Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

-Closed door- por karasu

[Reviews - 7]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Fanfic de la banda japonesa the GazettE

 

La pareja es Ruki x Kai.

Notas del capitulo:

No he conseguido una historia de miedo o terror, por lo que no pretendo ganar. Pero he puesto bastante esfuerzo en este one-shot no demasiado largo, seré feliz si lo leéis. Gracias~

 

(lamento que haya quedado con este formato, hay muchos espacios en blanco, pero Amor yaoi no paraba de putear y he tenido que cambiarlo, así que... Me disculpo)

"¿Me amas...?

Sí, yo te amo.

Me ama, me ama, me ama, me ama, me ama, me ama, me ama..."

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Camino por un pasillo completamente blanco, paredes, suelo, techo, todo blanco, brillante. Parecía tan puro. Recto, puedo ver el final, muy lejos hay una esquina, parece desviarse hacia la derecha. Pero avanzo y siempre está igual de lejos, así que doy pequeños pasos, sin esperanza de que la eterna recta me lleve a esa ansiada esquina.

 

 No hay ninguna fuente de luz, pero todo está iluminado.

 

 A mi izquierda, puertas, muchas, todas equidistantes, de madera, pintadas de blanco. Exactamente iguales, ninguna es capaz de llamar mi atención. Un paso, otro, otro... El sonido de mis zapatos al chocar contra el suelo blanco. Todo es igual y, por muchas horas que camine, no siento ningun tipo de cansancio. Dirijo mis ojos a mi derecha, a la pared blanca y brillante, uniforme. No sé por qué camino, ni siquiera quiero caminar, pero no puedo dejar de avanzar. Me mareo y miro hacia las puertas. Son iguales, son aburridas. Quiero desviar la vista de ellas y examinar cualquier otra cosa cuando mis pies se detienen.

 

 Busco respuesta a ese repentino cambio de situación. Detrás, el pasillo sigue, igual que delante de mí, completamente igual, con su blancura y monotonía. La pared blanca a mi derecha. Las puertas a mi izquierda.

 

 Mis pies se han detenido ante una puerta. No ante la anterior, no ante la siguiente. No entre dos de ellas. Justo ante esta puerta. Quiero ir hacia la puerta, mi cuerpo me obedece. Cómo un autómata, me enfrento al trozo de madera pulido, pintado, encajado en ese marco, en esas bisagras, que ahora me llama. Grita que tome ese blanquísimo, impoluto, puro pomo, que lo gire. Me dice que se abrirá y satisfará esta estúpida curiosidad que me invade, argumenta para que de el pequeño paso que me separa de ella. Le haré caso.

 

 

Una habitación de planta cuadrada, dentro todo es blanco. La ausencia de muebles o decoración hace que se vea espaciosa. Una bombilla de luz blanca cuelga de su cable, del techo, también blanco. Aquí, pero, la pintura se cae, se aprecian grietas si fuerzo el cuello para ver lo que hay sobre mi cabeza. Las paredes no son brillantes, se ve la marca de la brocha que tiñió de blanco la grisura del enlucido. De alguna forma, la pureza etérea que ha tomado todo el lugar no reina en este rincón.

 

 Avanzo hasta quedar en el centro de la habitación. Comparada con el eterno pasillo, la estancia es sucia, impura, desagradable, grosera, indecente. Pero es humana. Embelesado, giro sobre mí mismo, encontrando imperfecciones, sonriendo, me siento en casa.

 

 Hechizado hasta tal punto que el golpe de la puerta cerrándose no me sacó de mi trance. Hay telarañas en las esquinas, sombras, polvo en el suelo, y giro, giro sobre mí mismo, vueltas, más vueltas, ido. Es un sueño, un sueño, no me gusta el pasillo, no volveré a él. Yo me detuve ante la puerta, ante mi puerta, es mi puerta, sólo mía, la de mi hermosa habitación.

 

 La bombilla parpadea. La miro, curioso, preguntándole qué se propone. Ella no responde, su luz tiembla de nuevo, amenaza en apagarse. Miedo, tengo miedo, temo la oscuridad. La sencilla fuente de luz se burla de mí, baila ante mis ojos, oscila. Y se apaga.

