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Hasta el final. por Eisheth

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Notas del capitulo:

Tanto Kuroshitsuji como "11 de marzo/ jueves" no me pertenecen, sino a sus respectivos autores.

 

 


Bueno pues aprovechando mi tiempo libre escribí un nuevo songfic (:

AU y OoC :$$

 

Creo que todos (o la mayoría) conocen los acontecimientos del 11 de marzo del 2004.

En caso de que no, en Madrid (o regiones cercanas) se produjo un ataque terrorista en donde estallaron bombas y muchos civiles fueron afectados.

(Para no hacer la historia larga xDU )

 

Bueno, espero que les guste, pues me basé en la canción de La Oreja de Van Gogh, que a su vez de basa en estos hechos. :3

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mi nombre es Ciel Phantomhive. Actualmente curso el segundo grado de secundaria. Mis padres tienen dinero, no tanto, pero lo suficiente para una buena vida; esa es la razón por la cual siempre me llevaban e iban a recoger en auto después de clases. Sin embargo, tuvieron un pequeño accidente, por lo cual han suspendido sus licencias.

Desde siempre he querido acabar con la monótona vida que llevo, pero nunca creí que todo comenzaría así.

Esa mañana me levanté tarde. Tuve que correr algunas calles para poder tomar el metro hasta la estación más cercana escuela. A duras penas llegué, pues padezco de asma hereditaria.

Tras cerrarse la puerta, me senté en el primer asiento disponible a mi vista.

Desde ese día, consideré el viaje en metro como una experiencia de lo más desagradable, pues por la mañana mucha gente se amontona y, por la tarde, son los estudiantes recién salidos de clases…

 

Pasó toda una semana desde que comencé los viajes para darme cuenta de una cosa: si salía un poco más tarde de la escuela, podría evitarme la aglomeración  y viajar cómodamente.

 

Sin embargo, también me di cuenta de que no era el único en saberlo…

 

 

Si fuera más guapo y un poco más listo; si fuera especial, si fuera de revista, tendría el valor de cruzar el vagón y preguntarte ¿quién eres?

 

 

La experiencia me resulta cada vez más agradable.

No pasó mucho tiempo para percatarme de esa persona.

Una sonrisa cínica, una alta figura. Vestido de negro, de pálida piel. Rojo carmín, un hombre de ojos felinos.

Un prototipo perfecto para la personificación de un vampiro, de un demonio.

 

¿Quién soy yo?

Un simple pre-adolescente de secundaria, que a pesar de tener dinero, no es conocido ni en su propia academia.

No tengo conocimientos sobresalientes, tampoco soy muy unido a los eventos de la academia.

Si me describiera con una sola palabra sería: común.

Alguien como yo, de apariencia tan desarreglada y caótica, superfluo en la sociedad, no podría llamar ni la más mínima atención de ese sujeto.

Eres un ser perfecto, tan misterioso que quisiera saber cómo eres en el interior.

Yo no soy más que un niño de tan solo trece años.

Soy de baja estatura a comparación de mis compañeros, mi cabello es de un extraño color grisáceo. Lo único destacable en mi apariencia serían mis ojos azules, pues según la gente que los ha visto no son del típico color, sino de uno más profundo, idénticos a los de mi madre.

Sin embargo, después de un pequeño accidente, mi ojo derecho salió dañado, así que uso algunos mechones de cabello para ocultarlo.

 

 

Te sientas enfrente y ni te imaginas que llevo por ti mi ropa más bonita; y al verte lanzar un bostezo al cristal se inundan mis pupilas.

 

 

No sé tu nombre, no sé tu edad. De lo único que estoy seguro gracias a tu impecable uniforme es que perteneces a la misma academia que yo, pero en la preparatoria.

Ya son tres semanas en las que viajamos juntos, y me doy cuenta de que siempre estás leyendo.

