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Dos de azúcar, por favor por Yurippe

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Notas del fanfic:

 

Hola, geenteee 8D Sí, yo, Desuka (Yurippe, da igual xD) publicando otra pequeña (?) historia que ya había subido antes *o*... pero que, por razones que desconozco ._. me llevaba a un error al apretar su enlace (faaaail :c). Ah... El punto es que la he vuelto a poner aquí y... y eso D:

Aunque he ido avanzando un poco lento, he disfrutado mucho planificando esta historia. Está escrita y comenzada a editar con demasiaado cariño XD :c (por eso, si ya la leyeron y se encuentran con cosas distintas, perdonen lol e.e). Espero, realmente, que les guste.

Lo último que me queda decir es que esta historia va dedicada completamente a mi querida Faith_Dico. :c Millones de gracias, cielo, por absoluutamente todo u.u Por quererme y dejarme quererte, pero, en especial... por sólo llegar a mi vida y convertirla dulcemente en algo maravilloso.

TE AMO DEMASIADO!!

Y... asd, Maddie no está en el olvido D:

 

Por cierto :D!!! No se olviden de meterse a http://la-luna-en-el-armario.blogspot.mx/, sitio donde Faith y yo publicamos algunas de nuestras historias 83 Próximamente, esta también estará ahí. Y y y y y y!! XD si les interesa aprender diferentes tips para escribir mejor y saber más de ortografía, debes visitar http://tallerparaescritoresfanfiction.blogspot.com/, un lugar en la web hecho especialmente con el fin de ayudar a quienes gustan de escribir fics e historias originales :3

 

Creo que es todo XDD

Se me cuidan!! 8D

 

Desuka.

Notas del capitulo:

Eh... ya no sé qué decir XD iré publicando conforme edite los capítulos que tengo hasta ahora. Y... creo que eso.

 

Por lo demás... disfruten su lectura!! 8D 

 

(Y recueeerdeen pasasrse por http://la-luna-en-el-armario.blogspot.mx :D asdkjasd, les caerá un ángel del cielo si lo hacen (?) XD)

(-próximamente más historias ahí-)

 

PD: Faith :c te aamoo!! -huye-



CAPÍTULO I

«Un prólogo no tan prólogo»

 

Se suponía que ese monótono primer sábado de Diciembre, iríamos junto a otras tres amigas a catar la calidad del nuevo —y, al parecer, muy violento— juego que habían instalado en el diminuto parque de diversiones del centro comercial que solíamos frecuentar con asiduidad. Acordamos precisamente llegar temprano teniendo el firme propósito en mente de disfrutar la extraña ola de calor que sacudía al otoño, y las suaves ventiscas que lanzaría contra nuestras caras el gigantesco aire acondicionado del techo, mientras atacásemos uno que otro bocadillo, o un helado gigante, o un café hirviendo, y paseáramos mirando ropa o cosas sin nombre ni imagen, hablando de la vida o las tareas que teníamos pendientes para la próxima semana. Entretenido, ¿no? Ese era el plan original y yo estaba casi de acuerdo en acatarlo, porque no tenía dinero ni para pensar, pero…

Suspiré, apoyando con pereza mi mejilla en una mano floja. El silencio extraño que se hizo respirar en ese rincón desolado y… ¿húmedo? me estaba sofocando un poco.

—¡Qué calor hace afuera!

La puerta vibró con alegría ante la triunfal entrada de un cliente que decidió incursionar en aquella pequeña y acogedora cafetería. El ruido me distrajo sólo un momento, haciendo que me volteara en su dirección como si esperase encontrar (qué incrédula) a alguna de mis amigas. Apenas discerniera que no se trataba de ninguna de ellas bufé, y por cuarta vez seguida en menos de cinco minutos, saqué hastiada mi celular del bolsillo, más por inercia que otra cosa, y con un bostezo, busqué la hora en la diminuta pantallita, entrecerrando los ojos, sin verdadera necesidad de hacerlo. Apreté la mandíbula al ver que eran casi las cinco de la tarde: las cinco, ¡las cinco!, y ningún rastro de ellas. Ni siquiera un miserable mensaje de texto excusándose aunque sea un poco. Ah, qué rabia.

Con evidente hastío, guardé el móvil en su lugar. Noté que tenía la pantallita hecha una lástima, e instantáneamente recordé, nostálgica, no sé por qué, que siempre mis celulares terminaban así.  Desprovista entonces de algo más que hacer, y como si me llamara con el pensamiento, miré a mi acompañante de soslayo, reprimiendo la repentina avidez de llamar su atención.

