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Broken Toy | Shizuo x Izaya | {Descontinuado} por Psyche-kun

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Notas del capitulo:

Shin: No puedo creer que aún no me doy con esta historia xD De verdad; me sorprende como sigo encontrando palabras para continuarla. Claro que tengo en mente su continuación, pero me sorprende el hecho de que pueda plasmarlo.

Que la tristeza, el enojo y la pereza aún no me hayan tirado abajo. Eso es lo más alucinante de todo.

Pero saben; no tengo ánimos para contarles sobre mi vida, así que me limitaré a actualizarles el capítulo y ya.

PD. cambié un par de cosas. Ahora Celty hablará con corchetes []

Hablando con la verdad, pese a toda la 'maldad' externa que el informante denominado como Orihara Izaya solía demostrar a la mayoría de sus vítores humanos —todo ese requebrajo mental y crueldad sanguinaria que incluía un montón de homicidios y suicidios algo involuntarios—, él no era tan malo como aparentaba ser. Puede que haya impulsado a muchas adolescentes al suicidio, sí, pero… ¿Alguna de ellas se mató realmente? ¿De verdad una de ellas se tiró de un edificio para abajo y acabó con todo sin mirar hacia atrás?

No. Algunas lo intentaron, pero ninguna murió realmente.

Si uno escudriñaba con detención los actos extraños que este cuervo realizaba clandestinamente, podría decirse que él le abría los ojos a las muchachas con la cruel verdad. Las hacía alejarse de sus pasados con palabras poco bondadosas, más bien verdaderas. Les hablaba con la verdad. Siempre con la verdad.

Las alejaba de su cruento pasado, las sacaba de su felicidad imaginaria y les hacía enfrentar el mundo real. Les hacía empezar todo desde cero, y las ayudaba a escapar de su vida plástica y falsa, que se conformaba de mentiras ocultas en su infelicidad.

Así que podría decirse que la muerte de la joven psicóloga sí que fue un golpe extraño y controversial. Nadie se esperaba esa muerte, ni siquiera él. De hecho; luego de matarla, un sabor amargo se le pegó al paladar, con persistencia. Se podría decir que él nunca era la causa directa de un asesinato. Podía mover cuerdas y provocar daños graves, pero nunca la muerte. Al menos no a nadie realmente inocente.

Después de todo, él era el bufón de Shinjuku, engañaba a todos con sus distintas facetas y caras, atemorizando pero no haciendo nada muy grave. Lograba asustar a muchos con sus comentarios mordaces y chalados, pero nunca mataba. Definitivamente, nunca fue el portador de un cuchillo ensangrentado y un grave peso de culpabilidad sobre los hombros, como los asesinos de calle.

En el fondo, y acortando gran cantidad de argumentos sin sentido, Izaya simplemente no se sintió satisfecho con el asesinato que llevó a cabo a la joven Clarissa Gray, pero bueno; lo hecho, hecho está.

Además, no es como si lo fuesen a perseguir. De hecho, se aseguró de que el abrigo que ahora portaba el cadáver no contuviera ni rastro de sus huellas dactilares. No podían inculparlo de nada. Más bien, aquel chaleco estaba impregnado hasta el cuello con el ADN de los viejos moribundos a quienes el mismo Izaya les había prometido una 'noche entretenida y despreocupada'. Ese abrigo sólo había sido una falsa copia del verdadero, el cual seguía ciñéndose con elegancia en el cuerpo de su dueño original.

Sonrió con amargura, mirando el cielo desde la azotea de aquel edificio. Edificio al que muchísima gente había acudido para quitarse la vida en situaciones anteriores. Edificio al que siempre acarreaba a todo tipo de adolescentes desdichadas que aún no sabían qué era realmente vivir. Edificio lleno de historias dolorosas, todas olvidadas en un mismo pavimento y cuya sangre aún no era del todo limpiada.

Edificio en el cual, algún día, de seguro su vida también terminaría de igual forma.

Izaya, captando lo que acababa de pensar, abrió los ojos con sorpresa, y negó de manera repetida, riendo secamente.

—Estás dejándote manipular por alguien que no eres tú. —Susurró, devolviéndose por donde había llegado—. Ah~, en el fondo, todo es culpa de Shizu-chan.

