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Remember the urge por zoe

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Notas del capitulo:

Realmente no tengo nada que decir. Son las 5:31 am y no sé porque sigo despierto wizz xDD

 

1.

Su voz se acababa lentamente. Sus ojos se secaron hace mucho; tenía años en los que no lloraba, y no porque no quisiera; sino porque no podía hacerlo. Llorar no le ayudaría, era inútil, incluso era estúpido. Simplemente la cantidad de años haciéndolo y aún permanecía en aquel lugar.
El dolor seguía perforando su ser, latente, conocido, inolvidable; simplemente…un viejo y fiel amigo.

 

“AYUDA” “MATÉNME” “PIEDAD” “QUIERO MORIR”…”POR FAVOR”

 

Cada centímetro, cada hoja, cada cuaderno estaba tapizado con aquellas palabras; súplicas que no serían vistas nunca. Eran palabras que jamás serían dichas; palabras que morían a su lado, lo ahogaban, lo destrozaban.
Y ellos lo mataban, y él se sentía tan hipócrita rezando cada almuerzo, viernes y domingo. Rezaba aún cuando había dejado de creer en Dios.
No, no creía en Dios; es más, le odiaba. Ése ser se burlaba de él, de seguro regocijaba en su trono mientras se burlaba de su persona cada vez que los directivos abusaban de él. ¡No era más que un maldito patán! Un patán que se excitaba con el dolor ajeno…¡cómo él no lo experimentaba!

Ni oportunidad para suicidarse había, eran nulas. Y ya estaba cansado, solamente deseaba morir e irse a infierno del que no debió salir nunca.

 

 

Hacía frío. Su cuerpo estaba helado y él solo vestía sus bóxers y calcetas; no podía levantarse.
Las caderas le dolían a morir, podía sentir, todavía, sus piernas pegajosas y sucias. Él estaba sucio; era un maldito y sucio bastardo. Bastardo que no comprendía porque la persona que “le dio la vida” no le dejó morir en un basurero, y en lugar de eso lo dejó en la entrada de ése infierno.

Su ropa estaba esparcida por el lugar –que apenas y reconocía-; su curiosidad y llanto le habían costado ser encerrado y violado (otra vez) ahí mismo. Sentía las caricias de aquellas manos tan recientes, tas ásperas, tan sucias y malditas. ¡Las maldecía! ¡Los maldecía a todos! Se maldecía a él mismo, tanto que los gritos se ahogaban en su garganta. Gritar, era todo lo que deseaba en la vida; gritar y expresar por aquel medio el dolor que se albergaba en su interior.
Pero no podía (no debía), porque todo era su culpa; él era el único culpable de todo lo que sucedía. Era su culpa por haber nacido, por no ser querido, era su culpa por ser él.

 

Fue aventado bruscamente al suelo, mientras el sacerdote -y director del orfanato- le bajaba sus shorts; introdujo un dedo, a lo que el pequeño gritó; pero lo calló con ambas manos, pero no pudo contener un segundo grito, más fuerte, más lastimero que el anterior al sentir el sexo del mayor en su entrada moviéndose frenéticamente y siendo lubricado por las gotitas de sangre que salían de su ya desgastado ano.

 

Su cuerpo se tensaba recordándolo, y dolía. Incluso auto-reconfortarse era lastimero.

 

Su cara se distorsionaba en dolor, sus ojos se nublaron y las lágrimas apenas y brotaban, si lo pensaba, nunca nada superaría a su “primera vez”. Fue tan brutal que casi lo matan al instante en el que se corrieron dentro de él; hubiera sido mejor así.
El espeso y caliente líquido blanquizco inundó su interior, le ardió, pero no se quejó, apenas y podía mantener abiertos los ojos. Sus tetillas estaban casi sangrando, su ano estaba desgarrado, su libertad estaba arrebatada, sus ojos estaban secos, su inexistente infancia estaba robada así como su inocencia y su vida estaba destruida…y no había forma de reconstruirlas.

