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Tú ya sabes a mí por PruePhantomhive

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Y me voy a atravesar cuando quieras besar sus labios.

 

Y te voy a estorbar cuando intentes hacerle el amor.

 

Y en mi nombre pensarás siempre que saga de tu boca un "te amo".

 

*

 

Eiri se tardó más de lo esperado en salir de su despacho a pesar de que Shuichi había procurado hacer un escándalo para llamar su atención. Estaba comportándose como un estúpido, pero como esa suele ser una facultad de los seres humanos cuando están celosos, no le importó.

 

Tosió, estornudó y se limpió la nariz con el estruendo de un elefante viejo y enfermo, pero nada funcionó. Incluso hizo el intento de preparar té (para calmarse un poco los nervios) y se las arregló para quemar el cable del horno de microondas con la parte inferior de la tetera, algo que, sin duda alguna, tendría que hacer salir a Eiri de su escondite, como cuando las arañas huyen por el olor a humo. Pero no. El novelista y su amigo siguieron fielmente encerrados, sin mosquearse con el escándalo del cantante, casi sin darse cuenta de que estaba ahí.

 

Shuichi se sintió un poco ofendido. Volvió a sentarse en el sillón, buscando la postura más casual y simple, y aguardó, con la vista clavada en la puerta del estudio, como si quisiera traspasarla con su inexistente visión de Rayos X.

 

Cuando por fin se abrió y Eiri apareció en compañía del curioso muchacho, los dos estaban riendo. Riendo. Riéndose. ¡Riendo! Al verlo con cara de mala leche, pararon.

 

—Casi olvidaba que estaban aquí —mintió, dándose cuenta de que su voz sonaba un poco ardida y repulsiva. Eiri alzó las cejas y Sunao agachó la mirada, como si se sintiera culpable. Eso molestó más al cantante.

 

—No te puedo culpar, cariño, siempre he sabido que tienes un cerebro pequeño y de poca capacidad: es normal que se te olviden las cosas.

 

—¡No empieces!

 

—¡Ah, Yuki-sensei, creo que es mejor que me vaya! —exclamó Sunao, sonrojado hasta las raíces del pelo. Eiri asintió con la cabeza.

 

Su cara era pétrea. Sus facciones estaban endurecidas por una frialdad casi palpable y sus ojos, esos ojos capaz de erizarle la piel al más fuerte de los hombres, resplandecían con un fulgor odioso que le regalaba diez años más de los que realmente tenía.

 

De pronto, Shuichi se dio cuenta de que no tenía derecho de reprochar nada y era TARDE para percatarse de algo tan obvio como eso.

 

Quiso ponerse a llorar otra vez, pero logró contenerse. Las lágrimas amargas eran las que más dolían. Y fuera una exageración, una trampa de su propia cabeza, sabía que no sería correcto montar un espectáculo en medio de la tormenta, porque las tarimas podrían venirse abajo con él encima.

 

Eiri pareció leer sus pensamientos y lo observó sin piedad.

 

—Te llevo —sonrió, maloso, sin alejar sus ojos de Shuichi, que comenzaba a sentirse pequeño, diminuto, inválido.

 

—No es necesario —Sunao dejaba que sus ojos cabalgaran sobre la expresión fría de Eiri y, después de eso, sobre la cara dolida de Shuichi. Apretó con ambas manos el portaplanos y se preguntó si no se había metido en un problema gordo.

 

Se rascó la punta de la nariz con un dedo tembloroso y agachó la mirada otra vez. Sintió la garganta seca. Eiri no se movió y no quiso ser quien tomara la iniciativa.

 

—No hay problema. Shuichi puede cuidarse sólo. Eso o puede llamar a su amiga para que venga a hacerse cargo de él —siseó, con la voz ronca y gélida, mientras por fin caminaba hacia el recibidor. Se puso su abrigo negro y las gafas de sol, aunque afuera seguía nublado.

 

Shuichi intercambió una mirada con el joven muchacho y este le regaló una tímida sonrisa que pretendía brindarle aliento, pero con los ánimos tan abatidos, Shuichi la interpretó como una mueca burlona y sintió un coraje caliente hirviendo en la boca de su estómago. Agitó la cabeza, pretendiendo que entendiera que quería que se marchara y, cuando observó otra vez, Sunao había desaparecido... al igual que Eiri.

