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Tú ya sabes a mí por PruePhantomhive

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Y me voy a atravesar, cuando quieras besar sus labios.

 

Y te voy a estorbar, cuando intentes hacerle el amor.

 

Y en mi nombre pensarás, siempre que salga de tu boca un «te amo».

 

*

 

Sayaka le preparó un refrigerio y un poco de té. Mientras le ponía los platos y la taza enfrente, lo notó tembloroso, cansado y asustado, por lo que se imaginó lo peor y no quiso aumentar más fatiga a la mente del cantante preguntando algo, así que imitó el silencio y, suspirando, fue a sentarse al sillón de al lado. Intercambiaron una mirada peligrosa, porque, a pesar de querer hablar sobre muchas cosas, sus bocas se quedaron trabadas a pesar de la determinación.

 

Shuichi se humedeció los labios con la punta de la lengua y entornó los ojos. Abrió la boca y sólo soltó aire por medio de ella, porque las palabras se le habían borrado del disco duro y tenia la desagradable sensación de que, si intentaba decir algo, terminaría balbuceando.

 

Así que, mejor que eso, se concentró en observarla, en perderse en las ondulaciones del cabello castaño, un poco despeinado, que le caía sobre los hombros y resbalaba por ellos hasta cubrir su pecho casi plano, como el de una bailarina. Sus ojos, pequeñitos, estaban delineados con lápiz azul.

 

Llevaba un conjunto deportivo blanco y estaba descalza.

 

Aunque estaban sentados a menos de dos metros de distancia el uno del otro, cuando evitaron mirarse, recelosos, entre ellos se expandieron miles de kilómetros de distancia que los separaron, imponiendo tierra de por medio, salvándolos del momento incomodo pero expandiendo la necesidad de hablar sobre cualquier cosa.

 

Al final, fue ella quien habló por fin. Al escucharla, Shuichi decidió que la mejor manera de evitar dar respuestas rápidas y estúpidas era comerse lo que le había llevado: un sándwich de atún… su menos favorito de todos… Eiri sabría eso… pero ella no era Eiri.

 

—¿Y bien? ¿Terminaste con èl? —susurró, concentrándose en las uñas de los dedos de sus pies, pintadas con laca negra.

 

Shuichi, con la boca llena de pan y atún, negó con la cabeza. Tragó con dificultad y dio un largo sorbo al té caliente, que le quemó la garganta y casi lo hizo llorar.

 

—Agh… èl me botó.

 

Sayaka tragó con dificultad. Tenía un hermano menor, de once años recién cumplidos y lo consideraba un idiota. Lo peor de eso, era que siempre que hablaba con Shindou Shuichi, recordaba a su hermanito, Souta. Y eso que Shuichi era nueve años mayor que ella…

 

—Creo que es de lo más lógico. Obvio. Después de todo… —pero guardó silencio de nuevo. Estaba encorvada y parpadeaba seguido. Necesitaba ponerse las gafas para aliviar el calor de su mala visión.

 

—¿Después de todo qué? —instó el cantante, con las manos llenas de grasa por su bocadillo y con un grueso hilo de té escurriendo por su barbilla, cayendo en picada en el pecho de su playera blanca.

 

Sayaka se encogió de hombros. Cruzó las piernas y bufó.

 

—¿Cuánto tiempo de relación tenias con Uesugi-san?

 

—No tienes qué decirle Uesugi-san, eso lo hace sentir viejo. Debiste ver su crisis nerviosa cuando cumplió treinta… —y rió de forma boba.

 

Ella tragó saliva. De pronto, se le vino a la mente el opening de Gankutsuou, pero no quiso mencionarlo. Tal vez no quería echar más leña a un fuego que no sabia si la quemaría hasta las cenizas o si la respetaría y le brindaría un suave calor.

 

Yuki Eiri siempre había sido un tema complicado entre los dos.

 

Ella lo odiaba un poco. Y no porque hubiera sido la pareja de Shuichi durante más de diez años, sino porque… era escritor, de novelas románticas. Y detestaba a los escritores de novelas románticas, a saber porqué, tal vez porque ella nunca había tenido una historia de amor que verdaderamente valiera la pena.

 

Se preguntó si Yuki Eiri sería… rosa… como el novelista de Castle. De pronto, se dio cuenta de que tenia enfrente a la mejor persona para salir de esa duda, pero se contuvo, por respeto. Uno que no sabia que tenia.

 

—Estás evadiendo mi pregunta. De todas formas, fue algo tonto: se que salieron por más de diez años. ¡Mierda, eres un anciano! —Ante el mohín de Shuichi, se pasó un mechón de cabello estorboso detrás de la oreja y suspiró—. No sé cómo lidiar con esto. Lo siento. ¿Quieres tomar una ducha?

 

—Ah, uhm… ¿puedo? —pregunto el Adulto-Shuichi, con un increíble sonrojo que recordaba a una quinceañera en plena flor de la juventud.

 

Sayaka estornudó y dijo que sí sin demasiada pena ni gloria. Fue a preparar la bañera y lo dejó viendo un programa de concursos.

 

 

 

Posiblemente había olvidado que estar sólo en casa tenía sus lados buenos por más mal que se encontraran las cosas. Podía pasearse de un lado a otro sin un señorito llorica y quejumbroso que le gritara-ordenara que usara pantalones. Podía comer azúcar hasta la muerte y ver pelis porno si quería, sin tener que explicarlas o ponerlas en práctica porque el mocosito quería.

