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Volado por Katja Kitayima

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Notas del capitulo:

Segunda y última parte del fic :3.
Lamento la tardanza, debía subir esto hace un par de días pero me faltaron detalles que hasta hoy resolví, y aún así, siento que me ha quedado como telenovela juvenil XD.

Dino comprendía a la perfección el hecho de que Kyoya no quisiese salir de la habitación o de los parámetros que delimitaban su lado de la base con la del resto. Comprendía también el que quisiera estar solo y alejado del ruido y de toda compañía. Sí, lo entendía por completo, no le era nuevo el que tomara ese tipo de actitudes cuando sabía que había gente alrededor, además de que llevaba poco más de diez años lidiando con ese mismo comportamiento en el guardián.

Lo entendía, sí, que a Kyoya no le gustaran las multitudes, pero, ya iba para tres días que no lo había podido sacar de la misma ruta de cuartos en los que se movían, porque claro, Dino le hacía compañía por más que el otro renegara o no le hiciera caso, había hecho uso de su poder de convencimiento para que, al menos, pudieran salir de la base y dar algún paseo con tintes románticos por la ciudad, pero ni eso funcionó.

Aún así, Cavallone no se quedaría tan de brazos cruzados, pues aún sin Kyoya había encontrado ya una buena (y sana) compañía en forma de un arcobaleno amable.

 

Eran ya cerca de las seis de la tarde y el atardecer de ese día se mezclaba con el rosado de un par de árboles de cerezo, plantados estratégicamente en uno de los pequeños jardines de la base, el ambiente tenía un suave aroma a fresco que se mezclaba con el calor que emanaba de los últimos rayos del sol, todo en una serie de tonos rojizos y naranjas que daban al terreno una apariencia de fuego. Era una escena hermosa en verdad, y a Dino le hubiera gustado mucho el poder observarla con Kyoya a su lado.

 

Bajó un par de peldaños y se sentó en el primer nivel de la terraza, sacó un cigarrillo y lo encendió, cerró los ojos y le dio una suave pero profunda bocanada. Sonrió, más no por el efecto de la nicotina mentolada, sino porque justo frente a él divisó la silueta conocida del arcobaleno de la tormenta, realizando un par de movimientos de equilibrio que le hacían lucir mucho más estilizado que la vez que lo había visto entrenar dos días antes.

 

Pero en esta ocasión el flujo de sus extremidades no denotaban algún propósito ofensivo o defensivo, más bien parecía que estuviese realizando alguna clase de meditación sólo con su cuerpo, la cual en cierto modo le era relajante  a él también, movimientos suaves, delicados y sobre todo bien planeados que le transmitían lo que el mismo Fon era.

 

Si en ese tiempo no se lo había podido quitar de la mente, menos ahora que el arcobaleno se había percatado de su presencia y le había sonreído amablemente, al mismo tiempo una bienvenida y un “buenas tardes” silencioso.

 

Esa sonrisa, había descubierto que quizá comenzaba a parecer débil ante ella.

 

-Es bastante hermoso y relajante ¿no crees?

 

Fon se había sentado justo a su lado y le hablaba directamente a los ojos, tranquilo y sereno, sin dejar su sonrisa en ningún momento. Dino le correspondió asintiendo mientras terminaba de apagar su cigarrillo, no creyó prudente seguir fumando en ese momento, y menos en la presencia del arcobaleno.

 

-Ojalá que Kyoya hubiera venido, le habría gustado la vista a pesar de los árboles de cerezo –suspira profundamente para cambiar el gesto a un mueca de regocijo- aunque lo hubiera tenido que traer a rastras, casi no ha salido de la su habitación-  y Fon casi ríe con la misma intención que el capo cuando ambos pudieran deducir la escena con un guardián de la nube negándose a salir.

 

-Nada puedes hacer contra eso, le gusta la soledad. Pero has hecho un excelente trabajo como su tutor, has sabido inducirle a canalizar esa ira de otras formas.

 

Dijo, y Dino le agradeció sonriendo ampliamente cuando esa sensación se anidó en su pecho.

