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Es nuestro secreto, papá por karasu

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Notas del fanfic:

Ya lo puse en el resumen, me tocó regalarle el fic a LeylaRuki. No sé si he cumplido con lo que pedías ni sé si será de tu gusto... Pero espero no decepcionarte. Hice lo que pude >__<

 

Notas del capitulo:

Cuando estaba en mi cabeza parecía una buena idea, pero no ha quedado tan bien como esperaba. 

Me ha quedado bastante largo, pero siento que se me fue la cabeza con el lemon, es demasiado extenso, podéis matarme :'3

(Las notas finales... son algo especiales, os recomiendo leerlas. No quería añadirlo al fic, el fic acaba de esa forma... Pero a su misma vez, no. No lo sé. Ay.)

Aquí lo dejo, espero que guste en general, y que te guste a ti, ya que es el regalito. 

Meneaba la cadera mientras limpiaba la pizarra con un trapo húmedo.

 Ya no quedaba nadie en el edificio. Los pocos estudiantes que tenían que quedarse para limpiar y ordenar sus clases ya habían acabado su tarea. Ellos no. Aún les quedaba para rato.

En una clase de último año había aún dos personas.

 Él movía sus caderas de un lado para otro, subido a la tarima. Sabía que era observado, que unos ojos ajenos estaban clavados en su bonito trasero. Teniendo la atención, aumentó el movimiento, sin dejar del todo su tarea, pero sin estar pendiente de ella. Sonrió pícaramente cuando una voz grave llegó a sus oídos.

—Deja de provocar.

Las palabras le hicieron soltar una risita, mientras seguía con lo suyo. El paño cayó al suelo, y lo recogió inclinando su torso, sin doblar las piernas, para que esos horribles pantalones de uniforme quedaran más apretaditos. Volvió a erguirse un poco decepcionado al no haber recibido ningún tipo de comentario, para ser entonces empotrado con fuerza contra la superficie oscura y fría de la pizarra.

—Ah —Un suave gemido, de sorpresa, de dolor y de satisfacción salió de sus labios. Un aliento caliente en su nuca.

—¿Qué intentas, cariño? —susurró el provocado, estrujando las nalgas de su pareja entre sus manos sin cuidado, clavando las uñas para oír esos quejidos que se le antojaban deliciosos.

—Sólo limpiaba —Respondió inocentemente su castaño compañero de juegos. Las manos en su culo se movieron, masajeándolo, sacándole suspiros. Unos labios se posaron en su cuello, propiciándole suaves caricias, para dar paso a los dientes que lo marcaron sin compasión. Le encantaba cómo le trataba ese moreno que tenía como pareja, no podía haber encontrado alguien más perfecto, pensaba el castaño mientras suspiraba, dando más espacio a esos dientes que rasgaban dulcemente su piel.

—Tú quieres que te la meta, Uru —dijo suavemente el pelinegro cerca de su oído, lamiendo después su oreja, delineando su forma y jugueteando con los piercings con su lengua, humedeciendo esos trozos de metal. Tenía una de las manos en la espalda del chico, presionándolo para mantener su pecho pegado a la pizarra, y llevó la libre hasta la entrepierna del castaño, apretando ese miembro aún en reposo.

—Hm, nooo —gimoteó el castaño en respuesta al otro, con voz aguda por el apretón que el otro le había propiciado, sintiendo como empezaba a ponerse duro.

—Creo que lo haré quieras o no, no haber sido tan sucia.

—Aoi, no he hecho nada —Se quejó el llamado Uruha, alargando la vocal del final de la frase, haciéndose la víctima. Un lametón en su cuello le recordó aquellas mordidas, que escocieron en contacto con la saliva. Gimió suavemente, para notar otro apretón en su entrepierna.

—Además mentirosa, mi zorrita —Aoi retiró esa mano traviesa para pellizcar ese trasero sobre el pantalón, sacando un quejido al otro chico—. ¿Debería castigarte? —preguntó relamiéndose los labios, separándose del cuerpo de Uruha para observar su obra. Un jadeante y hermoso chico con el uniforme del instituto que se había girado al dejar de sentir el contacto, permitiéndole ver sus mejillas sonrosadas.

—Noooo —Imploró falsamente el castaño, girándose hacia su pelinegro, que se encontraba apoyado en el escritorio del profesor sonriendo como sólo él sabía.

