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Volado por Katja Kitayima

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Notas del fanfic:

Katekyo Hitman Reborn! y sus personajes son propiedad de Amano Akira.

Dedicado a Omore por su cumpleaños, y por darme esas ideas de madrugada para este proyecto, yo solo las ordené y las hilé para esta historia =)

Parejas: Dino+Fon, D18

Notas del capitulo:

Es la primera vez que escribo sobre Fon, así que puede no encajar del todo con su imagen, pero es la impresión que me dio.

Dino arribó a Japón tras un extenuante y difícil vuelo que había durado más de la mitad de uno de sus días, quitándole, por supuesto, ese valioso intervalo que bien quería haber aprovechado en algo mucho más substancioso que permanecer sentado, o dormido en el peor de los casos, durante todo el vuelo. Romario le había dicho que no había espacio en su apretada agenda como para hacer un viaje de esta índole, que aún tenía bastante trabajo por delante y asuntos propios de un jefe de la mafia que resolver.

 

¿Pero en serio eso iba a detener a Dino Cavallone de no ir corriendo (o volando) al lado de Kyoya? Porque, por supuesto que era por él que realizaba este viaje no autorizado para encontrarse tras un mes de no verse o siquiera hablarse, y es que el guardián no se había inmutado en dar señales de vida. Tendría que enseñarle, una vez más, que existían los teléfonos y los correos electrónicos, o ya de menos el correo tradicional con cartas a puño y letra para la comunicación efectiva entre herbívoros.

 

Pisó el interior de la base Vongola y se dirigió hacia donde sabía que encontraría a Kyoya, quizá en algún estado Zen de meditación  o relajación en el dojo de entrenamiento, porque sabía que lo necesitaría tras enterarse que no era el único visitante ese día.

 

No, si el lugar ya parecía más una especie de hotel o salón de eventos sociales que una guarida secreta de la mafia de última tecnología.

 

Dino sonrió ampliamente, quizá eso le valdría en tiempo a solas con Kyoya que no desperdiciaría.

 

Y escuchó murmullos al fondo, algunos sonidos provenientes de una voz femenina conocida, señas de movimiento, las siluetas de dos personas trabajando en el dojo. Se acercó en silencio para notar que una de ellas pertenecía a I-Pin, tremenda patada que tenía la ahora adolescente cuando de un salto se dejó ir contra el otro personaje. Vestimentas tradicionales y cómodas que engalanaban un cuerpo esbelto pero bien definido, cabello corto y liso en el color que más le gustaba, negro.

 

¿Cabello negro?. ¿Acaso estaba viendo mal?. Parpadeó un par de veces por si creía que tenía la vista cansada por el viaje, pero no, resulta que no sufría de alucinaciones ni nada por el estilo. Delante de él pero de espaldas, aquel hombre de cabello corto y negro entrenaba contra la joven con una serie de movimientos hipnotizantes que, a pesar de la distancia, parecían haber causado algún corto circuito en el cerebro de Dino, pues éste no podía sencillamente quitarle los ojos de encima.

 

Kyoya.

 

Murmuró para él mismo tras pensar instantáneamente en aquel personaje como el guardián de la nube. Pero debía ser una locura, ni siquiera por error a Kyoya le hubiera nacido hacer algo como eso. No, no, es que tampoco era que Dino gozara de tan buena suerte.

 

Pero Kyoya o no, se sentía embelesado por tales movimientos de piernas, brazos y caderas, elegantemente bien planeados y ejecutados, por un segundo trató de figurarse cómo se verían esos músculos ya sin la tela de seda que los cubría.

 

Sonrió ampliamente pero no de fantasear con aquello, pues en ese momento ya nada  quedaba a la imaginación cuando el maestro se hubo despojado de la prenda superior que le cubría, dejando a la vista el tatuaje en forma de dragón negro que iba desde su hombro hasta el antebrazo. Elevó su mano para soltar la delgada trenza que había sujetado con una pequeña cinta del mismo color, cayendo libremente por la espalda.

 

¡Y qué espalda!, pensó Dino, de estructura ancha y delineada para ser una persona de figura estilizada, sus ojos vagaron de principio a fin por los pedazos de músculo tonificado de sus brazos, incluso le pareció que el dragón de su tatuaje emulaba alguna especie de oscilación cada que sus músculos se contraían.

