En nuestra total oscuridad
La oscuridad era tan densa que casi podía palparla con los dedos, aun así, su vista estaba tan acostumbrada a ella que apenas si le importaba. Podía ver los pocos objetos que se encontraban en ese sucio sótano: Algo parecido a una cama, un espejo trisado apoyado contra una de las paredes, un balancín con forma de poni al que le faltaba un ojo, un par de cubos de playa y un trozo de pan mohoso siendo devorado por algunos insectos.
Una de las cucarachas pasó sin ningún cuidado por encima de su pie, colándose después por un pequeño agujero en la pared. Acaricio su descalza extremidad, como sacudiéndose mientras observaba por donde se había metido el insecto. ¿Estaría al otro lado la libertad?... Libertad… ¿Qué era eso? Apenas podía recordarlo, apenas podía recordar lo que era el calor de un hogar, apenas podía recordar lo que era sentirse un niño, una persona.
Los gritos de Kibum, su compañero en aquella tortura diaria, pidiendo clemencia, pidiendo auxilio le llenaron el corazón de dolor. Los sonidos eran dolorosos, insoportablemente dolorosos.
Kibum era algo más pequeño que él, y apenas había llegado haría unos meses. Podía recordar perfectamente cómo, a empujones, había bajado las escaleras hasta llegar a ese sótano, casi rodando. Se pasó días llorando, sin entender lo que pasaba, porque aquel hombre le había traído a esta profunda oscuridad. Aunque intentó consolarle, jamás le explicó lo que ocurría ¿Cómo poner palabras a aquellos maltratos? No pasó mucho tiempo hasta que el recién llegado lo descubrió, entonces… entonces Kibum no volvió a ser el mismo, sus ojos cambiaron, su percepción del mundo, al igual que la del joven de ojos de cachorro, Jonghyun, cambio para siempre.
- Por favor… Que alguien le ayude… - Susurró mirando las escaleras, implorando a ese dios en el que se empeñaba en creer Kibum, pero que el mismo sabia que los había abandonado
Kibum era el juguete nuevo de aquel hombre, y, aunque no se olvidaba en la fidelidad que decía tenerle a Jonghyun, solía subir al menor mucho más a menudo de lo que lo subía a él mismo. Sabía lo que ocurría allí arriba, lo sabia en sus propias carnes, además, de que, desde el sótano en el que se encontraba, podía escuchar perfectamente el llanto, el dolor, las suplicas y la asquerosa risa de aquel hombre. ¿Es que él era el único que puede oír
sus amargos gritos? ¿Es que todo el mundo tenía esas bonitas orejas de adorno?
- Por favor… que alguien le ayude… - suplicó nuevamente, abrazándose a sí mismo -¿no podéis oír sus gritos? ¿su voz pidiendo socorro?
Al cabo de algunos interminables minutos, los gritos cesaron, Jonghyun cerró los ojos intentando no llorar, pues, no dentro de mucho, aquel hombre volvería a dejar a su frágil juguete nuevamente escaleras abajo, y él mismo tendría que abrazarlo, consolarle, susurrarle mentiras alentadoras, esas mentiras que ambos sabían que no eran ciertas, pero se las susurraban el uno al otro, porque necesitaban creer que en algún momento, todo eso acabaría.
La llave rompió su silencio mientras giraba pesadamente en la vieja puerta que les privaba de la libertad, entonces, sintió la voz de ese hombre, esa voz que le helaba la sangre, despidiéndose del joven kibum, que comenzó a bajar las escaleras, sujetándose a la barandilla pues las piernas le temblaban fuertemente, mientras sus sollozos inundaban la habitación.
-shhhh…. –Susurró el joven con ojos de cachorro, abrazándole una vez había bajado todas las escaleras, entonces rompió a llorar – Saldremos de aquí, ya verás….
Le estrechó con fuerza, acariciando el cabello de su nuca suavemente.
- Saldremos de aquí… - contentó el más joven, asintiendo con la cabeza sin separarse un solo centímetro de su cuerpo - Saldremos de aquí.