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Tú ya sabes a mí por PruePhantomhive

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Yo que tú no perdía más el tiempo, mi amor.

 

Sólo una vez se ama en ésta vida.

 

¡Date cuenta que soy yo!

 

*

 

Pidió un café mientras esperaba a que apareciera la madre de Shuichi y una rebanada de pastel marmoleado. Ansioso, se sentó en una mesita de la terraza, atento a quienes pasaban por la calle.

 

Estaba preocupado: Shuichi se había quedado sólo en el departamento, con Maiko y, aunque se había asegurado de amenazarlo antes de irse, haciéndole jurar que no le diría NADA a NADIE sobre su rompimiento, dudaba de la sinceridad del cantante. Después de todo, las circunstancias actuales no lo dejaban como alguien de fiar.

 

Sin darse cuenta, nervioso, dando pequeños tragos a su taza de café caliente, no dejaba de imaginarse los peores escenarios posibles en los que la familia de Shuichi se enteraban de que habían terminado (Mika, Tohma y Tatsuha no le importaban mucho en esos momentos, de hecho, procuraba no acordarse de sus existencias las veinticuatro horas del día, todos días del año... aunque a veces ellos le complicaban las cosas con llamadas "sorpresa", visitas "sorpresa" y molestias que le provocaban úlceras gástricas... también "sorpresa"). No quería ni pensar en la posibilidad de dejar de relacionarse con aquellos que habían sido parte de su familia por tanto tiempo sólo porque a Shuichi se le había ocurrido mandarlo al diablo casi sin avisar.

 

Comenzó a comer el pastel casi de manera desesperada y, mientras se metía la sexta cucharada a la boca, un joven apareció delante de él, sonriendo un poco y observándolo como si tuviera migas por toda la cara.

 

—¿Necesitas algo? —preguntó, cuando la mirada azul (y falsa) del muchacho se hizo penetrante y lo asustó.

 

Tenía la pinta de un vago... o un cantante de rock alternativo... un cantante de rock alternativo vago.

 

Tenía el cabello negro, lacio y un flequillo pintado de blanco que le cubría el ojo derecho. Usaba lentillas y parecía que pestañas falsas, porque las tenía enormes.

 

Llevaba una camiseta de color azul y blanco a juego con una chaqueta con parches en los codos y un pantalón de mezclilla manchado con cloro. Usaba zapatos de plataforma, con las agujetas sin amarrar y las lengüetas de fuera.

 

Es un placer conocerlo, Yuki-sensei, mi nombre es Satou Sunao. Shindou-san me ha citado aquí. Para vernos. ¿Puedo sentarme?

 

Eiri tardó en reaccionar. Estaba preguntándose porqué el sujeto le recordaba ligeramente a alguien. Que su nombre tuviera dos S debía ser casualidad... que luciera como un desarrapado cantante moderno debía ser... ¿destino?

 

—Claaaarooo, siééntate —siseó, sin quitarle los ojos de encima. Sunao se sentó, dudando y procuró evitar a toda costa los atentos ojos dorados, que parecían desnudarlo con la mirada. Por supuesto, Eiri no tenía ningún propósito morboso de por medio.

 

Se percató de que llevaba un portaplanos negro y una gran escuadra. Eso desechó sus ideales de que se tratara de un cantante.

 

—¿Estudias arquitectura? —preguntó, fingiendo desinterés, mientras bebía de su taza. Una chica se había acercado a tomar la orden de Sunao y ya se marchaba. No había dejado de ver a Eiri de reojo desde que el escritor se había sentado.

 

—No: estudio diseño gráfico. Estoy a un año de graduarme. Pero esto no es nada —levantó el portaplanos y lo vio con un poco de desdén—, en mi tiempo libre suelo dibujar paisajes. Suelen pedirme tarjetas de felicitación y postales, así que me gano la vida innovando un poco: nada de ositos abrazando corazones o caras de chicas sacadas de un manga shoujo.

