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Broken Toy | Shizuo x Izaya | {Descontinuado} por Psyche-kun

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Había una gotera en el tubo del desagüe.

Click clack clock, click clack clock, click clack clock, click…

Goteaba.

Click clack clock, click clack clock…

Goteaba con fuerza.

Click…

Repentinamente, sus ojos se abrieron. Trató de incorporarse, como siempre lo hacía al despertar. El día tenía que comenzar de una vez, tenía que tomar desayuno, darse una ducha caliente, vestirse profesionalmente, tomar las llaves del auto y abrazar a…

Oh esperen un segundo.

No podía moverse. Sus brazos y piernas estaban inmovilizados.

Ojos desorbitados viajaron de un lado a otro, fijándose especialmente en las pesadas cadenas que la aprisionaban contra la sucia pared del agobiante cuarto negro.

Estaba colgada como Jesucristo, con los brazos abiertos hacia los lados y las piernas atadas firmemente juntas. No tenía alcance del suelo y apenas podía girar el cuello. Estaba condenada.

Pesadas argollas metálicas reemplazaban a las supuestas estacas que deberían de estar incrustadas en sus brazos y piernas y, si se mira de un punto de vista cómico (aunque fuese imposible en estos momentos), podría considerarse a este extraño aprisionamiento como una "crucificación" moderna. Utilizando metales y cosas que en esa época aún no se ocupaban.

Ella se encontraba mareada, y la cabeza le pesaba.

Le pesaba un montón, más de lo que jamás le había pesado.

He ahí cuando se da cuenta de algo inusual.

Tenía una corona. No de espinas como la de Jesús, si no que más bien era un gran círculo de hierro grueso que le rodeaba la frente, como una venda, aunque a diferencia de las ya mencionadas, esta debía de pesar cinco kilos como mínimo.
Tenía botones verdes y rojos que centellaban y resplandecían con fuerza en la oscura densidad de la habitación, y la conmemoraban varios cables que daban vueltas por aquí y por allá, revoloteando por el techo y las paredes, para finalmente conectarse a una gran mesa metálica llena de interruptores complicados, situada en un rincón de la celda que la encarcelaba.

Abrió la boca para decir algo, pero se dio cuenta de que estaba amordazada. Se sentía pegajosa y no podía despegar sus labios. ¿Sería cinta adhesiva? No lo sabía, era mucho el pánico que sentía como para concentrarse en ello.

Además, tenía frío, mucho frío.

Su cabello, totalmente tieso por el fresco otoñal, le caía estáticamente sobre sus suaves hombros, molestándole la cara.
Pero, aparte de eso, había algo más que le extrañaba de su pelo. Ya no era rubio y brillante como antes, si no que ahora era de un color vino apagado.

Era horrible, le había quitado todo su brillo y no iba para nada con la tez morena de la muchacha.

– No me gustaba como te quedaba el amarillo –escuchó de repente–. El rojo te va mucho mejor –continuó aquella voz, agregando cierto sarcasmo en su travieso tono.

Ella conocía esa voz.

En alguna parte de su mente, la reconocía y de cierto modo la respetaba.

Pero por más que aquellos sentimientos brotaran al escucharla… ¿A quién pertenecía?

Trató de enfocar la vista, pero la oscuridad era muy densa.

– ¿Qué te pasa? –lo escuchó de nuevo, esta vez riendo–. ¿No puedes encontrarme?

Abrió la boca para responder, sin acordarse de que estaba amordazada.

– ¡Mmph! Mhn… Nn… – "¿Quién eres?", quiso gritar, pero los intentos fueron inútiles.

Esta vez, la voz rió con fuerza. Albergaba una demencia totalmente desconocida para la psicóloga, he iba incluso más allá de los lunáticos que le había tocado tratar anteriormente.

– ¡Vaya que eres tonta! –Continuó, ahogándose un poco con sus propias risotadas–. Quizás, sólo por eso vaya a darte la oportunidad de observarme. Siéntete especial, putita.

Y, de un segundo a otro, luego de un chasquido veloz, las luces se encendieron.

Al principio, Clarissa se sintió tranquila, sintiéndose un poco más potente al recuperar la visibilidad, a pesar de que la luz fuese blanca y débil, dándole un aire tétrico a la situación.

Parpadeando repetidamente en un intento de acostumbrarse a la luminosidad, terminó arrepintiéndose.

Carmesí. Esos ojos llenos de locura le aterraban hasta le médula. Estaban lunáticos. Este sujeto era un psicópata.