—Ven aquí, bebé —Su voz ya había adquirido ese tono más grave, sensual, que siempre adoptaba en esas situaciones. Aoi se sentó en la silla acolchada situada ante el escritorio e indicó al castaño que se acercara. Temblando, éste obedeció—. ¿Has cambiado de opinión?

Uruha negó con la cabeza. El pelinegro resopló, empezando a cansarse de tanta negación, y cambió su expresión.

—Ven aquí, Uruha —pidió el pelinegro con un puchero y voz melosa. El aludido se le acercó a paso lento entonces, para quedar ante suyo. Aoi no se levantó y, estirando su brazo, rozó el pecho de Uruha, colocando su mano plana en él. Recorrió ese plano pecho con los dedos sobre la ropa rasposa, bajando hacia al abdomen para volver a subir, detectando uno de los pezones del otro, erectos por el dulce contacto que escondía algo muy diferente. Pellizcó ese botoncito escondido bajo la tela, apretándolo entre sus dedos hasta que Uruha jadeó. Entonces Aoi tiró de su camisa, obligándolo a bajar la cabeza hasta la altura de su cara para unir sus bocas en un casto beso, un roce entre sus labios. Fue Uruha el que empezó a moverlos, masajeando los gruesos labios de Aoi con los suyos, sacando la lengua para humedecérselos y pedir la entrada en esa boca que no tardó a acogerla.

El beso que era dulce en un principio acabó en uno apasionado, lujurioso, en el que se compartían saliva y caricias entre lenguas, y alguna que otra mordida en el labio inferior del castaño. Se separaron con la respiración agitada y el sabor del otro en sus bocas, pero con una sonrisa.

—Ahora, bebé, pon tu pecho aquí —Rompió el momento Aoi, tratando de no parecer impaciente, e indicando el gran escritorio de madera oscura. Sonrió satisfecho al ver acatada su orden. Uruha quedaba en la posición que él tenía en mente, su torso sobre la mesa, formando un ángulo de prácticamente noventa grados con sus piernas, que quedaban apoyadas en el suelo. El castaño había dejado sus brazos doblados, con los puños cerrados en la altura de su pecho—. Delicioso.

Uruha, por su parte, con el mentón apoyado en la mesa, miraba de reojo cada movimiento del pelinegro, hasta que este lo obligó a dirigir la vista hacia delante, hacia los pupitres ordenados de forma precisa en filas, donde pocas horas antes se aburrían una treintena de alumnos. Se sonrojó pensando lo que presenciarían esas paredes acostumbradas sólo a clases y exámenes. No le dio tiempo de pensar mucho más, pues algo se estampó contra su trasero, propinándole un fuerte azote.

—¡Ah! —Un grito agudo escapó de sus labios. No le había dolido especialmente, pero no lo esperaba. Forzó su cuello para ver lo que hacía Aoi detrás suyo, justo en el momento en que este le daba otro azote, más fuerte que el anterior, que lo hizo gemir de placer. Le encantaba, le encantaba ese dolor, golpes, pellizcos, azotes, ese dolor que se convertía en el más dulce placer, lo calentaba terriblemente. Los pantalones del uniforme ya le quedaban demasiado apretados, pero al descubrir la imagen, la de su Aoi sosteniendo una regla de plástico de unos treinta centímetros, con su sonrisa sádica pintada en los labios, sintió que necesitaba desprenderse de esa molesta prenda, que apretaba su erección de forma molesta.

—Ni se te ocurra moverte, bebé —Un único susurro de Aoi le obligó a detener sus planes. Golpecitos en una de sus nalgas con ese trozo de plástico—. Prefiero ver cómo se va poniendo rojito —Siguió el pelinegro, bajándole los pantalones junto con su ropa interior por detrás, dejando al descubierto sólo su trasero.

Empezó entonces a golpearlo sin compasión, azotando esas redonditas y blancas nalgas que se iban enrojeciendo a cada golpe. El castaño gemía a cada impacto, soltaba gemidos lastimosos que sólo incitaban a Aoi a seguir con aquello.