 

—Eso sí que es innovador —se rió, metiéndose la cucharilla con una generosa porción de pastel a la boca. La mesera volvió con el café de Sunao en un parpadeo y ofreció a Eiri llenarle de nuevo la taza, a lo que él asintió.

 

Hacía un poco de frío, el cielo estaba nublándose y parecía presagiar una tormenta tan fuerte como la de hace unos días. De pronto, se vio deseando regresar a casa y comprobar que Shuichi no hubiera cometido la locura de irse a un hotel, como había estado amenazando por la mañana "si él no comenzaba a tratarlo bien".

 

¿Era el momento de hacer exigencias estúpidas como cuando tenían dieciocho y veintitrés años? ¿Quería un buen trato después de todo lo que había pasado entre ellos? ¿Estaba loco? Si tendría que padecerlo en su casa (sabía que eso había sido su propia decisión, pero no se lo iba a recalcar a sí mismo), al menos quería tener el gusto de fastidiarlo.

 

El ser humano suele nunca parar, una vez que se ha comenzado, de humillar a alguien.

 

—Necesito ganarme la vida de alguna forma y la gente parece pensar que es sexy enviar una postal con un diseño de flores que las flores en sí. Es lo que más me piden.

 

—¿No hay invitaciones de cumpleaños o tarjetas pidiendo perdón? ¿Felicitaciones de boda?

 

—También está eso, pero la gente prefiere pedir eso en sitios profesionales. No confían en chicos de veintiún años. Necesitan verte sentado detrás de un escritorio y con una placa en donde esté gravado tu nombre para confiar en ti. Pero al final, los resultados son los mismos: la gente no va a dejar de casarse por la calidad de la invitación de su boda. Al menos, no deberían. Y tampoco dejarán de cumplir años por el material de impresión de sus tarjetas de felicitación.

 

—Eso tiene un poco de sentido. Pero la gente SÍ deja de casarse por esa clase de cosas. ¿Nunca has buscado vídeos de novias locas en internet? Una mujer es capaz de muchas cosas cuando se trata de "fechas importantes".

 

Sunao rió. Tenía la risa de un reprimido. Eiri pensó que eso era malo, porque era un artista, a fin de cuentas, y los artistas deben saber reír de manera libre, sino, son un fiasco.

 

¿Sería normal que un cantante se privara de usar su voz fuera de los escenarios? ¿Que un dibujante procurara no usar sus manos cuando no está trabajando? ¿Que un escritor cerrara su mente y sólo la abriera cuando debe crear algo?

 

Un artista debe estar en contacto con sentimientos, emociones, mente y piel si quiere ser bueno en lo que hace...

 

¿Cuántas veces se lo había dicho a Shuichi y cuántas veces Shuichi se lo había recordado a él?

 

No me meteré con tus manuscritos, confío en tu talento, pero sí me meteré con tus emociones, porque de ellas depende todo lo demás...

 

¿Enserio?

 

Sí.

 

¿Y por qué te interesan tanto mis emociones, pequeño mono de circo?

 

¡Eso es obvio! ¡Por que te am...!

 

—¡Muchachos! —exclamó la señora Shindou, apareciendo por fin, llevaba un paraguas oscuro y una chaqueta gris en las manos. No había comenzado a llover, pero ya no había rastro de sol y comenzaba a oler a humedad—, ¡no creí que se me fuera a hacer tarde! ¡Me distraje planchando la ropa!

 

—Supongo que es inevitable ser un ama de casa —sonrió Eiri. Curiosamente, él disfrutaba haciendo esa clase de cosas.

 

La madre de Shuichi se sentó y los observó a ambos con cierta seriedad, como si hubiera estado esperando encontrarlos en un mutismo absoluto. Pareció agradarle que no fuera así y se inclinó para sacar de su bolso un par de bolsas de celofán adornadas con lazos rojos. Contenían galletas con chispas de chocolate, les entregó una a cada uno y les ordenó guardarlas de inmediato. Después de todo, estaban en una cafetería, llevar alimentos provenientes de otro sitio, estaba prohibido.