 

No podía decirlo por él mismo porque sería pecar de soberbia, pero, realmente estaba orgulloso de ver en lo que se había convertido Kyoya, claro, con su ayuda, y vamos que al principio no era más que un chiquillo testarudo e inconsciente, fanático de las peleas y la sangre. Menos mal que había podido meterle en cintura y estaba mucho más calmado, no lo ideal, pero funcionaba.

 

-Kyoya tiene su carácter aún así…

 

Sonrió divertido, recordando una vieja anécdota. Le contó a Fon de la vez que había invitado a Kyoya a Italia, y que éste se había enfadado tanto con él que le dejó de hablar por una semana estando precisamente juntos allá, ¿la razón?, que a Cavallone se le había ocurrido adornar con algunos árboles de cerezo un jardín especialmente preparado para su visita. Le había dicho que era en su honor, pero a Kyoya eso no le cayó nada en gracia, sólo le soltó un simple “no me jodas” y no le escuchó decir más palabras en todo ese tiempo. Sí, se le había pasado la mano, lo tuvo que aceptar, pero había sido bastante divertido.

 

Sus miradas se encontraron de nuevo cuando de los labios de Dino escapó una risa sana, misma que el arcobaleno secundó, con la propiedad que le caracterizaba, al imaginar el carácter del guardián de la nube. Era sencillo, ambos tenían en común la variable Hibari Kyoya, le conocían casi a la perfección y sus pensamientos parecían ligarse o conectarse como en una secuencia cuando de él se hablaba.

 

Tal vez era la afinidad de sus personalidades, pero a Dino le parecía que Fon tenía tantas de esas cosas que mataría por ver en Kyoya, aunque fuese por un solo día.

Fon era agradable, amable en extremo, siempre sonriendo pese a las circunstancias, tranquilo y pacifista, muy accesible en todo sentido, calculador y sabio, muy sabio y hasta tenía la sensación de que podría ser una persona cariñosa y allegada. Evidentemente era como el opuesto del guardián de la nube, sin embargo, esto también le hacía confusión a sus sentidos, el parecido físico era demasiado y en cierto modo la atracción también se hacía presente por esos mismos motivos.

 

No podía negarlo, es que con Fon se sentía muy tranquilo, el arcobaleno emanaba una calidez difícil de encontrar y preservar. Le atraía, sí, y disfrutaba mucho de su compañía.

 

Hay algunas cosas que nunca cambiarán.

 

Dino estaba de acuerdo en eso con el arcobaleno, pero tampoco le parecía mala idea hacer el intento por  transformarlas en algo benéfico, probarlas y ver a dónde se dirigía el resultado.

 

Pasaron, como una ocasión más de sus encuentros, poco más de una hora charlando amenamente, de ellos, de los arcobalenos, de la mafia y sus vicisitudes, de Kyoya, especialmente de Kyoya, y su entendimiento se fortaleció. Rieron y se miraron tan naturalmente que parecían viejos conocidos de toda la vida. Empatizaban tan bien que Dino se permitió, incluso, extenderle una cordial invitación a Fon a visitarle en Italia alguna vez, donde por supuesto sería bien recibido en la mansión Cavallone.

 

Fon agradeció la futura hospitalidad con una sutil reverencia antes de despedirse, y como siempre, con la sonrisa de ensueño que le arrancaba momentos de distracción a Dino Cavallone.

 

Y sólo entonces pensó, o más bien, deseó, que Kyoya pudiese ser tan cálido como Fon.

 

Regresó a la habitación de donde sabía que Kyoya no se habría movido, y en efecto, sin ser más que un simple mortal con dotes de adivino, el guardián de la nube permanecía en el mismo lugar, a punto de prepararse una taza de té.

 

Dino intervino a tiempo, pues recordó que le había traído algo desde Italia especialmente para él, pero claro que había olvidado dárselo dados los acontecimientos y su repentina distracción en torno a su nuevo amigo.

 

De una pequeña maleta negra sacó una elegante cajita de metal con tonos amarillos en el frente y algunos bosquejos de lo que parecía ser algún tipo de flora y frutos, de su interior extrajo un par de bolsitas hechas de papel de seda cuyo aroma enseguida llegó a sus narices. Terminó de prepararlo y le ofreció, con ambas manos, una de las tazas que recién había servido después del tiempo necesario de reposo.

