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Malfoy negro, Malfoy blanco por FanFiker_FanFinal

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Notas del fanfic:

Título: Malfoy negro, Malfoy blanco
Autor: Fanfiker_Fanfinal
Reto: #19 Película “Mientras Dormías”
Reto proporcionado por: fluffyfest_mod
Número de palabras: 14.182
Rating: PG
Beta: Dybbo
Resumen: Harry trabaja como auror en el Ministerio, y está enamorado de un obliviateador que se encuentra todos los días en el ascensor. Harry sueña con ser su pareja, pero el día de Navidad ocurre un accidente inesperado y el obliviateador queda en coma. A partir de entonces, una serie de eventos traerán a Harry todo lo que siempre ha deseado: una familia y el verdadero amor. Fic adaptación de la película “Mientras dormías”.

Notas: Este es el fic con el que participé en el festival Fluffyfest donde se lanzaba un reto con determinadas premisas. Gracias a las administradoras por proponer esta peli y este genial reto con el que tanto me divertí.
Agradecimientos: Muchas gracias a mi excepcional beta Jelen, sin la cual esta historia no sería la misma. Me beteó hasta los comentarios. Te quiero, bizarra.
Disclaimer:Todo el universo Harry Potter le pertenece a J.K. La idea tampoco es mía, corresponde a Jon Turteltaub y su equipo. Yo solo manejo los hilos...

MALFOY NEGRO, MALFOY BLANCO

Fanfiker_Fanfinal


CAPÍTULO 1.

Harry abrió el armario, se puso uno de sus enormes suéteres de punto -uno gris descolorido- y, tras anudarse la bufanda y un abrigo viejo, salió a la calle.

La víspera de Navidad se respiraba en el ambiente, y niños y adultos parecían irradiar felicidad y compañerismo; a él siempre le recordaba lo solo que estaba, rememorando los días en los que su padrino Sirius le contaba historias sobre sus padres, ya fallecidos, o cuando se iban de excursión a la campiña inglesa, o cuando comían pipas en el puente junto al río Támesis. Se dirigió al Ministerio y, nada más llegar, se encontró a Ron Weasley, su jefe, un chico pelirrojo, alto y de porte musculoso que había conocido cuando se mudó a la ciudad. Ron le estaba contando cómo organizaba su familia la Navidad en casa y, después de compartir un delicioso desayuno de huevos revueltos y tostadas, ambos se dirigieron hacia la Oficina de Aurores. Harry intuía que los días de Navidad no serían precisamente tranquilos.

—Buenos días, señor Potter —saludó una joven bruja del Departamento de Aplicación a la Ley Mágica que veía a diario mientras este sostenía el ascensor.

Varios memorándums entraron a la par que la joven, revoloteando entre ellos y quedándose a un lado por encima de sus cabezas.

—Buenos días —respondió Harry, colocándose a un lado del cubículo para dejar sitio a los demás.

Varios magos fueron entrando hasta que el ascensor efectuó las habituales paradas en las diversas plantas. Casi todos ellos lo saludaban; al ser el auror más joven, Harry se esforzaba mucho en las misiones peligrosas y parecía tener cierta inclinación a disfrutar cazando magos oscuros, y se había formado un nombre a pesar de su juventud y poca experiencia.

—Buenos días —saludó otro mago, y Harry sintió desbocársele el corazón cuando se colocó a su lado.

Tragó saliva, tratando de controlar sus latidos, tratando de fingir que aquel hombre de color, de un metro noventa y altos pómulos no perseguía sus noches de lascivia. Jamás habían hablado, Harry ni siquiera conocía su nombre, pero soñaba, en el futuro, con ser algo más para él. Por suerte lo veía a menudo, porque trabajaba en el Departamento de Accidentes Mágicos como obliviateador y en ocasiones ellos llegaban cuando los aurores investigaban ciertas zonas. Sin embargo, nunca habían intercambiado una sola palabra. El obliviateador tampoco parecía un hombre muy hablador; llegaba, ejecutaba su trabajo y volvía al Ministerio, con sus compañeros. Harry deseaba poder hablarle, pero, o bien estaba demasiado absorbido en su trabajo, o bien el destino se había confabulado para, simplemente, no permitirles conocerse.