 

—Un pequeño regalo para agradecerles su ayuda con todo esto — Eiri, que no sabía qué era "todo esto" permaneció callado. Sunao sonrió—. Quiero que las prueben en sus casas y después me digan si les parecen bien para la venta de la semana que viene. Todas harán repostería y creí que nuestro equipo podía hacer "lo de siempre", pero de una manera, ya saben, atractiva.

 

—¿Qué venta? ¿Cuáles "todas"? —Eiri no pudo ocultar su expresión de desconcierto. Estaba totalmente perdido en la conversación.

 

La señora Shindou se llevó las manos a la boca y lo observó con complicidad. Era la misma cara que ponía cuando le pedía que cuidara a Shuichi... y que no le dijera a dónde se irían de vacaciones por navidad, porque Shuichi siempre tenía trabajo y luego se ponía celoso y nostálgico.

 

—Haremos una venta de pasteles la semana que viene para recaudar dinero y así llevar comida y regalos al albergue por la navidad —sonrió con humildad y una pizca de orgullo.

 

—Y la señora Shindou quiere ser la mejor, como siempre. "Todas" significa "La competencia".

 

—¡Claro que no, Nao-chan! ¡Además, tu madre también está ahí!

 

—Y le puedo jurar que tenemos la ventaja de que ella cocina horrible.

 

Rompieron en carcajadas secas y Eiri se sintió un poco intimidado, porque los ocupantes de las mesas más cercanas se giraban para observarlos. Se ajustó las gafas sobre el puente de la nariz y se aclaró la garganta, en un vano intento de fingir que era una persona normal, en un sitio normal, con gente nor... común.

 

—¿Y por qué estamos confabulando nosotros tres?

 

—Habrá diez mesas, cada una atendida por tres de los miembros del comité. Pensé que Maiko te había explicado esto ayer: hicimos equipos y te apunté en el mío. Nao-chan está con nosotros porque su madre se fue con un par de arpías que... un par de "hermosas señoras" que estudiaron repostería desde que eran jóvenes. Me pregunto si será eso justo: ¡deben saber recetas de la era Edo!

 

Tanto Eiri como Sunao se guardaron de comentar nada ante la mirada brillosa y un poco desquiciada de la mujer que estaba con ellos.

 

Cuando se trata de cocina, pensó Eiri, es mejor no lastimar el ego de una mujer, porque puede ser mala madre, mala esposa, mala ama de casa... pero ser mala en la cocina debe ser sinónimo de que no sirve para nada en realidad.

 

Él era más práctico: era un genio. Podía hacer casi de todo. Cocinar era relajante, incluso. Y no le importaban los resultados porque desde el principio, confiaba en que las cosas le saldrían muy bien.

 

Pero respetaba a la cocina, nunca la había subestimado y se tomaba todo lo que hacía en ella enserio. Tal vez por eso podía presumir que era bastante bueno...

 

—Ehm, bueno —era obvio que la conversación se había cortado en algún punto y que Sunao no tenía las palabras adecuadas para continuar con ella. Eiri, obnubilado por su café azucarado, no prestó atención—, ¿qué falta? ¿Decidir el color del mantel? ¿La mesa que queremos? ¿El precio de las galletas?

 

—Eso es lo de menos —intervino Eiri, que nunca había vendido nada en su vida por más que Shuichi hubiera luchado por conseguir que se deshiciera de unas cuantas cosas en su baúl de los recuerdos... ok, en su habitación de los recuerdos mohosos y viejos que no se había dignado a ver desde hace años—, el punto aquí es que yo soy una celebridad y tú eres un diseñador gráfico. Hagamos invitaciones, las reparto entre mis conocidos, los obligo a comprar (amablemente) nuestros productos como locos y voilá. Terminamos justo a tiempo para ir a comer.

 

La señora Shindou intercambió una mirada con Sunao.

 

—Eso podría funcionar. Shuichi podría ayudar.

 

—Pensándolo bien, es una pésima idea. Olviden lo que acabo de decir.