Desde eso empecé a interesarme por la lectura. Casualmente, logré leer uno de los títulos que llevabas y me pareció muy interesante, entretenido, en realidad; aunque claro, tardo más que tú en terminarlos.

Sigues sin notarme, sin saber de mi patética existencia.

Mientras tanto he descubierto más cosas. Por ejemplo, que eres amigo del presidente del consejo estudiantil de la preparatoria: William T. Spears.

Otra cosa que he de agregar a mis descubrimientos, es el hecho de que al parecer te levantas muy temprano para evitar los atestados vagones matutinos. Hace unos días comencé a levantarme una hora antes de lo acostumbrado con tal de verte más tiempo en el tren.

Incluso he intentado mejorar mi imagen.

Lo consulté con mi amigo Alois, y después de un gran interrogatorio de su parte, llegó a cierta conclusión que me escandalizó:

Si mis proporciones eran como la de un niño, ¿por qué no vestirme como tal?

Después de eso, me recortó un poco el cabello, emparejándolo grácilmente para tapar un parche que me obsequió y ocultar la herida en mi ojo. Además, tanto él como yo terminamos por perforarnos ambas orejas, así que uso unos diminutos aretes circulares de un color oscuro.

Sí, podría parecer mujer, una niña, pues de por sí y la fragilidad de mi cuerpo es notoria a simple vista. Pero tal vez así sería mejor, tal vez de esa forma lograría captar un poco de su atención.

 

 

De pronto me miras, te miro y suspiras; yo cierro los ojos, tú apartas la vista. Apenas respiro y me hago pequeñito y me pongo a temblar.

 

 

Esta tarde llovió a cantaros y llegué más tarde a la estación.

Creía que no habría nadie, pero me equivoqué.

Al entrar apresurado al vagón, sentarme y regular mi respiración, reparé en la persona que tenía en frente.

Se encontraba leyendo un nuevo libro, uno de pasta suave y más pequeño.  Con curiosidad, traté de leer el título, pero un cosquilleo en la nariz me hizo estornudar.

Me miró por un fugaz instante, encontrándome en una posición vergonzosa.

Rápidamente intenté recobrar la compostura y miré hacia otro lado.

Aunque si lo pensaba bien, ¿podría sacar una conversación de todo esto?

 

 

-          Discul…

 

 

Susurré, pero nuevamente habías retomado tu lectura junto a la música de tus audífonos.

Las estaciones pasaban, la gente iba y venía en pocas cantidades.

Es época de exámenes, así que me entretuve leyendo un libro para el próximo.

Cuando la última persona salió en la estación en la que nos encontrábamos, dirigí la mirada nuevamente hacia ti. Al parecer, habías estado esforzándote también, pues te noté cansado.

En un instante te quedaste profundamente dormido y el libro que sostenías cayó al suelo.

Instintivamente me acerqué hasta ti y me arrodillé para tomar el objeto y dejarlo sobre tu regazo.

Me asusté con el hecho de que te removiste en tu lugar, pero el sueño te venció totalmente. Viéndote desde un ángulo diferente, más de cerca… Te veías tan atractivo, con los labios entreabiertos, con algunos suspiros saliendo de los mismos.

Mi corazón se aceleró y mis mejillas se tiñeron de un tono rojizo. Lenta y sigilosamente me levanté y regresé hasta mi lugar, pues no quisiera cometer un acto del que después me arrepentiría.

 

 

Y así pasan los días, de lunes a viernes, como las golondrinas del poema de Becker. Estación a estación, enfrente tú y yo, va y viene el silencio.

 

 

Todos los días ocurre igual.

Subimos al mismo tren, frente a frente, cada quien en su propio  mundo.

Alois se ha interesado en mis viajes, pues según él debo tener una gran motivación para cambiar como lo he hecho.

Sólo un poco, en realidad.

 

Uno de esos días en los que viajamos juntos, me pidió que fuera a su casa.

Y descubrir que uno de sus amigos viviera al lado de su casa, ¡fue sorprendente!