"Bueno, al menos nos vemos siempre en este lugar", pensó con esperanza. Y, demonios, cómo olía. Llevaba un perfume caro y obviamente su clase social y sus maneras lo delataban. Siempre vestía trajes impecables que le quedaban como un guante, en gran medida por su estatura; Harry le llegaba al hombro. Pero él no parecía tenerle en cuenta; ni siquiera lo saludaba como hacían los demás, apenas lo miraba, y lo cierto es que eso despertaba en Harry una inmensa curiosidad. Al menos, eso quería decir que no le interesaba conocer a otras personas por la fama y por quedar bien, y eso le honraba. Harry suspiró. Nunca ocurriría nada. Aquel hombre situado a su lado en el ascensor, jamás le prestaría ninguna atención, básicamente porque quizá ni siquiera estuviera interesado en los hombres.

Harry volvió a casa muy cansado, encerrándose en su enorme agujero lúgubre donde vivía solo. Tras saludar a sus vecinos muggles, se propuso, sin muchos ánimos, decorar el gigantesco árbol de Navidad que había encargado. Al menos, Kreacher, el elfo doméstico, hacía su vida más amena, preparándole las comidas y ayudándole en la casa.

Mientras pensaba qué podría hacer para Navidad aparte de quedarse solo en Grimmauld Place y quizá ver películas muggles, le llegó una lechuza que acabó de rematar el día.


—¿Recibiste mi lechuza ayer? Voy a proponerte como Auror del Año —sonrió su amigo al verle llegar, dirigiéndose con él hacia la cafetería, mientras sacaba un pergamino arrugado—, escucha: "Harry Potter siempre es puntual y trabaja en días de fiesta aunque haya trabajado el día anterior, además de tomarse muy en serio su trabajo —tosió y añadió—, trabajó en Nochebuena y no le importa trabajar en Navidad."

Harry suspiró.

—Oh, joder, Ron, no quiero trabajar en Navidad —y caminó hacia la mesa con Ron siguiéndolo.

—Te darán una bonita placa, te pagarán horas extras...

—No quiero, Ron.

—Harry... Carmichael está enfermo y Robinson no puede sustituirlo porque se va a las Bahamas con su familia, y yo he prometido a mi esposa que este año estaríamos juntos.

Harry agarró la bandeja de huevos revueltos y se metió un buen puñado en la boca.

—Sé que no es justo, y me encantaría poder darte el día libre, pero tú... tú eres el único...

—Sin familia, sí —finalizó el moreno con la boca llena.

Qué fastidio, sabía que Ron no quería joderle el día de Navidad, pero aparte de estar solo en su casa, ¿había algo más importante en su agenda? Uf, mejor ni la miraba. Últimamente estaba de lo más insociable.

Así pues, Harry acudió al Ministerio el día de Navidad, con el ánimo por los suelos y una resignación infinita. Entró al ascensor, que ese día recibía pocos visitantes, y anunció su planta; ni siquiera se dio cuenta de que se paraba una planta antes y alguien entraba, pues su mirada estaba en el suelo, lamentándose de su suerte.

—Buenos días. Feliz Navidad.

Para cuando el moreno había elevado la mirada, un joven con abrigo de paño y zapatos caros salía del ascensor. No había tenido tiempo de responderle. ¡Joder! ¡Todos los putos días esperando al negro caliente en el ascensor y la única vez que tiene la oportunidad de saludarlo está mirando para otro lado! ¿Qué demonios había lo suficientemente interesante en el suelo para que le prestara tanta atención?

—Buenos días, me llamo Harry, bonitos zapatos, estás muy bueno, ¿quieres casarte conmigo?

Harry golpeó fuerte su puño contra la pared al llegar a su planta, pero, ¿es que el mundo se había confabulado para hacerlos trabajar a ambos en Navidad en el Ministerio?¿Sería él el Obliviateador de guardia?

—Al menos tenemos algo en común, aunque sea solo hoy.

Harry se saltó el almuerzo, aprovechando para archivar aunque no fuese una tarea suya, y entonces varias alarmas se dispararon. Harry dejó sobre un escritorio de caoba las carpetas que cargaba, ¿qué estaba pasando? Esperaba que ningún mago oscuro hubiera elegido aquel día para coger rehenes o robar. El conserje de la puerta no tardó en llegar a su despacho, anunciando que un hipogrifo loco se había colado de alguna forma y eran incapaces de reducirlo.