 

Estaba impresionado con aquel cuerpo, atractivo para su vista y alguno que otro sentido más y, ¿por qué no? quizá hasta le apetecía.

 

La risilla de I-Pin enseguida le sacó de sus pensamientos cuando le notó, quizá embelesado y con sonrisa de tonto ante el espectáculo, provocando que el falso Kyoya volteara de frente, Dino estaba recargado sobre el marco de madera que adornaba la entrada, las manos en los bolsillos del pantalón negro que hacía juego con el saco del mismo color, devolviéndole el gesto al arcobaleno que le había dado la bienvenida del mismo modo, con una cálida sonrisa. I-Pin hizo una reverencia a ambos antes de marcharse.

 

Lo debía suponer, ese extremo parecido físico con Kyoya no era mera coincidencia, incluso por el tatuaje que ya había conocido alguna vez en batalla, aunque ésta ocasión fue distinta, jamás le había mirado de la manera en como lo hacía ahora.

 

-Mis saludos, Dino Cavallone –hizo una pequeña reverencia con la cabeza- puedo ver que también has venido de visita.

 

-Nunca está de más saludar a los amigos –emitía una de esas sonrisas estilo capo de mafia que solía poner cuando estaba complacido con algo.

 

Quiso acercarse más al interior del dojo, sentía una especie de extraño magnetismo atraerle hacia el centro, donde precisamente se encontraba Fon. No podía apartar su vista de él, a la vez que éste mismo le había invitado a entrar con la dulce sonrisa que se formó en sus labios.

 

Se preguntó entonces cómo sería la sensación si Kyoya le sonriera del mismo modo.

 

-¿Has venido a ver a Hibari?

 

Dino rio suavemente pero sin desviar la mirada del arcobaleno, quien a su vez mantenía el contacto visual sin perder la tranquilidad típica en su rostro.

 

-Sí, hace tiempo que no se de él y me preocupé –se la tuvo que pensar un par de segundos antes de responder porque la razón  se le nubló cuando Fon se pasó la pequeña toalla blanca por el contorno de los músculos.

 

- No lo he visto desde esta mañana, lamento no poder ayudarte. Sabemos como es en este tipo de situaciones.

 

Primero la dulzura de su voz y ahora esa mirada cómplice que le había de nuevo alborotado los sentidos al décimo Cavallone. ¿Es que acaso nunca lo había notado?, al menos no con esos ojos.

 

-No te preocupes, ya lo encontraré. Iré a saludar a Tsuna mientras tanto.

 

Dijo, antes de dar la media vuelta para regresar por donde había venido. Dio un par de pasos pero regresó su vista al dojo, admirando por algunos minutos más lo que éste tenía que ofrecerle. La vista no era para nada despreciable, al contrario, Fon terminaba de asearse mientras se refrescaba con una bandeja de agua, sumergía las manos para tomar un poco de líquido y llevarlas contra su rostro, generando un inminente derroche de gotas que resbalaban por su cuello desnudo, formando una especie de riachuelo que viajaba hasta el dragón de su pecho.

 

El capo suspiró. Incluso quiso reírse de sí mismo por lo que estaba pasando, fijarse en Fon, por supuesto adulto, aunque tampoco es que le disgustara la idea, le agradaba lo que veía, y quizá mucho tenía que ver con que fuera casi el clon de Kyoya, solo que en un modo mucho más tierno, cálido, amable y sensible. Era como conocer un posible reverso de la moneda del guardián de la nube.

 

Pero donde Kyoya se enterara con lo que se entretenía mientras él no estaba, seguro y no regresaría a Italia para contarlo, sano y salvo de las mordidas y golpes que probablemente le metería el otro.

 

Pasaron casi treinta minutos desde que se había topado a Tsuna por una de los pasillos, saludando a su querido hermanito mientras charlaban de algunos negocios, como el par de buenos jefes aliados de la mafia que eran, incluso el mismo Ryohei se haba dado cita acompañado de otro de los guardianes Vongola, Yamamoto. Al poco rato no tardó en unirse a su conversación su ex tutor Reborn, le parecía un poco raro el verle ahora en su estado adulto, de hecho, a cualquiera de los arcobalenos. Pero éste no venía solo, pues reconoció también a la persona que le seguía a su lado, usando las tradicionales vestimentas chinas en color rojizo.