 

Además, podía masticar su pan como le viniera en gana y beber cuanta cerveza pudiera. También fumarse hasta las plantas del recibidor porque ya no había nadie que le controlara el consumo diario de tabaco.

 

Debía admitir que, aunque hubieran pasado pocas horas desde la declaración y partida de Shuichi, se sentía medio muerto.

 

Y cuando se cansó de pensar estupideces, quiso arrojarse por el balcón. Afortunadamente, el teléfono comenzó a sonar. Se apresuró a responder, pensando que, si se trataba de un numero equivocado, le haría conversación de todas formas, pero nope, era su suegra… ex-suegra… esa amable mujer que le había hecho el favor de parir al desgraciado cojonudo que lo acababa de mandar a coleccionar mayates a la Riviera Maya.

 

—¿Eiri-kun, estás ocupado?  

 

—Pues… —pero no tenía nada que meditar. Sólo tendría que ponerse unos pantalones y un saco para volver a ser presentable y limpiarse la boca con una servilleta para eliminar los residuos de su pan con azúcar.

 

—Oh, cariño, lamento importunarte, pero —dudó. La escuchó suspirar—, necesito que me hagas un favor, verás: mi esposo ha tenido una emergencia en el trabajo y no podrá venir por mi al club de servicio comunitario.

 

—¿Club de servicio comunitario? ¿Qué es eso? —preguntó, interesado, estirándose para sujetar el mando a distancia y apagar el televisor. Cruzó las piernas y se mordisqueó el dedo índice de su mano derecha.

 

La mujer rió. Esa cantinela, para desgracia del novelista, era casi idéntica a la de cierto idiota con tendencias piro maniacas que solía teñirse el cabello a las cinco de la mañana, cuando estaba borracho, y manchaba las paredes de la cocina con la grasa del tinte.

 

—Un grupo, en donde varias personas donamos un servicio a la comunidad. Porque nos gusta.

 

—Vaya… no sabia eso.

 

—¡Pues deberías! ¿Shuichi está por ahí? Quisiera que ese cabeza dura aprendiera un poco de responsabilidad, amabilidad y compasión y viniera a inscribirse. ¡Necesitamos voluntarios jóvenes que nos ayuden con las labores más pesadas y ese idiota prefiere brincotear sobre un escenario!

 

Eiri tragó con pesadez. Lo pensó menos de una milésima de segundo y, tal vez por eso, dijo lo que no debía, según su estilo de vida.

 

—Pues no sé si un hombre de treinta y cuatro años pueda considerarse joven todavía, pero, ¿qué le parece si me inscribe a mi en el dichoso servicio comunitario? ¿Qué debo hacer?

 

La señora Shindou soltó un gritito y, de inmediato, le dio la dirección del sitio en donde se encontraba, pidiéndole que fuera a recogerla (favor por el que había llamado, principalmente) y, de paso, se inscribiría al servicio social.

 

Estaba loco.

 

Púdrete, Shuichi.

 

 

 

La casa de Shizuko era pequeña. Tenía una cocinita lo suficientemente grande para que en ella trabajara una persona y la sala no era la gran cosa, pero los sillones eran cómodos y, las paredes, pintadas de color azul, proyectaban tranquilidad. Podía escucharla en una habitación cerca de la única recámara, abriendo llaves, cerrándolas, moviendo artículos y buscando algo. Supuso que estaba limpiando la bañera para permitirle tomar un baño.

 

Eiri sólo le había hecho ese favor una vez en once putrefactos años… porque estaba enfermo, con una infección medio contagiosa en la piel, así que el novelista interesado lavó antes y después de su baño la tina.

 

Amabilisisisimo, el desgraciado.

 

Se masticó el labio inferior con indiferencia y se rascó una mejilla. Ya estaba más tranquilo, podía darse cuenta de esto porque estaba insultando a Eiri con toda la libertad del mundo y sin ningún remordimiento.

 

Se levantó, un poco emocionado porque esa era la primera vez que estaba en el departamento de Sayaka a solas con ella y fue al cuarto de baño.

 

Arrastró los pies encima del piso blanco y ella no se dio cuenta de su presencia, pues estaba ocupada recorriendo la cortina de plástico que rodeaba la bañera.

 

Shuichi se adelantó un poco y, tomándola por sorpresa, enredó sus brazos en la delgada cintura, provocando que ella pegara un grito y tirara de la cortina, zafándola de su soporte, que se vino encima de ellos y les golpeó la cabeza.

 

—¡Ay! —gritó ella, enredada en la cortina de plástico y en los brazos de Shuichi que, sintiendo el cosquilleo de su cabello en la cara, la soltó, provocando que se fuera contra la pared de enfrente.

 

La escena, de pronto, le recordó varios momentos que había vivido al lado de Eiri, algunos que creía olvidados y que renacían de lo más profundo de su memoria, sin estar dispuestos a ser encerrados en la caja del pasado tan fácilmente.

 

Incluso, de pronto, creyó ver en los ojos de Sayaka un destello de los de Eiri… como ese que le había indicado en la mañana que todo se había terminado ya.

 

Terminó de soltarla y la chica se fue de bruces contra el agua caliente de la tina de latón.

 

No tenia idea de si había metido el pie hasta el fondo… o si estaba a punto de perder la pierna por haberla hundido en una coladera mal cerrada.

 

—Lo… siento…

 

Y pudo comenzar a culpar a Eiri Uesugi de todas sus nuevas fallas.


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