—Oh, qué bien, se ha colado un hipogrifo en el Ministerio en Navidad —le repitió al conserje, sintiéndose repentinamente idiota, pensando qué otras maravillas podría hacer el Universo para castigarlo aún más.

Se dirigió con rapidez hacia otros dos conserjes que ponían pies en polvorosa por miedo al animal. Harry lo localizó junto al Departamento de Criaturas Mágicas. ¿Qué loco se había traído un espécimen auténtico para investigar? El animal, ofuscado, parecía joven y fuerte, y sus plumas grises tenían cierto tono plateado en las puntas. Harry había tenido contacto con esos animales anteriormente y, por suerte, conocía el protocolo: se inclinó ante él, pero tuvo que hacerlo varias veces porque el animal trataba de desconchar las paredes con sus enormes patas traseras. Cuando parecía aceptar al joven Harry, el hipogrifo distrajo la mirada hacia otro joven que había hecho su aparición en la puerta, tras él. Entonces, todo ocurrió muy deprisa: Harry solo tuvo tiempo para elegir o bien calmar al hipogrifo, o bien tratar de proteger a quien se había asomado quizá para ayudar, con tan mala suerte como para presentarse en un momento drástico y crítico. Harry se abalanzó hacia el joven al mismo tiempo que lo hacía el hipogrifo. Cuando ambos cayeron al suelo Harry comprobó aliviado que seguía vivo; sin embargo, el golpe que ambos habían sufrido al chocar contra el hipogrifo y una de las puertas había dejado inconsciente al hermoso hombre de color que tenía en sus brazos.

—Oh, joder, mierda, despierta... quien... quiera que seas... hueles tan bien —dijo, aspirando su aroma por enésima vez a la vez que acariciaba su rostro. ¿Se despertaría con un beso? Pero el joven no respondía y Harry temió que unos segundos más allí tirados pudieran ser cruciales para su vida. Ordenó a los conserjes que lo llevaran a San Mungo y él se dispuso a reducir al hipogrifo, si es que aún había algún departamento que hubiera dejado intacto.


El hospital para magos estaba a rebosar de personal cuando Harry llegó; preocupado, ansioso y confundido, con un gran dolor de cabeza, se dirigió hacia el mostrador de ingresos.

—Buenos días, yo... quiero saber si han ingresado a un paciente por ataque de un hipogrifo loco.

La mirada dirigida por la empleada no tuvo precio.

—¿Cómo se llama?

—Harry Potter.

—Usted no, el enfermo —la recepcionista lo miró como si fuera tonto.

—Ah... um... pues... —coño, buena pregunta, ¿quién sabía la respuesta? Porque él no. El moreno se frotó los ojos y, alejándose, incapaz de responder y viendo que sus insistencias eran vanas y fútiles, se sentó en un estrecho banco junto al mostrador mientras se echaba las manos a la cabeza, en un impulso de parar el mareo que le producían los dolores del golpe en las sienes—. Iba a casarme con él...

Cierta medimaga de cabello rubio hasta la cintura sonrió al ver la hermosa estampa del moreno de cabello revuelto que miraba al suelo en señal de resignación.

—Buenos días, señor, ¿se encuentra bien?

Harry alzó la mirada, encontrándose con una medimaga de ojos saltones y aspecto soñador.

—Vengo a ver a un paciente, pero no me dejan subir. Soy auror —dijo, como si aludir a su puesto pudiera abrirle caminos.

—La mejor forma de subir es siendo usted mismo un paciente —y palpó con cuidado el cráneo del joven, que se lamentó ligeramente—. Y me parece que necesita ser examinado, suba.

Harry no tenía ganas de discutir, y si esa medimaga le colaba en la habitación de su amado, era capaz de tomarse cuantas pociones le diera, a pesar de que, habitualmente, solía ser un pésimo enfermo.

Subieron a la primera planta, entraron en un cuartito reservado a las curas y mientras la joven ejecutaba algunos giros de varita sobre él, Harry pudo ver su chapa:

"Medimaga Luna Lovegood

Especialista en heridas provocadas por criaturas"

—Voy a darle una poción para que se le quite el mareo. Es mejor que esté guardando reposo durante dos días.