 

Y Fon le preguntó, sonriendo apaciblemente y cruzando su mirada directamente con la de Dino, que si había podido localizar a Hibari, pero Cavallone negó con un suave ademán de conformidad al saber que no le sería fácil hallarlo, lo haría, sí, pero no sería sencillo.

 

Y por supuesto los comentarios al respecto no se hicieron esperar por parte de Ryohei, que aún después de diez años, su temperamento no había cambiado en mucho, nuevamente sacaba a colación el hecho de que Hibari no actuara como un guardián, siempre solitario y que no trabajara en equipo, y más de esto, y de eso y de aquello. Yamamoto intentó amortiguar el ambiente cuando dijo que probablemente se habría ido a esconder en alguna cueva porque sabría que en la base habría casa llena, y que no saldría hasta la luna nueva. Y rieron, hasta el mismo Tsuna no pudo evitar una carcajada culposa cuando escuchó a los demás, por más que debiera guardar la compostura como el jefe Vongola, no pudo evitarlo.

 

Pero callaron, justo cuando Dino había dicho, tan natural y sonriente, que Kyoya “no tenía remedio”. Aunque la verdadera razón de su silencio había sido que, en ese momento Fon había repetido las mismas palabras con el mismo tono en que Dino lo había dicho, en perfecta sincronía que ni ensayado hubiera salido. Sus miradas se cruzaron y se sonrieron como niños pequeños que guardaban un secreto en común. Dino notó entonces que los ojos de Fon, aunque en diferente tonalidad de los de de Kyoya, podían lograr el mismo efecto para hablar y transmitir todo con una simple mirada.

 

Te entiendo perfectamente.

 

Lo último que sucedió tras un silencio abismal entre los presentes, fue una ligera carcajada entre Dino y Fon, que le valió a Tsuna un incómodo trastabillar de palabras cuando no supo qué más decir.

 

Cavallone la había pasado muy bien ese rato de conversación amistosa, y aunque era la primera vez que cruzaba palabras con el Fon adulto, se dio cuenta de que tenían muchas cosas en común, no solo su carácter se asemejaba, incluso en cierta forma de pensar le resultaba, además, agradable al trato.

 

Era cálido, bastante cálido a decir verdad, y parecía embelesado con aquella sonrisa dulce y pacífica que le rondaba en la mente, pensamiento que se le desvaneció cuando observó la contraparte de ésta en el guardián de la nube, sentado a lo lejos, solitario  junto a la ventana de su habitación, vestido con su tradicional yukata en tono morado y con el pequeño Hibird entre sus dedos.

 

Como siempre, Kyoya lucía demasiado serio, ese gesto inexpresivo en su rostro, concentrado en todo y nada a la vez, silencioso y la mirada perdida. Ni siquiera se percató cuando se adentró a la habitación, le parecía que últimamente Kyoya ya no le ponía mucha atención, pero aún así no pudo evitar sonreír ante la imagen de su presencia.

 

-No podrás ocultarte por siempre, no de mi, cariño.

 

Sigilosamente se sentó a su lado en posición inversa, de modo que sus rostros  se encontraron, Dino le miraba con esa sonrisa que, según el guardián, era una de sus facetas herbívoras que más detestaba, era simplona, estúpida y falsa.

 

-¿Se fueron? –preguntó aún sin levantar la mirada. Seguía acariciando el pecho de la pequeña ave con el dorso de sus dedos.

 

El capo ya no se maravillaba de la simpleza y lo directo que era Kyoya para decir y hacer las cosas, tantos años de estar juntos le habían dado esa experiencia de predecir su comportamiento, sin embargo eso no le quitaba que le arrancara las sonrisas y los suspiros con sus ocurrencias.

 

Una mano le repasó el cabello de principio a fin, entrelazando sus dedos entre las finas hebras azabache, acariciándolos hasta detenerse poco más arriba de la nuca. La longitud de su melena apenas y rebasaba el grosor de los dedos de Dino pero a éste le agradaba la sensación de las puntas contra su piel.