Noa comía su pay de limón —que bien estaría enfrente de mí… o en mi estómago, de no ser por mi eventual pobreza—, con el apetito digno de alguien que muere de hambre en medio de un calabozo sediento de luz y abandonado por las leyes de Dios. Para ornamentar aquel perfecto recuadro situacional, un café, pulcramente ubicado a escasos centímetros de su mano izquierda, humeaba lento, seductor, y tal vez, a la temperatura más alta posible… como a mí tanto me gustaba. Me perdí en los vuelitos que su vapor describía en el aire al danzar contra la gravedad, cuando su agradable aroma se concentró, traicionero, en mi hambrienta nariz. ¡Tortura! Tragué saliva, y en lo que pareció ser un lapsus gigantesco de tiempo, acomodé mejor mi trasero en nuestro mullido asiento (el color verde oscuro del cuero sintético me había gustado mucho), mordí mis labios con fuerza, y presurosa, removí inquieta el largo flequillo casi negro que caía sin leyes por mi cara hacia un costado, detrás de mi oreja. Sí, todo en ese orden. Lo que fuese necesario para distraerme.

La pelinegra, sin inmutarse por mi reacción, acomodó sus gafas utilizando un dedo preciso, y a continuación, se limpió la boca con una servilleta de papel suave, de manera muy delicada. Me pregunto… ¿De verdad lo habrá hecho así de lento, o era yo la que siempre la veía moverse de esa forma tan hipnotizadora?

Agité mi cabeza, avergonzada, y sonrojé al detectar una repentina y poco elocuente gama de pensamiento alojándose entre las penumbras de mi cabeza. Uno de ellos, incoherentemente, consistía en que, de verdad, ese pay se veía muy delicioso.

«Qué hambre tengo…».

Sí, podría haberle pedido dinero prestado a Noa, e ir corriendo de inmediato a la barra a escoger el pedazo más grande, robusto y cremoso de todos, pero no quería molestarla con eso. Ni siquiera teniendo en cuenta que, en otro momento, ella ya me lo había ofrecido. «¿Y si lo necesita o, el fondo, no desea prestármelo?». Por desgracia, la susodicha hambre era terca e insistente y se obstinaba en atraer mis ojos hacia el meloso pay, haciendo que, de nuevo, mi ser recayese en quién lo consumía.

Me dediqué a prestarle mayor atención a lo que Noa Schreiber hacía, puede que, incluso, pecando de interés. La chica seguía empeñada en disfrutar lo poco que quedaba de su postre, relamiéndose, gustosa, entre los pequeños bocados que asía a su tenedor con una fehaciente delicadeza. Parecía muy y más que feliz cuando degustaba su humeante y amargo café, apenas succionando la taza. Cada cierto tiempo, levantaba la vista y me sonreía ligeramente, con una especie de complicidad, y luego volvía a su tarea inicial con ganas, sin saber, quizá, que se veía adorable al hacerlo... Ni que mi estómago, por el contrario, irascible, rugía.

Procuré calmarlo pensando que ella, al menos, estaba complacida, e inserta en un mundo hermoso de comida y alegría al que yo, evidentemente, no era parte. 

Mordiéndome el labio con temor, sobrecogiéndome ante la idea de que me descubriese bien incrusta en mi performance de sicópata, puse énfasis ahora en sus facciones; en cómo se movían, recelosas y perfectas, al son de sus débiles mascadas. En el por qué se veía tan linda haciendo aquello…

Sin darme cuenta, estuve a punto de levantarme de mi asiento y acariciar sus pómulos afables, sus mejillas casi sonrosadas, el mentón del que podía presumir cuando se le diera la gana, y lo que es peor, su perfecta y bien dibujada boca que, al moverse, me seducía cruelmente a plantearme millones de ideas y sensaciones poco adecuadas.

No, alto, esto no debiera…

Intrigada, preferí no indagar en este asunto, mucho menos en el por qué un extraño temblor sacudió mi mano al detener su suicida misión. Era como si estuviera inconforme con mi fallo y me lo reprochara. Ay, lo siento, querida mano, tendrás que perdonarme: no quiero, evidentemente, que Noa se dé cuenta de nuestra repentina anormalidad. Creo que lo entiendes, ¿verdad?