Además, se estaba burlando de ella, sonriendo de esa manera tan perturbadora…

¿Pero cómo era posible? Si Shinra-san era… Era… Shizuo dijo que…

Luego de pensarlo un rato, cayó en cuenta de lo que más temía.

El hombre frente a ella, definitivamente no era "Shinra-san".

Y lo peor de todo, es que ella sí sabía quién era, y se golpeaba mentalmente por haberlo olvidado.

– Or...hm..a…i..ya–siseó con repugnancia por debajo de la cinta adhesiva, forcejando las esposas que la apresaban.

Por incompresible que haya sonado, el otro pareció entenderle a la perfección.

– ¡Bingo! ¡Pero cuánta inteligencia! –rió histérico, caminando hacia ella a un paso desesperadamente lento, mirándola como si fuese un fascinante animalito de zoológico.

Claro que conocía al sujeto. Entre las sesiones en las que había atendido a Shizuo y de lo que había escuchado en la ciudad, lo peor que le podría pasar a un ser humano era encontrarse con el afamado informante ¿Cómo rayos pudo olvidar su odioso rostro?

En un movimiento diestro, el de pelo negro alzó los brazos, quitándole de un sopetón la cinta adhesiva de la boca, sonriendo ampliamente al ver la mueca de dolor que se formaba en su rostro de puta.

Tan tan hermoso dolor…

– ¿Por qué me tienes aprisionada? –gritó inmediatamente, continuando el constante forcejeo. ¿Cómo pudo dejarse atrapar por este malnacido? – ¡Déjame ir!

– Calma calma~ –canturreó divertido, danzando hasta la mesa donde se conectaban todos los cables de la "corona" de la muchacha–. Te dejaré ir dentro de un rato, no creas que me gusta tenerte en frente, puta.

Ahora que lo pensaba, también le había llamado así antes. ¿A qué se refería con ello? No le encajaba.

Pero bueno, no valía la pena batallar por eso ahora, además, ahora mismo había algo que le preocupaba mucho más…

– ¿Qué haces? –preguntó con temor, viendo como el otro jugaba con los botones que se encontraban sobre la mesa repleta de cables. Nada bueno pasaría si el tipo jugaba con las potencias que se conectaban a su cabeza.

– Juguemos un juego –dijo de repente, con una sonrisa que le mandó escalofríos a la morena.

– Quiero salir –repuso ella, comenzando a temblar.

Como psicóloga debería mantener la calma, pero… simplemente no podía.

– Si ganas, te dejo ir –le ofreció, sonriendo en todo momento–. Suena tentador ¿No?

Tan tentador como golpearte el rostro.

– …¿Qué clase de juego es? –Preguntó por fin, luego de meditar un rato. No es como si tuviese otra opción.

– ¿Alguna vez has visto la película estadounidense "El Juego del Miedo"? –preguntó, distante–. Es de ese estilo.

No, la verdad no conocía la película, pero el nombre no le pintaba para nada.

Nada.

Como si el informante hubiese leído sus pensamientos, se adelantó a responder.

– Te haré unas preguntas y tú tienes que contestar por lo menos tres correctamente –explicó, su rostro resaltando una palidez aterradora ante la blanquecina luz de la lámpara–. Si respondes mal pues…

No pudo continuar la explicación, pues se había echado a reír.

Nada bueno saldría de este juego, y Clarissa lo sabía. ¿Pero qué más le quedaba? Era intentarlo, quedarse ahí por siempre, o algo peor, quizá mucho peor.

– Y-ya –consiguió modular, tratando de mantener la compostura. ¿A quién engañaba? ¡Este tío la tenía aterrada!

Aunque, aún no entendía el por qué le llamab-

– ¿Por qué te le pegaste tanto? –espetó de repente.

¿Eh? ¿De qué hablaba este lunático?

– ¿De qué habl-? –trató de preguntar, sólo para ser interrumpida de nuevo.

– Respuesta errónea –contraatacó con penumbra, mientras giraba un brilloso botón rojo que se encontraba complicadamente camuflado entre los demás botones de colores, que luego presionó con fuerza.

Cualquier respuesta coherente que pudo haber brotado de los carnosos labios morenos, había sido erradicada. No tuvo la oportunidad de hablar luego de que una frenética carga eléctrica se implantara en su cuerpo.

– ¡A-AAAAAAAAAAAAAAAAH! ¡PARA! ¡PARA! ¡PARA! –gritó una y otra vez, sintiendo un dolor inigualable recorriéndole todos los miembros. Su cuerpo vibraba sin quererlo, y su mente se nubló de un dolor desconocido para ella. Ni supo cuando comenzaron a brotar las saladas lágrimas que ahora resbalaban por sus coloradas mejillas.