 

Se detuvo unos segundos, como queriendo encontrar la parte faltante de ese cabello, la extensión que bajaría por el cuello y la espalda en una delgada y larga coleta trenzada.

 

Sonrió y le besó suavemente en la sien, dejando escapar una risilla cómplice.

 

-¿De qué te ríes?

 

-De nada, de nada –sus besos se reparten hasta sus mejillas-…sólo que fue como él dijo…

 

-Habla claro haneuma.

 

-Fon dijo que no querrías salir hasta que todos se fueran, y mira, es todo un profeta ese hombre. ¿Será que te hasta te conoce mejor que yo?

 

Y Dino rio, de nuevo, de esa manera tan exasperante que a Hibari tanto disgustaba, no era su risa común, era más bien de las que salen cuando acabas de hacer alguna travesura o jugarreta.

 

-¿Fon?

 

Preguntó casi en un susurro, pero más por instinto, ya que sabía perfectamente de quien hablaba, y lo que quería saber era cómo es que habían llegado a esa conclusión entre ambos. Sin embargo nada de eso pudo siquiera alterar su inexpresivo estado de ánimo. Al menos no el que Dino veía en su rostro a diario.

 

-Hablamos un rato mientras te buscaba –los besos ahora se desplazaban por todo su rostro- es muy amable, y agradable, justo como lo imaginaba…

 

Y de repente Hibari se encontró en ese estado que los herbívoros comúnmente llamaban celos. La inquietud se agolpó en su mente rompiéndole el esquema de tranquilidad que venía cargando desde la mañana. ¿Por qué Fon?, ¿por qué con él?, ¿de qué tanto habían hablado, y sobre él?, ¿para qué?, y encima había dicho que le simpatizó.

Analizó sus palabras una y otra vez, el tono de éstas, la risa. Simplemente no tenía sentido por más que se lo buscara.

 

Tuvo el impulso de preguntar más acerca del tema, pero durante ese intervalo de confusión Dino ya le tenía en el regazo, atrapado contra la pared y con los labios atacándole el pecho y el cuello sin piedad. No es que no lo quisiera, al contrario, que tampoco era de piedra como para no reaccionar ante las caricias del capo, pero sí detestaba que aquello le nublara los sentidos y le impidiera razonar.

 

Le tomó de los cabellos con fuerza, enterrando las uñas y jalando las hebras de la melena  rubia cuando a Cavallone se le ocurrió que sus manos también debían participar en el juego, una le tenía sujetado de la cintura y la otra se colaba por la abertura de su yukata buscando los puntos sensibles que terminarían por ganarle el turno en esta ronda.

 

Y por supuesto que la había ganado, ésta y las demás rondas las tenía ya aseguradas., Kyoya lo sabía de antemano, siempre supo que no era bueno dejar de verse tanto tiempo. No tenía idea de qué era pero entre más tiempo estuvieran separados parecía que Dino se preparaba, recargando las fuerzas (y el deseo) para que en cuanto se encontraran se encargara de desfogar todo aquello que acumulaba, como si una fuerza fuera de lo normal le atacara y se convirtiera en el caballo salvaje que no podía ser domado con nada, y evidentemente que la víctima en esos casos era él.

Pero qué más daba, tenía que aceptar que el haneuma sabía como canalizar esa energía de buena manera.

 

Dino pensó que esa posición ya no le estaba resultando tan cómoda, así que tomó a Kyoya de la cintura y lo condujo hacia el piso, postrándose encima de él sin dejar la labor en su cuello, sus manos abrieron por completo su única prenda para dejar al descubierto el cuerpo de blanca piel en toda su extensión. Las manos del guardián le jalaron de los cabellos una vez más para alzarle el rostro, tenía el morbo de observar la clase de mirada ávida que el otro ponía, acompañado de una lujuriosa sonrisa, cada que se reencontraban. Era como si quisiera verificar que su sello aún estuviera intacto.

