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Lo azul por Marbius

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Como la esperanza

 

Al final, Tom tuvo que admitir que Madame Schiller estaba en lo correcto al asegurar que Bill era la criatura más hermosa que sobre las costas de su reino hubiera existido jamás.

Portando un delicado vestido en tonos azul cielo, daba vueltas maravillado de los vuelos de su falda sin darse cuenta de que con arrobo, el príncipe Tom lo contemplaba extasiado.

—Mi Lord, ¿no es la más bella? –Endulzó Madame Schiller la escena, al detener a Bill por un brazo y hacerlo casi caer en brazos de su soberano—. Con un rostro como el suyo, difícil es encontrar una prenda que no le siente bien.

Tom asintió, convencido de que ninguna mujer en su reino o reinos vecinos, podría superar el encanto natural con el que Bill llevaba encima el vestido. Tomando aire porque se tenía que recordar a sí mismo que a fin de cuentas la criatura que sujetaba por el talle no era mujer en lo absoluto, se permitió un segundo de debilidad al tomarlo de la mano y hacerlo girar sobre su propio eje.

Extasiado, contempló los pequeños pies descalzos que con un poco de torpeza, llevaban a su dueño a una caída segura de la que salió indemne cuando Tom lo abrazó por detrás y lo detuvo a medio proceso.

Madame Schiller soltó un gritito de alegría al ver a la feliz joven pareja abrazada y dio por finalizada su labor al guardarse los alfileres entre la ropa y extender la mano a Jost, que depositó en ella un par de monedas de plata.

—Creo, mi señor, que la belleza de esta joven amerita un pequeño baile en su honor –expresó la regordeta mujer al guardarse el dinero en la bolsa y sonreír con encanto maternal—. Como he dicho, no todos los días una preciosura como ésta se presenta.

Bill se sonrojó ante aquellas palabras, aún absorto en la idea del vestido como para entender que aquella no era la manera en la que debía de vestirse, dada su condición de hombre entre los seres de la tierra, pero se sentía tan feliz en brazos de Tom que sin pensar dos veces, agitó la cabeza con energía en rotundos movimientos de arriba abajo.

—Es, mi señor, su deseo –prosiguió la mujer, al proponer más—. Si me permite aventurarme a la posibilidad, tengo en mi tienda un par de telas encantadoras recién adquiridas que harían un hermoso vestido para la hermosa señorita.

—Pero ella no es… —Intentó Tom disuadirla de aquel error por al menos la décima vez en lo que iba de la tarde, pero Bill se lo impidió al soltarse de sus brazos y encararlo con el labio inferior atrapado entre sus dientes. Un rostro que lo decía todo. Tom carraspeó—. Bueno, creo que…

—Su majestad, el Rey, se encontraría complacido si brinda compañía para el baile que se espera, mi señor –interrumpió Jost con seguridad en su tono.

Bill abrió grandes los ojos ante aquello. Moría por ser capaz de decir un par de palabras, lo que fuera, y así expresar su gusto por poder asistir al baile. No estaba del todo seguro con el vestido, en el aspecto en que no era ciego y veía que sólo las mujeres los usaban en aquel reino, pero igual, deseaba usarlo. La simple idea le producía mariposas en el estómago.

—Debo recordarte, Jost, que Bill es…

—Tonterías –desechó Madame Schiller—. El Rey, y usted mismo, amo Tom, deberían sentirse agradecidos de la compañía de esta bella criatura –le guiñó un ojo a Bill, que apenas si atinó a sonrojarse—. Si me lo permite, tendría un vestido adecuado para el día de baile.

Tom contempló la posibilidad de ir al baile con Bill en lugar de tener que ir a solas y soportar el hostigamiento de todas las jóvenes casaderas a kilómetros a la redonda, fueran de origen humilde o de la más alta cuna. Sumido en la desesperación de que su único heredero parecía poco dispuesto a contraer nupcias, el rey Jörg aceptaba cualquier opción mientras pudiera darle descendencia a su hijo.