 

Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás mientras soltaba un lastimero suspiro desesperanzado. Algo pesaba en su pecho y nada tenía que ver con la gripe.

 

Tragó saliva con dificultad y encogió las piernas contra el pecho mientras observaba la imagen gris proyectada al otro lado del cristal del balcón.

 

Las nubes danzaban con gracia en ese cielo atormentado por truenos y rayos.

 

Los edificios eran grandes torres muertas que desaparecían en la neblina.

 

Con el corazón estrujado, derramó una lágrima solitaria y la enjugó antes de que él mismo se diera cuenta de lo que estaba pasando.

 

—¡No puede ser! ¡¿Qué está pasandome?! —sonrió con frustración mientras se pasaba una mano por el cabello.

 

Nunca había sentido tantos celos. Ni siquiera cuando Ayaka Usami se había mostrado interesada en Eiri. Tampoco los había sentido por la presencia de Tohma... mucho menos por Yuki Kitazawa.

 

Ahora... ¿por qué?

 

Se alcanzó el móvil y mandó un e-mail a Sayaka, preguntándole si tenía pensado visitarlo ese día. Cuando ella respondió que tenía el permiso de "Eiri-san", Shuichi le pidió, cortante, que no fuera. "Por tu bienestar" mintió. Oh, bueno, de todas maneras no quería que ella se diera cuenta de que estaba enojado por que su ex acababa de salir con otro muchacho.

 

 

 

Eiri tenía una sonrisa bonita, seductora y sexy. Mientras manejaba, lucía como si ese auto lujoso y rojo hubiera sido hecho justo a la medida para que lo luciera él. Sunao lo observaba con el último dejo de cautela que le quedaba y, cuando Eiri se percató de sus ojos azules escudriñándolo, le preguntó si le pasaba algo.

 

Sunao negó con la cabeza apresuradamente.

 

—Sé que dijo que Shindou Shuichi no era de mi incumbencia (ni de la de nadie) pero me pregunto si lo que hicimos será en su contra, es decir... no quisiera ser parte de una broma que lo va a lastimar.

 

Eiri silbó con burla.

 

—¿Y a ti qué más te da?

 

Sunao tragó saliva. La cerveza que se había tomado se le había subido un poco a la cabeza. Se sentía con el cerebro burbujeando. Iba a comenzar a reírse.

 

—Es que su cara era la de una persona enamorada y enojada —Eiri estuvo a punto de derrapar de nuevo—. Creo que estaba celoso. Y eso no sería justo, porque Yuki-sensei y yo no somos nada.

 

Eiri siguió sonriendo, sin apartar nunca la vista del camino. Giraba el volante con maestría y elegancia. Los cristales polarizados enmarcaban su figura dorada. Sus manos eran tan blancas... Sunao tuvo ganas de tocar para comprobar si no se trataba de un fantasma.

 

—Él no está enamorado. Sólo es un idiota más que cree estarlo.

 

—¿Cómo puede saberlo? Después de todo, usted no puede saber lo que los otros están pensando. Yo creo que tiene mucha imaginación. La realidad de sus novelas está chocando con la realidad de su vida.

 

—¿Cómo puede saber si es así?

 

—Exacto. Pero como usted estaba especulando... quise jugar también.

 

Eiri se encogió de hombros y sonrió. Tenía ganas de fumar un poco, de perderse en el humo del cigarrillo y abandonarse a la cálida sensación de su boca impregnándose del olor del tabaco.

 

Tuvo ganas de acelerar y estrellarse contra un muro de firme concreto. Esa sensación no lo había invadido desde hace años, cuando había comprendido que Yuki Kitazawa estaba pudriéndose tres metros bajo tierra y que no debía perturbarlo más.

 

Pero las ganas siempre estaban ahí. Reprimidas por la imagen de Shuichi a su lado. Se preguntó si debería hacer una nueva cita con su psiquiatra para hablar sobre lo que estaba pasando en esos momentos. Pero la psiquiatra no le servía de mucho. Ya la reconocía como alguien significativo en su vida y eso le quitaba valor e interés a las cosas.

 

Hablar con ella había dejado de ser divertido hace mucho y, tal vez, por eso había considerado que ya no era necesario seguirla viendo. Y ella había considerado lo mismo. Comenzaba a preguntarse si lo había hecho solamente para deshacerse de él... como Shuichi.