 

 Corro hacia la puerta, desesperado, mi corazón late deprisa. No me oriento en la oscuridad, la temo. Inevitablemente, choco contra la dura pared, dura y rasposa. Me duele, no he podido parar el golpe. Me rueda la cabeza, pero sigo con mi búsqueda. Caminando junto a la pared, rozándola con las yemas de los dedos, buscando esa irregularidad que será mi salvación. La encuentro, mi corazón da un vuelco, esto acabará, acabará pronto. Palpo nerviosamente la superficie suave de la puerta, encuentro el tirador.

 

 Empucho suavemente el rectángulo de madera pintada de un blanco que no puedo ver, suspirando, aliviado. Y no se abre. Repito la operación. Nada.

 

 Giro el pomo con violencia y pateo la puerta, la sacudo, me lanzo contra ella hasta que mi cuerpo me obliga a detenerme. La espalda y el brazo susurran que me he excedido, que les he herido, y el silencio, la calma que flota en la oscuridad después de la tormenta que yo creé me da una respuesta cruel. Encerrado.

 

 

 Caigo de rodillas al suelo. El suelo es duro, el impacto es fuerte, un dolor agudo sube desde mis rodillas hacia los muslos, pero no me importa.

 

 Me arrastro sin rumbo, temblando. Ella está a mi alrededor, me envuelve y me acaricia, mofándose de mi temor, no hay escapatoria, y no tiene piedad.

 

 Si me muevo, me sigue, está en todas partes. En algun rincón remoto, enmedio de las tinieblas de la habitación cuadrada y humana me abrazo a mí mismo, sollozando, cerrando mis ojos con tanta fuerza que lucecitas danzan en mis párpados, consintiéndome, permitiéndome imaginar que no estoy sumido en esta densa oscuridad.

 

 Sé que no hay nadie, pero oigo ruídos, crujidos. La imagen de una sombra surgiendo de las tinieblas está en mi mente. Me paraliza. ¿Qué me hará? Miedo, miedo, miedo, oscuridad, miedo, encierro, soledad, miedo. Siento una mano en mi hombro, fría, helada, gélida, me giro aterrado, llorando con más fuerza y el tacto se desvanece. Es aire.

 

 Llorar, llorar. No puedo detener mis lágrimas, y maldigo mis pies por haberse detenido ante la habitación, mi habitación, mi oscura y terrible habitación.

 

 Quiero gritar, mi garganta, seca, arde, mis labios se mueven, pero soy mudo. Me cubro la cabeza y me protejo del todo y de la nada.

 

 Entre los inexistentes ruidos me parece percibir uno diferente, singular, existente.

 

 Entre las lucecitas ante mis ojos hay otra luz, más potente, real.

 

 Sin dejar de temblar me atrevo a relajar los músculos faciales y a abrir los ojos. Un hilo de luz se alarga desde la pared, desde la puerta cerrada, ahora entreabierta, por el suelo, dibujando una línea brillante en la negrura.

 

 Sollozo y me arrastro patéticamente por el suelo. La luz, la esperanza, me espera, está ante mío. Ante mío, a pocos metros, puedo alcanzarla. Ahora lloro feliz, el pasillo será acogedor, alumbrado, sin rastro de sombras, ella no podrá seguirme ahí.

 

 La línea se ensancha. Una sombra aparece ante la esperanza, pero no desvanece mi ilusión. La sombra desaparece. Y la línea se estrecha. Se estrecha, lentamente. Sigo avanzando, la desesperación regresa, y ella se estrecha un poco más. Me hiero manos y rodillas en el camino ¿tan grande era la cámara? Deprisa, deprisa, me arrastro a una velocidad vertiginosa. Mis ojos húmedos hacen que vea la esperanza borrosa. Cada vez más pequeña. Hasta desaparecer.

 

 Me detengo entonces. Paralizado. Solo. No. Con ella, de nuevo. Gimotear, lloriquear. Inútil pero inevitable. Muerdo mi labio inferior, el sabor metálico del rojo fluido vital llena mi boca. El silencio cae sobre mí, otra vez.

 

 Tap, tap. Tap, tap. Tap, tap, tap, tap.

 

 Oigo pasos a mi alrededor. Reparo en que la mancha oscura en la puerta no era más que la sombra de una persona. ¿Va a sacarme de aquí? Abrió, puede hacerlo de nuevo.

 

 

¿Ha-hay alguien ahí?



Tap, tap, tap, tap.



¿Hola...?



