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Tú ya sabes a mí por PruePhantomhive

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Ya sabes a mí.

 

Ya sabes a mí.

 

*

 

Obviamente, las cosas entre Shuichi y Eiri no funcionaron más de esa manera y el cantante terminó haciendo algo que podría ser considerado una locura viniendo de parte de otra persona, pero que en él resultaba casi normal: fue por un martillo a la caja de herramientas que Eiri había obtenido prestada de Tatsuha y, con toda la fuerza violenta que le caracterizaba cuando lo ponían hasta la coronilla, destrozó los carretes con boletos, que terminaron diseminados por el piso del departamento, con esa horrible cara de payaso que Sunao había elegido para ornamentarlos.

 

Eiri, fumando tranquilamente en uno de los sillones de la sala, le tomaba vídeo con su móvil mientras una sonrisa divertida se pintaba en su boca rosa. Era lamentable que los boletos no hubieran servido para provocarle diversión más allá de un mes. Y eso que Sunao se los había dejado baratos "por ser su primer encargo".

 

—¡Ya estarás contento! —gritó Shuichi, con los ojos anegados en lágrimas de ira que no podía contener. Su respiración, errática, combinaba con el parpadeo difícil de su corazón, que parecía negarse a seguir contemplando las estupideces que Eiri hacía tan sólo para molestarlo.

 

El novelista no le respondió, sólo lo observó y siguió tomando vídeo, siguiendo cada uno de sus movimientos. Al menos estaba creando recuerdos. Tal vez Shuichi decidiera ir a hacer maletas y marcharse otra vez. Eso fue lo que temió cuando lo vio subir apresurado los escalones hacia su habitación. Cerró la puerta con un golpe seco y Eiri se preguntó si estaba llorando.

 

No, la adrenalina no permite que la frustración salga a la luz. Si Shuichi iba a llorar, no sería en esos momentos, sino cuando estuviera más calmado.

 

Suspiró, apagó el móvil y se fue a la cama, recordando que le había prometido a Mizuki escribir una columna para un diario y que la tendría lista a la mañana siguiente. Bueno, podría escribirla mientras estuviera en la venta de pasteles. Ahí tendría tiempo de sobra para comer, relajarse, distraerse y escribir.

 

Deseó que la vida se convirtiera en una venta de pasteles.

 

 

 

Apareció en el pequeño local a las diez de la mañana, estacionó su Mercedes en la cochera, vacía a pesar de tener espacio al menos para cinco autos, y se encaminó, portafolios en mano, hacia la entrada del recinto, flanqueada por dos gruesos árboles que dejaban caer sus hojas sin pena por culpa de la acción del viento.

 

Había un revuelo increíble. Mujeres pegaban cartulinas de colores por todos lados y algunos hombres sacaban pequeñas sillas y mesas al jardín por donde él acababa de llegar.

 

Las paredes estaban pintadas de blanco y el suelo tenía azulejos de color durazno, un detalle invertido pero bonito. No había más que mesas y sillas, personas y gritos. Sunao estaba sentado en una barda baja que protegía la entrada a las cocinas.

 

—Hey —lo saludó. El muchacho dejó de jugar con su teléfono móvil y lo observó, sonriendo.

 

—Yuki-sensei —fue su respuesta. Eiri se apoyó en la barda, observándolo con cierto interés.

 

—De haber sabido que la venta sería en el jardín, hubiera traido ropa más cómoda. Esto es caliente.

 

—No creo que importe mucho si se quita el saco, aunque a partir de las doce todo se pone peor, por eso decidieron hacer la venta afuera. Pero es posible que los pasteles se derritan. Me enorgullece que vendamos galletas. ¿Repartió las invitaciones entre sus conocidos? ¿Vendrán?

 

Yuki movió la cabeza como si tuviera una contractura en el cuello. La verdad es que lo de las invitaciones había sido una forzada formalidad innecesaria, puesto que había bastado con un par de llamadas y unas cuantas amenazas para convencer a Mika de llevar a Suzume a la venta. De paso, Tohma se había colado en su breve lista de invitados y había prometido que "bajo cualquier circunstancia, haría que asistieran los empleados de la NG Records, que podía contar con su presencia en el lugar mencionado".

 

Eiri había puesto los ojos en blanco: posiblemente terminaría encontrándose con Sakano, el loco de las pistolas, la loca de los osos panda robot (aunque no fuera precisamente una empleada de la disquera), con el raro del conejo rosado y con... no, con Bad Luck no.

