Tiempo al tiempo
Marco era consciente de que estaba siendo egoísta. Sabía que debería centrarse y tratar de ayudar a su tripulación, tal y como se estaban ayudando los unos a los otros mientras él se quedaba allí pasando las horas como un alma en pena. Todos estaban sufriendo y tratando de recomponer lo que les quedaba de tripulación.
Todos excepto Marco.
De vez en cuando se acordaba de que ahora, como nuevo capitán de los piratas de Barbablanca, era su deber mantener los pies en la tierra y asegurarse de que todos estuvieran bien. Y lo haría. Solo necesitaba un poco más de tiempo.
Cuando llegaron a Marineford más de un mes atrás Marco había sabido que su capitán no saldría con vida de aquella isla, era el único que comprendía lo que realmente había significado que se deshiciera de las máquinas que lo habían ayudado en los últimos años. Le había dolido, Barbablanca era su capitán, su padre y su mejor amigo, pero Marco lo había aceptado. Sabía que si era por su familia el hombre haría cualquier cosa para mantenerlos a salvo. Y lo entendía, después de todo él mismo sentía algo parecido.
Marco no había estado preparado para perder a Ace también.
Durante la guerra no había cabido la menor duda en su cabeza de que lo salvarían de aquella ejecución. Y en cierto modo lo habían hecho, ayudando al hermano pequeño del chico a salvarlo. Entonces Akainu había atacado, y finalmente Ace había muerto. Marco no le reprochaba nada a Ace, sabía por qué había interceptado aquel ataque y era consciente de que, de haber estado él en esa situación con uno de sus hermanos, habría hecho lo mismo.
No, Marco no estaba enfadado, decepcionado o consumido por ninguna clase de emoción negativa hacia el chico. Marco comprendía sus acciones y no había tenido problemas para aceptarlas. El problema que tenía Marco era hacerse a la idea de que no volvería a ver a Ace, al menos no en mucho tiempo.
Y por eso Marco pasaba todas sus horas de vigilia, y muchas de las de sueño, sentado frente a la tumba de su amante, tratando de convencerse a sí mismo de que aquella lápida con los objetos personales de Po0rtgas D. Ace encima realmente representaba lo que aparentaba. Que Ace ya no estaba, que no volvería a abrazar al chico, que el último beso que había sido capaz de darle había sido en verdad cuando ya estaban en aquella isla, cavando las tumbas con la ayuda de Akagami, y Marco había entrado al camarote donde Ace reposaba para despedirse.
Era cuestión de tiempo. El tiempo ayudaba a aprender a vivir incluso con las heridas más profundas del corazón. Y por eso, sabiendo que Marco se levantaría ponto de aquel trozo de hierba frente la tumba de Ace, la tripulación esperaba sin decir nada, curando sus heridas sin pedirle a su nuevo capitán nada.
El propio Marco sabía que ya no quedaba mucho tiempo antes de que fuese capaz de despedirse de Ace.
Por ahora.