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Remember the urge por zoe

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Notas del fanfic:

Tenía días con la idea de hacer un fic de the GazettE, y la trama surgió viendo -en mi iPod- algunos videos suyos...cuando llegué al PV de "Remember the Urge" fue que el foco se prendió.

Así que el Spoiler de éste fic es: Casi toda la trama principal, bueno, la parte correspondiente a Ruki está basada casi-fielmente en ese PV. Si no han tenido la oportunidad de verlo, que pena por ustedes porque en Youtube ya no está xD

Ok, me pasé de desgraciado. si no han tenido la oportunidad de verlo y no logran hallarlo, avisénme y lo colgaré en 4shared para ustedes....es llegador ese vídeo ._. wizz.

REMEMBER THE URGE.

 

El invierno había llegado y lo único que cubría su cuerpo del frío era aquella bufanda que compartía con el más alto; pero estaba bien, no sentía el abrazo de la temporada por aquellas grandes y cálidas manos que estaban entrelazadas a las suyas.

Todo estaba bien, ahora.

Las risas mantenían sus músculos trabajando; eso era otro punto a su favor. Pero la tensión apareció en el momento menos indicado, en el mismo instante en el que recordó aquel lugar; ¿cómo habían terminado afuera de ése edificio? La respuesta podía ser que se trataba de una sucia jugada del destino.
Su cuerpo entero se entumeció, soltó la mano de su acompañante y los escalofríos comenzaron a invadir su ser; sus ojos cubiertos por lentillas azules se abrieron y empezaron a inundarse y a soltar dolorosas y filosas lágrimas que no podían ser contenidas.

Un fuerte abrazo le hizo volver a la realidad; pero la realidad dolía más que cualquier otra cosa. Vivió tantos años en la ensoñación que olvidó lo que le había llevado hasta aquel hombre alto de cabello rubio y negro al que tanto adoraba.
Gritó.

Gritó, lloró y quiso destruir a golpes ése lugar, pero la final solamente se refugió en el pecho de su amante intentando sacar su frustración y desgarrando su garganta al mismo tiempo.
Y entonces recordó.

 

Lleno el espacio vacío con laca negra.
¿Cuándo comencé a estar deteriorado?
La fea rivalidad difiere de aquella en aquel día, era demasiado brillante por haber soñado tanto.”

 

Su mente inundada por el despecho, el dolor; y sus sentidos siendo llenados por el perfume y el calor de Akira le hicieron rememorar lo ocurrido hace 14 años.

¡Vaya que el tiempo corría! Ya eran 14 años desde que se conocieron, justamente un invierno. Claro, que si le preguntaban la fecha no la podría decir; bastantes cosas quedaron bloqueadas de su mente por sí mismo, cosas que no quería ni valía la pena recordar. Aunque el día en que lo conoció cambió todo de forma tan drástica que jamás lo olvidaría, ese mismo día, horas antes, había sido sepultado.

 

 

El calar del frío en esa magnitud no lo experimentó nunca antes; sus escasas ropas no ayudaban mucho. Caminaba, o mejor dicho, cojeaba de manera taciturna; estaba cansado de correr y solamente estaba en busca de un lugar en el cual dejarse morir, un lugar donde pudiese esperar el abrazador manto de las ardientes llamas infernales a las que tantas veces le habían condenado y al que se merecía ir por el simple hecho de estar sucio, de ser un huérfano, de no tener nada mejor que la vida le ofreciese, por el simple hecho de ser él y de haber nacido.
Sus castaños ojos estaban rojos, irritados y casi salidos de las cuencas oculares; sus labios se encontraban partidos, sangrantes, secos y un poco morados. Lo último no podría saber si era debido al frío o al maltrato que sufrieron. Daba igual; pronto su cuerpo entero se tornaría azulado, pálido y un poco grisáceo…claro, una vez se hallara muerto.

Un camino carmesí era el que le guiaba, poseía nula idea de el por qué le seguía y se imaginó en Oz –historia que alguna vez había escuchado-. Sólo que no seguía ningún camino amarillo y no poseía zapatillas rojas; más bien éstas se habían derretido y pintaban con su ardiente y llamativo color la nada. Nada que era representada con el blanco de la nieve.