 

Se rascó la punta de la nariz, horrorizado ante el pensamiento de ver a Shuichi llegando a ese sitio y preguntando a voz en cuello porqué se encontraba él ahí. Seguía sin querer que nadie se enterara de su rompimiento. Y nadie era NADIE. No era que le importaran las apariencias. Más bien le preocupaba el qué dirán.

 

Porque posiblemente Mika diría "Pobre, pero yo te lo dije". Y luego Seguchi añadiría "Ya sabía yo que su relación no iba para nada bueno, Eiri-san, pero quise apoyarte, ahora ven a que tu onii-san te abrace". Y luego Shuichi diría "No hay que hacer tanto escándalo por esto, así es el amor". Y luego Tatsuha agregaría poco certeramente "El cuñadín tiene razón, ¿alguien sabe en donde hay una farmacia? Acabo de ver a mi amado Ryuichi y creo que necesito cond...".

 

—¡Agh! —Masculló, tapándose la boca con una mano pegajosa por un repentino sudor. Sunao lo observó, un poco sorprendido.

 

—¿Se siente bien, Yuki-sensei?

 

Eiri evitó mirarlo. Asintió con la cabeza y cuando divisó la melena castaña de Maiko, fue hacia ella. Le puso una mano en el hombro para hacer que se percatara de su presencia y, tras respingar con sorpresa, ella lo saludó con un cariñoso abrazo de oso que casi le rompió las costillas.

 

—¡Ei-chan, tenía tantas ganas de verte! ¡Tenía que disculparme contigo!

 

Eiri levantó ambas cejas con incredulidad.

 

—¿Por qué conmigo?

 

—Porque aquel día, cuando te vi llegar a tu departamento con Nao-chan, creí que le estabas contoneando delante de los ojos a mi hermanito a un nuevo juguete. Ya sabes, a un "querido" —los dos estuvieron de acuerdo en que esa había sido una broma de pésimo gusto, así que no hubo risas burlescas o comentarios intentado evadir un sonrojo ("¡Ay, no, cómo crees!")—, pero mi madre me presentó al chico hace poco y me parece muy divertido, lindo y hetero.

 

—Me encanta saber las intimidades de las personas de esta manera tan particular, bonita, no sabes cuánto —susurró, poniendo los ojos en blanco. Maiko rió.

 

—Le pregunté si tenía novia y me ha dicho que no. Le pregunté si salía contigo y se atragantó con un brownie. Dijo que no le gustas, porque eres hombre.

 

—Me siento tan discriminado como un refresco de dieta al lado de uno "normal".

 

Maiko volvió a reír.

 

—Bueno, al menos ahora Shuichi no tiene nada de que preocuparse, ¿verdad? Se lo contaré en cuanto llegue para que pueda quedarse tranquilo. Tú ve a ayudar a mi madre con el mantel de su mesa, porque tiene problemas con el viento. Sólo coloquen esto —le puso en las manos una pesada caja llena de platos desechables, vasos y cucharas— encima y listo.

 

—Vale.

 

—Se ha colocado cerca de los cerezos. Le ha parecido bonito. Yo le he dicho que será una pérdida de tiempo cuando tengamos que limpiar el mantel una y otra vez porque los pétalos caen con una velocidad extraordinaria por culpa del aire. Al menos Shuichi nos servirá para ponerlo a limpiar...

 

—Ok.

 

Eiri no le prestó más atención y salió, con su portafolios al hombro, la caja con utensilios en las manos y una mueca neutra en la cara.

 

Shuichi iba a ir. Shuichi lo iba a ver ahí. Shuichi se iba a preguntar que estaba haciendo ahí. Sunao lo saludó a lo lejos y se imaginó que no tendría muchas opciones: ¿tendría que hacer creer a Shuichi que salía con ese pobre muchacho heterosexual y posiblemente virgen tan sólo por la imperiosa necesidad de hacer sentir al cantante que ya no lo necesitaba metido en su vida en lo más mínimo? ¿Podría ser tan ruín al usar a una persona con esa clase de propósitos tan egoistas? Peor aún, ¿era tan patético?

 

¿Por qué no simplemente buscaba su agenda en la guantera del auto, localizaba el teléfono de alguna linda chica escritora o columnista y le pedía una cita? ¿Por qué no intentaba ligar con alguno de esos bribones musculosos que cargaban mesas, sillas y sudaban sus camisas blancas mostrando, así, sus perfectas abdominales?