Harry gruñó algo, algo que probablemente sonaba a "los aurores no descansan", pero Luna lo ignoró, tendiéndole la poción que Harry tomó inmediatamente.

—Aunque su amado debería estar en esta planta, al estar inconsciente lo han subido a la planta cuarta para darle una mayor atención.

Le dirigió hacia la habitación, y allí Harry pudo verle: entubado, tendido en la cama y con un golpe en la frente. Ya no parecía elegante y aristocrático, y sin embargo verle en ese ambiente vulnerable pareció enternecerlo más.

—Háblele —ordenó la medimaga con voz cariñosa, y los dejó solos.

Harry alargó la mano para tocarle el hombro, y de repente no supo qué decir. Bueno, tampoco iba a obtener respuesta, al parecer el hombre se encontraba en coma.

—Hola. Sé que... que todo va a salir bien.

Apenas tuvo tiempo de decir nada más, pues un medimago entró, se presentó y se dispuso a darle el diagnóstico, el cual tuvo que esperar, pues una horda de espectaculares modelos se personó en la habitación. Una mujer rubia, de cabello largo, nariz respingona, túnica rosa a juego con sus guantes y bolso de Prada se acercó, vistiendo unos zapatos exquisitos. Harry se preguntó si venía de familia la costumbre de usar zapatos tan modernos y estilosos. La mujer era hermosa, pero el hombre que la acompañaba lucía arrebatador: llevaba un bastón en forma de serpiente cuyos ojos eran esmeraldas, y también vestía una túnica muy cara; y se recogía el cabello, plateado como la luna, con un lazo negro de raso. Las otras tres personas eran un hombre de pelo andrajoso y piel cetrina que rondaría los cincuenta años, una mujer cuarentona de cabello negro rizado y mandíbulas cuadradas y una joven de unos dieciséis años, con el cabello a media melena, de colores. Harry observó que sus ropas combinaban a la perfección, eligiendo tonos que llevaban a su vez los otros, salvo la jovenzuela, que parecía tener una moda propia, y el cincuentón, que vestía de gris oscuro.

—¿Qué ha pasado?

—Oigan, no pueden entrar todos a la vez —dijo el medimago, algo abrumado por las vestimentas y por la aparente perseverancia de la comitiva.

—¡Es mi hijo! —aseveró el hombre del bastón, y tanto el medimago como Harry se miraron, incrédulos. A Harry se le escapó la risa: ¿cómo iba a ser un negro hijo de alguien tan blanco?

—Blanco y con pelo plateado —susurró Harry, que acusaba todavía el golpe recibido diciendo incoherencias a pesar de la poción.

Menos mal que alguien se apresuró a añadir:

—Es hijo adoptivo, antes de que diga alguna estupidez —era el cincuentón de pelo grasiento.

Harry y el medimago parecieron respirar de alivio, mientras el grupo rodeaba al enfermo.

—Por Merlín, ¿qué pasa? —la morena de cabellos ensortijados parecía presta a echar alguna maldición si no se le respondía, algo que el medimago pareció saber captar enseguida.

—Está en coma —quizá lo dijo demasiado rápido y sin tacto.

—¿En coma el día de Navidad? —Harry pareció asombrarse ante aquella respuesta frívola de la madre rubia de su amor verdadero. Todo era surrealista por momentos.

Harry observó que el medimago parecía realmente en apuros: seguro que la comitiva era una familia distinguida, y él no estaba para demandas y discusiones; llegaría pronto a la edad de jubilación, por lo que añadió:

—Pero está bien. Creo que va a superarlo. Sí.

Todos se miraron, esperanzados.

—¿Cómo ocurrió todo? —preguntó el padre, y la voz de Harry pareció escucharse como la primera cosa razonable para el medimago.

—Un hipogrifo. Entró en el Ministerio, intenté reducirlo, pero nos golpeó —tragó saliva interrumpiendo su explicación porque obviamente, pensarían que estaba loco o drogado, lo cual no era del todo mentira, porque sí tenía una buena conmoción. Harry creyó que debieron pensarlo, porque después observó al medimago dirigir los ojos hacia su túnica. Bueno, un auror no podía mentir.