Apretando su brazo herido, Izaya bajó escalón por escalón, completamente solo. La costura dolía una tonelada y punzaba como condenada. De seguro se le había infectado, después de todo, se pasó toda la noche en vela vagando de un lado a otro.

De seguro, si seguía así, habría que cortarle el brazo. Literalmente.

¿Pero, eso importaba realmente? Después de todo, ya había llegado muy lejos. ¿Importaba seguir empujando la cuerda ya rota a estas alturas?

Cansado, siguió bajando. No podía quedarse más tiempo ahí. Podía encontrarse con Celty, su amigo lunático Shinra o peor aún, con Shizuo. Quien de seguro no estaría muy "a gusto" con él, y no planearía escucharle si intentaba tranquilizarlo con engaños traspapelados.

Aunque, en el fondo, ¿Quería evitarlo si quiera? Ya había ido muy lejos, no podía retractarse porque estaba débil. Además él, sin importar el estado físico de su cuerpo, no era débil.

Él era un Dios.

—Tienes que terminar lo que empezaste, Izaya. —Se recordó a sí mismo, mientras salía a la cegadora luz de la calle, entrecerrando los ojos cual gato negro.


Mientras tanto, un furioso rubio estaba que echaba humos por la ciudad de Ikebukuro, en busca de la molesta y escurridiza pulga, que se había vuelto a escapar de sus garras asesinas.

Hasta había irrumpido en su departamento, destrozando todo mueble y papeleo sin encontrar pista de la rata. Su olor lo sentía con fuerza por varios sectores, pero no era capaz de rastrearlo bien; pareciera como si el viento hubiese arrastrado el aroma a muchas partes, desperdigando la esencia y volviéndola inútil.

Masculló palabras incomprensibles entre dientes, que, sin importar la pronunciación que ocupara, se entendía que eran insultos y variadas maneras de matar a su por siempre enemigo.

Maneras sádicas y infundidas de un terrible desprecio, poco recomendables de utilizar sin tener una mente muy insana y resistente a los impactos psicológicos.

Ocultó los puños dentro de los bolsillos de su pantalón, casi rompiendo la tela por la fuerza bruta. Sus labios eran una fina línea bien apretada, y su entrecejo se encontraba absurdamente inclinado.

Aunque sus ojos llenos de ira se encontraban ocultos tras unos lentes violáceos, la gente que lo rodeaba podía percibir su sobresaliente odio, que se encontraba más marcado que de costumbre. Nadie se cruzó por su camino, y pronto comenzó a correr el rumor de que el monstruo de Ikebukuro andaba muy de malas, cosa que no demoró en llegar a los oídos de las redes sociales, incluyendo la de los Dollars, llamando así la atención de varios conocidos.

Entre ellos, destacaba una joven chica de ojos brillantes y oscuros, que vestía completamente de negro y cargaba una pila de mangas entre sus delgados brazos.

—¿Saben qué significa esto? —Canturreaba alegre mientras tomaba uno de sus mangas titulado "Junjou Romantica" y lo aporreaba contra la cara de uno de sus amigos—. ¡Shizu-chan ha tenido un problema amoroso con cierto personaje escurridizo, es obvio! —Reía divertida para sí, abrazándose por la emoción y así tirando sus mangas al suelo—. ¡Oh mí! ¡Debería iniciar un fanclub de esto!

Walker, un joven de hebras claras y ojos pequeños, sonrió nervioso, decidiendo seguir la corriente de su mejor amiga para no alterarla más. Últimamente había caído muy bajo en los barrios del BL, sector que él prefería despreciar desde la lejanía si se le era posible. Cosa complicada si tenía a Erika convulsionándole todo el día con sus parejas y shippeos.

Por el otro lado, Kadota, el más tranquilo del grupo, gruñó levemente, siendo el pobre elegido al que le habían pegado el cómic yaoi en la mejilla, en una escena muy desagradable, para rematar.

Estimaba mucho a la joven castaña, pero si había algo que sabía, es que jamás, por nada del mundo, ni siquiera luego de la muerte, sus dos amigos de la infancia podrían terminar juntos. Su odio era tan inmensurable que difícilmente podrían tener una relación sin matarse mutuamente.

Ni siquiera como amigos.

