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Tú ya sabes a mí por PruePhantomhive

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Epílogo


*


La cantidad de gente que la presencia de Bad Luck había atraído a la venta de pasteles era, simplemente, atemorizante. Maiko, refunfuñando tras su mesa, partía rebanadas de pastel de limón y las repartía en los pequeños platos mientras Sayaka, su madre y Sunao atendían las peticiones de los compradores.


Si tan sólo Eiri no hubiera alebrestado a la multitud secuestrando a Shuichi de aquella manera tan ridícula en frente de todos... tal vez así hubiera habido menos escándalo y la gente no estaría sobre SU mesa, comprando a montones, y estarían revisando los otros puestos.


Maiko soltó un suspiro y le dio la quinta rebanada de pastel a Tatsuha, que llevaba rato riéndose como idiota, imaginándose las razones por la que su hermano y su cuñado habrían salido pitando en el Mercedes Benz de Eiri.


Pero no estaba imaginando las cosas correctamente. Ellos habían vuelto a su departamento ÚNICAMENTE para hablar. Se habían encerrado y habían apagado sus teléfonos móviles, desconectado el cable del teléfono y apagado el intercomunicador de la puerta para mayor privacidad.


Aunque, claro... hubo un momento en el que se olvidaron de seguir hablando y decidieron emplearse en algo más práctico. Después de todo, las manos de Shuichi siempre habían parecido tener vida propia y Eiri, encantado, se dejaba hacer, ahí, arrodillado frente al cantante, sentado en el sillón largo de la sala, acunando sus caderas con sus piernas y presionando su cuerpo contra él.


—Te extrañé tanto —susurró sobre su boca, acariciando el suave cabello rubio, enredando sus dedos en los mechones que poco a poco resplandecían con un blanco nacarado—. Jamás me había sentido tan perdido. Siempre me pierdo si no estás ahí.


Eiri dejó de aspirar el aroma de su cuello y se rió. Ese sonido fuerte, armónico, que despedía un vaho delicado contra la piel de Shuichi, fue como escuchar el comienzo de una canción escrita especialmente para ellos.


Las risas, los besos, los jadeos. Los murmullos, los susurros, las quejas. Todo eso...


—Yo no hago más que sentirme estúpido, así que perdona si no puedo responderte con algo brillante. Ahora sólo quiero besarte, tocarte y tirarte sobre mi cama.


Shuichi sonrió y se dejó arrastrar.


 


Cuando despertó, fue porque un mensaje en la contestadora le crispó los nervios. No habían desconectado el cable del teléfono en la habitación de Eiri y este había pitado estrepitosamente antes de que la voz de Maiko se dejara oír, amenazándolos. Ese era el décimo mensaje de la tarde.


Shuichi se levantó y picó números a lo estúpido para callarlo. Estaba tan, tan cansado. Se preguntaba desde cuando las relaciones íntimas se habían convertido en sinónimo de lucha grecorromana para Eiri. O tal vez era sólo que él se encontraba falto de práctica.


El escritor respiraba con pereza a su lado, con la cabeza bien hundida en la almohada y la espalda, desnuda y pegajosa, expuesta al sol de la tarde como un lienzo en blanco que desea ser pintado.


A sus treinta y cuatro años y a pesar de que solía alimentarse con comida chatarra más que con ninguna otra cosa, Yuki conservaba un cuerpo deseable y atractivo. Shuichi había recuperado esas ganas irreprimibles de morderlo y besarlo.


Se inclinó sobre él para rozar con la boca uno de sus hombros y, en cuanto lo hizo, lo escuchó respirar de manera pausada, porque lo acababa de despertar. Extrañamente, Eiri no hizo ningún escándalo por eso y sólo se dedicó a espabilarse contra la almohada.


Shuichi acomodó la espalda contra el respaldo de la cama. Había algo importante de lo que debían hablar, sólo que no sabía si ese era el momento adecuado. Bueno... de todas formas no podría posponerlo demasiado, porque quería dejar zanjado ese asunto cuanto antes.


—Mañana hablaré con Sayaka y le explicaré la situación. Me siento un poco mal por la forma en la que se dieron las cosas, no sólo con ella, sino también contigo. Porque no supe manejar la situación. Tal vez si hubiera sido sincero desde el comienzo, nos hubiéramos evitado todo esto.


Eiri gruñó.


—Tienes razón —puso los ojos en blanco, intentando que sus palabras sonaran serias y no pastosas, pues en ningún momento alejó la cara de la almohada—, pero también fue mi culpa, porque tampoco te dije lo que estaba pasando conmigo, que me sentía agobiado por el trabajo y me era mejor fingir que nuestra relación iba muy bien cuando estaba más que claro que no era así. También fue culpa de ella, por decirte que sí en una borrachera y luego no detener las cosas, cuando estuvieran con la cabeza más clara.


