Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Tú ya sabes a mí por PruePhantomhive

[Reviews - 48]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Siempre te voy a observar.

 

Vivo cerca de tu cama.

 

Y cada vez que te desvistas, te voy a arañar la espalda.

 

*

 

Eiri, posiblemente por ser un hombre enamorado y sumiso, le permitió el paso, aunque algo en lo más profundo de su estómago le dijo que se estaba equivocando, así que,  cuando Shuichi tenía medio cuerpo dentro del departamento, empujó con violencia la puerta para sacarlo de nuevo, sólo que una mirada asesina y de reproche lo detuvo. En todo ese tiempo de estar juntos, había aprendido que no era nada sano meterse en los terrenos minados de los Shindō. Su reciente plática con su ex-suegra se lo había recordado igualmente.

 

—¿Qué es lo que deseas? —preguntó con amabilidad, aunque, el tono de voz no siempre oculta el almanaque de lo hostil, puesto que Shuichi pudo detectar en el semblante del otro un dejo discrepante que no lo tuvo del todo contento.

 

—Oye, al menos déjame pasar y sentarme para que podamos hablar. Es algo serio que tengo que proponerte —suspiró, arrastrando su maleta y dejándola en el recibidor para luego quitarse los zapatos—. Al final, nunca me aclaraste si quedaríamos como amigos. No esperaba un apretón de manos, pero…

 

—¡Cállate de una vez! ¡Te largas después de decirme que estás enamorado de alguien más (una mujer, por cierto), me dices cuanta grosería te sabes y hasta te inventaste algunas más y ahora regresas con el rabo entre las piernas pidiéndome hablar amablemente! ¡Eres un imbécil sin dignidad!

 

Shuichi lo encaró, enojado, alzando un dedo a manera de advertencia. No quería pelear de nuevo, así que lo mejor era impedir que Eiri comenzara otra discusión, pasara lo que pasara. Se sentía mareado.

 

—Si vas a tener esa disposición para conmigo, ¡me largo! —condicionó, pero, después de decirlo, se sintió un poco idiota. Vale, MUY idiota.

 

—La puerta es súper grande, así que no tendrás problemas para dejar pasar ese sucio y redondo trasero — silbó, venenoso, el escritor.

 

—¡Eiri!

 

Y, como nunca aclaraba cuál era su decisión final después de pronunciar su nombre, el aludido dio por sentado que tendrían que hablar. Se aseguró de tener suficientes cajas de pañuelos de papel a la mano y, cuando vio que sólo le quedaban dos, hizo uso del papel de baño, esponjosito, esponjosito.

 

Sirvió un poco de té en bonitas tazas de porcelana blanca con ornamentos florales pintados en color azul. Se sentaron el uno enfrente del otro, en esos mismos sillones que les habían servido durante la mañana del día anterior para pelear e insultarse, sólo que ahora estaban sentados de manera invertida (Eiri dándole la espalda al balcón y Shuichi, a la puerta) y se observaban con gravedad, como si esperaran a que alguien agitara una bandera a cuadros para comenzar a hablar.

 

El televisor estaba apagado y, a diferencia de otros días en los que todos los aparatos zumbaban en esa casa, todo estaba muy silencioso. Tampoco se escuchaba el zumbido del ordenador de Eiri, proveniente de su estudio.

 

—¿Y bien? —apremió el escritor, rompiendo la tibieza del ambiente, el cual se tornó cálido y amargo.

 

Y, como generalmente hacía, Shuichi decidió aplicar su filosofía de vida: Al mal paso, darle prisa, así que, abriendo la boca para tomar una gruesa bocanada de aire, se dio valor para atender el asunto que tanto lo aquejaba.

 

—Mis padres no saben que he terminado contigo. Creo que es demasiado pronto para decírselos —sonrió con pesadumbre, viéndose los cordones de los zapatos como si estos le hubieran hecho algo muy malo que merecía, por supuesto, un regaño—, a lo que quiero llegar es a que, no tengo un sitio en donde quedarme, porque Hiro está fuera de la ciudad, así que me preguntaba si podríamos hacer un trato al respecto. Yuki, ¿podrías devolverme mi habitación? Te pagaré renta y todo eso. Así que, ¿qué dices?

 

Eiri se quedó en blanco un par de segundos. Era como si los oídos se le hubieran taponeado por la presión y escuchara la voz de una ardillita diciéndole todo eso en vez de la de Shuichi, que lo observaba con anhelo, a la espera de una respuesta que él no podía darle por el momento, porque estaba procesando las palabras una por una, las sílabas, los morfemas…

 

Al final, sonrió.

 

—Lárgate —por favor, por favor, ¡por favor!

 

—¿Eh? —¡¿Eh?!

 

—¿Es que, acaso, tu repentino enamoramiento te ha vuelto sordo? Te estoy pidiendo amablemente QUE TE LARGUES DE MI CASA —gruñó, aunque sin exaltarse. A pesar de esto, Shuichi pudo ver que la punta de sus orejas se ponían rojas, algo que delataba el bochorno que sentía y lo cansado que se encontraba.