Pero aún así, le llamaba mucho la atención el hecho de que Shizuo estuviese como una completa fiera. Pocas cosas le importaban mucho al rubio, y por lo que el castaño sabía, últimamente había estado bien tranquilo gracias a sus sesiones con la única psicóloga del distrito que había logrado controlarlo.

¿Qué podía ser tan grave como para volver a prender el odio del rubio?

Pensativo, Kadota llegó a una conclusión y miró a Erika con suspicacia. Quizás haya distorsionado un poco los hechos, pero no se encontraba tan lejos de la realidad.

Porque había sólo una persona en este mundo que lograba encender con tanto fervor el odio del guardaespaldas.


Un basurero volador rompió sin compasión un pequeño poste de ceda el paso.

—¡IZAYA, MUESTRA TU CARA, ESTÚPIDA PULGA! —Gritaba con rabia cierto rubio, mientras desencajaba un grifo de su lugar y más tarde lo arrancaba, desencadenando una lluvia de agua fresca, que parecía evaporarse al tocar las palpitantes sienes del camarero.

No sabía cuánto tiempo llevaba rastreándolo. Era sábado y no trabajaba, pero aquello no recataba el hecho de que había mucha gente circulando por la ciudad, todas temerosas de encontrarse con el rubio falso. Y quienes se lo encontraban, simplemente guardaban una buena distancia de su perímetro.

Menos cierto chico de gafas con marco oscuro y bata blanca, que se acercó directamente a él sin un ápice de miedo. De hecho, parecía más preocupado que temeroso.

—¡Shizuo! —Le gritó para llamar su atención, cosa que el aludido casi ignora de no ser porque cruzó miradas con su mejor amiga, la renombrada jinete sin cabeza, quien se estaba acercando rápidamente.

Bajó el grifo con despreocupación, enterrándolo con fuerza sobre la ráfaga de agua, tratando de arreglar su propio desastre sin mucho éxito.

—¡Celty! —Gritó, pasando de largo sobre su amigo—. ¿Has visto a esa pulga de Izaya? Le he buscado toda la condenada hora y el desgraciado no aparece.

Shinra formó un puchero en sus labios, frunciendo levemente el entrecejo, respondiendo por su amada sin cabeza, la cual tecleaba en su PDA con una rapidez sobrehumana.

—No, no lo ha visto. De hecho, eso mismo íbamos a preguntarte.

[¿Por qué andas tan molesto, Shizuo? ¿Izaya te hizo algo?]

El rubio apretó los dientes y un gruñido abandonó su garganta. El simple hecho de recordarlo le cabreaba un montón.

Las ganas de asesinar a la sabandija aumentaban con creces a cada segundo.

—El maldito hizo algo que no le voy a perdonar, esta vez sí se pasó lejos. —Escupía las palabras como si fueran veneno.

Celty y Shinra se miraron con preocupación, y luego el joven médico ilegal le tocó el hombro a su amigo.

—Shizuo, no puedes hacerle daño…

Aquello le enfureció.

—¡¿Y por qué no?! ¡Él me arruina la vida como si fuese un puto pasatiempo! ¡Y no sólo a mí, eso está claro! ¿Por qué le protegen tanto? ¡También merece sentir dolor!

Celty tecleó rápidamente una respuesta, casi estampándosela en la cara.

[Mira, no sé qué cosa te pudo haber hecho esta vez, pero la cosa es que Izaya está inestable. No puedes hacerle daño.]

—¿Y se puede saber por qué? —Preguntó irritado, apartando el celular con un manotazo. Estaba tan enojado, que ni siquiera reparó en la brutalidad con la que estaba tratando a su única amiga.

Shinra se puso algo nervioso.

—Pues porque…

Pero entonces los ojos de Shizuo se abrieron como platos y escrutó su alrededor frenéticamente, sobresaltando a los dos que estaban frente a él.

Ese hedor, empalagoso pero magnético a la vez… No cabía dudas. Conocía esa peste de memoria.

Ignorando a sus amigos, empuñó un poste de alto pare, y salió corriendo en dirección al olor, con un único pensamiento en la cabeza.

Lo voy a matar.


La sangre había empapado su abrigo negro para cuando lo llamaron por teléfono.

