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Tú ya sabes a mí por PruePhantomhive

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Y me voy a atravesar cuando quieras besar sus labios.

 

Y te voy a estorbar cuando intentes hacerle el amor.

 

Y en mi nombre pensarás siempre que salga de tu boca un "te amo".

 

*

 

Desde que conocía a Shuichi sufría de serios problemas intestinales. Dolores, molestias y calambres eran la muestra clara de que algo no estaba yendo bien cuando del cantante se trataba y no terminar en el hospital era una lucha diaria cada vez que se peleaban, porque lo pareciera o no, Yuki era demasiado sensible.

 

Pero en esos momentos, al ver la pantalla del celular, su estómago permaneció intacto, aunque un poco sobresaltado, y quien pagó los platos rotos fue su corazón. Se sintió mareado. Se dio cuenta de cómo la sangre se le bajaba desde las raíces del pelo hasta las puntas de los pies. Tuvo que sentarse para no irse de narices contra el piso.

 

El teléfono del cantante seguía vibrando, sonando y escandalizando, pero por alguna razón no quiso llevárselo. ¿Y si tomaba la llamada y se ponía meloso con su chica? Él mejor que nadie sabía lo estúpido que Shuichi podía ser en esos aspectos.

 

No, no, no quería escuchar algo como eso. Estaba seguro de que no sólo sería estúpido, sino también embarazoso y comprometedor.

 

Dudó un poco antes de tomar una decisión, pero antes de que se diera cuenta de que la había tomado, ya tenía el móvil contra la oreja y al otro lado de la línea escuchó una voz.

 

—¿Shuichi? —Escuchó. No sonaba como la típica niñita tonta que se había imaginado para calmar un poco su subconsciente. Se trataba de una mujer que, al menos, sabía dilucidar cuándo algo andaba mal—, ¿estás ahí?

 

—Shuichi no puede atenderte ahora —dijo, con un tono de voz gélido. Escuchó un murmullo sorprendido y luego la voz de la chica preguntando si todo estaba bien. Cerró los ojos y suspiró; le temblaban las manos—. Se enfermó. Está en mi casa. No tiene buena pinta, así que le estoy echando un ojo para asegurarme de que no le pase nada —sonrió con melancolía al darse cuenta de que su voz ya no era fría, sino resignada.

 

—¿Quién habla? —Quiso saber Sayaka, intrigada. Eiri se dio una palmada en la frente antes de responder.

 

—Yuki Eiri, por supuesto.

 

—Oh... y dice, Eiri-san, ¿que Shuichi está en su casa? —preguntó con curiosidad. Eiri no fue capaz de escuchar ninguna clase de señal delatando molestia o incomodidad. De hecho, la situación no era más impresionante que hablar por teléfono con Maiko, aunque claro, con ella solía intercambiar opiniones sobre cerveza, cigarrillos, el colegio, libros... programas de cocina y salud...

 

—Sí.

 

—Ahm... ¿es mucha molestia si voy para allá? Me interesa saber cómo está.

 

—Creo que estoy en total control de la situación —mintió: su pulso estaba hecho un asco—, pero claro: tú eres la novia.

 

—Eiri-san, yo...

 

—Apunta la dirección, porque no te la diré dos veces.

 

 

 

Se vistió elegante para la ocasión. Se puso un par de pantalones negros y una camisa azul. Se peinó el cabello delante del espejo del cuarto de baño del salón y se dio cuenta de que las canas que comenzaban a notarse en sus sienes se veían, más bien, como destellos de frágil luz. Las había odiado tanto cuando las había notado y Shuichi lo había convencido de no teñirlas porque, según él, le daban actitud.

 

Bufó y deslizó los dedos sobre ellas, convencido de que, en cuanto tuviera oportunidad, iría al salón de belleza para deshacerse de ellas y mitigar un poco el paso del tiempo.