 

Su corazón estaba partido en dos, y aun no se podía explicar el por qué seguía con vida; todo estaba a oscuras, pero no había problema porque sus ojos estaban acostumbrados ya a la oscuridad. El silencio era lo que lo mataba, el sonido de nada le desquiciaba; movía sus dedos contra el suelo intentando romperlo. Era inútil. No se iba, no le dejaba, lo perseguía cual leona al antílope; y él lo odiaba. Ruki lo odiaba como nada el mundo, quería cantar, tararear, silbar ¡cualquier cosa! Para que el silencio se esfumara, que lo abandonara como todo lo demás lo hacía.
¿Le temía al silencio? No, le temía a la soledad que éste representaba. Porque él sabía que estaba solo en el  mundo; era suficiente con saberlo, pero el maldito silencio se lo recordaba cada momento posible. Ni siquiera amigos tenía en el orfelinato. No tenía nada, ni nadie.

 

Cuando algunas parejas le visitaban, Ruki debía formarse con los demás. Si por suerte era escogido –como había pasado ya 10 veces en los últimos dos años-, el director le encerraba y se disculpaba hipócritamente con los “futuros padres” diciendo que había sido adoptado con anterioridad, que ya pronto se iría con otra familia…o que había muerto a causa de una pulmonía o vaya a saber el demonio cuánta mierda inventaban.

 

¿Por qué le sucedía eso a él? Simple, se había metido donde no le llamaron.
Pero de verdad los ojos de aquélla pintura se veían raros, parecían moverse; y eso había despertado la curiosidad del chico de 10 años. Siempre que pasaba por ahí se quedaba observando la pintura y el movimiento de “sus ojos”; de haberse mantenido así, tal vez todo hubiera estado bien. Pero empezó a notar el fenómeno en las pinturas y algunos crucifijos del dormitorio, incluso parecía que el azulejo de las regaderas tenían canicas en su interior.
La curiosidad destruyó a Ruki.

 

Ruki era su nombre; así lo habían nombrado cuando llegó con semanas de nacido a las puertas del infierno. Por obvias razones, no tenía un apellido; y los sacerdotes y religiosas no se molestaron nunca en darle uno puesto que era un detalle “insignificante”. Con suerte alguien lo adoptaría y sería muy problemático cambiar apellidos, pero él era tan insignificante que ni una ilusión de adopción podía aspirar.
Era un huérfano japonés normal. Mejor dicho, era un huérfano japonés demasiado curioso y caritativo.
Si alguien lloraba, era Ruki quien iba a consolarle, si a un pequeño le molestaban, era Ruki quien le defendía. Intentaba ser bueno, en serio que lo intentaba; pero ser un chico bueno no se puede mezclar, ni mucho menos confundir, con ser un chico curioso.
Curiosidad que por llegar a descubrir el porqué uno de sus mejores amigos lloraba amargamente en las noches y no dejaba que nadie le tocara, le orilló a estar en su lugar. No le gustó para nada lo que descubrió; mucho menos le gustó cuando se lo empezaron a hacer a él también.

 

Nada, nada podía hacer  para liberarse de la opresión al que el mayor le sometía, quería huir, mas no podía; ese hombre era mucho mayor y por lo tanto más fuerte que él mismo, sus labios estaban posados en su cuello; esa sensación era desagradable, no la toleraba…

 

Al final tendría que saber, no, tendría que hacerse a la idea de que las lamidas eran lo más “inocente” que le darían en el orfelinato; y que a pesar que su piel escocía con cada roce no dolía tanto como la intromisión de carne ajena y asquerosa en su cuerpo. Ya sea su boca-garganta o su culo.

 

 

Hey, ¿puedes escucharme?
El sonido del espíritu que se ha ido, resuena fríamente
en el extremo del mundo que colapsa
¿Qué permanece ahí?”

 

 

A sus 14 años, sentía que si no salía de ése lugar se volvería loco; no loco como aquellas personas que así se autoproclamaban. No, se volvería loco de verdad; la ansiedad le mataría, el silencio de los encierros le destazaría, la hipocresía se lo comería vivo; su cuerpo ya no resistiría más otra flagelación a su poca dignidad. Ya había soportado 6 años de aquello, un año más sería demasiado.
Las miradas lo juzgaban, pero no le importaba; no era como si tuviera interés de relacionarse con alguien.
No tenía interés por nada ni por nadie; sus estudios los sacaba adelante porque no le quedaba de otra. Porque tenía un plan.

Un plan de largarse de ahí, irse muy lejos y rehacer su vida; con los estudios que poseía lograría encontrar trabajo. Pocos huérfanos sabían leer y escribir apenas, no se diga de usar las matemáticas. No era el mejor, pero se esforzaba por hacerlo bien y cumplir su falsa e ilusa meta en la vida; sonaba tan linda cuando se la planteaba a la hora de tomar clases con las religiosas, esas perras desgraciadas.
Pero al final era eso lo que lo mantenía a flote, y le evitaba reprimendas por su bajo desempeño como a varios chicos. Ruki el amargado, así le habían llamado debido a su semblante aterrador, a su mirada perdida y falta de entusiasmo en las cosas y su “rara” obediencia.