—¿Quién es? —preguntó el hombre de cabello plateado a nadie en especial: parecía estar acostumbrado a recibir respuestas de quienquiera que fuese, parecía ser quien llevaba el liderazgo en aquella extraña familia.

—Es su prometido —respondió la rubia y soñadora medimaga mirándole, y Harry quiso empotrarse contra la pared.

—¿Su prometido? —repitió la madre, sin quitarle ojo.

—¿Cómo? ¿De qué va esto? —tronó el padre, esperando obviamente una explicación más conveniente.

—¡Pero si Blaise no tiene novia! —dijo la mujer de cabello oscuro.

—No. No. Ustedes no lo entienden —intervino Harry, pero sus palabras pasaban desapercibidas, tan ocupados estaban discutiendo entre ellos.

—¿A Blaise le gustan los chicos? —dijo una vocecilla divertida, que correspondía a la joven de cabello verde.

—Creí que era hetero —dijo el cincuentón, y por algún motivo parecía aliviado.

—Estaría drogado —rió la mujer de cabello oscuro.

La voz del patriarca se dejó escuchar entre las demás.

—¿No podría decirle a su madre que era gay? ¿Qué clase de padres adoptivos cree que somos?

—Una boda... —murmuró la madre, con la mano en el pecho, aún asombrada por la noticia.
Y de nuevo, más voces. La mujer de cabello negro ensortijado, que al parecer era hermana de la matriarca rubia a pesar de que su físico era diametralmente opuesto, se sentó en una silla, como si quisiera controlar algo que parecía inevitable. La joven adolescente le pasó una mano por el brazo.

—¿Se encuentra bien? —preguntó el medimago.

—Padece de ataques epilépticos —explicó el hombre de piel cetrina—, ya le han dado varios.

—Puedo controlarlos —aseguró ella, respirando profundamente.

Otro medimago entró en la sala, alertado por el ruido y las voces.

—Eh, ¿qué hace aquí este hombre?

Harry se sintió señalado, pero no era necesario hablar ni explicar nada: otras personas parecían hacerlo por él.

—Escucha, le ha salvado la vida, por eso está aquí —informó la medimaga rubia, que parecía encontrar la situación tan romántica. Esas cosas no se veían todos los días, por tanto había que adornarlas.

El giro de cabeza que dio la matriarca hacia él quizá necesitaría tratamiento después.

—¿Usted le salvó la vida?

—¿No lo ve? Es un auror.

—¡Creí que le había pateado un hipogrifo! —gritó el padre, confuso.

—Sí, pero él se tiró para bloquear el ataque.

—¿Que se tiró para que lo golpearan a él? —repitió en este caso el cincuentón, y Harry asintió como respuesta, imaginando el título en El Profeta: "Joven Auror presta sus espaldas a un Obliviateador para que las patee un hipogrifo loco".

—Solo pueden estar aquí los familiares, el resto, váyanse —aclaró el medimago recién llegado, pero el aristócrata del bastón se lo puso en el cuello y ordenó:

—Oiga, él se queda: es de la familia.

Harry parpadeó, confuso, pero aquellas hermosas palabras se perdieron rápidamente para él: creía estar delirando.

—Es su prometido —añadió el medimago más anciano.

Y en cuestión de segundos, Harry se vio asaltado por un abrazo maternal y varias lágrimas derramadas, mientras el resto se unían formando un curioso abrazo de grupo.

Cuando se vio libre, Harry se apresuró a aclarar las cosas, no con la familia como debería, sino con la enfermera que se había inventado el cuento de que él iba a casarse con Blaise. Esa chica tenía mucha imaginación.

—No me inventé nada, usted lo dijo. Abajo, en la salita, mientras esperaba en el banco. Por eso le ayudé a subir.

—Merlín, estoy metido en un lío.

Naturalmente, no podía volver al trabajo mientras ese grupo de nobles lo miraran como si fuera un bicho raro salido de algún pueblo de la campiña inglesa, así que se quedó con ellos en una sala de espera, donde se presentaron. Horror, sabía lo que vendría a continuación: las preguntas.

—Bueno, dinos cómo conociste a Blaise —ahí estaba el primer disparo, lanzado por la tía de Blaise.

