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Tú ya sabes a mí por PruePhantomhive

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No te dejaré sentir

 

Porque tu piel ya es mía.

 

Y te dejo que conozcas, pero no que te derritas.

 

*

 

Diez minutos antes de que Shuichi se decidiera a hablar, mientras Eiri servía té en las pequeñas tazas de porcelana china con una parsimonia molesta, se dio cuenta de que sus manos estaban temblando, así que quiso ocultarlas bajo la manta, pero de pronto se dio cuenta de que estaba en calzoncillos, delante de un hombre que al menos vestía pijama, y que iba a confesar algo muy importante que, posiblemente, cambiaría las vidas de ambos.

 

Apretó los dientes, abriendo la boca para enseñarlos, y se percató de que Eiri estaba un tanto impaciente. Lo conocía tan bien, que el más leve de los cambios en su respiración le indicaba una nueva emoción en el escritor, por más compleja que esta fuera.

 

Se aclaró la garganta y se rascó la cabeza, sin alejar los ojos de la mesa.

 

—Ah, uhm… Eiri…

 

—¿Cubos de azúcar? ¿Cuántos? ¿Treinta? Dale.

 

—¡Oye, no soy tú! —siseó, de pronto avergonzado, como si Yuki fuera su viejo profesor de matemáticas, ese que buscaba ponerlo a prueba y mostrarlo tal cual era delante de todo el mundo.

 

Por un segundo, el novelista pareció desconcertado, como si en un pasillo lejano alguien hubiera encendido una grabadora y de ella proviniera un triste pero cálido vals. Se sintió sumergido en esa soledad fría que sólo había experimentado tras la muerte de Kitazawa, cuando el mundo entero era su enemigo y no cabía la posibilidad de que se rindiera ante el amor.

 

De pronto, supo que debía prepararse para lo peor. Dio unos cuantos sorbos a su taza y esperó. Shuichi tenía los ojos clavados en èl. Como no llevaba las lentillas, el color chocolatozo de sus ojos destelló con cierta oscuridad.

 

—¿Vas a decirme qué demonios es lo que está pasando contigo?

 

Shuichi tembló. Se arrebujó contra la manta y bajó de nuevo la vista.

 

—¿Recuerdas que el año pasado llegó una nueva empleada a NG Records? —Eiri asintió a pesar de que no se acordaba, realmente. Shuichi era una de esas personas que no continúan con el relato a menos que se les dé la pauta—, pues… es una chica muy amable, así que conversamos un par de veces. Le presenté a Hiro y Fujisaki. También habla seguido con K. Hace unos meses comenzamos a ir todos juntos a antros y bares después del trabajo…

 

—Supongo que esas eran tus reuniones prolongadas con Seguchi, ¿no? —tosió. Notó el rubor en las mejillas de Shuichi y, mientras se cubría la boca con el puño, suspiró—: tranquilo, cariño, que supe de tus mentiras desde hace mucho, mucho tiempo.

 

Shuichi se mordió los labios, lastimándose.

 

—¡Lamento haberte mentido, pero ese no es el punto!

 

—Claro. Sigue con tu relato, tal vez me inspires para ir a calentar mi silla y ejercer mi trabajo.

 

—¡Ese tampoco es el punto!

 

Se apretó los nudillos contra las palmas de sus manos y, cuando escuchó el chasquido de sus huesos, se ruborizó aún más.

 

—Por ella también conocí a otras personas. Otras mujeres. Otros hombres.

 

Fingiendo que se tocaba la manzana de Adán, como si quisiera saber el punto cardinal en el que se encontraba, tragó con fuerza, sintiendo algo frío y pesado emergiendo de lo más hondo de su estómago, instalándose sobre los intestinos y pellizcándoselos con la violencia de las garras de un león. Eso, un león. Uno que rugió al imaginarse lo peor.

 

—Tú… eres muy gay, ¿sabes? —siseó, buscando la cajetilla con urgencia entre los pliegues de la funda del sillón.

 

—¡Puta madre! —Chilló el cantante con desparpajo, tirándose del cabello con locura mientras Eiri jugaba con la rueda de su encendedor—. ¡Te lo voy a decir sin delicadeza, sin consideraciones, porque el único gay aquí es cierta persona que no cierra la jodida boca para dejarme hablar!

 

Exhalando una profunda bocanada de humo por la boca y las fosas nasales, exaltado pero no lo suficiente para reprochar, sonrió. Estaba mareado. Había tenido un sueño tan turbio, que creyó haberse metido en la primera de todas sus novelas, aquella fofa, sin sentido, con mucho crossover de sus propios personajes, con fumadas dignas de la última peli de…

 

—Suéltalo, de acuerdo.

 

—Sí…

 

—Aunque espero no sea TAN grav…

 

—¡ME GUSTA UNA MUJER!

 

—…e…

 

 

 

Shuichi aguardó, con el rostro coloreado de carmín como las rosas en la enredadera artificial, que adornaban el jardín artificial del invernadero artificial que tenían en un rincón del departamento, que en ese momento parecía tan artificial como todo lo demás. Incluso tan artificial y frío como el supuesto amor de Shuichi.

 

 

 

Al ver que Eiri no respondía… después de veinte minutos sin mudar su expresión horrorizada y sombría, de no haber cambiado de postura y cuando el cigarrillo estuvo a punto de hacerle un agujero en el pantalón por caérsele de la boca, supo que debía acercarse, no le importó demasiado si, ahora, el terreno alrededor del escritor era una zona minada, especialmente para impedirle el paso a èl.

 

Se arrebujó contra la gruesa manta y fue a arrodillarse a su lado, suspirando. Le tomó una mano y alcanzó a acariciarla entre las suyas antes de que Eiri lo apartara con un feroz manotazo que lo aterrorizó. Tal vez rehuir del tacto había sido un error supremo.

 

—Dime —masculló por fin entre dientes el novelista, tan pálido como una hoja de papel—, esto lo haces porque… me comí los chocolates que trajiste la semana pasada, ¿verdad? Esos chocolates españoles que tu abuela te mandó de sus vacaciones en…

 

—¡NO! ¡MI AMOR, TU SABES QUE PUEDES COMERTE TODO LO QUE TRAIGA A ESTA CASA!

 

—¡¿CÒMO OSAS DECIRME “MI AMOR”, GUSANO CHAFALDERO DE AGUA PUERCA?!

 

Entonces, Shuichi se dio cuenta de que había cometido otro error al pensar que podría deshacerse de esa platica en quince o veinte minutos, porque… mientras Eiri más lo insultaba, se le ocurrían groserías con las que responderle… y cuando comenzaron las preguntas serías, sintió que un grito desgarrador provocado por el dolor que sentía le estaba abriendo un hoyo en el cuerpo por el que entrarían a èl la miseria, la falta de dignidad y la desesperación.

 

 

 

Cuando terminaron, eran poco más de las once.

 

Al menos todo parecía estar más tranquilo después de los gritos, los insultos y los empujones. Ojalá las cosas pudieran ser de otra forma… pero…

 

No creyó poder convencer a Yuki de que saliera de su estudio, en donde lo escuchaba hacer ruiditos vergonzosos con la nariz, sinónimo de que estaba llorando, y tampoco se vio capaz de convencerlo de que no lo corriera de esa casa que habían compartido por… casi once años…

 

 

 

Se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano y, sin mirar atrás, se marchó.


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