 

-Es té de amaretto –observó como el guardián dudaba de aceptarlo o no- te gustará el sabor.

 

Kyoya mantenía la misma seria postura de siempre, inexpresivo y hasta antipático, con los  brazos cruzados y de frente a él, mirándole, examinándole. A leguas Dino notaba que aún seguía de mal humor por lo ruidoso que se había vuelto el lugar en esos últimos días.

 

Cavallone le sonrió a pesar de todo, dejando el cuenco de porcelana justo a su lado para que se animase a tomarlo cuando quisiera. Él por el contrario, dio un sorbo a la suya manteniendo los ojos cerrados para no quemarse con el vapor que salía, aspiró el aroma que cada vez se hacía más fuerte.

 

-Deberías probarlo Kyoya…¿Sabías que el amaretto tiene propiedades afrodisíacas? –dijo, guiñándole un ojo en el proceso, acompañado de una de esas sonrisas de perversión propias del rubio.

 

El capo había hablado de nuevo en vista de que al otro parecían haberle comido la lengua los ratones, aunque tampoco nada de eso le hizo ni un mínimo de gracia al guardián, Dino creía que solo había logrado enfadarlo más.  Rió ligeramente bebiendo otro sorbo del té.

 

No es que Kyoya estuviera de humor, y con paciencia, como para aguantar los chistes malos del haneuma, sin embargo, el aroma tan fuerte que desprendía el té le hizo comenzar a recapacitar. Sí se le antojaba probarlo, a su sentido del olfato había llegado la percepción de un sabor dulce y amargo a la vez, además de que la temperatura parecía ser la idónea. Justo como le gustaba.

 

Más te vale que tenga buen sabor, haneuma.

 

Suspiró sutilmente intentando evadirle la mirada, tomó entre sus manos el cuenco humeante y lo llevó hasta sus labios para darle un sorbo, lento y seguro, disfrutando a su tiempo para darse la oportunidad de saborear apropiadamente el té. Se detuvo un momento y separó la taza de sus labios sólo algunos milímetros, abrió los ojos de irises azulados e inhaló la esencia a miel y frutas que desprendía, logrando el punto culminante con un dejo intenso de acidez que se mezcló con los restos de sabores en sus papilas gustativas.

 

Inmediatamente tomó otro sorbo, y, como si hubiera salido de un comercial barato de café, sonrió complacido, incluso casi con cierta ternura y calidez. El sabor del té le había satisfecho por completo y hasta podría jurar que el mal humor se había disuelto entre aquellos vapores aromáticos.

 

Elevó su vista para dar una mirada de aprobación a Dino, acompañada también de una suave mueca placentera. Porque sí, esta vez Kyoya tenía que aceptar que el bronco había hecho algo bueno, algo bastante bueno para ser exactos. Un acierto a su favor que le duraría quizá algún buen trato temporal.

 

Dino le miró hipnotizado por aquel hermoso gesto, eran raras las ocasiones en las que el guardián le sonreía, y más de esa manera, porque en las demás veces eran de esas sonrisas de sed de sangre y batalla, alguna que otra lasciva y lujuriosa cuando de juegos se trataba, y alguna muy aislada sonrisa de cariño en situaciones contadas con los dedos de sus manos.

 

Cavallone suspiró, emitiendo también una sonrisa que se dibujó entre sus labios y haciéndole mostrar los dientes, le miraba embelesado como si hubiera sido testigo de un auténtico milagro (¿y acaso no lo era?). Apoyó el brazo sobre la pequeña mesa y recargó su mentón sobre la mano, sin quitar la atención de Kyoya que seguía bebiendo el té con agrado.

 

Y pensó, durante algunos segundos, que esa dulce sonrisa se le veía perfecta, puramente perfecta.

 

-Cuando sonríes así, te pareces mucho a Fon –cambió de lado de apoyo, ahora lo veía recargado sobre su mano derecha- ¿Por qué no lo haces más seguido Kyoya?

 

Y después de un breve y glorioso momento de éxito, Dino cayó terriblemente en picada (y hasta lo más profundo) en la escala “Hibari”de afecto en tan solo unos segundos. Increíblemente inaudito, dirían los jueces.

