿Sí? —Cuestionó Steve con una tierna sonrisa —Es que me pareció que el glaseado era tan hermoso, como tú. ¿Lavo los platos?
—No, yo puedo lavarlos, y Jarvis también.
—Vale, cariño —aceptó Steve con una sonrisa y regalándome otro beso —. Estaré entrenando, si necesitas algo sólo llámame, vendré enseguida.
Natasha estuvo apunto de atragantarse con el café antes de que sus ojos me dijeran: Diablos, es verdad, el hombre destila miel. Pero prefirió mantener los labios cerrados.
Creo que tendré que decirle a Jarvis que encuentre una manera segura para decirle a Steve que es asquerosamente dulce, porque simplemente yo no puedo, y que a mí me gustan las cosas más amargas. De lo contrario terminaré con diabetes física y emocional.