 

Sonrió de manera forzada y dio un sorbo largo y ruidoso a su taza de café. No se le había pasado por la cabeza que Shuichi pudiera llegar a saber que se había inscrito en un programa de servicio comunitario, ¡con su madre!, y que vendería galletas.

 

Siempre podría alegar que a él qué le importaba, pero... sentía pena.

 

—Pero si a mí también me parece buena —intervino Sunao—. Ahora mismo podemos dibujar el diseño de las invitaciones y las imprimiré llegando a casa. Mañana las tendré listas para usted, Yuki-sensei. Y el día de la venta, terminaremos rápido, aunque eso implique favorecer también a los otros vendedores.

 

—¿Cómo que favorecer a otros vendedores?

 

—Es que si repartimos las invitaciones, no implica que nos compren a nosotros. Como habrá más mesas, supongo que la gente querrá observar...

 

—Pero no es esa clase de gente común a la que le gusta observar mesas —alardeó Eiri, pensando en el extraño y bizarro gusto de su cuñado por satisfacerlo— si yo digo "compra" me comprarán sólo a mí.

 

—Y no lo dudo, pero, ¿no es eso injusto?

 

—No, porque quien no es listo, no tiene clientes. Y todos queremos que haya pavo y esas cosas en el albergue para navidad, ¿no?

 

—Pues sí, pero —insistió el joven muchacho, agitando el flequillo pintado de blanco para dejar al descubierto ambos ojos con lentillas—... ¿qué no acaba de decir, además, que deberíamos olvidarlo porque es mala idea?

 

—Es de sabios cambiar de opinión (pero que Shuichi no se meta en esto, señora Shindou).

 

Sunao se dio por vencido.

 

La lluvia comenzó a caer con frialdad sobre las calles de la ciudad. El sonido de los autos se volvió más escandaloso y la calefacción de la pequeña cafetería les ofreció resguardo del frío. Permanecieron en silencio largo rato. Eiri rellenó su taza de café varias veces y, cuando se hartó de los líquidos, pidió más pastel. De todos, era quien parecía estar más cómodo con la lluvia, lejos de casa, el frío... lejos de Shuichi.

 

La señora Shindou determinó que la reunión se había terminado y se levantó. Eiri se ofreció a llevarla a casa y, por ende, al chico también. Aceptaron y fueron en busca del auto, estacionado en la calle aledaña a la cafetería. Pudieron cubrirse con el paraguas de la madre de Shuichi hasta alcanzar el resguardo del lujoso auto del escritor y este manejó con lentitud por las calles.

 

Sunao iba sentado a su lado. Cuando observaba por el rabillo del ojo, era fácil confundirlo con Shuichi.

 

—Nos veremos pronto, Eiri, llámame por la tarde y dime si te han gustado las galletas. ¡Cuidense! —se despidió la mujer, afuera de su casa, antes de que ellos siguieran su camino.

 

Sunao iba tan callado, que su presencia se volvió incómoda.

 

—Jamás terminamos nuestra conversación sobre mujeres —siseó, dispuesto a romper el hielo. Debido a la depresión que le estaba dejando la separación con Shuichi, se sentía incómodo en los silencios largos.

 

—¿Era sobre mujeres o bodas?

 

—Las mujeres vienen programadas para, en algún punto de sus vidas, tener algo a lo que llamar "boda", así que podríamos decir que es lo mismo.

 

—¿Los hombres no estamos programados de la misma manera?

 

Eiri bufó.

 

—¡No! Nosotros podemos vivir sólo con lo básico: Ce-Ci-Se.

 

—¿Qué es eso? ¿Italiano?

 

—Cerveza, Cigarros, Sexo.

 

Sunao silbó, un poco divertido pero desinteresado.

 

—Pensé que su relación con Shindou-san iba bien.

 

—Me llevo bien con ella, ¿no viste?

 

El muchacho negó con la cabeza. Se preguntaba cuánto tiempo Eiri conduciría antes de darse cuenta de que no le había dicho su dirección.