 

Se fijó en sus ojeras y puso los ojos en blanco, pero estaba siendo demasiado injusto porque, a sus treinta y cuatro años, seguía siendo un hombre muy guapo y encantador, como alguna especie de modelo colocado en un universo alterno.

 

Sus labios conservaban esa dulce tonalidad rosa pálida que recordaba los más azucarados amaneceres en Japón. Su piel, blanca y suave, era como una nube acolchada. Y su cabello, a excepción de las canas traviesas que se habían apoderado de él tomadas de la mano de la edad, brillaba como los rayos dorados del sol.

 

¡Era un hombre sexy, carajo! ¡Podría tener a quien quisiera en la palma de su mano con un sólo chasqueo de dedos! Incluso... incluso podría intentar conquistar a la supuesta novia de Shuichi... pero no... no, no, no, no, no, no estaba loco. Y no era esa clase de persona. No era sano pensar esa clase de cosas.

 

Se fue al salón y esperó, con el mentón apoyado en una mano, viendo la televisión. Había sacado dulces de la alacena y los devoraba a pequeños mordiscos, para eliminar, así, un poco de la ansiedad que lo corrompía por la espera. Pero la dichosa muchacha jamás llegó.

 

Debí asustarla... tal vez termine mandando por un tubo al idiota.

 

Se rascó el cuello y mordió una galleta con relleno de jalea. Su compañía era el tic-tac del reloj.

 

Shuichi seguía tosiendo en su recámara pero no fue a verlo porque no quería que la culpa se le notara en la cara. ¿Cómo se pondría al saber que había invitado a su novia a la casa?

 

Tal vez se enojaría y decidiría marcharse con todo y gripa, con ella, a un sitio que pudiera considerar mejor...

 

Pero no quiero que se vaya pensó.

 

Por un momento consideró la posibilidad de llamar a la chica desde el móvil de Shuichi y mandarla al cuerno en su nombre, pero sus ganas de hacerlo se cortaron cuando el teléfono inalámbrico acomodado en la mesita a su lado comenzó a sonar con estrépito.

 

Saltó en su asiento y se apresuró a tomarlo.

 

—Di-diga —jadeó.

 

—¿Ei-chan? ¡Soy Maiko! Llamo de parte de mi madre. Quiere que sepas que te ha apuntado ya en el servicio comunitario y que desea verte mañana en la mañana. ¿Puedes en la cafetería cerca de la casa? Shuichi puede llevarte para que no te pierdas —dijo, muy rápido, sin darle la oportunidad de replicar. Agitado aún, meditó lo que acababa de escuchar.

 

—Shuichi está enfermo, tiene una gripe horrenda. No sé si pueda dejarlo solo...

 

—Oww, cuidar a mi hermanito... qué tierno eres, Ei-chan, pero no te preocupes: mañana tengo el día libre, así que puedo ir a encargarme de él mientras tu te ves con mamá.

 

—Vale, gracias. Por cierto, ¿por qué no me llamó ella? —después de todo, se suponía que el asunto del servicio comunitario lo estaba tratando con la señora Shindou, no con Maiko.

 

De pronto, se sintió horrorizado ante la posibilidad de que Shuichi pudiera enterarse de lo que se traía entre manos... más bien, no quería que supiera que mantenía un contacto muy pronunciado con los miembros de su familia.

 

—Está horneando galletas como loca —fue la simple respuesta de Maiko.

 

—Caray...

 

—Dice que te llevará algunas. Yo tengo que colgar. Nos vemos mañana, ¿a las ocho?

 

—Que sea a las nueve.

 

—De acuerdo. Dile a Shuichi que lo amo.

 

—Sí.

 

—Y díselo de tu parte también: para ese idiota no hay mejor medicina que las palabras dulces que tú le puedas proporcionar. Es como una alcancía de cursilerías.

 

Eiri guardó silencio. Maiko se despidió de nuevo y se cortó la comunicación. Justo cuando respiraba con alivio, el timbre de la puerta comenzó a sonar.