 

Y Cavallone le sonrió, lamiéndose los labios para impregnar con su saliva a los de Kyoya en un beso corto pero apasionado. Se hizo espacio entre las largas piernas y bajó de nuevo por su cuello, marcando un recorrido de tibios besos, mordiscos y lamidas cual paleta de caramelo para guardar reposo en su pecho.

 

El rubio abre los ojos un instante para saber qué es lo que las yemas de sus dedos tantean, reconoce la nívea piel como de porcelana y los rastros de unas figuras naturales en color negro asomarse, curvas que denotan formas de simbolismos orientales. Su dedo índice comienza a delinearlas, seguido de la punta de su lengua y un par de besos entre cada tramo, armando de a poco la elegante estructura del tatuaje en forma de dragón.

 

Pero se detiene, justo en el momento en que a sus oídos llega un tenue jadeo, conoce esa  voz y la manera. Abre los ojos como cerciorándose de que estuviese haciendo lo correcto y de con quién, se separa un poco para apreciar y buscar aquello que segundos antes seguía con tanto ímpetu.

Nada, no hay ni rastros del tatuaje en la piel que besaba, al contrario, es tan clara y limpia que ni siquiera notaba los pequeños rasguños que él mismo había dejado con sus dientes.

 

La voz de Kyoya le saca del trance, quejándose con un simple “oye” que denota su molestia al haberse detenido en medio del proceso. Le mira y sonríe con ternura mientras un suave “lo siento” escapa de su boca,  como disculpándose por la pausa, le besa y regresa a su labor tomándole por la cintura y comenzando a frotarse contra su pelvis.

 

Debía estar verdaderamente cansado, impresionado o lo bastante loco como para haber tenido semejante alucinación. Fon. Kyoya. Pobre de él donde el guardián se enterara.  Aunque lo cierto era que, desde que había llegado y tenido contacto con el arcobaleno de la tormenta, éste se le había quedado pegado a la mente y al subconsciente, le hacía mella en su estado de salud mental al imaginar a ambos chicos, uno y otro en sus diferentes facetas.

 

Y por supuesto pensó que un tatuaje se le vería extremadamente bien a Kyoya.

 

Hibari terminó recostado sobre el futón de su habitación, a medio tapar con la sábana que le hacía juego al conjunto, permanecía con los ojos cerrados pero estaba consciente de todo a su alrededor. Dino estaba sentado a su lado, fumando el tradicional cigarrillo  de después del sexo, su mente seguía viajando hacia la escena de un Kyoya, o Fon, tatuado que no se esfumó durante todo ese rato. No estaba del todo claro quién de los dos era el que aparecía en esa visión.

 

-Apaga eso, es molesto.

 

-Oh, vamos, ¿acaso no se te antoja un poco? –se dio la vuelta para bajar el rostro a su altura, liberando un suave hálito sobre los labios ajenos. Kyoya torció el gesto en desaprobación.

 

-Que no, quita eso ya –se giró para darle la espalda- Ya te he dicho que no me gusta que fumes aquí.

 

-Ya, ya, está bien, lo apago.

 

Dino tomó una última bocanada de nicotina y apagó la colilla contra un pequeño cenicero de porcelana que se hallaba justo a su lado. A pesar de que Kyoya le decía todo el tiempo que detestaba que fumara en ese lugar, y que es más,  hasta se lo prohibiera a base de golpes y mordidas en algunas ocasiones, el pequeño y curioso artilugio colorido siempre estaba allí a su disposición cada vez que venía a visitarle.

 

Se recostó a su lado pasándole el brazo por la cintura y envolviéndole contra su cuerpo, besó su brazo derecho soltando la exhalación con sabor a mentol contra su piel.

 

-Kyoya…

 

-¿Qué quieres?

 

-¿Te digo un secreto?

 

-No.

 

-Creo que te verías muy sensual con un tatuaje –sus dedos empiezan a trazar alguna figura sin sentido sobre la extremidad.

 

-Estás idiota –abre los ojos pero sigue sin voltear. Seguro que si lo hace se topará con la sonrisa estúpida del haneuma.

 

-No seas tan cruel conmigo cariño, además,  no sabes lo mucho que me pone esa idea –susurra sobre su oído con un tono que, Kyoya debía aceptar, le causó un ligero estremecimiento sobre los huesos.