 

Y otra vez Fon. Por quién sabe cuál ocasión en un lapso de tres días lo había traído al tema.
Fon, Fon, Fon. Estaba harto de ese nombre, o más bien, harto de que el nombre aquel sonara en los labios del haneuma. Le irritaba demasiado y se estaba cabreando.

 

El semblante de Kyoya se ensombreció como eclipse solar en pleno pico, su vista se enfocó sobre la estúpida sonrisa de Cavallone que seguía mirándole de esa forma tan boba y exasperante. Mantenía aún la taza de té en sus manos, bajándola tras algunos segundos después en los que el capo se dio cuenta de que algo no estaba bien, conocía (y presentía) cuando Kyoya estaba molesto por algo, y ésta parecía ser una de esas ocasiones.

 

¿Y ahora qué hice?

 

Dino repasó mentalmente sus palabras, pero no encontró razón alguna para el cambio repentino de semblante en Kyoya. Si es que todo lo dijo como mero comentario, inocentemente y sin ánimos de molestar, por increíble que le haya parecido esto último.

 

-¿Qué tienes? –preguntó ya sin un indicio del por qué de su cambio de ánimo.

 

Pero Kyoya no le contestó. Le vio bajar la vista a la taza y cruzarse de brazos de nuevo.

Como sea. Quizá es que ya se le había enfriado el té y empezaba a perder las propiedades naturales que le habían gustado, de todas formas ahora era su turno de contentarle a su manera.

 

-No.

 

La voz de Kyoya fue clara.

Giró el cuerpo al lado contrario de donde Dino se había acercado, interponiendo su codo entre ambos como barrera. Cavallone se le había arrimado, caminando a gatas como animal salvaje dispuesto a cazar, buscando darle un beso al guardián, o tomarlo sin permiso ya en el último de los casos, pero Kyoya le rechazó sin inmutarse.

 

-¿Por qué no?

 

-Porque no me da la gana. Me hartas.

 

Y poco a poco se le iluminó el cerebro a Dino para darle paso a la lógica y razón de esos últimos días.

 

Lo había empezado a notar desde el primer día. Los gestos de Kyoya y la mirada que desviaba, los ademanes, las muecas de inconformidad y molestia, el silencio abrumador y lo poco comunicativo (más de lo normal), la disimulada tensión en sus músculos y su mandíbula, las palabras ofensivas y la antipatía. Todo eso y más cuando se le ocurría incluir la palabra mágica en cualquier oración: Fon.

 

“Fon y yo...”, “…hablé con Fon ayer…”, “…fui con Fon a…”, “Fon me enseñó…”, “Tú y Fon son…”, “Eres como Fon…”, “Si fueras como Fon…”.

 

La lista era bastante larga, pero Dino notaba lo incómodo que estaba Kyoya cuando lo incluía al tema, sabía que el guardián estaba celoso y detestaba las comparativas con el arcobaleno, pero eso jamás se lo diría.

Y lo sabía y aún así le gustaba molestarle con eso, le gustaba observar sus reacciones, y quizá, quizá, obtener algo más, escalar un paso más en esos diez años de relación.

 

Pero si debía ser sincero, no sólo lo hacía por divertirse con Kyoya, no podía pasar por alto que Fon sí le interesaba, era una persona especial que le atrajo desde el momento en que cruzaron palabras y miradas, era una sensación extraña, pero agradable a fin de cuentas, tal vez solo era cuestión de afinidad de personalidades, era probable que sólo estuviese fascinado como un niño con juguete nuevo.

 

Dino sonrió ampliamente, una mueca de malicia se alojó en ese semblante dispuesto a seguir jugando con la presa antes de devorarla. Le tentaría más, un poco más.

 

-¿Estás celoso Kyoya?

 

-No.

 

No hubo cambios. El tono de voz y gestos del guardián de la nube seguían intactos.

 

-Entonces dame un beso.

 

Se le acercó de nuevo rodeándole la cintura con el brazo tatuado, ejerciendo sólo un poco de presión sobre sus costillas mientras su rostro buscaba el cuello directamente antes de irse tras el mentón.