 

 

 

Abrió la puerta más rápido de lo que él mismo se había esperado y tuvo que hacer una pausa para ubicarse.

 

Delante de él estaba una muchacha al menos cinco centímetros más baja que Shuichi. Tenía un rostro alargado y bien definido, bonito, decorado solamente con exceso de lápiz delineador negro y un poco de rubor. Su boca brillaba en un color neutro por sí sola y llevaba gafas.

 

El cabello, oscuro, lo sujetaba en un par de coletas. Llevaba puesto un atuendo deportivo de color azul profundo y lo observaba con cierta aprensión.

 

—Bu-buenas noches —tartamudeó, ronca, haciendo una reverencia pronunciada, con las dos manos unidas palma contra palma. Su largo cabello se movió con ella—, mi no-nombre es Shizuko Sayaka. Vengo a ver a... Shu-shu... Shuichi...

 

Eiri entornó los ojos y tragó saliva con dificultad. Conociendo los gustos extravagantes de Shuichi (entre los cuáles él era lo único bien elegido), se había esperado un esperpento. Una chica sin gusto para vestir, de cabello descuidado y que usara exceso de maquillaje con la esperanza de ocultar, así, el espanto que tenía por cara... pero no.

 

Delante de él estaba una muchacha bonita, pero no de manera especial, bien vestida, pero no de manera muy interesante, educada, pero nada extravagante. En pocas palabras, era una mujer común y corriente que apenas alcanzaba la mayoría de edad.

 

—Pasa —se hizo a un lado para permitirle el paso y, mientras la observaba quitarse los zapatos en el recibidor, se quedó pasmado.

 

Era como si hubiera dado por sentado que Shuichi debía salir con alguien feo para... para compensar. ¿Estaba haciendo alarde de un ego que ni siquiera recordaba tener? ¿O era esa la manera más fácil de protegerse de un dolor más grande?

 

—Eiri-san, esto es para usted —interrumpió Sayaka, sacando de su bolso una caja pequeña de color blanco cerrada con cinta adhesiva en sus cuatro lados—, es un pastel de fresas, espero que le guste. Me tardé porque estaba horneandolo. Ojalá no estuviera esperando demasiado.

 

Eiri negó con la cabeza. Tenía una expresión tan neutra, que asustaba. La condujo hasta la sala y le dijo que podía sentarse. Luego fue hasta la cocina y dejó la pequeña caja sobre la mesa de cristal.

 

—¿Quieres té? —ofreció. Su voz sonaba apagada.

 

—Por favor. ¿Quiere que le ayude con algo? —No hubo respuesta.

 

Cuando Eiri volvió a aparecer en el salón, estaba pálido como la cal y llevaba en las manos una bandeja con la tetera, las tazas y dos pequeños platos de porcelana en los que había colocado rebanadas del pastel de fresa. Todo se balanceaba debido al temblor exagerado de sus manos.

 

Sayaka se apiadó de él y se incorporó para ayudarle, pero Eiri la sentó de nuevo con una mirada antipática y fría.

 

—Supongo que podemos sobrevivir sin el idiota por un momento. Sabrás que detesta los dulces.

 

—Ah, no, pensé que le gustaban...

 

—Okey, guapa: sabrás "que detesta los dulces cuando alguien más los está comiendo".

 

Sayaka tragó con dificultad y apretó los labios, incómoda. Para disimular, dio un trago a su té, caliente. Se quemó la punta de la lengua.

 

—Uhm... —masculló, haciendo tiempo para ver si se le ocurría algo interesante qué decir. Como no fue así, se sintió un poco tonta y se observó las agujetas de los zapatos con interés.

 

Eiri tomó su plato y comenzó a comer el pastel, sin alejar sus ojos de ella. Se sentía como el director de una escuela prestigiosa anunciándole a una chica las razones por las que va a ser expulsada.