 

—Hablo de Shindou Shuichi.

 

Pisó el acelerador y estuvo a punto de chocar en una avenida con una camioneta estacionada. Sunao lo observó con cierto pánico repentino y se preguntó si lo correcto sería bajarse del auto con un veloz salto y gritar una vaga disculpa.

 

Eiri no parecía enojado, sino perturbado.

 

—Él no es asunto tuyo. Ni de nadie más.

 

Se quedaron callados y Sunao no tuvo ni siquiera el valor de mencionar su dirección. Esperaba que Eiri fuera quien preguntara por ella y terminara con ese suplicio. Pero la siguiente vez que abrió la boca, fue para decir:

 

—¿Te gustaría tomar una cerveza conmigo? —parecía pensativo.

 

—Bu-bueno...

 

 

 

Maiko estaba hurgando en los cajones de Eiri mientras él estaba en el salón, con la cabeza colgando por el borde del sillón y las plantas de los pies enfundadas en calcetines blancos contra la pared.

 

Sentía las mejillas ardiendo y la tos era insoportable. Esperaba que no hubiera repercusiones para su garganta después, pero Maiko no había insistido en llevarlo al médico cuando se dio cuenta de que estaba lloviendo.

 

Cambiaba canales en el televisor a una velocidad vertiginosa que comenzaba a marearlo. Pensó en poner música, pero al darse cuenta de que no podría cantar, no quiso ni siquiera intentarlo. Tomó su móvil y quiso llamar a Sayaka para preguntarle si no había existido ninguna clase de altercado entre ella y Eiri la tarde anterior después de que él se quedara dormido, pero tampoco quiso tratar.

 

En el fondo, deseaba que sí hubieran peleado. Por él. Que se hubieran insultado en murmullos para que él no pudiera escucharlos, que Eiri hubiera terminado corriéndola del departamento y se hubieran quedado un poco frustrados, pero sabía que no era así.

 

Eiri no solía ser grosero con las mujeres, aunque pareciera que sí. Y durante la mañana, cuando se había acercado a él para amenazarlo, lucía tan fresco como una lechuga.

 

...Deseaba que hubieran peleado para saber si en verdad había significado algo, alguna vez, para el escritor. Que le permitiera estar ahí, en su departamento, que hubiera dejado que Sayaka lo visitara le daba muy mala espina. Poco a poco se le formó un hueco en el estómago.

 

—¡Shuichi! ¡Mira lo que encontré! ¡Supongo que a Ei-chan le gusta la ropa salvaje con estampado de piel de leopardo!

 

—¡Eso es de Tatsuha, Maiko!

 

La escuchó gritar y cerrar un cajón de golpe. A veces no comprendía qué más le daba a la gente: Tatsuha, después de todo, era una pequeña copia física de su hermano, aunque con diferente vestuario y color de cabello y ojos.

 

¡Incluso tenían la misma voz!

 

Pero claro... Eiri siempre iba a ser único por sí sólo. Tatsuha siempre iba a ser... peculiar.

 

Justo cuando sonreía con melancolía, se abrió la puerta del departamento. Giró el cuello para observar el momento en el que Eiri entrara en el salón y sonrió.

 

—¡Bienveni...! —exclamó, con las mejillas sonrojadas por la fiebre y por la fuerza de la costumbre, pero su voz murió cuando quien apareció en el salón-comedor fue un muchacho joven, pálido y desarrapado que lo saludó con una reverencia formal.

 

—...Do —terminó Maiko por él, saliendo de la habitación de Eiri para observar a los recién llegados como si se tratara de una pareja que se hubiera equivocado de casa.

 

Shuichi esperaba algo similar. Eiri NO tenía amigos. Eiri no tenía conocidos lo suficientemente interesantes para ser llevados a su departamento así nada más. Mizuki-san era la única mujer privilegiada por ambos que podía ir y venir por esa casa como le viniera en gana.