 

Y de a poco el carácter de Kyoya iba subiendo de grado de peligrosidad, ni una alarma o luz roja le hubieran advertido a Cavallone el tremendo gancho de derecha que el guardián le propinó en el pómulo al sentirlo contra su piel.

 

-Te dije que no. Ve y búscatelo en otro lado.

 

-¿Como en la habitación de Fon, tal vez? –se sobó la mejilla y sonrió con malicia, aún a pesar de que sentía palpitaciones en el rostro- ustedes dos son bastante parecidos…

 

Y quizá con ello había cometido uno de los peores errores de su vida. Pero no le importó, la verdad es que tenía demasiadas ganas de descubrir cuál era el límite de Kyoya en el tema de “Fon”.

 

Dino esperaba que el otro le lanzara la mesita de té junto con los hermosos trastos de porcelana, la cajita de metal en colores brillantes, o, ya de menos, el par de tonfas que no tenía la certeza de que las tuviera escondidas bajo la yukata en algún recóndito lugar que ni él sabía.

 

Pero para su sorpresa Kyoya no hizo nada. No dijo nada, No le miró siquiera….por algunos segundos en los que Dino había perdido momentáneamente la secuencia de eventos que sucedían siempre en sus peleas. Y eso, claro que el guardián lo aprovechó.

 

Un solo segundo de vacilación del capo le bastó a Kyoya para tomarlo desprevenido. En lo que Cavallone se preparaba para la golpiza del año, el guardián planeaba quizá una muerte lenta y dolorosa, con o sin instrumentos, eso no importaba.

 

-¿Kyo…?

 

Lo siguiente que percibió fueron las manos del guardián sobre su cuello, empujándole hacia atrás con tal fuerza que, el golpe de su cabeza contra el suelo sonó como si se hubiera roto algo por dentro. De por si que el choque de su espalda ya le había sacado el aire y se le dificultaba respirar, con las manos de Kyoya apretando con fuerza su tracto respiratorio, obstruyéndolo del paso de aire y, aunado a esto, el peso del guardián que se había sentado a horcajadas en su abdomen, disminuyéndole evidentemente las funciones al exhalar.

 

Kyoya estaba enfadado, y mucho. El rubio lo supo por la clase de mirada asesina que, por cierto, hacía años no veía, se había enfocado únicamente en sus ojos, le retaba visualmente y sin palabras, como había aprendido a hacerle cuando le enseñó a canalizar la ira de otra manera.

 

Y a Dino le encantaba, disfrutaba de un Kyoya enojado, molesto, al punto de matar o morder hasta la muerte, de sus semblante serio, frío y calculador que le excitaba como el mismo deseo que tenía el otro de ver correr sangre, especialmente la suya.

 

Le tomó de las muñecas para responder a su reto, le estaba diciendo “adelante, hazlo”. Le sonrió, ampliamente y sin descaro, aún cuando sentía que no llegaba suficiente oxígeno a su cerebro, pero la presión ejercida le hacía pedir más. Y es que rogar por más, sólo a Kyoya, y en ciertas y contadas ocasiones.

 

Y si había algo que al guardián le sacaba de quicio era precisamente eso, la estúpida sonrisa multiusos de Dino, la mirada retadora, el que le contestara como si nada malo pasara, la actitud de “te dejaré jugar porque también estoy aburrido”. Sin embargo había un hecho que superaba todo eso y con creces, y ese hecho tenía nombre y casi vida, pero por ello le detendría antes de finalizado el proceso.

El haneuma ya debía saberlo, pero se lo recordaría, en ésta y en muchas otras ocasiones hasta que lo entendiera. Estúpido bronco, le sacaría a Fon de la cabeza (y de cualquier otra parte del cuerpo) a punta de golpes.

 

-Te lo voy a decir una sola vez, herbívoro anormal –habló en un tono tan serio que a Dino le dio algo de pánico el saber el resto de la oración- me perteneces, eres mío, y sólo me miras, piensas y me tocas a mi. –incrementó la fuerza de su agarre, causando ya algunas manchas rojizas sobre la piel del italiano- Y si quieres un beso o cualquier otra cosa, te la daré yo cuando me venga en gana.