 

—Llegamos —susurró Sunao, luciendo bastante aliviado por ese hecho.

 

Eiri echó una mirada al sitio y se dio cuenta de que estaba bien. Era un lugar pequeño, común y corriente que se veía bastante cómodo y tranquilo. Recordó que vivía con su madre y se preguntó si sólo serían ellos dos. Tal vez tendría hermanos igual de raros que él y, si ese fuera el caso, se compadecía de los pobres muchachos.

 

Se estacionó delante de la pequeña casa y esperó a que el chico tomara sus cosas y bajara del auto. Mientras Sunao se acomodaba la correa de la escuadra y el portaplanos en un hombro, Eiri lo observó de arriba a abajo.

 

Era un chiquillo, sólo eso. Como la novia de Shuichi. De hecho, sentía casi lo mismo por él que lo que había percibido por ella.

 

Era como si él y Shuichi estuvieran jugando a asaltar las cunas de niños de veinte años, apenas lo suficientemente mayores para tomar decisiones sin el apoyo de sus papás. Pero, si le preguntaban, Shuichi era el que más había metido la pata.

 

Después de todo, él no estaba más que socializando con Sunao. No estaba intentando tirarselo ni nada parecido a eso.

 

—Imprimiré los boletos esta misma tarde. Les daré una presentación... esto... como la que me pidió, Yuki-sensei, y se los llevaré mañana mismo a su departamento. ¿Alguna hora que le resulte conveniente?

 

—Cualquiera después de las once está bien.

 

—De acuerdo.

 

—No has mencionado el costo.

 

—Mañana lo tendrá.

 

—De acuerdo —sonrió satisfecho. Estaba acostumbrado a que la gente quisiera echárselo al bolsillo "haciéndole favores" (estúpidos) y "dándole regalos" (ridículos).

 

Se despidieron y Eiri volvió, como un buen chico, a su casa.

 

 

 

Shuichi tenía los pies sobre la mesa de la sala, estaba apoyado contra el respaldo del sillón, con los brazos extendidos y una mueca neutra en la cara. El cabello, pintado de rojo, le caía sobre los hombros como una cascada sanguinolenta y ardiente.

 

Eiri nunca le había mencionado lo mucho que le gustaba ese color en él. Le acentuaba la pasión y revivía esa llama joven que parecía no querer morir.

 

Dejó el abrigo en el perchero del recibidor y entró al salón, observando al cantante como si fuera un mueble más. Era fácil, al saber que, después de todo, ya no era nada suyo... ni siquiera creía conocerlo la mitad de bien.

 

Muchas cosas habían cambiado en el transcurso de esa semana y veía con orgullo que parecía estar aclimatándose un poco. Era como recibir la llegada del invierno con abrigo, bufanda, orejeras y guantes. Restar, poco a poco, las orejeras y los guantes, era un gran logro.

 

—¿Vas a contarme en dónde conociste a tu amigo? Es simple curiosidad.

 

Eiri sonrió. Shuichi tenía la expresión de alguien que acaba de ser asaltado por el peor de los rufianes.

 

—No.

 

—¿Por qué?

 

—Por dos graciosas razones —sonrió—: número uno, no se me da la gana y número dos, no te debe importar. ¿Comprendes?

 

—¿Por qué dejaste que Sayaka viniera aquí ayer? Querías conocerla, ¿verdad? ¡Si tú puedes saber cosas de ella, porqué yo no!

 

Eiri alzó las cejas, fingiendo sorpresa y curiosidad. Su comportamiento cínico era una de las cosas que más enervaban al cantante y, para desgracia de este, el novelista lo sabía, sólo que nunca había tenido la necesidad de portarse así más de cinco minutos con él.

 

Se acercó al salón, tomó el mando a distancia y apagó el televisor. Shuichi entornó los ojos y lo fulminó con la mirada, harto.

 

—Shuichi, querido, no pensaste que sería tu nana todo el tiempo, ¿verdad? Esa chica tiene el tiempo para cuidarte, así que, siendo tu novia, es justo que lo haga. ¿A mí qué más me da? Pero, si algo te pasa, EN MI CASA no quiero ser el responsable de nada.