Apoyándose contra el sucio muro del callejón, sacó de su bolsillo el pequeño aparato y vio el número, sonriendo a duras penas mientras contestaba.

—¡Un tuna gordo y rosado por favor~! —Canturreó, divertido—. ¡Han demorado ya más de cuatro meses desde que hice el pedido! ¡No dejaré propina!

La voz desde el otro lado de la línea demoró en contestar, cosa que Izaya supuso que fue por la confusión momentánea.

...¿Izaya? —Preguntó una voz grave y levemente aturdida.

—¡Ah, Dotachin! ¡Pensé que ya habías borrado mi número! Es lindo recibir llamadas tuyas de vez en cuando, me hace sentir más joven. Como si aún estuviera en la escuela. Oh, cuántos recuerdos.

…Izaya, ¿Estás bien? Suenas agitado.

El informante maldijo para sus adentros, sudando frío. Había olvidado lo mucho que Kadota lo conocía.

—¿De qué hablas? Estoy de ma-ra-villa. —Dijo, enfatizando cada sílaba—. Deberías saberlo, ando en mi cúspide de los veintiuno.

…Ya. —Kadota decidió no discutirle, era mejor seguirle la corriente al igual que a Erika—. No sé por qué no me quieres contar, pero supondré que estás metido en líos legales y lo dejaremos ahí. De todas formas, —siguió, cambiando de tema—, ¿Sabes algo de Shizuo? Dicen que anda muy molesto. Ya sabes, pensé que estarías metido en medio, como siempre.

Hubo unos segundos de silencio antes de que Izaya se destornillara de la risa, dejándose caer sobre el sucio suelo de asfalto. Este Dotachin, siempre atinaba en los momentos más inadecuados.

—¿Llamaste para preguntarme sobre Shizu-chan? ¡Lastimas mis sentimientos!

¿Tienes sentimientos?

El pelinegro chasqueó la lengua, algo molesto.

—Te sorprendería. Además, deberías saber que Shizu-chan siempre anda molesto, no hay de qué emocionarse.

Oyó un suspiro desde la otra línea, supuso que Kadota también estaba tratando de tranquilizarse.

Mira, por lo general no me importaría. De hecho, nunca me importa lo que haces. Pero acabo de leer algo extraño en el periódico y simplemente espero que no estés metido en ello. Reconocí tu abrigo y también el nombre de la muerta. —Explicó, mientras hacía una pausa, seguramente para acariciarse las sienes—. Aquello explicaría el enojo de Shizuo, aunque no la razón. No eres de ese tipo de personas que mata porque sí. Digo… ¡Qué rayos! No eres del tipo que mata y punto.

La expresión de Izaya se desfiguró totalmente, y un suspiro cansino abordó de sus labios. Ahora que se lo decían a la cara, la vergüenza de haber asesinado sin razón explicable le caía con fuerza.

No, él no era del tipo de que asesina. Él no guardaba rencor ni celos.

Él no era tan humano.

Después de reflexionar un rato, por fin decidió abrir la boca.

—Mira, la verdad es que necesito pedirte un favor algo urgente, Dotachin.

Kadota soltó un sonido algo ahogado, lleno de sorpresa. ¿El gran informante Orihara Izaya necesitaba su ayuda? Tenía que estar de broma.

Izaya, ¿Qué está pasando realmente?

El mencionado hizo un mohín, desviando la mirada pese a que su amigo no lo estaba mirando.

—Es que…

Pero en ese momento, por el rabillo del ojo captó un destello brillante. Inmediatamente se puso de pie dando un trompicón brusco y se inclinó hacia delante, esquivando a duras penas un pequeño pero letal poste que rompió el cemento del callejón a toda velocidad. Lo rozó por los pelos, seguido del famoso grito de su persecutor que se acercaba a toda prisa.

—¡IIIIIIIZAAAAAAYAAAAAA!

El pelinegro volvió a chasquear la lengua, algo cabreado. 

¿Izaya? ¿Qué pasa? ¿Ese es Shizuo? ¿Dónde estás?

—Dotachin, hablamos más tarde —dijo, jadeando. El movimiento brusco había hecho que se apoyase en su brazo herido más de lo necesario—. Tengo que ponerle un bozal a un pequeño perro que está dispuesto a morder más que a ladrar por primera vez en su vida. —Bromeó, aunque no había ninguna sonrisa en su rostro—. Te llamo más tarde… Si salgo de esta.