Ahora Alois podría investigar un poco con ese Claude Faustus e informarme…

Dios, me avergüenzo de mí mismo.

Me he vuelto todo un acosador, que bajo he caído.

 

Seguimos en medio de nuestra investigación.

Tanto Claude Faustus como William T. Spears son sus compañeros de clases, pero seguimos sin saber el nombre del sujeto.

Antes de la penúltima estación, antes de que él baje, nos quedamos solos, únicamente nosotros dos en todo el vagón.

¿Razón?

 No es muy común que la gente que vive en esas últimas zonas viaje en “metro”.

Lo más común es que envíen un auto por esas personas.

Me pregunto, entonces, ¿por qué el viaja en metro?

Yo tengo mis propias razones, pero… ¿y él?

 

 

De pronto me miras, te miro y suspiras; yo cierro los ojos, tú apartas la vista. Apenas respiro y me hago pequeñito y me pongo a temblar.

 

 

Hoy es el último día.

Mis padres me avisaron que no estarán en casa, pues irán a solicitar la devolución de sus licencias.

A partir de mañana, la monótona vida regresará. Ellos me llevarán de un lado al otro, ya no te veré más.

Pensé que tal vez tendría el valor para hablar contigo, una plática ocasional funcionaría. Pero esas esperanzas fueron frustradas al ver que te encontrabas acompañado.

Falté dos días a clases por el asma y cuando por fin regreso las cosas resultan haberse puesto peor.

Ese pelirrojo de larga cabellera se llevaba toda tu atención.

Las estaciones se acaban y ese sujeto no se despega de tu lado. Apenas y sé de él y ya lo odio.

Es molesto, infantil, ególatra. Justo el tipo de persona que más odio.

 

Trancy que igualmente me acompaña se ha encargado de distraerme en todo el recorrido, sin embargo no logro ignorarte por completo.

Estamos por llegar a la antepenúltima estación. Alois bajará en ella, dejándome contigo y con él.

Resignado me dedico unos instantes a la lectura. Es mi último día, no importa ya.

Me olvidaré de ti y seguiré con mi aburrida vida.

 

 

-          Ven conmigo, no habrá nadie en mi casa.

 

 

-          ¿Y? No quiero nada contigo.

 

 

-          ¡Bua~! ¡Qué malo eres, Sebas-chan!

 

 

-          No me llames así. Mi nombre es Sebastian.

 

 

 

¿Sebastian?

 

Siento como Alois me da un codazo y ríe ante lo sucedido.

¿Quién lo diría? Gracias a ese sujeto, ahora cuando menos sabía su nombre.

El tren descansó en la estación a la que habíamos llegado. Toda la gente bajaba, inclusive el pelirrojo.

 

 

-          No lo desperdicies. Suerte…

 

 

Me susurró antes de salir y que las puertas se cerraran totalmente.

El vagón quedó vacío, únicamente nosotros dos.

Estás tan tranquilo, leyendo un libro.

Estoy desesperado, esforzándome a contener mi sentir.

 

Mi último día. ¿Realmente me atreveré?

 

Sé que estudias en la misma academia que yo, pero…

Para estar en el área de grados superiores o inferiores, necesitamos un permiso especial, con una buena y creíble justificación.

 

Además… ¿y si éste fuera tu último año?

Te irías y nunca te volvería a ver.

La desesperación comienza a apoderarse de mí.

Me agito y empiezo a toser.

Maldito asma.

 

Tomo mi inhalador para tranquilizarme y parece funcionar. Me dejo caer en el respaldo de mi asiento, pues en definitiva odiaba esos ataques.

 

 

-          ¿Estás bien? –escucho que me preguntan.

 

 

Inmediatamente recobro la compostura y te miro.

Esos rojizos orbes se encontraban sobre mí.

 

 

-          S-si…

 

 

Sonreíste por un instante y regresaste a tus actividades.

La vista en el libro, los audífonos colocados a alto volumen.