No. Ahora mi cuerpo entero tiritaba.

Intentando calmarme de cualquier modo, me dejé llevar por la curiosidad, y me perdí en los audífonos que la de gafas llevaba puestos en cada oreja. ¿Qué estaría escuchando?

—Noa…

Ninguna reacción. Volví a intentarlo, y nada. Concluí, sin mayor esfuerzo (vaya idiota era para no darme cuenta antes), que, tal vez, esa era la causa principal por la que ignorase mi insistente proposición de mandar al diablo a este irresponsable trío de idiotas. De irnos a dar vueltas por ahí o solo marcharnos a casa, derrotadas, o a donde fuere que se nos ocurriese. Me hubiera enfadado con la pelinegra de no ser porque, uno, si los míos sirvieran, estaría de seguro haciendo lo mismo y, dos, por la vaga sonrisa de satisfacción que, amena, poetizaba sus labios carnosos y la hacían entrever tranquila, encantadora, feliz. Gesto que yo no desconocía del todo, pues había tenido la efímera fortuna de apreciarlo hace algún tiempo cuando la vi mirando distraída y atentamente a Dianne.

Algo que pareció ser mi corazón dolió mucho dentro de mi pecho.

—¿Uh? ¿Dijiste algo, Julie?

Abrí muy poco la boca, asustada. Sin responderle.

—¿Julie?

—Eh, ¡no! O sea, sí, pero...

—¿Pero…?

—¿Qué tal el pay? —Agh… Idiota.

Noa parpadeó un par de veces, creo que sorprendida, antes de pretender contestarme. Echó un vistazo a su postre, o a lo que quedaba, curioseando en él una posible respuesta que no necesitaba de mucho pensar, y luego articuló con cierto agrado:

—Pues, ahora que lo preguntas, está bastante bueno.

Sintiéndome tonta le sonreí en grande, y nos quedamos mirando un largo rato, quizá más de la cuenta. Esperé a que siguiera hablando, pero no sucedió nada. La morena, al bajar los ojos negros, pareció invitarme a seguir nuestro pobre diálogo.

—¿Ah, sí? —carraspeé. Tenía una sed del demonio—. Ya… Ya veo.

Gran conversación, lo sé.

Aunque pudiera parecer lo contrario, a mí no me molestaba, no del todo, permanecer en absoluto silencio ante ella. Sí, admito, creía que mis palabras a veces se tornaban burdas cuando lograba enfrentar nuestros orbes, como en este momento. Que riera entre dientes y me levantara una ceja lo hacía todo más insostenible: necesitaba relajarme. Fue solo por eso que la imité y me relamí, negando con la cabeza, decidiendo que lo mejor era apoyar los brazos en la mesa, recostarme en ellos y cerrar los ojos con el fin de divagar en pensamientos discordantes sobre dragones morados, o… o qué se yo, lo que fuera necesario para relajarme.

Durante un instante, conforme desenvolvía todo este teatro, creí que Noa se molestaría conmigo. Fue terrible. Gracias a Dios, mis dudas se disiparon al sentirla suspirar y volver a tomar su tenedor, dispuesta a acabar con su pay. Fue recién ahí que me permití apaciguar las crecientes palpitaciones de mi corazón, agitado quién sabe por qué.

Ahora… Si estábamos sentadas en aquel café hace más de una hora, igual que unas perdedoras, era porque ese había sido el lugar acordado como punto de reunión, y la mesita autista y pequeña que ocupábamos, prácticamente pegada a la pared del fondo, bajo un lindo farolito esférico que apenas alumbraba un par de limitados centímetros a la redonda, la elegida por nosotras al azar.

Se dio la casualidad de que me vine con Noa en el mismo bus, en una fila coincidente, ambas, sin embargo, sentadas en distintos y lejanos asientos (ella al final; yo adelante). Diría que fue evidente nuestro… ¿miedo? cuando nos encontramos al casi chocar, por accidente, en el caótico momento de descender a la calle. Fue triste, la verdad. Reímos un poco y tratamos de entablar comunicación, hasta que, de la nada, un viejo que iba detrás de nosotras nos quitó de su camino con un fuerte manotazo que me hizo empujar a Noa lejos, sin querer. Roja de vergüenza (sí, soy muy vergonzosa) y por completo indignada, me quedé mirándolo con cara de idiota, hasta que la ira me amargó el estómago y me impulsó a gritarle un par de verdades innecesarias que ya no venían al caso. Cuando la gente comenzó a mirarnos como si fuéramos locas, Noa, que es lejos mucho más parca que yo, me tomó del brazo y me haló fuera del vehículo en profundo silencio (aunque noté que una pequeña sonrisita adornaba sus labios al hacerlo), conforme ignoraba estoica los improperios que yo seguía gruñendo para mí, en vano.