Oigo mi propia voz, temblorosa. Y pasos. No se detienen. Lentos, antes ante mío, ahora a mis espaldas. Giro la cabeza bruscamente, para ver lo invisible.


Ahora no están delante, ni a mi izquierda, ni detrás. Tap, tap... Resuena en la oscuridad. Me volteo buscando a mi acompañante, derecha, delante, detrás, arriba, izquierda, abajo. De rodillas en el centro de la estancia, sólo la veo a ella. Mis lágrimas se han secado.



Tap, tap, tap.



Se acerca.



¿Quién eres?



Mi ritmo cardíaco desbocado, desenfrenado. Corazón latiendo violentamente. Tap, tap. Detrás de mí. No me muevo. Inmóvil. Mueble, piedra, árbol. Pero respiro. El silencio es quebrado por un calmado respirar.


Respiración coreada por la suya. Lenta, contenida, pausada.


Tan cerca...


Y corta el aire, el silencio y la oscuridad con una risilla cruel. Voz grave que subió muchos tonos. Parece una hiena. Tiemblo.


Mi respiración no quiere ser menos, sigue el ritmo del que bombea la sangre.


Susurros ininteligibles. 


Tan cerca...


Metros, centímetros. Distancia que desaparece. Todo mi cuerpo se tensa. 

 

Como cuando mis piernas avanzaban y avanzaban sin parar por la blanca eternidad, ahora ha sido decidido que quedaré inmóvil en las tinieblas. Acompañado.


Siento un aliento ajeno sobre mi piel. Aire caliente expulsado de los pulmones una vez ha sido filtrado. Dientes en mi cuello, desgarrando dulcemente mi piel, cubierta por un sinfín de diminutas gotas de sudor. Magullando con deleite. Un gemido resuena en garganta, sin salir de los labios sellados.


Su risa hace vibrar mis tímpanos. Un escalofrío, una gota salada que cae desde mi frente.


Estremecedor chirrido, metal acariciando el suelo.


El filo gélidose posa en mi cuello. Me desgañito ordenando a mis músculos que abandonen ese desesperante estado de parálisis. No. No. No. El trozo de metal afilado se hunde suavemente en la piel sobre la que reposaba.
Con dulzura, con cariño. Frío contra la ardiente sangre que resbala, espesa, del corte que ha sido abierto.


La presión aumenta, rasgando piel, vasos sanguíneos, todo lo que ese colmillo helado encuentra a su paso. El sangrado aumenta. Y vuelve a reír. Aliento en mi oreja. Afable regocijo capaz de helar la médula al desgraciado que se convierte en su víctima. Que cae en sus garras. Sus manos, suaves.


Más presión. Lo soporto mordiéndome el labio inferior, anteriormente herido. Vuelvo a hundir mis dientes en él. Sangre en mi boca, sabor metálico en mi lengua.


El cuchillo afilado se hunde más. Más. Un poco más... No resisto más. Y grito. Porque duele, duele, duele, duele, duele, duele, duele, duele...



GAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH



"Le amabas. Ahora, ámame sólo a mí"

 

 

Giro los ojos a un lado y a otro, analizando mi alrededor con la mirada. Todo está teñido con una luz azulada, todo cubierto por el manto de la noche.

 

 No todo son tinieblas. Veo las paredes que me encierran, estas paredes blandas y acolchadas. Ya hace demasiados días que las veo.

 

 Mi respiración va realentizándose, regresando a su ritmo pausado, tranquilo, a medida que las imágenes se vuelven borrosas, a medida que olvido el horror vivido en este sueño cercano a una autobiografía.

 

 Me descubro pensando en la pesadilla. Y mi mente divaga hacia ellos. Él, él, él, él. Y él...

 

 Ojos que se humedecen, lágrimas traidoras que resbalan y mojan mi cara, redibujando una y otra vez esos caminos por los que ya había corrido agua salada.

 

 Sé que me observan, que me estudian. Yo sólo quiero irme. Cámaras traidoras. Escondidas. Me ven, me están viendo, están tomando notas, en algún sitio, no muy lejos. Yo quiero irme.

 

 Lucho, forcejeo contra estas ataduras. Estúpidas correas mullidas. Son crueles. No puedo moverme. No puedo verles. No puedo matarme.

 

 Grito de nuevo, grito de frustración. Os odio, os odio, os odio. Y él me ama. Dejadme verle, verle, verle. Me dirá que me ama y me devolverá a mi pequeño. Mi pequeño, mi pequeño. Dejadme verlos.