 

Le sorprendió. En verdad Kyoya estaba en un nivel de enojo bastante alto, tanto así que lo hubo degradado a herbívoro cuando hacia años que se había ganado ya el título de carnívoro. Pero le encantó notar cuan celoso es que estaba, y entre más fuerza le imprimía a sus manos, más se deleitaba con la sensación tanto física como mental de placer.

 

-No sabes cómo me pone cuando estás de celoso, cariño, en serio que sí…

 

Dino le seguía sonriendo como si fuese la cosa más entretenida del mundo, tratando de hablar (y reír) con lo poco de aliento que le llegaba, disfrutando de cada uno de los gestos de Kyoya, y es que por supuesto que se estaba divirtiendo a mares, porque entre más se enfadaba el otro, más le llenaba de satisfacción al orgullo.

 

Desgraciadamente, Kyoya no le veía la gracia al asunto.

 

-Te morderé hasta la muerte, bronco idiota. Te sacaré a golpes esas jodidas ideas que tienes.

 

Bastó un abrir y cerrar de ojos por parte de Cavallone para de nuevo sentir un tremendo golpe en el rostro, pero esta vez la sensación fue fría y pesada. El metal de una de las tonfas de Kyoya se había estrellado directamente contra su frente, incluso pudo sentir algo de sangre fluir por lo punzante del golpe.

 

-Oye, eso dolió, Kyoya..

 

Casi estuvo a punto de reír cuando el segundo golpe llegó, el guardián remató de reversa con su tonfa en el mismo lugar, un par de golpes más cuando con la mano libre tomó el instrumento faltante.

 

¡Vaya diferencia entre esas dos almas de rostros idénticos!. Uno podía, literalmente, molerte a golpes sin razón alguna con el simple hecho de mirarte, y el otro, relajarte y ensoñarte con la calidez que emanaba de esa amable sonrisa.

 

-¿Todavía quieres ese beso, haneuma? –le preguntó, para sorpresa de Dino, con una sonrisa, malévola y hasta perversa, de esas que te dan escalofríos cuando muestran las verdaderas intenciones. Y entonces, casi le creyó que estuviera jugando con los mismos parámetros que él. Casi.

 

La voz casi en su susurro cuando su aliento chocó contra sus labios, la mirada llena de frialdad pero con ese destello de ignición que podía llevarle al punto de ebullición, la manera única de pronunciar “haneuma” que le sonaba más a  invitación que a desdén.

 

De acuerdo, Fon podría parecerse inmensa, y hasta ridículamente, a Kyoya. Los rasgos físicos que tanto le atraían estaban presentes en el arcobaleno también, así mismo Fon tenía cualidades utópicas que desearía ver en Kyoya, la sonrisa tierna, la amabilidad a flor de piel, la tranquilidad de su carácter, lo afectivo de sus palabras y acciones, y por supuesto, el tatuaje, ese tatuaje tan bien hecho y adaptado a la forma física, bastante atractiva por cierto, de los músculos de Fon. No le negaría puesto que el arcobaleno era, en toda la extensión de la palabra, un excelente partido, y sí, tenían bastantes cosas en común y le era fácil comunicarse y entenderse con él en cualquier tema.

 

Pero no se conectaban. Al menos no de la manera o al nivel en que lo hacía con Kyoya.

Fon era Fon, pero Kyoya era Kyoya. Fon podría ser Fon, pero no sería  Kyoya, jamás.

 

Fon estaría bien por un tiempo, pero sentía que en algún punto terminaría por aburrirse, volverse rutinario y sin nada nuevo que ofrecer, todo yendo sólo en una dirección, sin obstáculos que saltar o con los cuales tropezar de vez en cuando.

En cambio, con Kyoya todo era diferente, nunca sabías qué podría pasar, era más como un corto circuito, la energía yendo y viniendo en todas direcciones, siendo conductor y receptor a la vez o cuando el ánimo se los dictaba. Era simple, con Kyoya jamás se aburría.

 

Con Fon había sido tan fácil el obtener una sonrisa, la misma sonrisa que con Kyoya le costaba golpes, mordidas, sangre y sudor.

 

Dino sentía que bien valía la pena ese discreto sufrimiento si al final podía obtener, aunque fuese, una sola mirada de aprobación, una sonrisa discreta o, con suerte, hasta un par de caricias  por voluntad propia y no por el efecto del sexo.