¿Qué? ¡¿Me puedes decir qué hiciste?! O al menos dónde estás. Iz—

Pero para entonces Izaya ya había cortado la llamada y se había dispuesto a subir una escalera oxidada que trepaba a lo largo de una mugrienta pared del despedazado edificio que cerraba el pasadizo, tratando de ocupar lo menos posible su brazo herido.

—¡NO TE ME VAS A ESCAPAR ESTA VEZ! ¡VERÁS LO QUE ES MORIR DE VERDAD! —Escuchaba a sus espaldas, como si fuese un rugido de un león hambriento.

Se mordió el labio inferior y apresuró el paso, haciendo caso omiso a las protestas que le hacía su cuerpo y obligándolo a cooperar, incluyendo a su brazo maltrecho, que ya le había comenzado a aturdir por la falta de sangre.

Llegó a la cima rápidamente, y comenzó a corretear entre los edificios, a veces metiéndose entre las habitaciones y las escaleras, sintiendo como el sudor comenzaba a resbalarle por las sienes y la mirada se le aguaba.

Probablemente era anemia, que lo desorientaba y le hacía tomar caminos equivocados.

Probablemente, nunca tuvo que escapar del hospital.

¿Por qué lo hizo, de todos modos? Fue muy estúpido de su parte. Pudo haber esperado perfectamente.

¿Esperado qué?

No lo sabía.

Recuperó aire en la azotea de un edificio algo pequeño, con la esperanza de que por fin había perdido de vista al rubio. ¿Por qué seguía huyendo? Él sabía que esto iba a pasar, lo tenía previsto y aún así no hizo nada para evitarlo.

Pudo haberle tendido una trampa usando a otras personas, como siempre lo hacía. ¿Qué lo impulsó a bajar sus defensas? No tenía ni idea.

El corazón le dolía, era un sentimiento terrible. Y el brazo, bueno, su brazo ya no lo sentía, y la cabeza tampoco.

Sólo sentía el latir apresurado de su apretado pecho, que se apretujaba cada vez más.

Entonces, abrió los ojos como platos, cayendo en cuenta de algo muy importante, que no había notado hasta entonces.

La razón de por qué había hecho todo lo que hizo.

—Así que esa es la explicación… —razonó, mientras dejaba caer su peso sobre el barandal de la azotea, afirmándose con su brazo bueno—. Tiene que ser una broma…

En ese momento, sintió como el edificio se estremecía con fuerza y un rubio furioso cayó pesadamente a unos diez metros de distancia, doblando un poco las rodillas y equilibrándose con los talones. Giró lentamente la vista hacia Izaya, quien sólo sonrió con el ceño algo fruncido, sin querer demostrar ningún tipo de agitación aunque su posición lo delataba. Afortunadamente, la sangre de su brazo apenas sí se notaba por lo oscuro que era su abrigo.

Shizuo se sacó los lentes violáceos y los colgó del bolsillo delantero de su camisa, mientras se acercaba con un paso rezagado hacia el informante, previniendo cualquier tipo movimiento o intento de escape. No había ningún otro edificio al cual huir, y el único que tenían a su disposición era muy alto como para devolverse. Abajo, en la calle, no había ningún tipo de techo de tela de alguna tienda o algo que amortiguara la caída, y los cables eléctricos estaban muy lejos como para que se pudiera sujetar y huir.

Sólo estaban ellos dos y catorce pisos de caída hacia la muerte. Ni siquiera un tubo con el cual afirmarse o ventanas por las cuales saltar. Sólo una pared lisa, desgastada y peligrosa.

Si uno se fijaba bien, en el suelo de la calle se podía notar la oscuridad de sangre seca, proveniente de gente que ya había decidido hacer la imprudencia de lanzarse desde tanta altura.

Ahora que Izaya se daba cuenta, estaba en aquel edificio otra vez. Era imposible escapar de él, por más que lo intentara.

El edificio al cual siempre terminaba llegando de alguna forma.

Shizuo lo miró con odio, desprecio y repugnancia. Su único pensamiento; "mátalo ahora", se había apoderado de él completamente, así que se acercó, cortando así cada vez más su distancia y el tiempo de vida que le quedaba al informante.

