Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

¿Se puede acaso herir a la luz? por karasu

[Reviews - 24]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Esto es el último capítulo.

Decidí que Uruha narrara en presente, simplemente porque así puedo expresar más fácilmente lo que quería expresar.


Bien... Pues creo que eso es todo <3

Os dejo leer. Si hay alguien un poco interesado en el fic, en las notas finales pongo algo.


Él no es rico, yo tampoco, y nunca voy a serlo. Nunca creí que el dinero pudiera hacerme feliz, por lo que nunca me esforcé para acumular grandes cantidades de él. Me arrepiento. Si no tienes dinero, no tienes un buen abogado. Si no tienes un buen abogado, acabarás cómo yo.

Hoy vendrá a visitarme. Sólo puede venir una vez a la semana, nuestras horas son limitadas. Pensar en sus palabras, voz y sonrisa me hacen sentir inquieto, nervioso y extrañamente feliz. Soy un preso, un enfermo y un loco enamorado. Desafortunadamente, no siempre es su sonrisa lo que está en mi mente.

Tengo miedo de que se canse de todo esto, de mí, y que no vuelva más. Que me abandone cómo creí que había hecho cuando apenas nos conocíamos. Tambien tengo miedo a que venga sólo para no sentirse culpable, sabe que sólo vivo para él. Todos estos miedos duelen, tengo muchas horas libres, demasiado tiempo para pensar, mi mente divaga: a veces sonrío, después me hundo en la soledad y miedo.

Una mujer aquí me regaló una vieja guitarra e insistió para que aprendiera a tocarla, a sacar sonidos y melodías de esas cuerdas. Decía que me iría bien ocupar mi tiempo con algo. Eso fue la primera semana, ella era la doctora que me habían asignado. Esos primeros días tuve la guitarra abandonada en un rincón, cubriéndose de polvo, pero el aburrimiento de una tarde vacía venció y me senté con el instrumento entre mis brazos, y el librito de acordes ante mío.

 A ella la trasladaron a un sitio mejor, o a uno peor; y ahora un hombre me hace preguntas sobre mi estado de ánimo una vez a la semana sin intentar mostrar interés. Me gustaría que ella me viera tocar ahora.

Sentado en mi cama, hoy han cambiado las sábanas, huelen a suavizante, a limpio, son de un blanco puro, es agradable. La cama es alta, mis piernas cuelgan de ella, las muevo al mismo ritmo al que muevo mi cuello de un lado a otro. Una melodía llega a mi mente y la canto en voz baja, pero un hombre que ya había visto antes entra sin llamar para darme las pastillas. Me las tomaré hoy, quiero estar bien cuando él llegue.

Cuando me deja solo, satisfecho por mi actitud dócil, la melodía ha huído de mi cabeza. Decido dormir, tengo ganas de verle, me tiemblan las manos, no sería capaz de hacer nada más que contar las horas, minutos, seguntos que quedan para que me abrace.

Pienso que tengo hambre, aún cuando he comido hace menos de una hora. No tardo en dormirme, la medicación me relaja.

***

No tardo en despertarme, tampoco. La relajación se ha perdido en algun lugar, y vuelvo a estar nervioso. Recorro la habitación con los ojos. No es grande, pero tampoco demasiado pequeña. Si la comparo con nuestra habitación siento ganas de llorar:  esta es impersonal, monótona y solitaria. Levantándome pesadamente voy a buscar la guitarra para volver con ella a la cama y acostarme de nuevo, ahora abrazando la dura madera del instrumento con brazos y piernas. Vuelvo a dormirme. Todos mis días son lo mismo.

***

El timbre, el timbre. El timbre indica que está por llegar. Sentado en la cama, balanceando mis piernas adelante y hacia detrás, lo esperaba. Podía sentir la sangre en mis mejillas.

El hombre que abre la puerta sin llamar volvió a hacerlo. Estoy cansado de su poca educación. Pero detrás de esa cara aburrida pedo ver su cabeza. Su pelo, ahora mitad rubio, un rubio claro, mitad castaño oscuro, prácticamente negro. Empiezo a pensar que, se haga lo que se haga, siempre será igual o más hermoso. Se ve tan bien. Y yo tuve que dejar de teñirme, mi pelo castaño cada vez cede más centímetros al negro que empieza a verse en el medio de mi cabeza. Yo cada día me veo peor.

Mi corazón late deprisa, olvido todo lo que me deprime. Él está aquí.

En un susurro que anunciaba que teníamos hasta las siete, el hombre cierra la puerta, desaparece. Con el golpe, me quedo solo con él. El tiempo ha empezado a correr, y yo mantengo mis labios cerrados, esperándolo.

—Shima... —su voz en un susurro dulce y triste. Sólo entonces me levanto para avanzar lentamente hacia él, rodeando su cintura con mis brazos, cada día más delgados, para hundir mi cara en su pecho. Inhalo con fuerza para que su olor llegue hasta el fondo de mi alma. No quería llorar esta vez, pero renuncio a tratar de evitarlo. Le echo tanto de menos.