 

 Me remuevo, vuelvo a gritar, lloro, lloro mucho, sollozo, gimoteo, hipeo hasta que mis ojos se secan, mi cabeza y garganta duelen y arden. Estoy cansado. Me agito una vez más, tratando de zafarme de estas amables ataduras. Los ojos hinchados se cierran lentamente. Y entre débiles sollozos caigo en un sueño intranquilo.

 

 

 

 

¿¡Qué has hecho!?

 

Sólo puedes amar a uno... A mí...

 

 

Desperté en mi cama. Era amplia, para él y para mí. Pero su lado estaba vacío. Y frío. ¿Dónde estás? Probablemente fumando en la sala o en el balcón, como siempre haces cuando no puedes conciliar el sueño. Me quité las sábanas de encima, me senté en la cama y bajé de ella. Pies descalzos. El suelo estaba helado, el invierno se acercaba.

 

 Sentía que necesitaba tus dulces besos. Apartarías ese molesto cigarro y acariciarías mi cuello con tus cálidos labios. Subirías por él hasta mi mejilla, y desde ahí hasta mis labios. Nos fundiríamos en uno de esos ardientes pero dulces, deliciosos, besos.

 

 Pero no te encontré en la sala. Ni en el balcón.

 

 Un murmullo, rumor, llamó mi atención, procedente de su habitación. Mi pequeño era enfermizo, la fiebre lo atacaba con más frecuencia que a la mayoría de la población. Numerosas veces habíamos acabado en el hospital, la temperatura de su cuerpo juvenil se negaba a dejar de aumentar. Supuse que él lo estaría cuidando, siempre se portaba muy bien con mi pequeño.

 

 Mi pequeño. Él era el único familiar que me quedaba. Mi hermano. Siempre lo traté como un niño. A sus quince años lo seguía tratando cómo a los ocho, cuando nos habían dejado solos. Tan solos... Le di el cariño que papá y mamá juntos le habrían dado, lo eduqué lo mejor que pude, lo obligué a seguir en la escuela. No permití que destrozara su vida por la pérdida de dos imprudentes. Tardamos en superarlo, pero lo superamos. Ahora, en la casa que cuatro habían habitado, que fue ocupada por dos por más de seis años, vivían tres personas. Mi pequeño, él y yo.

 

 Funesta noche.

 

 Arrastraba los pies por el pasillo, quería sorprenderlos, a ambos. Conseguiría que sonriera si se encontraba mal. Sonreí yo también, imaginando la curvatura de sus labios en ese precioso rostro que cada día se acercaba más al de un adulto. La sonrisa de mi pequeño, verle crecer, verle vivir me hacía feliz.

 

 La puerta, siempre abierta, estaba ese día entrecerrada. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, sin motivo alguno.

 

 La ventana situada en el fondo del pasillo lo llenaba todo con luz de la luna llena. Me acerqué al cristal para admirar la belleza del satélite, en el cielo negro, azulado. Las estrellas estaban cubiertas por nubes grises. Sólo ese círculo blanco brillaba en las sombras. Las ramas de los árboles se removían en la calle, empujadas por un viento furioso. Las nubes avanzaban en la cúpula celeste. La luna despareció detrás suyo.

 

 Había olvidado el porqué de mi desvelo. Le di la espalda a la ventana, volviéndome hacia su puerta. El rumor no se había detenido. No identificaba aquel imperceptible ruido. Un paso, otro paso. Todo se oscureció súbitamente y me detuve. Las nubes escondían la luna. La cubrían, ocultaban, privándome de su encanto y de su luz.

 

 Algo en mi pecho pesaba, pesaba tanto que dolía. Sólo es un estúpido presentimiento. Me convencí.

 

 Entraría y los haría sonreír. Funesta noche.

 

 En empujar la puerta esta se quejó, pero cedió con un chirrido.