 

Shuichi volvió a tragar. Estaba temblando de rabia y apretaba con tal fuerza las manos, que los nudillos comenzaron a ponérsele blancos. Eiri parecía tan divertido. ¿Eso significaba que sus lágrimas habían sido de cocodrilo? Bueno, bueno... como si él no hubiera derramado muchas de esas en el pasado.

 

¡Pero igual le repateaba el hígado pensar en eso!

 

—Además, es linda, agradable. Atenta. Será una buena ama de casa. ¿O tal vez una genial sirvienta? ¿Le has contado que te gustaba vestirte de maid?

 

Shuichi cerró los ojos, lívido por el coraje.

 

—¿Por qué haces esto? —susurró, con una lágrima solitaria resbalando por el contorno de su mejilla.

 

Eiri sintió que una garra invisible le estrujaba el pecho. Estaba a punto de ponerse a llorar con él, pero ahora que tenía tomada a su dignidad por el cabello, dificilmente la dejaría marchar otra vez.

 

Suspiró y se levantó, dispuesto a irse a su estudio para trabajar un poco y ver si eso lo ayudaba a distraerse. Shuichi lo siguió con la mirada acuosa.

 

—No estoy haciendo nada más que responder a tus preguntas idiotas —sentenció—. Y te aviso desde ahora que mañana nos pondremos a hablar largo y tendido sobre el asunto de tu renta y las nuevas reglas de esta casa.

 

—Te equivocas, me iré a un hotel.

 

Eiri lo miró, furibundo, por encima del hombro.

 

—Y qué piensas hacer con los días que pasaste aquí, enfermo además. ¿Dejarlos como si nada? ¿Ves como sí soy el idiota al que sólo buscas para satisfacer tus conveniencias? Me pregunto desde hace cuánto estás usándome. Algo me dice que tú sólo me querías a tu lado para acercarte a Seguchi —canturreó.

 

Shuichi jadeó por lo bajo y gruñó, cerrando los ojos con fuerza. Dio un puñetazo sobre la dura superficie de la mesa.

 

—¡ESO-NO-ES-VERDAD!

 

Eiri asintió con la cabeza, dándole la espalda. Comenzaba a dolerle el estómago y se encontraba un poco mareado.

 

—Eso es algo que sólo tú sabes.

 

Antes de que Shuichi replicara, entró a su estudio y cerró la puerta con llave.

 

 

 

Sunao apareció en el departamento de Eiri a las diez y media, a sabiendas de que era posible que el escritor estuviera ocupado, pero no le había quedado más opción pues su madre lo había comprometido de último minuto a acompañarla a ver al gastroenterólogo.

 

Aunque se había negado, al final no le quedó otra opción.

 

Llamó por el intercomunicador un par de veces y sujetó con firmeza la bolsa de papel en donde llegaba el encargo de Eiri. Esperó haber hecho un buen trabajo a pesar de todo. Era la primera vez que le encargaban algo así.

 

Pero el rostro del novelista no fue el que apareció por el intercomunicador, sino el de Shuichi, con cara de mala leche por haber pasado una mala noche. Sunao pensó, seriamente, en huir. Una energía extraña (y estúpida) lo hizo permanecer plantado en su sitio.

 

—¿Sí?

 

—¿Se encuentra Yuki-sensei? Vine a entregarle algo.

 

—¿Qué le vas a entregar?

 

—Es privado.

 

—¡Privado! ¡¿Qué tan privado?!

 

Sunao se espantó un poco: ¿qué podría estar pensando de él una celebridad de la talla de Shindou Shuichi? ¡¿Qué?! De pronto, una imagen de él bailando I'm too sexy de Right said Fred se le vino a la mente. Lo peor era que le bailaba a Yuki Eiri y Shindou Shuichi le apuntaba con una escopeta a la espalda.

 

—Seguramente no es nada de lo que se está imaginando, Shindou-san —se justificó, nervioso y rojo hasta las raíces del cabello, temblando. La bolsa de papel se agitaba con violencia en su mano.

 

Pero Shuichi había desaparecido y, mientras él se preguntaba en dónde diablos se habría metido, la puerta del condominio se abría con inusitada rapidez. De pronto, unas manos lo sujetaron con furia por los brazos y lo obligaron a entrar.