«Dragones…».

Mi amable celular, de la nada, rompió con honores el tranquilo ambiente en el que nos veíamos insertas, tocando a todo volumen la «siempre» adecuada cancioncita de Madagascar que terminó por atraer la atención de algunos indiscretos clientes a nuestro alrededor, y hacerme sobresaltar de manera insana. Sintiendo que unas ronchas intensas se asomaban por mis mejillas, me apresuré a contestar, sin siquiera ver quién me estaba llamando.

—¿Diga?—dije, incorporándome, tomando aire para relajarme… puesto que mataría a quien fuese el o la que estuviera al otro lado de la línea, por sacarme tan a la fuerza de mi fehaciente modorra.

—¿Julie? ¡Julie! ¡Al fin!

Arqueé una ceja. ¿De verdad se atrevía recién a…? Ah, no, esta idiota iba definitivamente a ganarse el primer lugar de mi lista negra, si es que no lo estaba ya hace bastante tiempo.

 

 

-NOA- 

Aún sostenía firme el tenedor entre mis dedos cuando Julie contestó deprisa su maltratado móvil. Vi sin mirar realmente cómo movía los labios apenas, parloteando de cosas que no oía por culpa de mi música. Pero, juzgando la leve mueca burlesca que habían esbozado, pude deducir que… Emily estaba al habla.

Me llevé a la boca otro pedazo de pay, intentando no prestar mucha atención a lo que conversaban, sintiendo una ingrata y perdurable sacudida en mi estómago —que no quise meditar demasiado— al momento de tomar mi pequeña taza de café.

—… ¡NO, Emily!

Sobresalté y casi escupí todo al escuchar a Julie gritar. Por consecuencia, casi me muero ahogada.  

—¡Noa!

Julie dejó de hablar y me miró con urgencia, pero yo le quité importancia al asunto agitando una mano en medio del aire, mientras tosía. Las pequeñas lagrimitas que brotaron de mis ojos me nublaron la única visión que tenía de la pelinegra que, posiblemente, estaba tentada de cortar.

«¿De qué estarían hablando?».

Me sentí un poco intrusa al bajarle el volumen a mi reproductor, sabiendo a la perfección que, en realidad, no quería escucharlas. A veces, ese par era un poco… ¿desagradable? Es decir, peleaban por todo y...

—Ya, ya, sí, cuando llueva leche. Muere. ¡Adiós!

Aún tragando un poco de saliva para aliviar el ardor de mi garganta, me asustó un poco que cortase de golpe usando esa palabra tan… prohibida para mí. Julie se volteó a mí con ceño fruncido y el ojo derecho cubierto, de la nada, por mechones rebeldes que en vano intentó apartar sacudiendo la cabeza. Al saberse fracasada en ello, bufó, y luego me dijo, sin ocultar su rabia:

—Noa… ¡Noa! Están en el primer piso, las tres —recalcó la última palabra—, viendo no sé qué cosa hace como media hora.

Mi cara de póker expresaba en todo sentido el mismo disgusto.

—¿Media hora? —repetí, dejando a un lado el tenedor—. ¿Y por qué rayos no nos llamaron?

No esperé una respuesta de Julie y palpé decididamente en mi bolsillo, buscando mi celular y con él, respuestas como que no habían sido tan malditas para dejarnos plantadas en ese café. Ah, sí, estaba molesta. Digo, ¿quién no lo estaría? Además… Además…

—Oh…

—¿Qué sucede?

Me mordisqueé el labio. Tenía cinco llamadas perdidas y unos cuatro mensajes sin leer en la bandeja de entrada. ¿En qué momento mi teléfono habría sonado? O, mejor dicho, ¿cuándo rayos fue que lo dejé en silencio?

Me apresuré y revisé quiénes eran mis remitentes, viendo con horror que dos de las llamadas (y todos los mensajes perdidos) eran de Dianne. El resto pertenecía a mamá, que de seguro me mataría por no devolvérselas a tiempo.