 

No. Eso sólo lo convertiría en alguien todavía más patético. Ya había tenido suficiente con estropearle los nervios a Shuichi y provocar que terminara rompiendo su última inversión con un martillo. Desde aquel entonces, no habían vuelto a dirigirse la palabra.

 

Acomodó la caja sobre la mesa y la señora Shindou le dijo algo. Estaba tan distraido, que sólo dijo que sí y comenzó a sacar platos de colores pasteles adornados con una flor roja en el centro. Los vasos eran transparentes y los tenedores y cucharas, blancos. No supo para qué eran estos últimos exactamente, pero no le importó. Se sentó y sacó su portatil, intentando despejarse un poco con el perfume despedido por las flores de cerezo, por el jugueteo del viento entre sus hojas. Por el suave cántico pausado de sus pensamientos, bailando la conga dentro de su cabeza.

 

—Shuichi me ha comentado que tiene una amiga fanática de la cocina —comentó la señora Shindou, sacando las bolsas de galletas y acomodándolas sobre charolas de aluminio sobre la mesa. Eiri sintió que algo le estrujaba el pecho—, me dijo que la convencería de traer pastel y pie. De piña.

 

—Odio la piña —dijo, como si estuviera marcando un punto de vital importancia dentro de la conversación. La mujer se rió.

 

—Espero que nos vaya muy bien. Eiri-chan, te prometo que nos iremos de compras solos tú, Sunao y yo cuando tengamos una buena cantidad de dinero. Así podremos elegir entre los tres muchos y bonitos regalos y darlos al albergue.

 

—Eso sería interesante —Intentó sonreír. Un rayo de sol travieso le dio de lleno en la cara, arrancándole un destello a sus gafas, y la luz hizo que su piel se viera todavía más blanca. Se preguntó si se estaba volviendo transparente, como Chihiro al principio de la película de Miyazaki. Se preguntó, después, si quería verse así sólo por capricho.

 

Escuchó una risa familiar a lo lejos, observó por el rabillo del ojo y sonrió con cierta melancolía.

 

Había creído que ya no le importaba, que las cinco fases para él ya no eran nada, pero en esos momentos se daba cuenta de que tenía incrustada en el pecho la misma desesperación que se había apoderado de él cuando había matado a Kitazawa y no sabía qué hacer para deshacerse de ella.

 

Correr, gritar, huir, dejar de sentir. Dormir, dormir, dormir para siempre y callar la voz refunfuñona en su cabeza que le gritaba ¡Pide una segunda oportunidad y olvídate de tu dignidad si es necesario! Pero sus piernas no respondieron. Tampoco su garganta.

 

Tecleó con furia incoherencias que aparecieron con lentitud en la pantalla del ordenador y, cuando los pasos se acercaron, sintió una mirada curiosa sobre él.

 

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó Shuichi, que llevaba en los brazos varias cajas de pastel de fresa y otros de limón.

 

Sayaka estaba a su lado y lo saludaba con una tímida sonrisa y una fragil inclinación de cabeza. La señora Shindou admiraba la calidad de los postres que habían llevado y no les prestaba atención.

 

—Nada especial, mi vida, convirtiendo oxígeno en dióxido de carbono. ¿Y tú?

 

Shuichi entornó los ojos, observándolo sin pizca de compasión. Estaba cabreado y, curiosamente, a Eiri se le había ido toda la culpa y ahora deseaba hacerlo enojar más. ¿Por qué mierda había llevado a la niñita de coletas ahí? ¿No podía tener más respeto por un evento familiar? ¡Oh!, ¿sería que ya quería presentársela a su familia como un posible candidato a ser parte de ella tal y como lo había sido él?

 

Pequeños bastardo desconsiderado y pueril.

 

—Yuki-sensei —llamó Sunao desde la puerta del local, cubriéndose los ojos con una de sus manos para que no lo cegara el sol—, ¿puede ayudarme a cargar la cafetera, por favor?

 

Eiri agradeció su aparición con una brillante sonrisa.

 

—¡Claro! —siseó.

 

Shuichi apretó los labios contra sus dientes hasta convertirlos en una recta línea y cerró los puños con todas sus fuerzas. Sus ojos estaban clavados en la superficie de uno de los pasteles de Sayaka como si este lo hubiera ofendido seriamente y deseara destrozarlo a golpes.

 

La muchacha, que lo observaba con atención, quitó de ahí el postre antes de que el cantante cobrara venganza contra él.

