El chico de las películas porno
—Muy bien Henry, ya sabes lo que tienes que hacer—hablo un hombre.
Podía ver aquella luz que llenaba el lugar, las personas a los alrededores con caras de concentración, interés, morbo, pero sobre todo excitación, finalmente era la grabación de una película de corte pornográfico homosexual.
—Bien, todos preparados… ¡Acción!—se escuchó otra voz.
“Acción”… ¿Por qué esa palabra resonaba tan fuerte en mi mente?...
—¿Estás listo precioso?—susurró con voz ronca, mientras se colocaba sobre mí y podía apreciar detenidamente sus ojos marrones llenos de lujuria.
¿Cuántas veces había visto esa mirada?...
—¡Ah!—di un grito adolorido disfrazado de placer.
Aquel hombre, de un solo movimiento había introducido su miembro en la entrada del contrario sin ningún tipo de preparación y mucho menos cuidado, comenzó con embestidas suaves, que poco a poco fueron volviéndose rápidas hasta llegar a lo violento.
Por otra parte el cuerpo contrario sólo se dejaba hacer, recibiendo de lleno aquel miembro que parecía querer partirlo, besos feroces, palabras indecentes y unas manos hiperactivas tocando, pellizcando, arañando cada parte de su cuerpo, sentía ganas de llorar, pero eso simplemente ya no iba con él, sólo le quedaba resignarse.
Finalmente el tiempo cura todas las heridas…
—¡Ya…Ya casi! ¡Mmm…!—y entonces pudo sentir aquella sustancia caliente y espesa en su interior.
—¡Bien, corte y queda!—habló el director.
El dominante en aquella escena salió del sumiso, separándose de él y sentándose en la cama.
—Creo que fui un poco brusco lindura—dijo al ver en su pene restos de su semen mezclado con sangre—Sin embargo debo reconocer que tienes una entrada deliciosa, ¿Qué opinas si saliendo de aquí nos divertimos un poco más?—coloco su mano sobre una de las piernas contrarias, siendo apartado bruscamente.
—¿Sabes? Te agradecería la oferta, pero no me interesa—se irguió poco a poco, hasta conseguir pararse de la cama—Meterme un dildo* en el culo me produce más placer que tú—agregó con saña.
¿Pero cuánto tiempo debía esperar?...
—Hoy estuviste mejor que nunca pequeño kitsune, se noto claramente lo mucho que lo disfruto tu compañero.
—Sí, sí muchas gracias, ¿Podría darme mi cheque y ya?—respondió cortante.
—¡Oh vamos pequeño! Deberías relajarte un poco, lo haces bien, deberías aprovecharlo en vez de estar renegando de él.
—¡Por Dios! ¡Deme mi pago y ya joder!
—Claro, claro, toma tu pago—le dio aquel pequeño papel.
—¡¿Qué?!—abrió los ojos sorprendido—¡Esto no fue lo que acordamos!
—Lo sé Naru-chan, pero debido a tu comportamiento tan indeseable, he decidido que mereces una sanción, aunque claro, podríamos llegar a un acuerdo, y no sólo te daría lo que prometí, si no hasta más.
—¡Serás cabrón hijo de puta!—recibió una risa estrepitosa a cambio.
—Deberías calmarte, estás estresado. Creo que esto lo hemos hablado más de una vez, pero te lo recordaré como ocasión especial, a mí me hablas con respeto, que gracias a mi puedes sacar a “tu carga” adelante.
—¡Ella no es ninguna carga! ¡¿Sabes qué?! ¡Tú y tu puto dinero pueden irse a la mierda!—dio la media vuelta para salir de aquel lugar.
—¿Estás seguro? ¿No necesitas de mi dinero? Te ofrezco el triple de este cheque—los pasos del otro se vieron interrumpidos.
—¿A cambio de qué?—una sonrisa burlona se dibujo en el mayor.
—¿No te lo imaginas? Me han dicho que tienes una boquita celestial, ¿Qué tal si haces uso de ella?
Sus ojos se abrieron desmesuradamente, para después centrarse en el cuerpo que se encontraba al otro extremo de la habitación, su piel extremadamente blanca, sus ojos amarillos, aquella nariz tan afilada y su cabello negro y largo, el tan sólo pensarse en una situación tan “privada” con él lo hacía sentirse asqueado, sin embargo aquella cantidad de dinero podría sacarlo de muchos problemas.