 

Sí, ese era su Kyoya.

 

Cavallone se relamió los labios entre sonrisas, su saliva se mezcló con el sabor metálico de la sangre que emanaba de su labio inferior. Sus manos tomaron al guardián por los brazos, con fuerza tal que pudo mantener el balance de sus ahora rígidos músculos, hizo esfuerzo con el torso y logró levantarse, atrapando al otro por la cintura para empujarse y caer contra él de frente. Ahora el golpe mayor había sido de la espalda de Kyoya al chocar contra el suelo sin piedad.

 

Dino se colocó entre su cuerpo, sus piernas le sirvieron para estrechar los costados y mantenerlo quieto, le tenía sujeto fuertemente por las muñecas contra el suelo, le miró y sonrió divertido ante el pseudo forcejeo que otro intentaba sin éxito. Tras diez años Kyoya aún no había aprendido a fortalecer del todo uno de sus puntos más débiles, la atención. El guardián no podía concentrarse en dos cosas a la vez sin dedicarle todo su esmero, y claro, en un descuido que duró segundos, Dino pudo darle la vuelta a la situación.

 

Mal, mal, Kyoya, ahora tendrían que retomar esas lecciones con un poco más de intensidad. El tutor Dino Cavallone estaba de vuelta.

 

-Sí –respondió ante la pregunta de un muy molesto Kyoya que le retaba con la mirada- aún quiero ese beso, pero lo quiero de ti. Y no, Kyoya, lo que yo quiera me lo darás cuando yo lo decida aún sin pedirlo, ¿entiendes?

 

Y le besó, salvaje y apasionadamente, como si fuese un animal devorando a su pobre presa con placer, introdujo su lengua con descaro, soltando alguna que otra mordida cuando Kyoya oponía resistencia en el mismo modo que sabía, mordidas, el sabor de la saliva y la sangre mezcladas con algunas palabras altisonantes ahogadas en su garganta, y un tenue gemido que ninguno supo de cuál boca había salido.

 

A los minutos, Kyoya ya no se estaba negando, al contrario, seguía la corriente eléctrica de Dino para incrementarla con su fuerza y hacerla despegar, girar y brincar en todas direcciones, sin control y chocando para colisionar en una especie de big bang.

Eso hasta que en algunos minutos más esa energía revirtiera el efecto y ahora estuvieran de nuevo como al principio, como en un círculo vicioso, uno y otro tomando su turno cuando alguno se dejara.

 

Porque era obvio que Kyoya no le iba a perdonar tan fácilmente el descaro. Le iba a costar, y mucho. Lo bueno es que a Dino le satisfacía.

 

Pero lo que quizá no le satisfaría, a ninguno de lo dos cuando se enteraran, sería el malicioso plan gestionado por su querido ex tutor, Reborn. El arcobaleno, en complicidad con Fon, había tramado una lección ideal y muy necesaria para Dino, y por ende para Hibari, o ¿quizá una lección para Hibari que Dino debía aprovechar?. Fuese cual fuese el caso, el problema era que ninguno de ellos lo sabía, pero habían caído justo en donde Reborn lo quería, lección para ellos, diversión para él, eso era todo lo que necesitaba.

 

-Tus métodos son cuestionables, amigo mío, eso no es propio de un tutor.

 

Fon permanecía sentado de frente a la puesta de sol, con las piernas en posición de loto y una cálida sonrisa en su rostro. Aspiró el aroma de la brisa vespertina.

 

-Lo disfrutaste tu también –su sombrero le cubría la mayor parte del rostro, pero los expresivos labios denotaban un ánimo de satisfacción- no lo puedes negar.

 

-Ni lo acepto, ni lo niego.

 

Notas finales:

Y el fin. Siento que me quedó mejor el primer capítulo que éste, pero espero no haber perdido la ruta y haberlos confundido con tanto bla bla bla :3. Aún me sigo adaptando al formato de publicación, no me acostumbro todavía a los espacios ._.

Gracias por leer y por sus comentarios!

Nuevamente, dedicado a Omore por su cumpleaños :3


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