—Sólo… —Tom soltó a Bill y tomó a Madame Schiller de los hombros, guiándola a una esquina apartada de la habitación—. ¿Usted se da cuenta de que Bill es un varón, verdad? –Le susurró al oído, temeroso de qué reacción podría tener en aquella mujer. Para su sorpresa, ésta soltó una carcajada y le palmeó las mejillas como lo hacían las abuelas.

—Claro que sí. Ninguna mujer tendría semejante cintura, por no hablar de la carencia de pechos, mi Lord –le dijo Madame Schiller—. Sin embargo, y me perdonará el atrevimiento, creo que luce mejor de lo que ninguna otra mujer lo haría. Y va más allá de mis vestidos, mi señor –susurró lo último.

Tom miró por encima de su hombro a Bill, que seguía jugando con los vuelos de su vestido, tomando de las manos al serio David Jost que pese a su adusta expresión, parecía divertido de ser la víctima del joven.

—Hasta donde llegan los rumores –informó Madame Schiller a Tom—, el joven Bill es una princesa venida de un país lejano. Podría o decir la verdad o no decir nada, mi señor. Un vestido ocultaría lo necesario a los ojos indiscretos —reveló con tono conspirador.

Tom consideró la idea con seriedad. Los únicos que eran conscientes al cien por ciento de que Bill era de hecho un varón, sólo eran él, David Jost, Georg, Gustav y nadie más. Los demás, aún no estaban del todo convencidos, menos porque Bill solía tener unas facciones cinceladas que despertaban la duda de todos cuando paseaba por el castillo.

—Madame Schiller, ¿podría usted mantener esto en secreto? –Preguntó el príncipe con la voz ronca.

—¿Y de paso hacer un vestido? –Guiñó el ojo la mujer—. Sus órdenes son mi designio, mi Lord.

Con eso se retiró.

 

—¿Estás seguro que nada de esto te molesta? –Preguntó Tom por milésima vez en lo que iba de la tarde—. Porque si es así, aún hay tiempo para… —Sus palabras fueron interrumpidas cuando Bill posó sus dedos sobre los labios de Tom y denegó.

Paseando por los jardines del palacio y seguidos de cerca por Georg y Gustav, disfrutaban del tibio atardecer que el verano podía ofrecer.

El clima era perfecto a aquella hora del día. Ni muy caliente y tampoco frío como podían ser las noches a orillas del mar. Las flores que adornaban el exterior estaba abiertas en botones, dando al lugar un exótico aire; un placer a todos los sentidos, pero especialmente a la vista y al olfato.

Aún llevando consigo el vestido azul, Bill se inclinaba sobre un arbusto de gardenias y con cuidado de no estropear su atuendo, olía la tenue fragancia de las flores.

Para Tom y para Bill aquella era la definición de perfección. Tomados de la mano y disfrutando de su mutua compañía, nada podía importarles del mundo externo. A Tom le afectaba poco que tenía obligaciones por cumplir o que su padre presionaba hasta el punto del hostigamiento por una nuera que asegurara el linaje de su familia. Lo mismo para Bill, que olvidaba el peligro en el que se encontraba no sólo él, sino Georg y Gustav conforme pasaban los días y la siguiente luna llegaba.

Por fortuna para ambos, ni Gustav ni Georg cejaban en su empeño, así como tampoco lo hacía David Jost, que planeando a futuro con la cabeza fría, contemplaba la posibilidad de un matrimonio entre Tom y Bill y el conseguir los herederos a la corona de métodos poco ortodoxos.

Así mientras la feliz pareja se daba la vida en rosa entre los jardines del palacio y admirando la belleza del oleaje que se veía a lo lejos, Gustav le daba un codazo a Georg para sacarlo de estar haciendo planes de boda.

—Necesitamos que pase algo entre ellos dos –siseó al pescadito, que seguía a la feliz pareja con ojos de amor—. Lo que sea, cualquier cosa. Tenemos dos semanas para que se besen o adiós a la vida. Poseidón nos proteja si llega a pasarnos algo.