Siendo sinceros Ruki era el tipo de chico que asentía a lo que se le decía y una vez que el/la superior que expidió la orden se daba media vuelta, el castaño niño les empotraba el dedo de en medio por la espalda mientras los maldecía con un vocabulario que no se enseñaba en un orfelinato. Pero que el chico había aprendido de las veces que era violado y cogido por los sacerdotes. Porque ya no era sólo uno, ni dos. Ahora incluso los seminaristas la habían cogido con él a escondidas de los superiores.

 

El invierno estaba azotando duramente la región de Kanagawa, la cercanía del mar solamente hacía que el aire soplase como cuchillas afiladas en la frágil y desprotegida piel; la nieve a pesar de caer lenta y sensual hasta posarse y derretirse en la misma era la más fría que había sentido en sus años de existencia.

Aquella tarde repetiría una rutina no muy deseada para él; mientras caminaba por el pasillo que le conducía a los dormitorios de los adolescentes se detuvo frente a la imagen de “La Virgen de los Lirios”, que a pesar de tener los ojos entrecerrados, brillaban y se movían conforme Ruki giraba su cabeza examinándola detenidamente; sin esperar nada y sabiendo quien le observaba le insultó como usualmente hacía, sólo que esta vez, llevo su dedo medio hasta su boca lamiéndolo de forma vulgar.
A los 15 minutos el director entró por la puerta de los dormitorios tomando a un adormilado Ruki por la fuerza, cargándolo por la cintura y arrastrándolo por todos los pasillos. El castaño no se quejó, no emitió ningún sonido; pero si pataleaba e intentaba golpear al no tan anciano sacerdote dificultándole la tarea de llevárselo a lo que él llamaba “las mazmorras”. Lugar donde los abusos sexuales contra su persona se llevaban a cabo, y le dejaban encerrado por horas para disimular un castigo lavando algo, o redactando. Según.

 

La pared era demasiado dura, su cabeza resintió el golpe contra la misma más que su espalda. El hombre tomó los  brazos de Ruki y los sujetó fuertemente  arriba de la cabeza del mismo.
Los ojos castaños del chico se estaban cubriendo de un cristal precioso y transparente, pero que al momento de caer no eran más que finas gotas de sal cortada, ya no quiso saber más sobre lo que era todo aquello, se bloqueó; aprendió a hacerlo, sin embargo, todo le dolía. Más que cualquier golpe, más que esa vil y baja violación, el orgullo de adolescente le mataba; tal vez la costumbre no era suficiente; aún podía sentir su dignidad irse, dejarle y no deseosa de volver, su dignidad y su humanidad.

La verdad, no sabía y no quería saber en que momento sus ropas habían sido retiradas, más bien, arrancadas, mientras que su agresor solo se había quitado la túnica y desabrochado el pantalón negro; cada parte de su piel que era succionada por la boca del mal nacido, cada mordida depositada en sus pezones, en su cuello, todo eso era parte de un dolor inimaginable. Y sin embargo, no se atrevía a detenerlo, estaba tan ido, tan dolido, tan perdido…

 

-¡Aaaaaaah! - Aquel grito resonó por la habitación en el mismo instante en que el castaño penetró sin ningún cuidado, la desgarrada entrada del chico. ¡Cómo había dolido!, sentía partirse en dos.

 

La sangre salía de la pequeña entrepierna y el director solo embestía  cada vez más rápido. Entraba y salía, entraba y salía, entraba y salía, cada uno de esos movimientos eran mortales, ¿cómo era posible que una persona fuese capaz de disfrutar aquello? ¿Cómo podía gozar de violar a un adolescente desde que era un niño? De alguien que no había hecho nada malo, sólo ser un pobre abandonado.

Entrar y salir.

Entrar y salir.

Entrar y salir, y al final correrse en el interior de Ruki. Él, con su entrada desgarrada y palpitante, con el calor producido  por el semen caliente, el cual le parecía estar hirviendo, el corazón sin latir, con sus fuerzas idas, con la persona que más odiaba enfrente jactándose y hablando sin pronunciar palabra….así es como era su vida.