—¿Cómo sabes que fue en una borrachera cuando me le declaré?


—¡Porque tú mismo me lo dijiste, idiota, que salías a beber con ella y sus amigos! ¿Eres retardado?


—Ya, ya... ¡Diablos, Eiri!


—Sólo sé directo, como siempre, y no te andes con rodeos sólo porque es una chica. Además, me conviene que le dejes todo en claro desde el comienzo, así nos ahorraremos problemas y malentendidos.


Shuichi asintió con la cabeza, aunque sus pensamientos distaban un poco de las opiniones de Eiri. Más bien, quería poder explicarse porqué sólo a él le pasaban esa clase de cosas. ¿Sería un poco bipolar? No, no, sólo era emocional.


Se acostó de nuevo y pretendió dormir, pero cuando sonó la contestadora por onceava vez, ocupó su tiempo en arrojar el aparato al cesto de la ropa sucia y, ahora sí, vivir en paz.


 


Encontró a Sayaka en la cafetería de la NG Records, bebiendo un café descafeinado y leyendo el diario en la sección de empleos. Lucía bastante normal, nada decepcionada, así que Shuichi creyó que podría acercarse sin que hubiera peligro.


Se acercó, le sonrió y se sentó. Ella no le prestó mucha atención, como las primeras veces que había querido entablar una conversación con ella. Volvía a ser esa chiquilla distante y retraída que tan curiosa le parecía.


Llevaba el cabello sujeto en una apretada coleta y le caía en suaves ondas sobre la espalda. Los cristales de sus gafas estaban manchados, pero no parecía importarle demasiado y esta vez usaba un par de vaqueros y una camiseta de algodón. Shuichi se acordó de Maiko.


—Ahm, Sayaka —comenzó.


Ella levantó el rostro, le sonrió de medio lado y, mientras ponía los ojos en blanco, dio un largo sorbo a su café. El ventanal a su lado dejaba entrar el destello blanquecino del sol de medio día. Las personas pasaban por la calle con paso ligero y casual.


—¿Volviste con Yuki Eiri? —preguntó, con la voz un poco ronca y desinteresada. Shuichi supo que estaba siendo considerada y se lo agradeció.


Ella nunca le había parecido el típico modelo de chica que arman escenas por todo, al contrario, pero en esos momentos le hubiera encantado saber si estaba enojada o triste y no darse cuenta de que ella estaba pensando demasiado en él, preocupándose por no hacerlo sentir mal.


Agachó la cabeza y dijo que sí. Para su sorpresa, ella sonrió de oreja a oreja, con la pajilla de su café entre los dientes.


—¡Vaya, ya me lo temía!


Shuichi levantó ambas cejas.


—¿Cómo que te lo temías?


Sayaka se encogió de hombros, sin dejar de sonreír. Dejó su vaso sobre la mesa y cerró el diario.


—Si te soy sincera, desde aquella vez que fui a visitarte por tu enfermedad, no pude sacarme de la cabeza la manera en la que te cuidaba. Incluso esa forma de hablar conmigo me parecía un puro y duro esfuerzo para no hacerte sentir mal. Eiri-san —hizo una pausa—te quiere. Y si no volvías con él pronto, las cosas hubieran terminado muy mal. Uhm, escucha... tengo que decirte esto: todas mis relaciones han sido un fracaso a lo largo de mi vida porque nunca las supe cuidar como deberían. Incluso tú, que te esforzabas por ser buena persona y cool conmigo, me parecías un hermanito. Un primo. Creo que nunca hubiera podido dejar de verte como un amigo.


Shuichi asintió, encantado de estar familiarizado con la sensación.


—Tienes razón, de haber llegado más lejos, hubiéramos estropeado las cosas.


—Sí. Además, creo que la presión de salir con Shindou Shuichi, el famoso vocalista de Bad Luck, me hubiera provocado una esquizofrenía. Eiri-san me contó unas cuantas cosas... y si le sumas las que lees en las revistas de chismes, pues... pero me da mucho gusto que hayan vuelto, Shuichi, enserio.


El vocalista se guardó las ganas de preguntarle qué demonios le había dicho Eiri sobre él y sólo sonrió. Sayaka le devolvió el gesto y extendió su mano sobre la mesa para acomodarle un mechón de cabello.


—Seguiremos siendo amigos, ¿cierto?


El rostro de Sayaka se ensombreció.