 

Era como remontarse a los tiempos en los que sus profesores se armaban de paciencia para explicarle los motivos por los que había reprobado sus materias, aun cuando él los conocía muy bien. Eiri, al igual que todos ellos, tenía una expresión avergonzada pero decidida, y hablaba con murmullos, como si no quisiera ahogarse en un vaso con agua por un tema que, realmente, no valía tanto la pena. Ese pensamiento lo hizo enojar.

 

De pronto, su gran boca se abrió, sin que la pudiera controlar, y comenzó a soltar ese vómito verbal que sólo podía camuflar cuando se trataba de canciones.

 

—Sé que no necesitas ingresos, que tu empleo te deja más que suficientes, pero la compañía no te vendría mal. Necesitas hablar con alguien de vez en cuando. Y yo te sería útil en otras cosas, puedo ir a comprarte cigarros a la licorería de la esquina a las dos de la mañana si es que así se te antoja. Puedo darte masaje y también sé que te da frío salir a darle leche en las mañanas al gatito de la vecina de abajo, así que lo haré por ti aunque me choque pararme temprano. ¿Sí?

 

Antes de que siguiera parloteando, Yuki lo detuvo, hablando con murmullos y con un semblante que indicaba que estaba a punto de vomitar.

 

—Yo ya tenía compañía antes y también tenía a alguien con quien hablar —Shuichi palideció al escucharlo, pero tragó con valentía y guardó silencio—, era el estúpido niñato del que creí estar enamorado hasta que me dio calabazas y me quitó la venda de los ojos. Ahora me doy cuenta de que, si quiero compañía, debo buscar a una sabrosa mujer de mi edad o a un hombre que tenga más de tres neuronas con el que poder hablar de otras cosas que no sean canciones de moda o atuenditos ridículos para conciertos.

 

Shuichi balbuceó, ofendido.

 

—Y eso de ir a comprarme cigarros y darle de beber al gato, ya lo hacías, así que no quieras pasarte de listo.

 

Ahora, el cantante tragó con fuerza, con los ojos entornados y húmedos, esperando por alguna señal divina que le dijera que podía marcharse y encaminar sus pasos hacia un sitio más próspero, pero en una situación como esa, era complicado elegir bien el siguiente paso a dar.

 

Suspiró. Eiri también lo hizo. Luego, se atragantó con su té y cerró los ojos con fuerza, como si quisiera despertar de una cruel pesadilla. Pero qué derecho tenía de quejarse si todo eso lo había provocado él mismo.

 

Creyó que podía hacerse responsable de sus causas y consecuencias por, al menos, una vez en su vida y agachar la cabeza, aceptando que se había equivocado. No en lo referente a Sayaka y sus sentimientos por ella, sino en acudir a pedirle ayuda a la persona a la que acababa de romperle el corazón.

 

Se sintió nefasto y estúpido. Eiri tenía razón en correrlo y en reprocharle todo lo que había pasado, porque, después de todo, había sido él, Shuichi, quien había insistido en un principio para salir juntos, quien se había metido a trancazos en la vida del escritor y no era justo nada de lo que estaba haciendo ahora.

 

Se levantó lentamente, sin darse cuenta de que les había dado a sus piernas esa orden y, patético, se miró los zapatos. Quería llorar, pero ni eso podía hacer, aunque fuera benéfico para sí mismo.

 

Yuki lo observó con una expresión neutra en sus atractivas facciones. Estaba buscando esconder todo su dolor. Ojalá lo estuviera logrando, porque, a costa de eso, alguien estaba cautivo en su interior, gritando y desgarrándose, antes de morir, dramático, asfixiándose en un tanque de gusanos.

 

—Soy un idiota —se disculpó Shuichi, caminando con lentitud hacia la salida, respirando con dificultad—, lo siento mucho —murmuró—, no debí molestarte más, Yuki…

 

—Exacto —suspiró Eiri, observándolo sin querer, deseando poder cerrar los ojos y seguir ajeno a todo, como si nada estuviera pasando dentro de ese perfecto mundo que, de buenas a primeras, se le venía abajo, cayéndole encima y rompiéndolo en pedazos.

 

—Disculpa… me…

 

—Claro…

 

Cuando se marchó, su perfume inundó la habitación. Eiri se alcanzó el aromatizante ambiental y dudó entre aromatizar la habitación con él o tragárselo y ver si servía como veneno. Escuchó a la puerta hacer clic y supo que todo se había terminado.

 

Bueno… no era como si le importara demasiado. Pero, si no era así, ¿por qué estaba llorando de nuevo? Y supo que esa sería la última oportunidad de ambos.

 

Desganado, cansado, fue a su recámara, para tirarse en la cama y dormir… dormir, dormir… sentir.

 

 

 

Se quedó de pie bajo la lluvia un buen rato. Estuvo pensando en sus acciones y, de pronto, se dio cuenta de que lo que había hecho no había sido más que otro error que agregar a su lista y ya se estaba cansando de eso.

 

¡Diablos! Debería sentarse por algún lado y no volver a salir de ahí. Posiblemente, de esa manera, dejaría de lastimarse.

 

Diablos… Eiri estaba por todos lados.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).