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Tú ya sabes a mí por PruePhantomhive

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Ya me enteré que estás saliendo con alguien más.

 

Y yo no me moveré de aquí

 

Pero eso sí, mi recuerdo seguro se va a vengar.

 

*

 

En once años, se habían separado poco y sólo por giras, entrevistas o shows de ambos. Nunca habían tenido un problema como ese, a menos que pudieran contar a Ryuichi Sakuma y los bandidos del Oeste (ese beso bribón y esa lucha de sentimientos estúpidos alimentados por la locura de Rage). Sentado en la silla detrás de su escritorio, seguía viendo las cosas recientemente pasadas como imposibles.

 

Incluso su mente le jugó una broma pesada y creyó escuchar a Shuichi en el salón, viendo en la televisión su programa estúpido sobre cantantes europeos. Pero eso era lo único imposible dentro de todo eso, porque bien sabia que Shuichi se había marchado. Tal vez con esa misteriosa mujer que había cortado de tajo y con un cuchillo de carnicero una década y un poco más, de relación. De una buena relación.

 

Pero no iba a llorar más por eso. Después de todo, era un hombre… un hombre. En esos momentos ni siquiera le cupo en la cabeza que Shuichi lo hubiera dejado por eso. No quería pensarlo. Porque… ¿hay alguna forma de competir contra una larga melena, un cuerpo con curvas y enormes pechos resaltando bajo una blusa? Tal vez podría comenzar a usar pantalones entallados, pero volvía a caer en los territorios de la dignidad.

 

Se pasó una mano por el cabello y buscó su pinza en el cajón superior del escritorio. Las lágrimas le habían dejado una extraña sensación de frialdad en las bolsas bajo los ojos, como si se hubiera embadurnado eucalipto, así que se limpió con los pañuelos de papel perfumados que reposaban sobre el monitor de la pequeña televisión, a su izquierda.

 

Cuando sintió que no le importaba suficiente para hacer algo que revirtiera la situación, encendió el ordenador y se puso a navegar por internet.

 

Casualmente y viendo todas las noticias sobre rompimientos, dejadas y cosas cursis de diferentes artistas del mundo, con los videos homenajeando viejos romances, las canciones y las imágenes, se preguntó qué pasaría cuando el mundo se enterara de que la pareja más… populacha del Japón se había ido a pique.

 

Al menos, podía darse una idea de la reacción de los parientes más cercanos: su padre se moriría de un infarto, pero provocado por la dicha de saber que su hijo estaba volviendo de nuevo al camino del bien. Mika y Tatsuha tendrían una reacción parecida, al menos hasta que lo vieran trepándose a las paredes debido al dolor. Los Shindou, una familia muy aparte de la rareza de la suya, pero sumergida en otra, posiblemente lo tomarían dependiendo del alegato de su adorado hijo ante ellos… y detestaba pensar en eso, porque mucho le había costado familiarizarse con ellos como para que la usurpadora llegara de pronto… y lo echara todo a perder.

 

Tal vez sólo estaba fastidiándose mentalmente y debía dejar que las cosas fluyeran en su propio cause. A lo mejor sólo estaba demostrándose que, a pesar de pensar lo contrario, sí le importaba demasiado todo lo que había ocurrido.

 

Ciérrate, ciérrate, Eiri, antes de que sea demasiado tarde.

 

 

 

Cuando cayó la tarde y decidió llegar por fin a casa de sus padres, se sintió la persona más patética sobre la faz de la tierra, porque a sus veintinueve años, siendo un cantante famoso, con el dinero suficiente para llenar una piscina y nadar en èl, estaba recurriendo a su nido infantil para obtener refugio. Lo peor de todo era que no sabia como responder a las inevitables preguntas que seguro terminarían haciéndole.

 

¿Por qué había terminado con Eiri? ¿Tendría solución? ¿Qué pasaba por su cabeza? ¿Había empacado esta vez suficiente ropa interior?

 

Y siempre lo hacían limpiar su habitación, porque hace mucho tiempo que se habían “hecho a la idea de que su relación con Eiri era lo suficientemente duradera como para seguir manteniendo una habitación vacía limpia y cálida”… ¿cómo les explicaría?

 

Arrastrando la pesada maleta negra, con la mochila básica de pertenencias indispensables colgando de un hombro, dio la media vuelta y caminó calle abajo, buscando un taxi.

 

Creyó que, si Sayaka le había dado el sí, podrían comenzar una vida juntos a partir de ese momento, en el que todo se había terminado con Eiri, en el que este y su vieja relación se estaban derritiendo en su mente para darle paso total a ella.

 

Lo peor de todo, es que jamás consideró la posibilidad de estar cometiendo un error.

 

Antes de alejarse de todo, antes de cruzar la avenida, se dio un tiempo para respirar profundo y, con la boca apretada, observar el cielo. Tragó con dificultad y se estremeció. El canto de los ángeles le tapaba los oídos y ya no le parecía hermoso. La voz y las caricias de Yuki se alejaban despacio sobre las marcas negras que dejaban las llantas de los autos en la calle.  

 

Alguien lo empujó por accidente y tuvo que avanzar cuando el semáforo indicó el paso peatonal. Se sentía tan ligero, tan suave, que ni siquiera se dio cuenta del momento en el que llegó a la casa de ella, que abrió la puerta con una expresión agotada que inmediatamente después mutó a una contenta.

 

Eiri siempre estaría esperándolo en casa, lo sabia. Pero por más que deseara volver y pedir perdón de rodillas, sabía que estaba en jaque… y que deseaba permitirle a su eterno amante conservar un poco de decencia.

 

Al verlo tan alterado y fuera de si, Sayaka lo abrazó. Su contacto le quemó la piel de los brazos y una corriente eléctrica lo recorrió. Era más alto que ella, así que no sentía el escudo protector que siempre había significado la presencia de Yuki a su lado. También se sintió extraño al comprobar que el perfume que se colaba por su nariz era uno nuevo, uno más colorido y alegre que contrastaba con la finura y sobriedad de… aquel.

 

Se puso a llorar de nuevo y ella no hizo preguntas, porque no lo consideró pertinente.

 

 

 

Hizo un aseo general de la casa para eliminar cualquier cosa, aroma o rasgo que le hiciera recordar a Shuichi, así que, sudoroso y cansado, terminó metiendo en cajas los álbumes de fotografías, las camisetas olvidadas y los calcetines, las cobijas y los ridículos adornos de mesa. Abandonó esos vestigios en lo profundo del armario más alejado de su vida cotidiana y decidió tomar una ducha.

 

Detestó pensar que, bañarse, era una muestra más de sus ansias por patear a Shuichi lo más lejos de su cabeza que pudiera. Y mientras se lavaba el cabello con abundante champú, evitó que su mente divagara en imágenes y situaciones que Shuichi pudiera estar compartiendo en esos momentos con la enigmática dama sin rostro que se lo había robado.

 

Si bien no deseaba portarse rencoroso, la única cosa maliciosa que se le vino a la mente fue que, ojalá, al menos, si es que en verdad Shuichi le había tenido aprecio, no olvidara tan rápido todos los momentos que habían pasado juntos y estos le carcomieran el alma poco a poco.

 

Sintió que le temblaban las manos y, una vocecita en lo más profundo de su cabeza, le dijo que no, en verdad no deseaba eso. 


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