—¡Ah! Yuuuu... Pa-para...A-ay —Se quejaba el castaño entrecortadamente, entre esos gemidos, sintiendo que la temperatura de su cuerpo iba subiendo. Suspiró cuando aquella tortura se detuvo; notaba su trasero latir por tanto golpe.

- Deberías verlo, tu culito se ve hermoso así, todo rojo e inflamado por los golpes...-le dio una nalgada, haciéndolo gemir suavemente una vez más. Aoi acarició después la zona golpeada con la mano, dulcemente, provocando un leve siseo al castaño.-Qué duele, ¿bebé?

Ante un asentimiento de Uruha, el pelinegro comenzó a repartir pequeños besos por la zona, contrastando ese cariño con su actitud previa. Oyó a su castaño suspirar y acabó mordiendo su nalga derecha, marcándola también con sus dientes. El quejido le gustó.

—Levántate —Aoi vio a su compañero obedeciéndolo, irguiendo su cuerpo entumido por haber mantenido esa posición por algunos minutos. Recorrió al chico con la mirada: Su cara medio sonrojada, labios entreabiertos, su pecho subía y bajaba deprisa. Los pantalones, bajados por detrás, sólo apretaban más ese bulto entre sus piernas, que le gritaba al pelinegro que su chico lo estaba pasando igual de bien que él. Sus piernas no podían apreciarse con esos pantalones—. Desnúdate.

El pelinegro se sentó en esa cómoda silla, con su mirada fija en Uruha. Éste, sintiéndose nervioso, empezó por quitarse la chaqueta que llevaba, para seguir con la camisa, desabrochando con manos temblorosas cada botón. Esa mirada lujuriosa, tener a Aoi comiéndoselo con los ojos lo animaba a seguir, pero no se atrevía a hacer algo más, salir de ese estricto "desnúdate", por no desatar su cólera.

Dejó su camisa abierta y se bajó los pantalones, reteniendo un suspiro de alivio. La camisa cayó al suelo y, finalmente, también su ropa interior. Se estaba en pie, quieto, ante Aoi, que parecía no cansarse de observarlo.

—Qué aburrido eres.-Suspiró después, confundiendo al castaño. "Debería haber hecho algo más" se reprendió mentalmente. Eres tonto, tonto, tonto, Uruha—. Venga, putita sosa, ven, deja que acabe con esto, como mínimo.

¿El juego iba a terminar? ¿Tan deprisa? Oh, no. No…no. El desesperado castaño trazaba sucios planes en su cabeza, tenía que conseguir que Aoi cambiara de idea, que... No pudo ver la enorme sonrisa que se formaba en los carnosos labios de Aoi, ni escuchó esa fría risilla entre dientes.

—Acuéstate sobre esto.- Ordenó el pelinegro, manteniendo su papel. Uruha subió al escritorio y posó su espalda en él. Dejó una de sus piernas colgando, la otra, subida en esa superficie de madera—. Sube el otro pie. No mires, bebé.

Usaba un tono neutro, aburrido. Su castañito era tan fácil de engañar.

Aoi se detuvo unos instantes. Era algo difícil pensar teniendo al castaño de esa forma tan cerca. No tenía las piernas abiertas, pero al estar los pies sobre la mesa conseguía una visión privilegiada de su trasero, testículos y ese hinchado miembro. Él, que se orgullecía de su resistencia y aguante siendo un niñato de apenas dieciocho años, sentía que necesitaba hundirse, hundir su polla inmediatamente en Uruha. Siempre era de esa forma, Uruha lo traía loco.

Apartando todo eso de su cabeza, corrió a rebuscar en su mochila, hasta sacar un botecito de lubricante. Le habría gustado no tener que usarlo, pero no podía dejar a Uruha demasiado mal, después del fin de semana volverían las clases y el pobre chico tenía que poder andar correctamente entonces. Aoi se rio de sus propios pensamientos y se acercó al castaño, se veía perdido, solo, ahí encima, desnudo. Aunque también le regalaba una caliente imagen.

—Uru —Aoi acarició esos muslos nada más llegar, abriendo las piernas del castaño y suspirando al sentir la suavidad de esa piel. Deseaba arañar y morder, marcar esos muslos como suyos y hacer gritar al castaño. Después, después. Sin previo aviso, metió dos de sus dedos por esa entrada rosadita que había quedado al descubierto.