—Uhm, sobre eso... Shuichi, voy a dejar este trabajo. Y voy a regresar a casa de mis padres. Quiero comenzar una carrera, ¿sabes? Es algo que debo hacer. Y sé que si sigo trabajando, no me concentraré y lo echaré todo a perder, así que no sé si pueda seguir encontrándome contigo. ¡Tal vez pueda ir a visitarte! O tú puedas venir a mi casa —añadió, apresuradamente, al ver que Shuichi parecía un poco contrariado.


Él se apresuró a cambiar de expresión y a asentir con la cabeza.


—De acuerdo. Si necesitas ayuda para cambiarte, sólo dímelo.


En ese punto, las mejillas de la muchacha se tiñeron de carmín y le evitó la mirada, como si de pronto se hubiera acordado de algo importante. Cuando volvió a fijar sus ojos oscuros en los de Shuichi, que parpadeaba constantemente, lo hizo con cierto destello soñador.


—Ayer conocí a ese muchacho de la venta de pasteles, Satou-kun, estuvimos platicando un rato y, cuando terminamos, me invitó a beber un poco de zumo (ya sabes, de las máquinas expendedoras) y le platiqué que pensaba mudarme. De inmediato se ofreció a ayudarme y acepté. Es lindo. Me parece que lo es.


—¿Satou-kun?


—Satou Sunao...


—¡Ah! —Shuichi sintió cierta punzada en el pecho. A pesar de todo, creyó no haber superado esa porción de celos que lo había hecho acosar al pobre muchacho cuando este sólo le había llevado los dichosos tickets a Eiri.


Esperaba no haberse pasado... esperaba que el chico no le contara lo ocurrido a Sayaka.


—Bueno, de todas formas, si cambias de parecer, sólo llámame.


Sayaka sonrió, encantada.


Shuichi decidió que era el momento de irse. Se levantó y, antes de despedirse, se le ocurrió algo perturbador:


—Oye... y ese chico... Satou-kun... ¿te parece más lindo que yo?


Sayaka se atragantó con el café. Afortunadamente, Eiri apareció en su Mercedes, en la calle, y le hizo un gesto con la mano tras bajar del auto para que se apresurara a salir. Shuichi le dijo que sí con un gesto de la cabeza y se marchó mientras las muchacha no dejaba de toser.


Se subió al auto y Eiri arrancó. Shuichi lo observó con una sonrisa un poco tonta, contento por que las cosas le habían salido, técnicamente, bien.


—¿Vamos a comer a algún sitio? —propuso, estirándose hacia Eiri por encima de la palanca, besando su cuello.


Eiri se apartó un poco y negó con la cabeza.


—Tengo que escribir otra columna para Kanna antes de que se ponga fúrica. La de ayer no se la entregué.


Shuichi, decepcionado, apretó los labios en la parodia de una sonrisa y asintió con la cabeza.


—Ok... entonces...


Eiri le sonrió.


—Es broma, ¿a dónde quieres ir?


Shuichi se encogió de hombros, le puso una mano sobre la rodilla y comenzó a hacer círculos con sus dedos, provocándole a Eiri una sensación cosquillosa que lo hizo pisar un poco más el acelerador.


Shuichi se preguntó si tendría que comentarle que Sunao y Sayaka se estaban entendiendo. Lo dudó un buen rato y luego se recostó contra el suave respaldo de su asiento, decidiendo que ya encontraría el momento.


Se detuvieron delante de un semáforo y Shuichi aprovechó para darle un beso apretado en la mejilla.


—Si es enserio que tienes que trabajar, será mejor que volvamos al departamento. Yo tengo que terminar unas cuantas cosas también.


Yuki negó velozmente.


—Quedamos en que íbamos a hacer las cosas funcionar e íbamos a salir de la monotonía. Además, escapar de mis obligaciones siempre me inspira a trabajar mucho mejor.


Shuichi le sonrió, le dio un apretón de manos y se relajó.


—Bueno.


—¿Entonces, a dónde vamos?


Shuichi lo pensó un rato, con un largo suspiro. Sus ojos estaban brillando de manera curiosa y su respiración estaba agitada. El ruido de la calle no era suficiente para aplacar los fuertes latidos de su corazón.


—A las estrellas.


Eiri lo interpretó de una manera más placentera y volvieron al departamento, para pasar toda la tarde juntos.

Notas finales:

¡Se acabó! ¡Juro que pensaba que me iba a tardar siglos escribiéndolo! Pero me siento orgullosa de que se haya terminado :p Y de no haberles provocado una gastroenteritis haciendolas pensar que estos dos bombones terminaban cada quien por su lado (al principio ese era el plan, pero me apiadé de sus pobres corazones de fujoshi... ay, ajá).

Había considerado la posibilidad de hacer una continuación, pero viendo cómo terminaron las cosas, creo que no será necesario ;) ¡Porque se quedaron juntos y felices, wiuu, wiuu, wiuu!

Muchos besos :D

 


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