Pero antes, quería aclarar ciertas dudas que le habían estado comiendo la cabeza desde que supo la noticia.

—¿Por qué lo hiciste? —Preguntó sin más, entrecerrando sus orbes.

El informante, tomado desprevenido, pestañeó con confusión.

—¿Perdón? ¿De qué hablas? —Dijo, riendo con incomodidad. Sabía perfectamente a qué se refería, pero alargar su condena nunca le venía mal a nadie. Sólo faltaba que le leyeran sus derechos y ya podría considerarse algo legal.

Shizuo rechinó los dientes, apretando los puños que no demoraron en tornarse blancos como el papel.

Su paciencia nunca fue muy grande.

—¡¿POR QUÉ LA MATASTE, IZAYA?!

Izaya no se movió de su lugar y alargó su sonrisa, sin ponerle ni un ápice de maldad, cosa que sorprendió al rubio, quien se sintió levemente aturdido, aunque no aplacado.

—Porque se había metido con un juguete mío. —Mintió a medias. Aquella había sido la razón inicial, pero ahora se había dado cuenta de algo totalmente distinto. Algo realmente humillante para una deidad como él.

El rubio chasqueó la lengua, pisando con fuerza el suelo, dando otro paso hacia él.

—¡¿Crees que soy un maldito juguete?! ¡Era la única puta persona que sabía cómo tratar mi carácter y tú llegas y la matas! ¡Eres una mierda que no merece vivir! ¡Una escoria descorazonada! —Gritaba, sin poder controlarse—. ¡¿Acaso tienes una obsesión conmigo o algo así?!

El informante abrió los ojos, asombrado y adolorido.

Una obsesión.

Quizá, tenía razón. Quizás Simon, ese día cuando lo golpeó en pleno rostro, también tenía razón.

Quizás, sólo quizás, Izaya sí tenía una obsesión con Shizuo.

O quizás era algo más. Algo que había comenzado a notar desde hace unos cinco minutos atrás.

—Sí, probablemente. —Admitió por fin, mientras alzaba la vista hacia el cielo azul, esquivando la inminente sorpresa que se dibujó inmediatamente en el rostro del rubio—. A lo mejor, la maté porque se había involucrado mucho contigo. Me estaba quitado mi juguete preferido después de todo. —Siguió, mientras se ayudaba con su brazo bueno a subirse sobre el oxidado barandal de la azotea, haciendo equilibrio sin mucho esfuerzo. La suave brisa del atardecer le golpeó en pleno rostro—. La maté, porque quizás, hizo darme cuenta de que yo, como Dios, estaba sintiendo cosas humanas hacia mi juguete. Cosas desde aquí. —Finalizó, tocándose el corazón sobre la ropa a la vez que sonreía desconsolado.

Shizuo, olvidándose un segundo de su odio, contrajo la mirada, sin creerse todo aquello. ¿De verdad Izaya estaba diciendo todas esas cosas?

Dio otro paso hacia su enemigo, algo dubitativo y poco seguro de sí mismo. ¿De verdad era amado por alguien?

¿O todo esto era una broma más?

—Izaya, tú…

Pero, en ese momento, sin poder evitarlo, pasó.

Palabras tristes ocultadas en su acidez, seguidas de acciones del mismo calibre dieron lugar a un hecho desagradable, aunque beneficioso para muchos ciudadanos.

La voz de Izaya, venenosa, resonó en el aire.

—Lo malo, es que preferiría morir antes de sentirme de esta manera con un ser tan monstruoso como tú. —Sonrió con malicia, y los ojos se le desorbitaron completamente.

Y así, olvidándose del dolor, Orihara Izaya, afamado informante de Ikebukuro y considerado como unas de las personas más peligrosas de todo Tokio, osciló sobre sus oscuros zapatos y se dejó caer lentamente al inminente vacío de los catorce pisos de muerte, sintiendo como el viento le comenzaba a agitar la ropa y el pelo azabache.

Heiwajima Shizuo, único interlocutor de aquella terrible escena, por primera vez en su vida gritó el nombre de su enemigo con desesperación, reemplazando el odio por un inminente temor que reverberó por todo el sector como un eco gigantesco.

—¡IZAYA!


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