—¡Ah! —El castaño se tensó, sintiendo aquella intromisión, que no lo incomodó por muchos segundos. Su culito había tragado cosas bastante más grandes. Los dedos se deslizaban con facilidad por ese caliente interior, lubricando las paredes. Aoi los movía poco, y se cuidaba de no abrirlos o separarlos, no quería dilatar de más al chico, necesitaba que fuera estrechito, en lo que cabía. Detectó ese punto y dio un pequeño premio al castaño, acariciándoselo—. Hmm... Yuu. Aaahm... Ahí, Yuu...

—Amo, bebé, amo.

—Amooommgh —Gimió el castaño, desesperado, cerrando los ojos y retorciéndose sobre esa dura superficie. El pelinegro había dejado los dedos fijos en su próstata, sentía que no podía, el placer lo desbordaba, enloquecía...

—Bien —Se sintió vacío. Literalmente. El aire contra su entrada lo hizo estremecerse. Sintió la tentación de levantarse sobre sus codos y espiar. De hecho, lo hizo. La visión lo hizo temblar. Más de miedo que de nada. Aoi seguía con esa regla en la mano, y en ese preciso instante... No le iba a meter eso, ¿verdad? Esa regla de plástico, bastante larga, podía medir algunos centímetros de ancho, y tenía pocos milímetros de grosor. Pero sus puntas eran... puntas. Vio con terror como el pelinegro alineaba el objeto con su entrada, separando sus nalgas con la mano libre.

—Amo, no... No me metas esto, por favor... Amo —Lloriqueó el castaño, temblando. Unas suaves carcajadas de Aoi fueron la única respuesta. Y "eso" entró en él.

El pelinegro observó con placer como el objeto que tanto había visto en su vida escolar se hundía en ese agujerito, como la entrada de Uruha se lo tragaba lentamente, con dificultad. Escuchaba los quejidos de Uruha, aquello debía doler, sí.

Los cantos de la regla amenazaban a rasgar la piel de su interior, ese objeto no tenía forma adecuada para meterse por ahí, le rasguñaba y rozaba de forma incómoda y dolorosa, además de que no lo llenaba por completo. Pero aún así veía su miembro seguir creciendo, cada vez más duro.

Sintió que lo necesitaba, y llevó sus manos a su pecho, para estimular sus pezones, pellizcándolos y acariciándolos entre sus dedos. Una fuente más de ese extraño placer.

—Joder, bebé... Abre más estas piernas —Ordenó un Aoi más que satisfecho con la imagen, mientras seguía metiendo centímetros de ese objeto en el interior del otro, que aún soltaba algún quejido entre gemidos y maldiciones.

Uruha no pensaba que podría sentirse tan cachondo con eso en el culo, pero la idea de tener un objeto extraño en el trasero lo excitaba, de alguna forma. Sudaba, el pelo se le pegaba en la frente. Sentía que tenía fiebre. Y su temperatura aumentó cuando sintió la lengua de Aoi paseándose por su entrada, lamiendo con mimo ese anillo rosado, e introduciéndola por pocos segundos en su interior junto al trozo de plástico. La mano del pelinegro jugueteando con sus testículos, subiendo a su miembro para masturbarlo lentamente, en una placentera tortura.

—¿Te gusta esto? —Preguntó el pelinegro, echando su aliento sobre la húmeda y abierta entrada.

—S-sí, amo... Me gusta... mucho —Apenas acabó el castaño la frase que una acción del otro lo hizo gritar. Aoi giraba la regla con dificultad en su interior. El plástico amenazaba en romperse con esas paredes que debían apretar exageradamente, tratando de detener el doloroso movimiento—. Dueleeeee, duelee...

Lágrimas empezaron a caer de los ojos de Uruha, mientras él se quejaba y gimoteaba, retorciéndose para intentar detener aquello, alejarse del objeto que tenía metido para que dejase de destrozar su interior. Esas puntas, esas puntas lo estaban destrozando. Sintió que Aoi metía y sacaba el objeto y lloró más fuerte. Dolía, dolía. Entonces lo retiró.

Le acariciaba las piernas y lo masturbaba como necesitaba en ese momento. Repartió besos por su abdomen, consiguiendo detener su llanto y calmarlo. Cuando le vio abrir los ojos, y sostenerse en sus codos de nuevo, sonrió.