Y el caminito terminó.

 

Al darse cuenta las pequeñas gotas rojas eran una gran mancha, y justo al lado suyo se encontraban unos pies, unas piernas. Subió la mirada y vio a un chico pelinegro –como la gran mayoría de los japoneses- sentado sobre la nieve con la cara escondida en sus rodillas y las manos cubiertas en sangre que brotaba desde sus muñecas.

Se quedó en silencio observándolo, mirando la sangre fluir poco a poco, gota a gota, recorriendo la piel manchada de forma lenta y pesada hasta teñir la “nada” de “zapatillas de rubí”.
Pudieron pasar segundos, minutos; incluso pudo haber pasado un día y no lo sintió transcurrir. Iba a sentarse a su lado, no sería tan malo morir acompañado, pensó; pero hizo todo lo contrario. No, no le abandonó.

Simplemente se sacó la camisa, la única prenda que cubría su pecho y envolvió la muñeca más cercana a él con la misma. Iba a detener el sangrado.
¿Por qué lo hizo? Una corazonada.

 

Fue su instinto quien le obligó a hacerlo. Así como el instinto del otro chico le obligó a mirarle; sus ojos se encontraron, ojos cansados de llorar y vacíos chocaron con unos nublados y abandonados.
No hubo palabras, ni gestos, mucho menos hubo miradas; no se comunicaban, no se analizaban ni mucho menos observaban, simplemente se veían sin mirarse.

Hubiera sido un buen gesto abrasarse, sin embargo no había un motivo para hacerlo. Ni siquiera existía un motivo para que ambos estuvieran ahí mismo, ni mucho menos para que el más pequeño le ayudase a vivir cuando él mismo no deseaba eso para sí.

 

Y el tiempo volvió a hacer de las suyas pasando desapercibido, sin dar un solo rastro de su existencia y borrando lo que parecieron segundos frente a sus existencia y convirtiéndolo en largas horas.
Y otra vez, ese inexistente motivo que los deseaba mantener respirando hizo de las suyas.

Y ninguno pudo recordar, recapacitar y huir de su limbo psicológico hasta días después que unos labios fruncidos en un puchero los recibieron de nuevo al mundo real. Descubriendo que estaban vivos –aún- y descubriendo la presencia y existencia del otro.

Se vieron por primera vez y se desconocieron…pero en el fondo se agradecieron.

 

 

Al despertar sintió el movimiento; pero él no lo hacía. Alguien lo llevaba (contra su voluntad) cargando, no se movió, sólo respiro y se abrazo a esa espalda a la que tardo demasiado tiempo en aceptar y pocos instantes en amar y convertir en su refugio.
No hubo palabras, tampoco eran necesarias mientras se tuvieran el uno al otro, mientras estuvieran juntos lo demás podía terminarse.

¿Por qué lo que dolía no se acababa?

¿Por qué la magnitud de los hechos pesaba más que la propia gravedad?

¿Por qué apenas estaba descubriendo que los demonios de su pasado nunca lo abandonarían?

 

Tal vez, y solo tal vez debía incinerarlos, dejar que se adelantaran en el camino que el recorrería cuando su vida terminara. Enviar los malos recuerdos, las caricias sucias, los golpes y la sangre al mismo infierno, era una buena idea.

Necesitaba quemar todo, desaparecerlo. Así, si en algún momento sus pasos se volvían a topar con el camino que conducía al que fue su “calabozo en el castillo de la bruja”, ya no dolería tanto.

 

-¿Estás bien, Taka?

-Me duelen los ojos, quiero dormir y que me abraces.

-Deberías quitarte esas lentillas primero.

-¿Llegando a casa…lo harías por mi?

-Lo dices como si alguna vez te hubiese negado algo.

-…

-…

-Te amo.

-Te amo igual.

 

“Ahora no puedo sentir nada.
Amada tú, quien se dedicó a la imaginación,
ciertamente la mía fue demasiado brillante
Ahora sólo puedo mirar aquel tiempo.”


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