—Julie… Ah… Creo que sí nos llamaron.

Tensión. La chica apenas se inmutó, pero al mirarme, pareció que me atravesaba por completo.

—¿Cómo que “crees”, Noa? —Su tono era frío, brusco y tosco. Creo… que estaba exagerando un poco con su reacción.

—Dianne me llamó —solté, sin mirarla—. Me mandó varios mensajes, pero no me di cuenta. Lo siento.

Si no era mamá la que acabase conmigo, Dianne ocuparía su lugar sin miramientos. Agh, ya podía prever lo que me haría: primero me torturaría de manera lenta, y luego, cuando no pudiera ni hablar, se desharía de mi cuerpo arrojándolo a un acantilado… Bien, estoy exagerando. Sólo me haría un berrinche de proporciones desmesuradas frente a un centenar de personas, y quizá, sólo quizá, después de la enorme e innecesaria vergüenza, las cosas con ella volverían a la normalidad. Aclaro, a nuestra normalidad.

—Espera... —Julie, de pronto, pareció desinflarse—. ¿Te llamó? ¿Te llamaron?

—Sí.

Una mueca en sus labios me alertó de que no tenía nada más que decir, así que callamos, y los cuchicheos de la gente a nuestro alrededor comenzaron a molestarme. Me quedé expectante en mi lugar, esperando un movimiento de Julie que, me indicara, nos marchábamos, pero al final deduje que ella pretendía lo mismo de mí. Vaya dúo que éramos.

—Ya, Julie, vámonos, antes de que se haga más tarde —se limitó a hacer un breve ademán con su cabeza. Casi suspirando, eché un último vistazo a mi reloj, tomé mis cosas y, despidiéndome de lo poco de pay que me quedaba, me encaminé hacia la lejana salida dejando atrás el olor a café, siendo torpemente secundada por mi silenciosa y algo reciente amiga, Juliette.

 

 

—¡Noooaaaa! ¡NOA, VEN AQUÍ, JODER!

No alcancé a esconderme antes de que la oscura melena de Dianne se precipitara sobre mí con altivez. Sus ojos oscuros me fulminaron como un depredador dispuesto a todo por su presa, y su suave ceño perfectamente fruncido en el medio aumentaba la tensión del ambiente, sobre todo esa que venía experimentando en el estómago desde que logré divisarla hace poco más de diez metros de distancia.

—¿Por qué no contestaste a mis llamadas? —Se quejó. Sí, estaba jodida—. Me preocupaste, creí que te había pasado algo.

Me hubiera sentido mal de no ser porque me quedé pegada en las gigantescas bolsas que traía colgando de las manos. Así que en eso habían estado perdiendo el tiempo, ¿eh? Como no recibió respuesta mía, me lanzó una dura mirada que intenté mantener, sin ánimos. Mi mejor amiga era muy posesiva y bipolar a veces… lo cual solía fastidiarme un poco.

—¿Y bien? —apremió, arqueando una ceja.

—Eh… —Mordí mis labios y desvié la mirada, incómoda, buscando inspiración y algo de tiempo en el brillante piso de baldosas. Como no encontré nada de eso, preferí contarle la verdad—. Tenía el teléfono en silencio y no lo sentí sonar.

Dicho en voz alta todo esto sonaba terrible, como si fuera la peor excusa improvisada del mundo. Sí, ya sé que exagero un poco las cosas, pero…

—¿¡Lo tenías en silencio!? —… Dianne lo veía mil veces peor que yo.

—A-algo as…

—¡Noa! ¡Julie! ¡Por fin llegaron!

Sonreí en grande cuando Emily y Helen, a unos cuantos metros alejadas de nosotras, alertaron nuestra llegada y se acercaron tras Dianne a saludarnos. Estuve tentada de suspirar, aliviada, hasta que recordé que por seguir sus instintos femeninos, nos habían dejado plantadas en aquel café, y mi sonrisa se borró rápido.

Una tosecilla increpante pretendió llamar mi atención: Dianne… otra vez. Cierto, tenía que contestarle. Ahora se había cruzado de brazos, queriendo una explicación mejor de mi parte.

—Es la verdad—me defendí—. No escuché nada. 

—Pienso que no debiera creerte.

Si no supiera que llevarle demasiado la contra terminaría por acabar con mi vida, lo hubiera hecho de buen talante. Afortunadamente para mí, Helen, la más pequeña en estatura de todas nosotras, vino corriendo lo último que quedaba de distancia con nosotras y, de forma poco diplomática, rompió con todo ambiente de tensión presente.