Uruha, con la vista borrosa por las lágrimas, observó como el pelinegro lamía esa regla, manchada con un líquido de un rojo oscuro. Aoi recogió la sangre que había quedado en el objeto con su lengua. Ese era el sabor de su querido castaño. Dejó el objeto de lado entonces y subió con suavidad los pies de Uruha a sus hombros. Desabrochó sus pantalones para sacar su más que duro miembro de la ropa interior. El otro no tardó a entenderlo, estremeciéndose.

—Iré con cuidado, mi bebé —Sonrió Aoi, inclinándose para besarlo en los labios tiernamente, convenciéndolo.

Tomó al castaño por la cadera, para impedir que se moviera, y lo penetró de una sola estocada. Escuchó su grito y creyó enloquecer. Él marcaba el ritmo, observando como su miembro, considerablemente grande, entraba y salía, se hundía y retiraba de ese interior, una vez, otra, otra, cada vez más deprisa. Cambiaba de dirección, hasta que de la garganta del castaño escapó un grito diferente. Pudo ver la mueca de placer que se dibujó en su hermoso, sudado y sonrojado rostro. Gimió un "ahí", y Aoi dirigió todas sus estocadas a ese punto, aumentando el volumen de los gemidos del castaño.

Uruha, por su parte, sentía el pene de Aoi llenándolo, pasando por las heridas abiertas en su recto y rozando su punto a cada embestida. No se contenía a la hora de gemir, llenando todo el aula con su voz grave desesperada.

El otro clavó las uñas en sus muslos para dibujar cuatro ardientes líneas rojizas en cada pierna, de las que escaparon algunas gotitas de sangre. Aquello sólo fue un estímulo más para Uruha, que creía enloquecer, se sentía caliente, incapaz de pensar. Su próstata, era estimulada de forma tan deliciosa. Ya no le quedaba mucho.

—Aoi, amooo, a-amonghhh...m-me corro —Un segundo antes, todo estímulo, toda fuente de placer desapareció. Rápidamente, el orgasmo se alejó. Aoi observó la expresión de perdido, sorprendida del castaño, que iba a transformarse en una de desesperación—. Amo.

La voz aguda, el tono necesitado de Uruha.

—¿Qué pasa ahora, bebé?

—M-me siento vacío, amo —La mirada inocente de esos ojos de color miel en esa cara sonrojada y sudada contrastaban con esa entradita inflamada, los músculos de la cual eran contraídos y relajados por su amo.

—¿Quieres esto, bebé? —Sonrió el pelinegro tomando la regla una vez más. Uruha empezó a negar con la cabeza con vehemencia, dejando escapar algunas lágrimas de nuevo. Él no lloraría por aquello, realmente no quería que le metiera eso otra vez, pero sabía que a Aoi le gustaban sus lágrimas, le encantaban. Humillar, causar dolor, ver sufrir eran cosas que le causaban un placer sexual que nadie parecía comprender. Siempre que fuera consentido. Aoi había encontrado esa persona con la que encajaba a la perfección—. Oh... No sé qué hacer entonces.

El pelinegro fue a sentarse en la silla, cuando Uruha lo obligó a hacerlo para colocarse a horcajadas sobre él, tomando su miembro con una mano para dirigirlo a su ano, hundiéndolo en él una vez más. Ambos gimieron.

Cuando Aoi fue capaz de salir del estado de shock, descubrió a su castañito cabalgándolo y gimiendo su nombre. Putita traviesa... De un empujón, dicho castaño fue al suelo, raspándose la espalda. Observó al pelinegro desde el suelo, su polla llamaba su atención, erguida, dura, enorme, y sucia, manchada con su sangre.

—A cuatro patas —La voz grave, el tono enojado de su "amo" lo hizo querer salivar. Uruha obedeció al instante, no deseaba nada más que ser penetrado de nuevo, sólo pensaba en el orgasmo al que no había conseguido llegar. Gimió, prácticamente gritó al ser golpeado de nuevo por esa regla en la zona inflamada. Sentía su cuerpo mucho más sensible—. Has sido muy malo, bebé... Qué digo bebé... Una zorra de lo más rebelde... Merecerías un castigo mucho más duro, pero...