 

Ya se sospechaba desde hace días que algo extraño estaba pasando entre Yuki y Shuichi, pero había decidido no preguntar porque se imaginaba qué era. No se sentía mal por eso, al contrario, estaba contenta por él y sólo esperaba que se diera cuenta pronto de lo que estaba pasando, porque no quería ser la causante de más problemas.

 

Pero tampoco tenía las agallas de mencionar algo como eso en voz alta porque no quería parecer entrometida. Y tal vez sólo estaba malinterpretando las cosas, como comunmente le pasaba, así que era mejor aguardar por un hecho concreto antes que intentar predecirlo.

 

Al menos le agradó ver que, cuando aparecieron Hiro y Fujisaki, Shuichi pareció volver al ambiente alegre del que no debería salir muy seguido por su propia salud mental... y a veces la de los demás.

 

 

 

Pero debieron haber previsto que Tohma no iría a ese sitio con sus cantantes estrella con el simple propósito de ayudar a la venta. Parecía haber corrido la voz de que Bad Luck se encontraría en la pequeña colecta y la gente no paraba de llegar, al grado de que la situación se estaba volviendo casi abrasiva.

 

Eiri se quitó el saco, lo puso en el respaldo de su silla y optó por usar sus gafas de sol. Le pidió a Sunao su gorra y se la puso sin mucho pudor, intentando ocultarse, así, de miradas curiosas.

 

Mika y Tatsuha estaban a su lado, ella intentando aplanar el rebelde cabello rubio pajizo de su hijo y él asaltando los suministros de café mientras observaba en la lejanía a Ryuichi Sakuma, acompañado de Noriko-san.

 

A Eiri aquello le parecía una nefasta coincidencia. Como una de esas fiestas "improvisadas" de la NG Records a las que Shuichi lo obligaba a ir.

 

—No he visto que hables mucho con Shuichi, Eiri —comentó Mika, tanteando el terreno con las puntas de los pies antes de seguir caminando por él. Cuando Eiri gruñó algo como "Es que está ocupado", ella supo que tenía permiso para insistir—, ¿quién es esa muchacha que no sea despegado ni un segundo?

 

—Yo la conozco, se encarga de repartir viandas en la NG —informó Tatsuha, metiéndose a la boca un trozo de pastel de limón sin usar cuchara. Eiri puso los ojos en blanco—, hace unos sándwiches de pavo deliciosos.

 

—Y yo pensando que sólo consumías porquerías.

 

—¡Porquerías que saben bien! Pero yo también estoy sintiendo curiosidad, hermanito, ¿por qué Shuichi está pegado a ella y no a ti? ¿Por fin has conseguido que te ceda un poco de espacio personal, lo amenazaste? ¿O están peleados?

 

La mirada preocupada de Mika alertó al escritor, supo que estaban adentrandose al terreno minado que había levantado en poco tiempo alrededor de su separación. Se levantó, cerrando con un golpe seco la cubierta de su portátil y, sin importarle mucho que los demás lo observaran con curiosidad cuando se quitó la gorra de Sunao con un empujón de la mano, se adelantó hasta donde se encontraba el cantante, lo tomó por el brazo y lo obligó a caminar hacia su mesa, pasando al lado de sus hermanos y perdiéndose en el camino creado por los pétalos de los cerezos.

 

Shuichi protestó y quiso soltarse, pero cuando se alejaron de las personas, supo que Eiri tenía que decir algo importante.

 

—¡¿Qué ocurre?! —chilló, sintiendo que el fuerte agarre de Eiri en su muñeca le cortaba la circulación.

 

—¡Mika y Tatsuha están haciendo preguntas, así que te rogaría que tuvieras la maldita decencia de fingir que tú y yo todavía tenemos algo y no estuvieras demasiado tiempo con esa niña! ¡Todos piensan que seguimos siendo una pareja funcional y quiero que siga siendo de esa manera, me oyes!

 

Shuichi agachó la cabeza. Con un tirón seco hizo que Eiri lo soltara y apoyó la espalda contra el tronco de un cerezo.

 

—¿Y si no quiero? ¿Qué harás?

 

—Te estrangularé aquí mismo —amenazó. En las pupilas de Shuichi se dibujó un enorme e incontenible dolor.

 

—Ella es mi novia.

 

—No, delante del mundo, la única persona a la que puedes amar soy yo. No es una petición, no es una suplica, es una verdad. Es nuestra realidad y, aunque estés cansado, fastidiado o harto, no la voy a dejar ir sólo porque creas estar enamorado de alguien más.