 

 La escena. Él estaba inclinado sobre mi pequeño. Mi pequeño. Desde la puerta no podía verle. La luz débil de la luna entraba por la puerta, recuangular, mi sombra la cubría. Él dio un respingo cuando vio mi contorno dibujado ante suyo, la forma de mi cuerpo oscura destacando en el marco de luz. Lo vi girarse lentamente. Estaba de rodillas en el suelo. Su cintura, leve torsión. Su pelo rubio, ese pelo rubio, teñido, brillante, hermoso, suave se agitó por el brusco movimiento. Él se me quedó mirando. Sus ojos azules, demasiado abiertos, pupilas dilatadas. Me miraba, pero no me veía. Y reparé en las manchas, esa suciedad que había en su cara. Gotitas oscuras de algún tipo de fluido ensuciaban la piel nívea y delicada. De las salpicaduras más grandes resbalaban gotas, que dibujaban rutas oscuras. Su pelo también estaba sucio.

 

 Abrió los labios, sus gruesos, rosados, dulces labios. Un gemido grave.

 

 

- ¿Ruki?

 

 

Sonrió. Sus sonrisas eran preciosas. Pero esa era macabra.

 

 Se giró. Y avanzó gateando hacia mí, sin borrar esa sonrisa que deformaba su rostro. La blancura de su camiseta había sido profanada.

 

 Luna traicionera, las nubes se fueron. Una luz mucho más potente alumbró la estancia. Manchas rojas, gotas rojas. Todo su pecho era rojo, rojo oscuro, granate, carmesí. Sangre.

 

 

- ¿Ruki...?

 

 

Estiré el cuello para ver lo que había a sus espaldas. Mi pequeño estaba en la cama. Las sábanas enredadas en sus piernas. Su camiseta, rasgada, quedando su pecho a la vista. Su pecho, rasgado. Rasgado no era la palabra. Abierto, destrozado, despedazado.

 

 La luz blanca reveladora.

 

 Mi hermano yacía en su lecho. Dormido. Sí, dormido.

 

 Un profundo corte en su cuello. La sangre decoraba su rostro y su pecho. Su pelo estaba desordenado, esparcido, el castaño destacaba en las sábanas blancas manchadas. Alrededor de su cabeza había salpicaduras, cómo si tuviera una aureola rojiza. Cortes poco profundos se cruzaban en todas direcciones desde la clavícula hasta la altura del esternón. En cambio, su abdomen estaba agujereado. Puñaladas. Y una terrible hendidura vertical. Estaba abierto. Su cuerpo. Abierto. Y en esa altura la cama se había convertido en un mar de agua carmesí. Él nadaba en su propia sangre.

 

 Destrozado. Roto. Mi pequeño.

 

 No quería seguir mirando. Pero sus órganos caían de la atroz cortadura, resbalaban hacia el exterior. No quería seguir mirando. Pequeño. Vomitar. Mis ojos desorbitados recorrían su cuerpo inmóvil. Mis ojos se encontraron con los suyos. Abiertos. Sin brillo, sin vida.

 

 Caí de rodillas, quedé a su altura. Devolví la cena. Sabor amargo y repugnante en mi boca. Sin saber lo que hacía, hablé.

 

 

- ¿¡Qué has hecho!?

 

 

Su puño cerrado alrededor de un enorme cuchillo, cuchillo manchado. Todo sucio. Sangre. Sangre, su sangre, la de mi pequeño.

 

 Su voz rompe el silencio.

 

 

- Kai... Mi Yuta... Mi dulce Yuta...Sólo puedes amar a uno... A mí...

 

 

- No, no, no, no, no, no.

 

 

Su sonrisa se ensanchó, deformando más su cara. Las nubes volvieron a cubrir la luna. Todo se oscureció. Sólo podía ver el brillo de sus ojos de demente en la noche.

 

 

- Le amabas. Ahora, ámame sólo a mí

 

 

- No, no, no, no, no,no,no,no,no. No. No. No.

 

 

Cerré los ojos. Me cubrí la cabeza con los brazos. Es una pesadilla. Una pesadilla.


Sus labios sobre los míos. Me regaló un beso dulce. El sabor de la sangre entró en mi boca. Me acarició la mejilla con amor. Con la otra mano sostenía el cuchillo. Nuestro último beso.

El nauseabundo olor a sangre se introducía en mí, hasta lo más profundo de mi cerebro y mi alma. Nunca se irá. Mi pequeño, mi pequeño Kou.













Nos separaron. A los tres. No sé dónde está él. Yo estoy atado.

 

Notas finales:

Si hay dudas, review.

Me gustaría saber qué pensáis de "esto" que he escrito. ¿Cómo lo interpretáis o qué entendéis?

¿Os parece bien? ¿Raro?

Si se sigue sin entender quién es quién, preguntad~


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).