-Yo… yo odio a Sebastian Michaelis… -La voz que normalmente era aguda, sonó extrañamente grave, haciendo eco en toda la oscura habitación.
-Así es, el asesinó a tus padres. –Dijo la otra voz, en tono insinuante y triunfador.
-¿Lo hizo? –Las orbes azules se dirigieron a las ámbar.
-Así es. –Asintió el hombre de lentes.
-¡Bocchan! ¡No permita que le laven el cerebro! –Por fin explotó el más callado de los tres, que atisbaba con rencor y desprecio al de mirada amarillenta. –Por favor intente recordar… -Dijo el oji-escarlata, intentando acariciar una de las mejillas del Conde.
-¡No te me acerques demonio! –Se alejó el menor
-No se preocupe Bocchan, mientras yo esté aquí este hombre jamás le tocará un cabello. –Se interpuso el oji-ambarino.
-Bocchan… -Susurró el cuervo, intentando acercarse otra vez.
-¡No me toques! –Gritó empujando a su mayordomo con fuerza.
-Joven amo, si me permite sugerirle, el aún esta a sus servicios, por lo tanto puede ordenarle que se vaya.
-¡Ya escuchaste Michaelis! ¡No te quiero ver cerca de mi! ¡Es una orden!
El pentagrama cambiante en su ojo derecho irradió con intensidad un turbio tono púrpura, mientras que el sello del demonio ardía con demasía en cada intento de acercamiento.
-Yes my lord. –Pronunció rígidamente antes de desaparecer.
Claude sonrió con suficiencia. –Paso uno listo. Deshacerme del mayordomo. Con parsimonia ajustó sus lentes a el lomo de su nariz, para dirigir su mirada expectante a el pequeño cuerpecillo que se encontraba de pie a su lado. Sin poder controlarse más, pasó su demoniaca lengua por la parte superior de sus belfos, humedeciéndolos con lasciva. –Todo esto para mí… -Masculló sin ser escuchado por el niño.
-Recuerde que estoy a sus ordenes amo. –Vociferó rompiendo el silencio que se había formado en el pequeño cuarto.
-Necesito un baño, Claude. –Suspiró cansinamente. –Necesito relajarme.
Una sonrisa traviesa, casi imperceptible surcó el rostro del hombre. –Enseguida. –Se limitó a decir. Deseando con todo su ser que Sebastian los estuviera observando desde donde quiera que estuviese.
Que viera como es que se apropiaba del cuerpo de su Bocchan, como tocaría esa piel lechosa en una mezcla de sales y espuma. -¿Debe ser toda una exquisitez, verdad Michaelis? –Masculló como si este pudiera oírlo.
No muy lejos de ahí, un demonio oji-carmesí no podía alejarse de la mansión. No soportaba el hecho de que alguien más pusiera sus asquerosas garras en el cuerpo de su joven amo. Desde la distancia podía sentir el aura lujuriosa que el otro demonio expedía de su cuerpo.
El normalmente “pacífico” e “inmutable” mayordomo sentía un molesto revuelo dentro de sí. Su estómago ardía y en su pecho podía sentir el filo de una espada atravesándole. Todo por la razón de que alguien más tocara su “comida”. –Tocar los alimentos de los demás es de muy mala educación. –Pensó.
Soltó una especie de gruñido sordo en signo de molestia, lo que más le aquejaba era el dolor en su pecho. –Es extraño, en todo el tiempo que llevaba con forma de humano jamás había sentido esa incomodidad. Decidió no prestarle mucha importancia y permaneció ahí, impotente, observando y asegurándose del bienestar del menor. Sin darse cuenta de lo que empezaba a aflorar en su interior.