 

Shuichi tragó saliva.

 

—Yo la quiero —renegó. No lo miró a los ojos. Estaba dudando de lo que estaba oyendo y diciendo.

 

Eiri sintió una punzada en su pecho. Levantó ambas manos y le estrujó con hombros con mucha violencia. Shuichi se quejó y él no le hizo caso. No iba a detenerse. No ahora.

 

—Y todas esas veces que dijiste que me amabas a mí, ¿estabas mintiendo? —susurró.

 

Al responderle esta vez, Shuichi alzó la cara y mostró los ojos anegados en lágrimas cristalinas y pegajosas.

 

—¡No! Cuando decía que te amaba, lo sentía en la piel. Me quemaba tanto ese amor, que no sabía que hacer para impregnarlo en tu maldito cuerpo. Quería morderte, arañarte, cortarte con el filo de mi lengua y grabarte mi olor en cada poro del cuerpo. Quería que sudaras mi amor, que respiraras mi amor, que gritaras mi nombre cada vez que te llevaba al orgasmo, ¿entiendes?

 

Eiri sonrió, con la respiración agitada. Estaba sudando mares y Shuichi también. Estrujó con más fuerza sus hombros y, cuando eso no fue suficiente, levantó las palmas de las manos para sujetar su cabello rojo, enredar los dedos en él y tirar de los suaves mechones húmedos.

 

Shuichi apretó los labios, dudando y dejando de observarlo otra vez para concentrarse en el destello de sus zapatos.

 

—Yo también era sincero cuando te lo decía. Y estaba siendo tan sincero, que lo decía pocas veces para no convertirlo en algo falso. Te quería tanto, que podría haberlo dado todo por tí, mi cuerpo, mi sangre, mi piel. Todo, todo. Yo...

 

Shuichi hizo un ruido extraño con su garganta, como si estuviera tragándose el torrente de lágrimas que amenazaba con no dejar de fluir.

 

Levantó la cara de nuevo y esta vez lo observó con expresión dura.

 

—¿Por qué estamos hablando en tiempo pasado, maldita sea, si estamos aquí? ¿Por qué estás estrujándome tan fuerte, como si no quisieras dejarme ir?

 

Eiri rió de manera despectiva por medio de su nariz.

 

—Porque dijiste que estabas enamorado de alguien más.

 

Shuichi soltó un gemido tan desgarrador, que Eiri se sobresaltó, pero sentir como el cantante apoyaba la frente contra su pecho y pedía a gritos silenciosos que lo abrazara con fuerza le bastó para recuperar la calma a pesar de su agitado corazón.

 

—Te amo a ti, imbécil. Sólo a ti.

 

Eiri rió. Estaba seguro que, de haber podido, se hubiera puesto a llorar también, pero no era el momento para perderse en lágrimas de regodeo. Tomó a Shuichi por el mentón y le estampó un demandante beso en esa boca que no había tocado en meses.

 

De pronto, había dejado de llamar a las puertas del limbo para girar sobre sus talones y buscar el paraíso con pasos lentos.

 

Shuichi sabía, de nuevo, a esa gloria perdida capaz de elevarle el ritmo cardiaco. Su boca era el elixir perdido que... no, basta de palabras cursis.

 

—Este debe ser el momento en el que yo digo "Yo también te amo, mi pequeña bola de pelo raro y maloliente", pero prefiero saltarme esa parte. ¿Podemos volver a casa? Juro que no habrá más tickets para tomar turnos si tú prometes... que las cosas serán como antes.

 

Shuichi se apartó un poco de él. El viento refrescaba sus cuerpos calientes y sudorosos con un soplo casi doloroso. Se pasó una mano por el cabello y negó con la cabeza.

 

—No puedo hacer eso. "Antes" nuestra vida se había convertido en un asco. Éramos tan monótonos y vacíos, que no puedo obligarnos a caer en eso otra vez. Eiri, yo te necesito activo. Y necesito que me hagas actuar. Quiero esos gritos, esos escándalos, las falsas persecuciones, el sexo violento que teníamos cuando recién comenzabamos. No quiero convertirme de nuevo en un muñequito de plástico fingiendo ocupar un lugar en un departamento de cartón —sonrió con pena.

 

Pensó que Eiri diría algo fastidioso, hasta burlesco o que le gritaría y lo golpearía. Pero, para su sorpresa, el novelista se encogió de hombros y, resuelto, susurró a su oído:

 

—Hecho.


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