 

Si hubiera tenido que expulsar a Sayaka de "su" escuela, hubiera tenido que inventarse la razón.

 

—¿Qué edad tienes?

 

—Veinte.

 

—¿Tienes familia?

 

—Sí, mis padres y un hermano menor.

 

—¿Trabajas?

 

—Sí.

 

—¿En dónde y haciendo qué?

 

—En NG Records.

 

—¿Haciendo qué? —insistió.

 

Ella enrojeció por completo y dio otro trago a su taza de té. Desde la habitación de Shuichi se escucharon fuertes estornudos y unas cuantas maldiciones.

 

—Se podría decir que soy la chica del almuerzo —contestó por fin. El rubor no se fue.

 

Eiri entornó los ojos.

 

—¿"Se podría decir"? Eso no es una respuesta clara: o lo eres o no lo eres, fin del asunto.

 

—Lo soy —aclaró ella, apretando mucho los dientes y la taza entre sus manos. Juntó las piernas y se apartó un lugar en el sillón, como si Eiri hubiera estado sentado al lado de ella y no enfrente.

 

Tarde, el novelista se dio cuenta de que estaba jugando el papel del bravucón.

 

—Es decir... no es ninguna clase de trabajo denigrante. Eres bastante joven y es bueno que luches por salir adelante, sobre todo teniendo a tus padres. La mayoría de los jóvenes suelen aprovecharse de esto y... tú sabes —quiso corregir.

 

Sayaka lo observó y le regaló una sonrisa desesperada que quería decir, claramente, "si trabajo no es por gusto".

 

Guardaron silencio y Eiri terminó con su trozo de torta. Estaba molesto. No con ella. Consigo mismo. Por haberle permitido meterse en su casa y por haberle dado, así, la oportunidad de humillarla. No lo estaba haciendo a propósito, podía jurarlo.

 

Intentando solucionar las cosas, se levantó y fue por Shuichi. Sayaka permaneció en la sala, nerviosa, ansiosa, irritada y humillada. Pero... quiso entender la situación desde el punto de vista de Eiri y se dio cuenta de que no podía culparlo por nada. Aunque ella tampoco era culpable de algo.

 

—¡Hey! —exclamó el cantante con la voz gangosa, bajando las escaleras con dificultad, sujetandose del barandal. Sayaka se levantó para ofrecerle su mano de manera descuidada—, este tipo no te ha hecho nada, ¿cierto?

 

—Hace una semana era "Mi amor" y hoy soy "Este tipo", vaya que eres bastardo —se quejó Eiri, que iba detrás de él, arrastrando una cobija y una almohada.

 

—¡Yuki!

 

—¿Qué?

 

—¿Cómo dices esas cosas?

 

—Es que, a diferencia de ti, yo sí tengo capacidad lingüística...

 

—¿Ves como me habla, Sayaka?

 

—Ehm...

 

Se sentaron en los sillones y Eiri le lanzó las mantas y la almohada a Shuichi que, para no variar, las atrapó con la cabeza. Sayaka pretendía no darse cuenta de lo que pasaba. Quería confundirse con el tapiz de los sillones o con el morado de la alfombra, pero no tuvo suerte.

 

Eiri, al verlos sentados juntos, no pudo evitar comenzar a analizarlos de pies a cabeza, buscando algún rasgo simétrico, las ráfagas del amor verdadero, la parte en donde el cuchillo había comenzado a cortar la naranja hasta convertirla en dos mitades.

 

Pero no encontró nada.

 

—¿Te ocurre algo? —preguntó Shuichi, limpiándose la nariz con un pañuelo de papel y arrojándolo al cesto de la basura colocado al lado del sillón. Eiri negó con la cabeza.

 

El cantante se encogió de hombros, se cubrió con la manta y se acostó sobre las piernas de Sayaka.

 

La muchacha y el novelista intercambiaron una mirada de mutua desesperación.

 

Esa iba a ser una tarde laaaaaarga.


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