—¿¡Hola!? ¡Hola! ¡HOLA! ¡NOA! ¡NOOOA! ¡Te estoy hablando!

—¡Agh, Dios, Helen, eres tan normal! —Dianne se quejó, golpeando sonoramente su hombro.

—¡Auch! ¡Noa, Dianne me insulta!

—¡Helen, calma! —Le grité, en parte divertida, en parte avergonzada, acomodando mis gafas con un gesto rápido de mi mano. Un grupito de chicas se nos habían quedado mirando y reían por lo bajo. Antes de que la castaña comenzara a gritar de nuevo, me alejé como pude de ella, temiendo que la salud de mis tímpanos se fuera por el caño gracias a su aguda vocecilla—. ¿Qué demonios quieres?

Dianne, resignada a su excentricidad, blanqueó los ojos.

—¿Cómo que qué quiero? —Helen inhaló profundo— Necesito que me prestes dinero para comprar unas zapatillas.

Habló muy rápido, y durante un segundo, temí que se mareara por la creciente falta de aire. Su enorme sonrisa infantil le hubiera dado un aspecto lleno de ternura, de no ser porque sus ojos medio desorbitados provocaban lo contrario.

—Es broma, ¿verdad? —confundida, no pude evitar reírme en su cara.

—No, ¿por qué lo sería? Quiero esas zapatillas, ¿entiendes? Tendrás que comprármelas —exigió.

Esto, definitivamente, ya no me provocaba tanta risa.

—En serio tú quieres que yo te... eh…

—Helen, basta. Noa no es tu maldita madre, no tiene por qué… por qué hacerlo.

Julie apareció a mi lado así, de la nada; parecía tranquila, muy seria, pero sus ojos cafés sacaban chispas. Helen la miró e ingenuamente se le lanzó encima para estrujarla, al igual que lo hizo conmigo. Escuché a la pelinegra protestar y maldecir, y ser ignorada por la misma al casi caerse al suelo con todas sus muchas bolsas juntas. Suspiré ante el grotesco acto que se generaba a mi lado, sonriendo de medio lado, pese a que sentía unas enormes y extrañas ganas de apartar rápido a Helen de encima de Julie.

—¿Dónde estaban? —preguntó Emily, que miraba reprobatoriamente al par.

—No comprando ropa, por supuesto —¿Desde cuándo era tan agresiva con la de rizos oscuros?

—¡Oye! ¡No es nuestra culpa que no contestaran nuestras llamadas!

—Pero… ¿Por qué no fueron al café? Julie y yo perdimos valiosos segundos de nuestras vidas ahí… Al menos, pude comer algo —agregué con una cierta ironía.

—Hey… ¡Pero si cambiamos el lugar de encuentro! —Emily parecía cansada al dirigirse a mí—. Lo dijimos en el chat.

Callé. ¿Cuándo lo habían hecho? No lo recordaba.

—Y te llamamos a ti por que bien sabes que Julie nunca jamás en la vida escucha su maldito teléfono. —Ella misma la miró de reojo y blanqueó los ojos. Me molestó internamente que lo hiciera de esa forma tan… no sé—. Como no nos contestaron, consideramos imposible la tarea de comunicarlas. Pensamos que no vendrían, de hecho…

Abrí la boca para replicar, y luego la cerré, indignada, sin saber qué decir. Seguía creyendo que era… bueno, un poco injusto. Necesitaba saber cuándo habían establecido eso del cambio de lugar.

—Nos íbamos a juntar en el café… —insistí, sin expresión en mi rostro.

—Oh, bueno, sobre eso… Emily lo anunció hace un rato, creí que lo habías visto.

Me dolió, no sé por qué, que Dianne en cierto modo la estuviera defendiendo. Porque, ah… eso estaba haciendo, ¿verdad?

—¡Hey, ustedes, injurias! —Helen llegaba, de nuevo, al rescate—. Quiero ya mis zapatillas.

Hubo una pequeña pausa en la que pusimos atención a los pucheros de la castaña, sólo para después reírnos de ella. La chica frunció el ceño, puede que notando la burla, y agitó sus pequeñas manos cerca de mi cara, haciendo que casi me volase un ojo de la cara al rozar el marco de mis lentes.