—No va a pasar nada, Gus. ¿Qué no los ves? –Apuntó con discreción el pescadito—. Se quieren. Es amor del bueno.

—Yo no los veo besándose –interrumpió el cangrejo con acidez—, y mientras eso no pase… —Se estremeció—. Bushido sabía cómo ganar cuando nos puso las condiciones.

Georg se detuvo para tomar a Gustav por los hombros y sacudirlo. –Gus, en serio –lo miró a los ojos—, ve a esos dos y dime que no hay esperanzas.

—No puedo –balbuceó Gustav.

—¿Por qué? –Lo presionó Georg, llevándolo por el camino que él quería.

“Por que esos dos ya se quieren” pensó el cangrejo al ver de reojo como Tom trataba de adivinar algo que Bill le intentaba decir por medio de muecas y gestos. —¿Qué tal si descubren que Bill no es…?

—¿Humano o mujer? Lo segundo ya lo sabe, al menos tenemos eso a nuestro favor –Presionó Georg—. No importa, al menos no de momento. Después de que se den su primer beso, podemos empezar de nuevo. Todo ha salido mejor que lo planeado hasta ahora. Nada –se acercó a Gustav para decirlo— nada de nada, puede salir mal.

 

Y vaya que si algo podía salir mal, salía mal.

Lo que al principio había sido el inicio de una velada encantadora, iba por el camino de la perdición cuando cerca de la hora cumbre del baile, Bill se encontraba en brazos de un viejo coronel bailando o tratando de hacerlo, y Tom se excusaba de bailar con el grupo de mujeres que lo rodeaba.

No todo había ido tan mal en un inicio. Luego de una cena ligera en compañía de los invitados, Bill y Tom habían aprovechado en lo posible la charla de sobremesa para mantener su propio diálogo privado provisto de tentativos toques y un par de miradas que lo decían todo. Luego había llegado el momento de ponerse en pie y dejar que la música los guiara al salón de baile. Una sola canción y Tom había tenido que apartarse de Bill cuando un nutrido grupo de jóvenes en edad casadera, lo había arrancado de los brazos de Bill para llevarlo al lado opuesto de la sala.

Bill por su parte se había visto asediado por una decena de caballeros, para su disgusto, todos mayores y con manos largas. Girando entre canción y canción, se vio luego de un descanso con el cabello desarreglado y el maquillaje corrido en algunas zonas.

El vestido que Madame Schiller había elegido para aquella noche era un simple vestido estilo princesa, con un escote que disimulaba su carencia de pechos con dobleces y fruncidos que acentuaban su estrecha cintura y se diluía en un amplio faldón. El tono plateado atraía la atención de todo mundo y Bill no podía sentir más que el rubor de su piel al cubrirse los hombros desnudos con un chal al tiempo que sacaba su abanico y le daba uso para mantener una distancia prudente entre él y el hombre en turno que se acercaba de modo peligroso a su cara.

—Si me permite, Lady Billie, su presencia es requerida. Acompáñeme, por favor –interrumpió Georg los toscos avances del hombre sobre Bill, al ofrecerle su brazo al tritón y sacarlo del embrollo en el que se encontraba.

Imposibilitado de negarse con palabras, Bill estaba asqueado de lo mucho que había tenido que soportar conforme la noche avanzaba y Tom no aparecía de vuelta.

Cerca de la medianoche y escondido en uno de los tantos balcones que adornaban la sala de baile, Bill se entretenía deshojando un par de flores marchitas y tirando sus restos al vacío, donde el mar las engullía. En una idea romántica, Bill pensó que al menos tendrían un final digno. El océano todo lo perdonaba si le era dado como ofrenda.

Distraído como estaba, apenas si fue consciente de la mano ofensiva que reptó por su espalda y lo asió por la cintura con posesividad. Dando un grito sin sonido, se vio de pronto rodeado por los brazos rudos de Lord Nasenschleim, que le besaba el cuello con familiaridad.

—Mi pequeña criatura, espero no te hayas aburrido esperando por mí –jadeó contra la piel de Bill, ajeno a el miedo que el tritón exudaba al no saber qué hacer o cómo actuar. Si armaba un escándalo, podía resultar más perjudicado de lo que en un principio parecía.