Su mano, tan cálida, acariciando mi espalda. Él, susurrándome palabras de amor al oído. Yo, respondiendo entre hipidos, no puedo parar de preguntarle por qué me ama, obligándolo a decírmelo una y otra vez. Me hace tan feliz.

Nos sentamos en la cama, juntos, mi muslo rozando el suyo. Sus labios se mueven, habla. Sus labios.

—Shima —me llama en un canturreo, y despierto. La mirada perdida que le dirigía se lo dice todo—. No me estabas escuchando —sonríe, no era una pregunta, lo sabe. Un puchero por mi parte no hace más que ampliar su sonrisa. Sonrisa que se borra cuando sus ojos se fijan en mi descuido.

He tratado de esconderlo con una camiseta de manga larga, pero el borde de la manga había escalado por mi piel, quedando medio antebrazo descubierto.

Siento que tira de mi muñeca con violencia, obligándome a mostrarle mi pequeño crimen, que nadie más había detectado, ni siquiera los que deberían cuidar de mí. Deberían. Una infinidad de cortes, no demasiado profundos, adornan mi antebrazo pálido, destacando, perpendiculares a las venas moradas y azuladas que se ven bajo mi piel.

—Lo has vuelto a hacer —susurra. Sabía que eso le dolía más que a mí, pero él no era el que sufría por si era abandonado, aburrido; él no era el que dependía de otra persona y de sus decisiones y sentimientos; él no estaba encerrado por loco violento, él no pasaba los días viendo las mismas paredes, a él no se lo comía la culpabilidad por haber herido al ser más preciado, él... Él no podía entenderme.

No me atrevo a mirarlo, a levantar los ojos y enfrentarme a él. Pero un jadeo escapa de mis labios, y me obligo a mirarlo, mirar como besa mi piel con infinito cuidado y cariño. Acariciando las heridas con sus labios, cómo si eso las pudiera hacer desaparecer. Pasa a lamer cada uno de los cortes, humedeciendo la piel de mi brazo.

Lloro, otra vez. Sé que puede escuchar mi respiración irregular, y sé que me mira. Me ha visto llorar demasiadas veces, pero me sonrojo y cubro mi cara con una mano.

Y él retira mi mano y la sustituye por sus labios dulces.

***

Sentados en la cama, paso una de mis rodillas a cada lado de sus muslos, abrazado a su cuello.

—Aki... ¿Me perdonas? —lo susurro con voz dulce, sabiendo que recibiré un sí por respuesta.

—No —sólo tengo que mirarlo a los ojos para sonreír—. Haz algo para merecer mi perdón, cariño.

Sé lo que quiere, y yo también lo quiero. Con mis mejillas ardiendo le beso, un contacto entre sus labios suaves y los míos, ahora resecos. Su lengua pasea sobre mis labios. Él quiere que yo tome el control. Entonces, abro la boca para que mi lengua se encuentre con la suya, tímidamente. Me gusta, pero me hace sonrojar. Sus manos acarician mis costados con lentitud. Me tomo mi tiempo para saborear su boca y, cuando ya no nos queda aire, rompo el contacto. Mientras trata de recuperar oxígeno dejo un corto beso en sus labios, quiero seguir.

Escondo la cara en su cuello, mientras él pasa sus grandes manos por mi espalda. Restrego mi nariz por su piel, y después la beso y acaricio con mis labios, y reparto pequeñas lamidas con la punta de mi lengua.

—Shima... —suspira mi nombre, le gusta. Quiero... Quiero...

—Aki, acuéstate... —le veo mirarme sorprendido, y yo me levanto para permitir que se mueva. Cuando está como quería, me sitúo sobre él. Para seguir besando esos labios. Todos los besos que no le doy cada día tienen que ser dados hoy.

A cuatro patas sobre él. Acaricio su mejilla y doblo el brazo que me sostiene para juntar nuestros labios una vez más. Siento su sonrisa. Y sus manos pasan por mi espalda y siguen bajando; acaricia mi trasero y llega hasta mis piernas, simplemente pasando sus manos sobre la tela. Muy pocas veces me ha tocado así. Me sonrojo. Y él vuelve subir a mi espalda y ejerce presión hasta que caigo sobre él, con todo mi peso -que ya no es tanto-. Puedo sentir la calidez de su precioso cuerpo, sus formas, siento como su abdomen y pecho suben y bajan al respirar. Entrelaza sus piernas con las mías. Y yo subo mi mano hasta su pecho, dibujando invisibles círculos sobre su camiseta con un dedo. Ambos suspiramos. Acaricia mi pelo de esa forma tan tierna con la que sólo él es capaz de hacerlo.

He caído de tal forma que mi cara queda a un lado de su cabeza, ante mis ojos tengo su oreja. Sorprendiéndolo, lamo el lóbulo y mi lengua juega con el aro de metal que lleva. Después acaricio toda su oreja con los dientes, mordisqueándola dulcemente.

—Mi Shima... —habla suspirando, nostálgico, triste, y me detengo— No sé lo que daría para poder despertar cada día a tu lado.