—Está bien…—agacho la mirada.
—¿Qué? —preguntó, claramente lo había escuchado, pero hacerlo sentir humillado era un sentimiento realmente agradable.
—Lo haré… Orochimaru-sama—respondió acercándose.
Quizás el tiempo no servía en aquellas inmensas heridas…
Mi nombre es Naruto Uzumaki, mido 1.80, mi cabello es rubio y mis ojos azules, mi piel es un tanto morena, llegando a ser canela, tengo tres marcas en cada una de mis mejillas, que se asemejan a unos bigotes. Las personas suelen observarme mucho, tal vez les parezco atractivo o jodidamente diferente. Estoy próximo a cumplir los 19 años de edad y en mi “corta” existencia he aprendido mucho de la vida, como por ejemplo que nada es como lo esperas, y que de tener poco puedes perder mucho y que en ocasiones debes abandonar tus sueños para poder sacar adelante tu realidad.
¿Sueños?... Sí hace relativamente poco tenía sueños, quería ser un gran músico, tocar la guitarra y tocar delante de una multitud que aplaudía extasiada ante las notas dadas por mí, sin embargo, deje todo eso guardado en un pequeño rincón, ahora simplemente me dedico a trabajar en café como mesero y eventualmente como actor, sí, soy un actor, un actor de películas pornográficas…
O quizás aquellas heridas no querían cerrar…
Abrió la puerta con sumo cuidado, esperando encontrarla despierta para poder platicar con ella.
—¿Minato? ¿Amor eres tú? —pudo observar en todo su esplendor aquellos increíbles ojos grisáceos, que eran acompañados de aquella hermosa piel clara que parecía de porcelana, junto con un precioso y largo cabello rojo, su presencia simplemente se reducía a una palabra, deslumbrante.
—No oka-san, soy yo.
—¡Naruto! ¡Amor mío!—sus hebras rojizas dieron un salto para pasar a un gracioso y armónico baile hasta llegar a su destino, los cálidos brazos de su pequeño hijo.
—Hola, ¿Cómo has estado dattebayo?—cuestionó el menor, aceptando el abrazo de su madre, realmente lo necesitaba.
—Bien, aunque ya sabes, Tsunade me obliga a tomar esas cosas horrorosas, me hacen sentirme un poco cansada, pero bueno, ¿Cómo estás tú? ¿Por qué tu padre no ha venido?—se aferró más al cuerpo de su niño.
—Sabes que es por tu bien, así que debes tomarlas aunque no quieras. ¿Yo? Estoy bien, muy bien—sonrió amargamente al darse cuenta de su propia mentira—¿Papá?... —Vaciló—Él tuvo que salir del país, creo que lo necesitaban para algo importante en New York—escondió su rostro en el cabello rojo de su madre aspirando su olor.
La culpabilidad hizo presencia dentro de él al poco tiempo, le daba una tristeza inmensa mentirle, pero ella lo sabía, sin embargo los recuerdos de los dos años anteriores habían terminado completamente suprimidos en alguna parte de su cerebro, ella lo había olvidado… Había olvidado que su marido ya no estaba en este mundo, olvido que ella no era la misma desde entonces, olvido todo el dolor, lo olvido a él, lo olvido todo. Se golpeo mentalmente al darse cuenta de sus pensamientos tan egoístas.
—Mi vida…—susurró.
—Dime oka-san.
—¿Cantarías algo para mí? Hace mucho que no lo haces.
—¿Eh? Pero no tengo la guitarra, además aún no termino la canción del otro día.
—¡Vamos, complace a tu madre!—le dio un pellizco en la espalda.
—¡Oye! ¡Eso se llama agresión física!—se separo de ella, mientras se sobaba la parte afectada.
Y entonces sólo pedía una cosa, que lo que siguiera, fueran simples rasguños…
—Pues si no quieres otro de esos jovencito, debes cantarme—sonrió, como pocas veces lo hacía.
—Está bien, está bien, pero no más pellizcos—tomó de nueva cuenta el cuerpo contrario, estrechándolo, para después comenzar a balancearse de un lado al otro, lentamente—De convertirse en un libro que nadie leerá, de convertirse en una canción que nadie escuchará, de ser abandonado como una película en un teatro vacío, estoy asustado…*—suspiró.