Intentó apartarse de su captor usando primero sus manos con delicadeza y ya luego con más fuerza empujones conforme el terror se apoderaba de sus emociones y veía que el hombre no planeaba detenerse ante una simple negativa.

—Shhh, shhh, no te alteres –murmuró el hombre al tirar del cabello de Bill y hacerlo doblar la cabeza hacía atrás—. Así está mucho mejor –ronroneó, para luego trazar un camino húmedo con su lengua desde el cuello de Bill por su quijada, a lo largo de ésta y hasta su oreja, donde mordisqueó el lóbulo, ignorando los temblores de los cuales el adolescente en sus brazos sufría.

El tritón se estaba tragando las lágrimas de la humillación con semejante trato. Más tuvo que soportar cuando la mano de Lord Nasenschleim se aventuró más allá de lo permisible y subió desde su cintura al nacimiento de sus falsos pechos. Tan ebrio estaba el hombre mayor, que ignoró la falta de senos y tironeó de la tela hasta rasgarla.

Bill movió la cabeza de lado a lado, negándose en su posición de hijo Príncipe del soberano de los siete mares a ser víctima de semejantes vejaciones y llevándose una mano al pecho para cubrirse, empujó con la otra a Lord Nasenschleim, que molestó por la repentina negativa de su joven víctima y le soltó una bofetada en pleno rostro.

Con ojos grandes, Bill se apartó lo suficiente como para que espalda impactara con rudeza contra el borde de la barandilla y perdiera el aliento un segundo. Aún cubriéndose por el frente, seguro de que su humillación no tendría igual si alguien descubría que no era mujer, volteó el rostro al recibir otro golpe, esta vez rechinando los dientes con el dolor que lo atravesó por completo.

Dispuesto a aceptar una paliza si eso requería para no empeorar la situación, se sorprendió cuando en lugar de otro golpe, escuchó el impacto de un cuerpo contra el piso.

De pie y a contraluz de la sala de baile, se encontraba Tom, puño en alto y con una expresión indescriptible en su rostro.

Sumido en la desesperación, sin poder agradecer, llorar o expresar nada, Bill se dejó rodear en un abrazo y comenzó a llorar en el silencio que era su penitencia.

 

—Le voy a partir la cara –refunfuñaba Gustav al verse sujeto de los brazos por Georg—. Lo voy a cortar su preciosa cara en trozos con mis tenazas y…

—¿Cuáles tenazas, Gus? –Rodó los ojos Georg al entender que las amenazas de Gustav iban en dirección al príncipe Tom y no a Lord Nasenschleim que en esos mismos momentos, descansaba inconsciente en uno de los calabozos subterráneos del palacio.

Manejado con total discreción, el asunto no había llegado a oídos de nadie, ni siquiera del Rey Jörg, que seguía en el baile. Los únicos enterados, al menos de momento, eran ellos dos, David Jost y por supuesto, Tom. El mismo Tom que en esos instantes estaba detrás de las puertas que ellos dos tenían al frente, a solas con Bill, que permanecía en un estado de shock.

—Déjalos a solas, por favor –suplicó Georg al retirar fuerza en el agarre que mantenía con Gustav, atento a las reacciones del cangrejo, por si tiraba la puerta de una patada y cumplía su amenaza de golpear a Tom, tenazas o no.

—Yo no lo creo –bufó Gustav, ya con un poco de calma, al mirarse las inútiles manos, suspirando en miseria porque con ese par de cosas no podría hacer nada.

—Al contrario, yo creo que sí –le pasó Georg el brazo por encima de los hombros a su amigo—. Piensa, ahora mismo es perfecto que estén a solas. Tom pensará que Bill se ve vulnerable y entonc-

—¡Bill jamás ha sido vulnerable! –Replicó acalorado el cangrejo—. ¡Jamás! ¡Me niego! ¡Un tritón jamás es-!