—¡Por Dios! —exclamé, procurando alejarme de nuevo de ella, inquietada en serio por mi bienestar personal. Me iba a matar un día si me descuidaba—. ¡Estás loca!

—Eso ya lo sabíamos… —canturreó Dianne.

—¡Malas! ¡No! ¡Sólo quiero…!

—Deja de joder, ¿no ves que toda la gente nos está…?

—¡Noa! ¡Soy pobre! —¿La estaba ignorando?

—Y a mí eso qué —dije, ciertamente divertida de su volatilidad.

—Que no puedo comprarme mis hermosas zapatillas —espetó.

—Tú en serio estás loca —repetí, riendo.

Emily pretendía meterse en nuestra incoherente charla cuando Julie, de pronto, empujó con el hombro a Helen, gruñendo en voz baja algo que nadie a la redonda podría haber entendido. Esta última dramatizó visiblemente, haciendo como que volaba varios metros al desplazarse por el impulso, y yo me giré hacia la pelinegra, sorprendida. ¿Qué rayos le pasaba?

—Esto es por aplastarme, tonta —le sacó la lengua. Estaba sonrojada y despeinada, hecha todo un desastre—. ¡Eres una maldita demente!

—Se llama cariño, Julie —sentenció Helen con tranquilidad. Y, para variar, volvió a tirársele encima.

—¡Chiflada! ¡Suélta…me!

—Ah… ¿Y si vamos a ver más tiendas, chicas? —increpó Dianne de pronto, suspirando, halándome del brazo hasta pegarme por completo a ella. Quise pedirle que no hiciera eso, pero…

—¡Sí, mejor! —Emily parecía más que feliz con la propuesta—. Quiero ver esos jeans negros de la otra vez, Julie. ¿Los recuerdas?

—Creo que está algo ocupada para atenderte, Ems…

El punto es que Dianne me haló sin piedad hasta la dichosa tienda para ver más ropa, y Helen recordó —afortunadamente—, que aún le quedaba algo de dinero en su tarjeta. Digo esto porque, al final, terminó arrepintiéndose, esa misma noche, de su muy mala compra. A continuación, un poco cansadas de tanto caminar, fuimos por un enorme helado y, mientras permanecíamos en la fila… Emily y Julie se pusieron a discutir en voz baja. Pese a que Dianne me hablaba de cosas que ya no recuerdo, escuché todo lo que se decían.

—¡Tonta, entiende que pensé que no tenía saldo! ¡Ya deja de joder por eso!

— ¿Pero por qué no probaste como hace un rato? ¡Nos hubieras ahorrado toda esa espera!

—¡Baja la voz!

—No quiero.

—Madura…

—Sólo reclamo por lo que es justo.

—Prende el celular a la próxima, ¿quieres?

—Sí lo tenía…

—No te creo.

Julie blanqueó los ojos y no le respondió nada. Se limitó a sonreírle, más bien, de manera falsa. Emily se creyó aquella victoria sin miramientos, al decirle que prefería un helado de fresa a uno de plátano, y que le parecía muy mal que no se comprara uno ella también. ¿Acaso no sabía que Julie no tenía nada de dinero?

—Bueno, y por eso Jake me… —Dianne, siendo aún soberana dueña de mi pobre brazo que se quejaba del brusco trato que recibía, se dio cuenta de que la ignoraba y me tironeó—. ¿Me estás escuchando?

—Ah…

Bien, la había jodido. Dianne me dedicó un feo moflete y me soltó con una inusual brusquedad. Sentí la creciente ansiedad de casi pedirle disculpas, mas no me dio la fuerza de voluntad para hacerlo, lo cual me extrañó… porque, en otro tiempo, todo hubiera sido diferente. Todo… antes de que reconociera que Julie, ahora lanzándome una mirada cómplice de reojo, se empezara a colar por mi cabeza y mi corazón tan repentinamente como el viento que despeina a los árboles sin aviso, suave y de manera sutil, al igual que la lluvia que amaga ser torrencial en un largo lapso de tiempo, de la manera que sólo lo hace alguien que deja de ser sólo una amiga más. Y eso, viendo mi situación actual con Dianne, con mi vida entera, no podía significar nada bueno… ¿O sí?

 

 

Notas finales:

-regresa- e.e Asd :') si llegaron aquí, pues... nada, gracias por leer, en serio!!! Y si se animan a comentar se los agraderé aún más XD 

 

Saludos!!!

 

Desuka


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