 

Oh, pero esa ya no era su casa. Sólo estaba ahí porque había convencido a Eiri de rentarle una habitación.

 

—Ah, Shindou-san, mi nombre es Satou Sunao —saludó, con  voz un poco temblorosa, mientras la sombra casi felina de Eiri aparecía detrás de él. Lo empujó por el hombro, indicándole con la cabeza la puerta de su despacho —, es un placer conocerlo —exclamó, antes de que Eiri lo arrojara de golpe en la oscura habitación y cerrara la puerta, como si se deshiciera de un gato travieso.

 

—Wow, Ei-chan, ¿quién es ese muchacho? No estarás engañando a mi hermano, ¿verdad?

 

Shuichi sintió una punzada de dolor en el pecho, pero era demasiado tarde para eso. Eiri sonrió con malicia.

 

—Nunca lo había considerado, Maiko-chan, pero a estas alturas, sería interesante tener una aventura, ¿verdad, mi amor?

 

Shuichi sintió un espasmo. Se le cerró la garganta y por más de cinco segundos no pudo respirar. Sintió que su cuerpo se estremecía por un frío que no tenía nada que ver con la lluvia y cerró los ojos con incomodidad.

 

No te atrevas —siseó, con un hilo de voz apenas audible.

 

—Ay, ustedes dos. A veces no sé si están bromeando o si se toman las cosas enserio. De todas formas, Ei-chan, no me has respondido: ¿quién es ese muchacho?

 

—Pues ya lo dijo —se encogió de hombros mientras se encaminaba hacia la cocina para sacar las cervezas del refrigerador, cuando volvió, continuó:—se llama Sunao, lo acabo de conocer —los dos hermanos lo observaron de manera escandalizada—, oh, pero no se asusten, es diseñador gráfico.

 

—¡¿Y eso qué tiene que ver?! —exclamó Shuichi, alarmado y preocupado como no había estado en mucho tiempo.

 

Eiri se encogió de hombros y fue a encerrarse al despacho con aquel muchacho.

 

Maiko se sentó al lado de su hermano y le pasó una mano por el cabello con aire maternal.

 

—Eiri-chan te ama. Así que no te asustes: ya sabes que le gusta jugarte bromas. La única persona importante para él, eres tú.

 

Eso no fue, precisamente, un consuelo.

 

 

 

Eiri encendió las luces de la habitación porque el señorito Satou no se atrevió a hacerlo por estar en una casa ajena. Fue hacia su laptop e hizo lo mismo, esperó un poco, como si meditara algo importante, y luego se la tendió al joven diseñador.

 

—Sin duda has visto esos boletos de turnos que dan en los hospitales y en las filas de los restaurantes de comida rápida —Sunao asintió, observandolo con cierta duda, como si pensara que estaba volviéndose loco—, te pagaré lo que sea si diseñas algunos para mí. Es una broma que tengo ganas de... hacer.

 

—Cla-claro...

 

—Que sea algo pomposo, una broma en papel. Eso. Quiero una broma en papel. Algo que dé ganas de llorar por la humillación que provoquen apenas verlo. Si puedes usar colores chillones, mucho mejor.

 

—O-ok...

 

Eiri sonrió, abrió una lata de cerveza y se la entregó a Sunao, que seguía dudando. Abrió la otra y la bebió en unos cuantos tragos, sin dejar de sonreír con cierto dejo maligno en las facciones.

 

 

 

Cuando dejó de llover, dos horas después, Maiko decidió que era hora de marcharse, pues debía llenar unos cuantos informes. Shuichi se despidió de ella y, aunque intentaron que Eiri saliera a decirle adiós, este le gritó una escueta despedida al otro lado de la puerta de su estudio.

 

Shuichi se quedó sólo en el salón, con las palabras de su hermana dándole vueltas en la cabeza.

 

Eiri no podía... es que... no... Eiri era... pero él... es que... no, no podía ser... claro que no... Eiri lo... lo amaba a él... lo quería SÓLO a él.

 

Ahora, ¿por qué diablos estaba llorando?


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