 

Un remolino de colores era el que lo estaba secuestrando y se preguntó si todo estaría bien. La señora Shindou solía mencionar cosas extrañas sobre su hijo mayor que él nunca había creído posibles, hasta ese momento... si era verdad que Shindou Shuichi era tan raro como lo pintaba su madre, podía darse por muerto.

 

Shuichi lo obligó a entrar en el departamento y cerró la puerta, bloqueándola a la vez con su cuerpo como si quisiera impedirle una posible huida. Cuando lo vio ahí, asustado y temblando, no se conformó con eso, lo sujetó de nuevo por el brazo y lo arrastró escalones arriba, hacia el segundo piso del departamento.

 

Sunao estaba asustado. Muy asustado. Y se sentía como si fuera parte de un dorama.

 

Shuichi lo arrojó al interior de una habitación y puso el cerrojo. Todo estaba desordenado y olía a enfermo. Esperaba que no fuera "mental".

 

—Siéntate —sugirió/ordenó el cantante, señalando la cama. Sunao obedeció en el acto, rígido como un palo de escoba, observando al hombre que tenía delante con ojos desorbitados. La bolsa de papel se le escurrió de las manos y Shuichi reparó en los carretes plásticos dentro de ella. Lo observó con cierta curiosidad.

 

—Shindou-san, yo sólo venía a hacer una entrega, no a ser interrogado. Tengo que acompañar a mi madre al médico, así que, si no le importa, tengo que irme.

 

—Sólo quiero hacerte unas cuantas preguntas —susurró, un poco apenado, relajándose. Su corazón latía con brío y se sentía sofocado.

 

Sunao asintió con la cabeza, intentando portarse comprensivo aunque, en el fondo, estaba un poco molesto e intimidado.

 

—¿Por qué conoces a Eiri?

 

—Porque... —estuvo a punto de mencionar el servicio comunitario y a la señora Shindou, pero de golpe recordó que el día anterior Eiri había insistido en que Shuichi no se enterara de lo que estaba haciendo y se maldijo por su jodida mala suerte. Jamás había sido capaz de mentir sin sentirse culpable después. Luego, la culpa lo mataba poco a poco hasta hacerlo escupir la verdad. Así era y no sabía si tenía que cambiar—sí.

 

Shuichi abrió mucho los ojos, su bata blanca se arrastraba por el piso. Tenía los brazos cruzados y los ojos entornados.

 

Sunao se percató de que había una maleta abandonada en un rincón de la recámara y que estaba llena a rebosar de ropa. Se preguntó si el cantante planeaba irse de viaje. Lo más probable era que esa maleta fuera sinónimo de su regreso y no de su ida.

 

—Esa no es una respuesta.

 

—Es que no creo que sea yo quien deba responder a eso, más bien, Yuki-sensei tiene que hacerlo.

 

—¿Yuki-sensei? Dime... ¿qué intenciones tienes con "Yuki-sensei"?

 

Sunao enarcó las cejas. ¿Estaba empeorando las cosas? ¿Sería bueno salir corriendo ara pedir ayuda? ¿Encerrarse en el balcón o el armario y llamar a la policía desde su móvil?

 

Shuichi se acercó a él unos pasos.

 

—Responde —apremió.

 

—Nos acabamos de conocer...

 

—¿Y eso qué? ¡¿Crees que eso le da derecho a las personas de encapricharse con alguien y luego saltar frente a su Mercedes Benz para obligarlos a detenerse y una vez que te lleva a su casa obsesionarte y acosarlo y acosarlo y acosarlo y acosarlo y acosarlo y acosarlo...!

 

—¡Yo nunca salté frente a su Mercedes Benz!

 

De pronto, Shuichi se dio cuenta de las cosas que estaba diciendo y se sintió un poco apenado. Pero no tuvo tiempo de recapacitar su falta de buen juicio porque la puerta de su habitación se abrió y un adormilado Eiri apareció, molesto, casi escupiendo lava.

 

—¡Intento dormir! —exclamó—, ¡y la maldita gente normal duerme SIN ruido! ¡¿Qué pretendes?! —se dio cuenta de que Sunao estaba ahí y lo miró de pies a cabeza, luego a Shuichi y después murmuró un "oh". Tomó al chico por el brazo y lo obligó a salir de la recámara.

 

Shuichi se quedó pasmado, en medio de su habitación.


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