—No le presiones, Bella —ordenó la madre, de nombre Narcissa, temiendo que asustara a ese joven tan bien parecido: algo torpe y descuidado, pero al menos era un héroe.

—¿Por qué? Nos vendría bien un poco de información real, ya que tu hijo no te ha contado nada.

Ambas se enfrentaron con la mirada.

—Encuentro a este joven más agradable que a Pansy Parkinson, esa arpía que estuvo tratando de seducirlo con artes oscuras —se pronunció el padre, Lucius, de cuya verborrea Harry siempre sacaba una conclusión más escalofriante que la anterior.

—Seguro que te conquistó haciéndote algún regalo caro —habló la hermana de Narcissa, Bella.

—¿Qué fue lo que te impresionó de él? —quiso saber Narcissa, y por primera vez aquella pregunta le permitió a Harry ser sincero.

—Su sonrisa.


Harry regresó al día siguiente al hospital: la conmoción había desaparecido, devolviéndole algo de lógica a su vida y en su lugar un enorme moretón era visible en su frente. No podía ser sincero con nadie, salvo con Blaise, así que al menos se debía presentar. Le contó sus preocupaciones, que su familia probablemente le odiaría porque les había mentido, y que jamás había tenido un novio. Y lo solo que se sentía, sin familia, que su padrino Sirius le había dejado su enorme casa tras fallecer en un accidente en el que un mago oscuro lo había hechizado por encontrarse en el lugar incorrecto, en el momento inadecuado; que la persona más cercana a él era su jefe, Ron Weasley.

—¿Alguna vez te ha pasado que has mirado a la cara a un desconocido y has sabido que tu vida jamás sería igual? ¿Que te encantaría envejecer con esa persona, aunque en tu vida no hubiera nada más?

Y así, Harry desnudó su corazón ante Blaise, sin percatarse de que cierto hombre los observaba desde la cristalera.

La familia de Blaise no tardó en llegar, y Harry entonces se dio cuenta de que se había quedado dormido junto a él toda la noche. Verles tan sonrientes (y con la mirada de profundo agradecimiento de su madre taladrándole en la nuca) borró todas sus ganas de confesar, a pesar de toda esa valentía innata que todos decían que poseía -y sobre la que Harry después se preguntaría por qué no se había materializado como debía-. Le abrazaron y le preguntaron qué tal estaba Blaise.

—Pues está mejor. Tiene color.

—¿Más color? —bromeó su padre, y Harry esbozó una sonrisa trémula. Era extraño el humor de esos aristócratas. Se dirigía hacia la salida cuando una voz lo sobresaltó.

—Harry, nos gustaría mucho que nos acompañaras en una cena, ya que no hemos podido celebrar la Navidad —el joven miró a su interlocutor, el hermoso hombre de rostro puntiagudo y cabello platinado y, amablemente, declinó la invitación. Pero el hombre insistió entregándole una tarjeta para que acudiera por red flu. La tarjeta decía "Malfoy's Groove". Al parecer se dedicaban a comprar y restaurar muebles antiguos. Harry la miraba mientras por su cabeza pasaban millones de cosas, la mayoría dirigidas a aplacar su conciencia, masticando el bistec de carne del almuerzo mientras le relataba todo a Ron, quien lo tomaba con otra filosofía, aconsejándole seguir mintiendo hasta que Blaise saliera del coma. Harry, además, señaló la severidad de la familia y el riesgo que corría si de repente se ponía a decirlo; todo eso sin tener en cuenta a Bella, que al parecer podía sufrir un ataque epiléptico en cualquier momento.

No sabía qué hacer, así que, de momento, decidió seguir fingiendo. Y a pesar de la importancia de sus mentiras, aquel día Harry, quizá porque se sentía solo, o tenía realmente curiosidad en conocerlos a todos, acudió a la casa de los Malfoy a través de la Red Flu, encontrándose dentro de tremendos ventanales y decoración exquisita. Las columnas que sujetaban las paredes eran gruesas y ornamentales, y los muebles antiguos parecían mimados y colocados estratégicamente.

"¿Qué coño hago aquí?"

Impresionado por la suntuosidad de Malfoy Manor, se volvió. Sin embargo, ya había sido visto, al parecer, por el hombre cincuentón de cabello graso, Severus Snape.

