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Donde soplan vientos de un nuevo amanecer por LittlePocketMonster

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Notas del fanfic:

Es el primero que hago así, y hacía tiempo que no escribía nada, así que... puede que el primero me haya quedado un poco flojo >3<

Notas del capitulo:

Más adelante quiero ir metiendo cosas más... provocativas. Pero no quería "pisar fuerte" en el primero.

 Palos que se rompen. Hierbas que se quejan con sollozos al ser pisoteadas. Un correteo inquietante, ruidoso y molesto que hacía eco entre los árboles del bosque a las afueras de Pueblo Primavera. Una respiración entrecortada y un pulso agitado. Gotas de sudor que se deslizan como el rocío en las flores a primera hora de la mañana. Y ésta bella flor no paraba de moverse. Su pelo color azabache era agitado por los gráciles vientos que rodeaban aquella zona. Eran relajantes, le mecían como si el mundo fuera una cuna y él un tierno bebé al que la vida intentaba dormir.

Y no era muy distante de la realidad. El muchacho acababa de despertarse en medio de un pueblo que no conocía, sin recordar nada sobre su vida ni sobre quién era realmente él. Confuso, aturdido, asustado y desnudo. Justo como un bebé recién nacido.

Vagó durante largas horas por el pueblo, escondiéndose para no ser visto. Era pequeño, acogedor y en realidad no hacían falta ni diez minutos para recorrérselo completamente. Pero él quería investigar dónde se hallaba. Unas cuantas casas con sus aldeanos charlando tranquilamente y poco más. Un edificio ruinoso y tenebroso que se encontraba en el centro de la ciudad, el cual le dio un mal presentimiento y del que se quiso alejar cuanto antes. Era enorme y en aquellos instantes él se sentía demasiado pequeño.

La desesperación de no ver alguna cara conocida, la angustia de no saber realmente dónde se encontraba y el horror a lo que le pudiera pasar si no lo descubría pronto lo llevaron a empezar su carrera a ningún lugar. Llevaría ya quince minutos corriendo, sin descanso, con el más ardiente deseo de que un golpe de suerte estallara en su cara.

Pero lo único que estalló fue una caída al chocar contra algo que había en el suelo. El joven pelinegro cayó rodando por la tierra, quedando en mala postura.

 

"Esto me pasa por no mirar por dónde voy" se dijo.

 

Sin levantarse, alzó la vista hacia atrás e intentó averiguar con qué se había golpeado. Para su sorpresa, encontró a un hombre tendido en el suelo, al parecer durmiendo. Enarcó las cejas y empezó a ir a gatas hacia su nueva compañía. Lo miró minuciosamente de arriba a abajo. Estaba desnudo y no habían marcas de que alguien hubiera usado la fuerza para despojarle de sus ropas o de lo que pudiera llevar encima. Tenía una cabellera curiosa. Era larga, le llegaba casi por el trasero, y poseía un color que no era posible de encontrar en la paleta de colores del cabello humano. Un púrpura tan suave que recordaba al tono amable de las flores. Su piel era tan blanquecina que parecía propia de una muñeca de porcelana. Olisqueó y un olor dulzón invadió su nariz. Aquel hombre desprendía un aroma que acariciaba sus cavidades nasales. Jamás imaginó que un olor semejante pudiese existir en otro sitio que no fuese la imaginación de algún diseñador desquiciado.

Por un impulso, llevó su mano hasta la espalda del hombre que acababa de encontrar. Fría. Como los aires que ahora mismo corrían entre ambos. El pelinegro se asustó pensando que a lo mejor su acompañante, en esos momentos, no le hacía compañía de verdad. Sino que sólo había un cuerpo muerto y apunto de entrar en descomposición. Alterado, volteó al hombre y lo dejó boca arriba, se le colocó encima y se agachó hasta dejar su oreja en la boca del extraño. Quería notar una brisa de aire saliendo por su boca, y esperó. Sí. Respiraba. El pelinegro sonrió con tal contento que empezó a reírse. Y de pronto algo salió flotando de los labios del nuevo compañero.

 

—Siento si interrumpo alguna actividad normal para su persona, pero, ¿podría decirme qué hace encima de mí, desnudo, con cara de satisfacción post-coito?

 

El pelinegro frunció el ceño y miró hacia abajo. Se encontró con unos ojos violetas que le robaban un pedazo de alma por cada segundo que pasaba mirándolos. Eran densos, profundos, arrebatadores. El rubor no tardó en cubrir sus mejillas y bajó a toda prisa del cuerpo que tenía bajo su protección. El otro se irguió, sentándose, observando a quien le había despertado de su siesta.

 

—¿Quién es usted? — preguntó, bostezando, aunque mirándolo con los ojos bien abiertos.

 

 —Yo... yo... no lo sé — respondió, cabizbajo.

 

 —Tienes unas orejas preciosas, negras y largas que reposan sobre tu cabeza — dijo él, señalándole.

 

El pelinegro subió las manos hasta donde él decía y, efectivamente, le habían brotado unas orejas puntiagudas y no demasiado normales para ser humanas.

 

—Creo que te llamaré orejitas — dijo, entre risas.

 

—Pues yo a ti te tendré que llamar orejotas. Tienes unas iguales al color de tu cabello justo a ambos lados de la cabeza. Y son más grandes que las mías.

 

Él, incrédulo, fue enseguida a manosearse para comprobar si era verdad lo que su acompañante le decía. Y en efecto, unas orejas extrañas habían florecido también en la cabeza de éste. Como si lo tuvieran preparado, al unísono ambos exclamaron, aunque no del todo iguales, unas palabras muy parecidas:

 

—¡Pareces un Espeon! — gritó el pelinegro.

 

 —¡Eres como un Umbreon! — espetó su compañero.

 

El silencio se apoderó del bosque en cuanto los dos se percataron de que las orejas no eran lo único raro que tenían. Ambos tenían cola. El pelinegro una grande, gorda y negra y su compañero una cola bifurcada, púrpura y delgada.

Tras este inesperado descubrimiento, lo único que se escuchaba entre las ramas de los árboles y el canturrear de las aves era el delicado viento primaveral.


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