 

Mi último día y esto es a lo único que habíamos llegado.

Se me formó un nudo en la garganta, dejando salir unas bocanadas de aire.

 

 

Y entonces ocurre, despiertan mis labios; pronuncian tú nombre tartamudeando.

 

 

-          Se-Sebastian…

 

 

Susurré en mi inconsciencia. El cosquilleo se hace evidente en mis mejillas.

Cierro fuertemente los ojos mientras bajo la cabeza, deseando que ese susurro no sea escuchado por ti.

Pero aquellos deseos no son más que eso. Me doy cuenta de que me miras expectante.

Cierras el libro que tenías sobre tu regazo. Los oscuros audífonos que cubrían tus oídos desde hace una estación ya son quitados con suavidad y guardados dentro de su respectivo bolso.

 

 

 Supongo que piensas “que chico más tonto” y me quiero morir.

 

 

Una sonrisa se hace presente en tu mirada.

A pesar del pequeño bullicio producido en los demás vagones, escucho una leve risa mientras niegas con la cabeza.

Eso fue todo.

¿Qué otra forma de estropear algo que ni siquiera había comenzado, y de seguro nunca existiría?

 

 

Pero el tiempo se para y te acercas diciendo “Yo no te conozco y ya te echaba de menos. Cada mañana rechazo el directo y elijo este tren”.

 

 

Caminas lentamente hacia mí. Mi mente se nubla por un instante al ver ese andar felino, tan característico de ti.

 

 

-          ¿Por qué sabes mi nombre? –preguntas una vez delante de mí. Desprendes un aura enigmática, intimidante, feroz.

 

 

-          Yo… Lo-lo siento… acabo de escucharlo –un gesto desaprobatorio surgió en ti mientras negabas con la cabeza, pero volviste a dirigir tu filosa mirada en mí.

 

 

-          Dime, ¿en dónde habías estado?

 

 

-          ¿Disculpa? –pregunto anonadado.

 

 

-          No te habías aparecido por aquí hace dos días, ¿dónde te habías metido?

 

 

-          Estaba enfermo… de todas maneras, no tiene nada que ver contigo.

 

 

Orgullo. Maldito orgullo con el que nací.

Comenzaste a reír, pero callaste y me miraste seriamente.

 

 

-          Ah, ¿no? Entonces… ¿por qué me mirabas a diario? ¿por qué lees los mismos libros que yo? ¿por qué tomas fotografías mías?

 

 

-          Y-yo…

 

 

-          ¿Sabes? No sé quién eres ni mucho menos me importa, pero por tú culpa he cometido la estupidez  de abordar el tren en vez de pedir que vayan a buscarme a la academia. Únicamente por ti…

 

 

-          ¿Qué…?

 

 

-          Me gustas…

 

 

El mundo entero desapareció por completo. Lo único que podía sentir entonces eran sus fuertes brazos rodeándome y sus labios posados en mi frente.

Nos quedamos unidos en silencio, las palabras sobraban.

Por fin lo tenía a mi lado, era mío y sólo mío.

 

 

Y ya estamos llegando, mi vida ha cambiado; un día especial este once de marzo. Me tomas la mano, llegamos a un túnel que apaga la luz.

 

 

La campana suena anunciando que estábamos por llegar a la siguiente estación, donde él se bajaría. La velocidad descendió poco a poco y las puertas se abrieron tortuosamente. Sentí cómo se removía y deshacía el abrazo. Tomó sus cosas acomodándolas mejor en su regazo.

No resistí más ante tal imagen y lo abracé por la espalda para evitar que se vaya.

Sí, me sentía un estúpido, pero ahora haría todo con tal de tenerlo a mi lado el resto de mi vida.

 

 

 

-          Quédate conmigo, ven a mi casa.

 

 

-          Me quedaré a tu lado. Hasta el final…

 

 

El tren cerró las puertas y siguió su camino.

 

Aún avergonzado, me recosté sobre su hombro. De él se desprendía la calidez que tanto anhelaba obtener.