—Señor Potter —el joven se volvió sonriendo y alzando la mano—¿Se va?

—Se... se me ha olvidado el vino —dijo lo primero que acudió a su mente.

Severus lo miró con rostro extrañado y clavó sus ojos oscuros en los verdes de él.

—Espero que bromee. Los Malfoy disponen de una vinoteca en el sótano.

Claro. En aquel lugar podrían caber cuatrocientas mesas de billar sin esfuerzo. Todo era perfecto; limpio, brillante, atractivo. Todo, salvo él. Severus pareció notar su incomodidad y le ofreció sentarse, ocupando un lugar frente a él.

—Así que es auror... ¿Por qué se hizo auror?

Harry miró a uno y otro lado. No se andaban con rodeos en esa casa, no.

—Bueno, yo... me gusta.

—¿Salvar a la gente? ¿Atrapar a los malos? De lo primero ya me he dado cuenta.

Oh, joder, era irónico a rabiar, si el resto de la familia seguía su línea, ¿cómo iba a sobrevivir? Si decía la verdad lo empaquetarían y lo enviarían de una patada a China. O peor, quizá lo torturaran con artes oscuras. Harry había visto algunos objetos de colección que tenían encerrados en una vitrina.

—Eh... ¿y usted a qué se dedica?

Severus pestañeó; su frente tenía arrugas, probablemente de la edad, o de que había sido muy quisquilloso. Eso le decía su padrino Sirius de la gente cuyas arrugas poblaban su frente.

—Hago pociones. Soy el mejor.

—Ah —Harry pensó que lo segundo estaba de más, pero claro, también podría ser cierto.

—Señor Potter, los Malfoy... son una familia muy especial. Supongo que Blaise ya se lo ha contado. A mí también me adoptaron cuando me quedé sin familia y vivo con ellos. Les ayudo en el negocio, trayéndoles clientes y ellos me ofrecen techo, comida y cariño. No dejaría que nadie les hiciera daño —Harry tragó saliva. Vaya, eso había sido muy... revelador. Y acojonante.

—Yo... tampoco.

Pero no tuvieron tiempo de charlar mucho más, ya que Narcissa bajó a saludarlos, llevándolos a un enorme salón donde estaban los demás: Bella, la hermana de Narcissa, Lucius, su padre, que le estrechó la mano, y la joven prima de Blaise, Nymphadora Tonks, que siempre cambiaba su cabello a voluntad porque era metamorfomaga. Harry cenó con ellos y se enteró de muchas cosas; después, se reunieron todos en un enorme sofá frente a una gran chimenea para entregarse regalos:

—Aquí tienes el tuyo, Harry —dijo la joven Nymphadora mientras se largaba hacia el sofá más próximo para desenvolver los suyos.

Harry observó su regalo, atónito. No le sorprendía el regalo en sí, sino el detalle que habían tenido; curioso, elevó la vista, para contemplarlos a todos.

—Oh, mierda, esto ya ha pasado de moda —arrugó Narcissa la nariz al contemplar un cinturón de cuero—, ahora se lleva Armani, no Gucci.

Harry abrió inmensamente los ojos, pero era evidente que Narcissa había recibido con cariño el regalo.

—Vaya, otros... gemelos. Tengo casi treinta y cinco, si no recuerdo mal —habló Lucius, contemplando su regalo algo decepcionado.

—Treinta y seis —replicó Narcissa.

—Ni que tú los contaras —se burló el rubio.

—Lo hacen los elfos domésticos, pero si prefieres que les pregunte a ellos para el próximo regalo, lo haré.

—Mala mujer —dijo Lucius con voz severa, y sin embargo detrás de su fachada parecía estar contento.

—Otro elfo que cae el año que viene —rió Bellatrix, al parecer muy ocupada probándose su bufanda de Versace.

"Vale, una familia peculiar donde las haya, desde luego". Pero a pesar de todas las bromas y burlas, y a pesar de que faltaba el hijo legítimo, al parecer, se los veía unidos. Cuánto echaba de menos Harry un momento así; desde luego, su regalo aquel día fue contemplar aquellos rostros, darse cuenta de que eran bien raros y de que, a pesar de todo, les estaba tomando cariño.

Notas finales:

CONTINUARÁ...

Fluffyfest 2012


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