 

Era lo mismo de cada vez. Le habían dejado abandonado en el cuarto oscuro, desnudo y en silencio; él gritó, gritó intentando apagarlo. Lo único que recibió a cambio fue un escalofrío que le recorrió desde los talones hasta el último de sus cabellos. “La mazmorra” era fría…pero nunca había tenido una colación de aire.
Con lentitud, toda la lentitud que podía ejercer se vistió; abrochó su camisa blanca y cerró sus pantalones. Anduvo a rastras con los ojos cerrados, obligando a su tacto a percibir de dónde provenía la corriente helada; era una locura intentar huir en pleno invierno, pero él era todo menos cuerdo.

 

Al final lo halló. El ducto de las calderas; aquél que se suponía descompuesto y roto, pensaba que era un mito y solamente les obligaban a ducharse con agua fría para verlos sufrir.
Pero era verdad, y estaba ahí; no era muy grande, pero Ruki no era el chico más alto del lugar, incluso muchas veces lo confundían con niños de 10 años en vez de verlo como el adolescente de 14 que era.
La decisión estaba tomada; no había tiempo de dudas. Morir en la calle o quedarse en el orfelinato y terminar de perder su cordura y vida. No era como si hubiese mucho que salvar. Era un hecho que prefería mil veces morir en la calle.

 

Podía sentir lo angosto del lugar rozando cada poro de su piel…pero no importó; el frío era más intenso, no importaba. Así como no importaba que el aire de la temporada le arañara la cara, sólo tenía una meta trazada: salir de ahí, después de lograrlo lo demás no importaba.
Ni el hedor del desconocido lugar al que había ido a parar, ni el dolor de su trasero cuando emprendió la carrera para huir lo más lejos posible. Dolía, demasiado, y podía sentir sangrar otra vez; pero no se detendría, no hasta estar lo suficientemente lejos de su infierno personal.

 

“‘MI PROPIO ENEMIGO’
EXISTE AHORA LA NECESIDAD DE PERTURBARLO.
‘TÚ PROPIO ENEMIGO’
NUNCA EXTRAÑES ESOS OJOS,
CONOCE A TÚ ENEMIGO.”

 

 

 

Cuando Takanori abrió los ojos sintió vacío a su lado, sentía frío. Había recordado demasiado y eso no era bueno para su mente dañada; sumándole a eso el despertarse solo, empeoraba la situación. ¿Dónde estás, Akira? Se preguntaba mentalmente una vez escudriñó la habitación y se supo sólo.

Pasó una mano por su frente perlada en sudor frío, siguió su camino para quitarse cabellos de la misma, pero esa una ilusión; hace un mes que llevaba dreadlocks –unas rojas, unas rubias y castañas- y no era que no se acostumbrara a que ya no debía recogerse el flequillo del rostro, simplemente era costumbre.
La puerta se abrió lentamente y pudo observar algo moviéndose hacía él gracias a la lámpara que estaba prendida del lado de su pareja. Seguido una cosa negra, pequeña y peluda le brincó encima; detrás de ésta entró Akira con una media sonrisa. Había sacado a Koron-chan a hacer sus necesidades, eso explicaba su ausencia; sonriendo recibió a su “bebé” y le acariciaba el estómago.

 

Una mano se posó sobre la suya y la frente de su amante chocó con la del menor.

-Taka, tienes fiebre. ¿Te sientes mal?

-No. Me siento horrible, vacío y seco. Me siento peor que mal.

-Taka…

-Pero ahora, contigo aquí puedo respirar tranquilo. Soy un enfermo ¿verdad, Akira?

-Ambos lo somos: somos unos enfermos dependientes. Yo necesito de ti, tú necesitas de mí y… -acarició la cabeza del perro que le veía impaciente y algo ofendido-… ambos necesitamos a la pulga saltarina.

-¡Se llama Koron-chan!

-¡Cómo sea!

La habitación se llenó de leves risas; se sentía tan bien no estar en el silencio, poder romperlo a placer o simplemente concentrarse para escuchar la respiración y el latir de la persona a su lado y que más ama y necesita en el mundo entero. Se sentía tan bien…aunque aún existe algo presionando en su mente, que no le dejaba tranquilo. Sabiendo que se ha vuelto loco y no importa, porque eso no saldrá de su peuqeña cabeza hasta que no lo lleve acabo.
Después de todo, no siempre se puede olvidar, ni mucho menos se puede superar.


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