Después de toda una vida monótona ahora había encontrado algo interesante por vivir.

Me importa muy poco lo que diga la sociedad, solo quiero disfrutar de estos nuevos sentimientos que se apoderan de mí.

 

Cerré los ojos dispuesto a descansar ante su esencia.

El sueño me vencía poco a poco, pero sabía que al despertar él estaría ahí para mí.

 

Pero siento una gran presión en la mano ejercida por la tuya. Abro los ojos y te miro.

Te veías preocupado.

 

 

-          Ciel… –Sonreíste, pero a diferencia de las otras facetas tuyas que conocía hasta ahora, era una triste sonrisa.

 

 

Tomaste mi mentón y nos miramos mutuamente. Nuestros ojos quedaron frente a frente y con el corazón desbocado me acerqué lentamente hacia ti.

 

Cerré los ojos, dejándome caer en una profunda oscuridad.

 

 

Te encuentro la cara gracias a mis manos, me vuelvo valiente y te beso en los labios. Dices que me quieres y yo te regalo…

 

 

Únicamente escuchaba el silencio.

 

La sentencia había sido pronunciada, y me parecía que desde entonces había pasado un largo espacio de tiempo.

 

De pronto, todos los sentidos, a excepción de la vista, se vieron agudizados. Un dolor opresor me invadió en el instante en que intenté moverme.

Deseé entonces con todas mi fuerzas volver a la insensibilidad a la que estaba sostenido antes de volver a consciencia.

Abrí pesadamente los ojos y la oscuridad me abrumó.

Una centella parpadeante iluminaba vagamente lo que quedaba del transporte. Todo estaba destruido, inclusive yo.

Una vara de metal me atravesaba el abdomen con daños aparentemente irreversibles.

 

 

-          Sebas…tian… –supliqué. Necesitaba saber si seguía con vida, necesitaba verlo una vez más.

 

 

A pesar de la oscuridad, logré distinguirlo. Estaba en el suelo, debajo de algunos objetos que cayeron sobre él. Sus ojos me miraban, pero él no reaccionó.

Solté un grito de frustración, de aquellos que nunca creí de mí.

 

 

-          ¡Ciel! –se levantó de golpe, arrastrándose hasta donde me encontraba. Las lágrimas fluían desde mi corazón, me dolía verlo de esa forma.

 

 

Apenas y lo conocía, pero ya sentía que lo amaba. Frente a frente, palpé tu rostro para poder recordarlo.

En la nuca, debajo de esa negra cabellera, sentí el correr de la sangre. Estabas muy herido al igual que yo.

 

Mi último día, literalmente.

 

Pasé los brazos alrededor de tu cuello y te besé. Tanto anhelaba esos momentos, tanto deseé que pases conmigo el resto de nuestras vidas, y ahora ese deseo se cumplía de la manera más vil que existía.

 

 

-          Te quiero… –escuché vagamente. La cabeza comenzó a punzarme incesantemente y la vista se me nublaba.

 

 

Te acercaste a mi boca y me besaste por última vez. Sonreí, por última vez y te miré.

 

 

-          Y yo a ti… Sebastian –acaricié tu cabello solo una vez más… y te di el último adiós.

 

 

 

Desapareciste de mi mundo, así como yo del tuyo.

No te he visto desde esa vez, y aún no me he olvidado te ti.

Pero estoy feliz. El tan sólo recordarte, recordar que cumpliste tu promesa, me bastará por el resto de la eternidad.

 

Porque me quedé dormido en tu regazo, junto a ti, hasta el final. Y ya nunca volví a despertar.

 

 

 

 

…El último soplo de mi corazón.

Notas finales:

Bueeeno pues disculpen por el final trágico ._.

 

 

Espero sus reviews con críticas, comentarios, amenazas de muerte... etc xD

 

Espero que les haya agradado aunque sea un poquitín :$

 

 

 

 

Arrivederci~


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