 

-No es mi problema.

 

-¿No te gustaría tener alguno?. ¿como los míos, tal vez? –sonreía divertido sin dejar de besar por detrás de su oreja. A ver si no se ganaba un golpe de Kyoya cuando le llegara al límite de su paciencia post coito.

 

-No. Nunca lo haría. Es desagradable.

 

Dino bien sabía lo que Kyoya pensaba sobre eso de los tatuajes, más de una vez lo habían platicado y siempre eran negativas y disgustos, pero a Dino le gustaba sólo molestar por molestar, desde siempre se le hacía tan divertido sacarlo de sus casillas y hacerle explotar, en todos los sentidos.

 

-Pero si son algo muy artístico, las formas, los colores, el significado…-suspira- y se vería de maravilla en tu tono de piel, algo en color negro, como tu cabello. En Fon le sienta muy bien, así que a ti te quedaría perfecto.

 

Y ahí estaba Fon otra vez.

 

Abrió los ojos nuevamente al escuchar de su voz aquel nombre. ¿Qué demonios se traía con el arcobaleno?, ¿y  por qué sacaba de nuevo el tan negado tema de los tatuajes?, si ya le había repetido hasta el cansancio que no, que ni loco le pasaría por la mente hacerse uno. Porque, qué casualidad que hablaran de tatuajes y esas cosas cuando el mismo Fon tenía uno también, el cual, por cierto, lo dos habían visto años antes, y solo una vez. Solo una ¿no?

 

-¿Qué insinúas haneuma? –se giró levemente solo para mirarle de reojo. El rubio lo notó y sonrió satisfecho al haber captado su atención. Le besó los labios.

 

-Sólo que me gustaría verte con un tatuaje cubriéndote ciertas partes del cuerpo que solo yo puedo ver.

 

Esa no era la respuesta que Kyoya esperaba, él quería saber a qué venía al caso el haber nombrado a Fon dentro de su conversación, no una, sino ya dos veces. Y casi le pregunta, por el puro impulso de satisfacer su curiosidad, pero fue acallado nuevamente por la boca del capo que le besaba, corrección, que le succionaba, como si quisiera arrancarle las amígdalas. Casi tuvo que darle una patada en la entrepierna para que le soltara.

 

-Eres un depravado –le soltó un codazo en las costillas. Se irguió sobre el futón mientras buscaba su yukata y se la colocaba.

 

-Me gustan los tatuajes, eso no tiene nada de malo. Pero más si los portas tú.

 

Dino sólo se había reído, besándole la nuca y pasando su brazo izquierdo por alrededor de sus hombros.

 

-Además de pervertido, idiota.

 

-Ya, bueno, no te enfades Kyoya, ya no diré nada.

 

Y sí, efectivamente, ya no dijo nada más porque le tomó por el mentón y lo dirigió hasta su boca para silenciarle cualquier queja con los besos y la batalla interminable entre sus lenguas. Una mano se deslizó por su pecho, bajando por su vientre y atrapando su miembro que comenzó a masajear lentamente.

 

Más había tardado Kyoya en colocarse la yukata de nuevo, que Dino en quitársela por segunda vez. Y es que Cavallone no podía evitarlo, el tema de los tatuajes, más el elemento Kyoya, más un arcobaleno, casualmente con la viva imagen del guardián, con una sonrisa de campeonato, y encima tatuado, le resultaba en una combinación bastante estimulante en todo sentido.

 

Besaba a Kyoya, le toqueteaba, le mordía y lamía sin piedad, dando rienda suelta a sus instintos que se habían guardado durante ese tiempo sin verse, total, otro par de rondas no estaban mal.

 

Su mente aún vacilaba y le traía la imagen del arcobaleno Fon, la sonrisa dulce, el carácter amable, la mirada cómplice de ambos y el tatuaje en ese cuerpo de deleite, mezclándose con la voz de los gemidos de Kyoya, con su respiración acelerada sobre su oído y el sabor de su saliva al besarle.

Notas finales:

Me estreno en AY en el fandom de Reborn con este pequeño intento de fic, interesante proyecto que me trajo algunas ideas futuras. Gracias por sus comentarios =)


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