Las palabras dulces también duelen, Aki. Eso es culpa mía y de mi mil veces maldita enfermedad. Me levanto para quedar de rodillas en la cama, sobre su pelvis, separando nuestros cuerpos del agradable contacto. Ahora cae en lo que ha dicho, y queda sentado en la cama, y su cara queda a la misma altura que la mía. Puede ver mis ojos brillantes.

—No quiero que te sientas culpable. Sólo ten esa imagen en tu cabeza... Abres los ojos, adormilado, y sientes alguien a tu lado, abrazándote. Tus movimientos despiertan a la otra persona, que se acerca para besarte torpemente... Esa otra persona puedo ser yo, ¿no? —me muestra un puchero y yo asiento, mientras sus labios se llevan las lágrimas que llegaron a caer— Cuando estés solo... Piensa en esto... Porque esto es el futuro, pequeño.

Sé que si pienso en ello dolerá cuando abra los ojos. Pero haré lo que dice, tengo la imagen en mi cabeza. El futuro. Asiento para que sepa que lo he escuchado. Un beso en la mejilla por su parte. Y yo beso su ojo desaparecido, suavemente. No pediré disculpas otra vez hoy. Siento sus manos en mi cintura, que me mueven oara que quede a su lado.

—Tengo algo para ti —se levanta para coger su bolso, abriéndolo y sacando de él una cajita, pequeña y cuadrada, simple. Me la entrega y busco en sus ojos el motivo del regalo. Ahora es él quien se sonroja, pero sonríe y no dice nada. No me queda más remedio que abrir esa cajita de cartón ante suyo, descubriendo que en el interior hay otra, que parece un estuche, negra y plateada. Vuelvo a mirarlo, interrogante, y él sigue sonriendo. Abro esa cajita. Púas. Miro la guitarra y lo miro a él, repitiendo la operación varias veces. Abro la boca pero no consigo hablar. Mi rostro no muestra prácticamente expresión, pero mi corazón late deprisa. Me gusta el regalo. Fui a coger una de las muchas pequeñas piezas que había en esa cajita, amontonadas, pero él lo impidió, cerrando el estuche con un "después". Le sonrío.

—Gracias Aki —nunca me ha escuchado tocar, creo. Del bolso saca también una revista para dejarla sobre mis piernas. Esto me descoloca, pero, al fijarme mejor... Una revista de guitarras, un catálogo, lleno de imágenes de esos instrumentos musicales. Me lanzo a sus brazos. Al estar él de cuclillas ante mío, caemos los dos al suelo.

Enredados, volvemos a acariciarnos tiernamente, a darnos suaves besos. Siento mi corazón latir tan deprisa... Querría quedarme así siempre, con él y su bonita sonrisa. Pero eso no puede ser.

Toc-toc, toc-toc.

Se nota que ha cambiado el turno de vigilancia. Nos separamos con cuidado y lentamente, esto es difícil. Soltar a la persona a la que amas cuando la tienes tan cerca, cuando la tienes contigo, cuando sabes que seréis separados de nuevo. Podría abrazarme a ti, Akira, y negarme a soltarte. Aunque tiraran de mí con todas tus fuerzas, yo no permitiría que alguien me obligara a dejar de rodearte con estos brazos delgados. ¿Y si lo hacemos así?

Pero tú me besas y te levantas a abrir, y el hombre anuncia que ya ha pasado el tiempo acordado. Asientes con pesar. ¿No quieres quedarte conmigo? ¿No quieres poner a la práctica este plan de locos que ideé? Quédate. Quédate. Quédate. No te vayas hoy, no te vayas. No abro los labios, pero te lo grito con la mirada, lo grito desesperadamente, ¿no lo ves? No, no lo ves. Prácticamente no me miras a los ojos cuando te acercas a mí para unir nuestros labios por última vez en demasiados días. Eres tan cruel sin quererlo, Akira.

Me trago las lágrimas, no quiero que te lleves esta imagen de mí contigo hoy. Sonreiré para ti. Sé que te gusta mi horrible sonrisa.

Creí que te ibas, pero tomas mi cara entre las manos y me susurras en la oreja.

—Te amo, Shima —su voz grave llega a mi cerebro, haciéndome estremecer. Pero no se detiene ahí—. Pero no tengo que ser tu única razón para vivir. Quiérete, eres hermoso. Y estoy seguro de que puedes lograr cualquier cosa, si te lo propones.

Antes de que pueda reaccionar, él se ha ido. No ha dicho adiós. Y el tipo que sí llama a la puerta ya la ha cerrado.

Corro hacia la cama y me acuesto en ella, hecho un ovillo sobre las sábanas limpias, arrugadas e impregnadas con su olor. No quiero que las laven hasta que vuelva. Me pregunto si tendré que esconderlas. Río ante mi idea y empiezo a llorar. Con la cajita que me ha dado entre las manos, será mi más preciado tesoro. Ahora no hay quien detenga mis lágrimas, Akira. Buenas noches...

Notas finales:

No me siento como si estuviera acabando un fic... Porque... realmente no es tan largo, tan bueno, o tan alguna cosa.

Además... estoy pensando en añadir un capítulo más. Así queda finalizado, pero si hay alguien interesado en leer un capítulo más, lo escribiré y subiré.

 

Feliz Navidad


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).