—Ya, un tritón, pero Bill ahora es… humano. –Luego de unos segundos, Georg prosiguió—. Yo planeaba que luego de la fiesta fueran a caminar a orillas del mar, ya sabes, romance, pero esto es mejor. Usa la cabeza, Gus. Sólo necesitamos un beso.

Gustav no dijo nada. En primera, porque veía el punto de vista de Georg y sabía que estaba en lo correcto si dejaba que aquellos dos siguieran su curso natural; se veía a leguas cuánto empezaban a quererse, ni hablar del amor que llegarían a sentir el uno por el otro apenas Bill recuperara la voz. Y en segunda, porque aunque no lo quería admitir, a Gustav le enternecía el corazón ver a su príncipe en aquel estado. Dado que el joven tritón jamás se había enamorado antes, verlo en aquella nube de algodón rosado era un cambio benéfico que no quería destruir así sin más.

Enfilando a su propia habitación y llevando consigo a Georg, elevó sus plegarias a Poseidón porque todo saliera bien.

 

Mientras tanto, las plegarias eran más que necesitadas cuando Bill se retiraba los restos del vestido que llevaba puesto y los lanzaba lo más lejos posible, ante la mirada atónita de Tom, que atrapado en el remolino de emociones de estar furioso por lo que le había pasado a Bill gracias a su descuido, al mismo tiempo que celoso, preocupado y un sinfín más de opciones, también estaba excitado al verlo dar vueltas por liberarse de la ropa que aún llevaba puesta.

Seguidas del vestido, las medias que el tritón llevaba colocadas a medio muslo gracias al uso del liguero, se vieron siguiendo la trayectoria al montículo de ropa despreciada.

Desnudo a fin de cuentas, a excepción de la pequeña prenda blanca que cubría la zona de la entrepierna y que se estilaba por modestia entre las damas, Bill se cruzó de brazos antes de volver a llorar.

Lo ocurrido apenas una hora antes lo tenía al borde de un ataque de nervios. La impotencia y la humillación llevándose lo mejor de él, porque aún cuando era capaz de defenderse por sí mismo, el estar incapacitado para hacerlo por cuestiones ajenas a la suya lo alteraba.

—Bill… —Tom no esperó más al abrir los brazos y sujetar la temblorosa forma ante sí. El maquillaje de horas antes desvanecido en el rostro del tritón, la piel bajo éste plagada de manchas rojas, ya fuera por los golpes o por la vergüenza.

Bill hundió el rostro en el cuello de Tom y lo abrazó por la cintura como si la vida se le fuera en ello. Débil como estaba, no le importó en lo mínimo ser llevado a cuestas a la cama, así como tampoco le dio importancia a encontrarse recostado de espaldas con Tom encima de él.

—¿Te duele? –Preguntó el príncipe al recorrer con un dedo los pómulos del tritón. Bill negó con la cabeza, una sensación opresiva en el pecho afianzándose con cada segundo.

Abriendo las piernas por inercia, descubrió maravillado como Tom parecía estar hecho a la medida para encajar entre ellas. Alzó la mirada sólo para encontrarse con que el Príncipe se inclinaba sobre su rostro y colocaba un beso casto sobre su frente.

Uno más en la sien derecha, luego otro en la mejilla, justo encima donde uno de los pesados anillos de Lord Nasenschleim lo había herido, uno en la comisura de los labios.

Temblando en anticipación, Bill sorprendió a Tom y a sí mismo al girar el rostro, incapaz de recibir aquel primer beso de aquella manera.

Dispuesto a aceptar un ‘no’ por respuesta, Tom se retiró un poco, soltando una exclamación sorprendida cuando Bill lo abrazó con brazos y piernas. Una mirada a su rostro y encontró que el tritón no deseaba estar a solas.

Acomodándolos a ambos bajo las pesadas mantas, se aseguró de ver dormir a Bill antes de él mismo caer en los brazos de Morfeo.

Aferrándose a Bill como a la vida misma, se preguntó justo antes de dormir, si la oportunidad de besarlo se repetiría y si de ser así, volvería a intentarlo.

 

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