– ¿Qué es él para ti? –volvió a interceptar el informante, sin darle tiempo de descansar al individuo que sólo temblaba, repleto de miedo.

– ¡N-No sé de quién me hablas! –Chilló, perdiendo totalmente su perfecta compostura de psicóloga. Le dolía cada músculo, y su sien le palpitaba con fuerza.

– Parece que te gusta el dolor, putita masoquista –sonrió el de ojos rojos, mientras giraba un poco más el reluciente botón que no dudó en volver a presionar.

La muchacha se retorcía y forcejeaba, hasta que sus miembros dejaron de moverse por el cansancio. Estaba cerca de la muerte, y la recibía con gracia, pues sabía que cualquier otra cosa era mejor que quedarse ahí.

Lástima que, los choques eléctricos se detuvieron justo antes de que pudiese caer en la inconsciencia.

– Oh, no nos dejes aún… –pidió el informante, abriendo la única puerta que conectaba a la habitación del exterior, de la cual entraron grotescos hombres llenos de pelo y barba sin afeitar, de seguro vagabundos sin casa–. Traje a unos cuantos "amigos" para que te diviertas.

Los obesos hombres sudorosos y calvos se acercaron a la chica con una mirada que ella conocía muy bien. Lujuria.

Izaya, apoyándose cómodamente en una esquina del cuarto, sonrió mientras apretaba suavemente la herida que cubría todo su brazo, causándose un satisfactorio auto-daño.

Sería una noche divertida.

El sol mañanero anunció el propicio de un nuevo día para el teñido rubio de Ikebukuro, el cual se estiró con pereza en la barata cama de su departamento, bostezando agotado.

No había tenido una muy buena noche y el sueño se encontraba presente en pequeños sacos oscuros bajo sus ojos.

Se obligó a levantarse, quejándose levemente mientras se movilizaba al pequeño salón de su departamento, prendiendo la televisión para ver –como siempre lo hacía– las noticias matutinas.

Se acomodó en el sillón de segunda mano y jugó con el control que se hallaba en sus manos, cambiando los canales hasta llegar al de las noticias. Estaba lleno de eventos aburridos que carecían de importancia; como el engaño de unos ministros al gobierno y uno que otro accidente automovilístico.

Estuvo a punto de levantarse para prepararse un pequeño desayuno, de no ser por el 'estelar' título que apareció en mayúsculas en el noticiero.

El corazón se le hundió.

"MUJER FUE BRUTALMENTE ASESINADA TRAS SER TORTURADA Y VIOLADA"

El control que yacía en sus manos cayó al suelo con un silencioso golpe, y de repente, el liviano aire de su departamento se tornó pesado.

A pesar de que su cabello fuese distinto… Él conocía la cara de esa chica.

Aquella magullada y amordazada cara la conocía muy bien.

Era la cara de la persona que le había ayudado a salir adelante con su ira, la persona que lo había estado atendiendo de un forma que ninguna otra psicóloga había sido capaz de hacer.

La doctora Clarissa Gray se encontraba mutilada frente a sus ojos, y su corazón se apretujó con fuerza bajo su insensible piel.

Shizuo pestañeó confundido, viendo cómo aparecía la impecable noticiera para contar la desgracia con una monótona voz –que claramente cabreó a Shizuo.

– Clarissa Gray de treinta y dos años fue encontrada esta madrugada amarrada en las fronteras del sector de Ikebukuro y Shinjuku, su cuerpo se hallaba totalmente abusado y golpeado, aunque la razón de su muerte aún se desconoce –dijo, para luego ordenar el papeleo que se hallaba tranquilamente sobre la impecable mesa–. El hospital general de Ikebukuro acaba de informar a la producción que la autopsia se llevará a cabo mañana al mediodía, a pesar de que existe la leve sospecha de que hubiese sufrido un ataque de pánico que eventualmente le detuvo el corazón.

Volviendo a colocar una imagen de la muchacha, la tristeza del cobrador de impuestos cambió totalmente a ira.

Su sangre hervía bajo su dura piel, y sus músculos se tensaron con la necesidad de romper algo.

La razón de su enojo se debía a una pura causa: el oscuro abrigo que llevaba puesto la difunta mujer le pertenecía a una odiosa pulga que él conocía muy bien.

Apretando el puño, el rubio se cambió de ropa rápidamente y sin perder tiempo salió volando de su departamento.


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