El aliento de Aoi en su nuca, sus dientes en el hombro dos segundos después, su pecho pegándose a su espalda, su polla entrando en él una vez más. Uruha gimió, complacido.

—Amo, amo —Gemía con devoción mientras el otro lo penetraba duramente una vez más—. Gra-gracias ah... amo hhmmmm...

Él movía la cadera en sentido contrario, conducido por las manos de ese pelinegro que cerraba los ojos para sentir esas paredes demasiado calientes que lo apretaban, el anillito que le permitía la entrada, tan estrecho, ahora tan abierto alrededor de su miembro.

Desbordado, sus testículos chocaban contra el trasero del otro a cada embestida. Ambos gemían, uno más escandalosamente que el otro. No les quedaba mucho, no les quedaba mucho... Aoi acarició dulcemente el miembro del castaño, comprobando que estaba húmedo. Se apoyó sobre su espalda para hablarle al oído, pero antes de que pudiera hablar sintió como el otro se contraía, escuchó su gemido y supo que había llegado. A Uruha le fallaron los brazos cuando el orgasmo lo hizo temblar de placer. Se había corrido bien a gusto, con la polla de Aoi aún dura en su tarsero.

—Serás —Escuchó una maldición del otro y rio en voz baja. Aún notaba sus mejillas arder. Preparado para sentir su compañero saliendo de él, gimió con sorpresa cuando siguió penetrándolo.

—O-oh... ahm... Yuu —Volvía a excitarse cuando no había pasado un minuto desde su orgasmo. Por desgracia, a Aoi ya no le quedaba mucho, tampoco. Pocos minutos después se vino con un grave gemido, clavando sus dedos en la cadera del castaño y llenándolo con su semen. Salir de él produjo un sonido húmedo.

Uruha había quedado a cuatro patas, solo, y aún duro. Ahora era él el que se encontraba en ESA situación. Algo molesto gateó hasta la pared y se sentó en el suelo con la espalda apoyada en esta. Él se lo había buscado.

Sin pensarlo dos veces, llevó su mano hasta su miembro, acariciando su glande con mimo con el pulgar mientras con los otros dedos tomaba esa extensión. Comenzó a acariciarse. El pelinegro se movía entre los pupitres.

—Yuu... hm —Cerró los ojos, dejando volar a su mente—. Ah... Yuu, así...

Sonrió cuando otra mano retiró la suya, y esta fue sustituida por la húmeda boca de su pelinegro. Los labios rodeaban la base de su miembro, y la punta de este rozaba la garganta del chico que realizaba la felación, que se vio atacado por alguna arcada, haciendo gemir al castaño. No tuvo que succionar, chupar, lamer mucho, Uruha se corrió en su boca prácticamente un minuto después. Uruha se sintió arder al ver al pelinegro acabando de lamer su miembro, llevándose los restos de esa sustancia blanquecina, como si fuera una dulce piruleta. Acarició el pelo oscuro de su pareja.

—Gracias Yuu —Sonrió, cansado. El juego había terminado hacía un rato.

—De nada bebé —Le sonrió de vuelta el otro—. Shima.

Se besaron por un rato, hasta que el castaño se levantó, soltando un quejido por el dolor de ahí abajo. Sabía que sangraba, y de hecho era la primera vez que le pasaba algo parecido, pero no sentía que fuera grave. Buscó su ropa y se vistió lentamente, notando las heridas pegarse a la tela, su trasero inflamado rozar de forma incómoda con el pantalón.

Desde la tarima donde había empezado todo, recorrió la clase con la mirada. Sonrió. Le encantaba aquello de hacerlo con su novio en cualquier sitio.

Localizó a Aoi entre mesas y sillas, había vuelto a sus tareas, estaban ahí para ordenar y limpiar su clase, Uruha lo había olvidado. Con una sonrisa pícara, se dirigió a la puerta, no sin antes tomar su bolso.

—Adiós, amor.

—¿Eh? ¡Eh, Shima! Que aún no —Cerró la puerta detrás suyo, dejándole ver al pelinegro su sonrisa, dejándolo solo con toda la tarea y sus fluidos sobre la tarima.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 Había olvidado que tenía cosas por hacer. Estaba agotado y su cuerpo adolorido pedía que al llegar a casa se metiera bajo las sábanas y no se moviera en media semana, pero tenía sus planes.

Saliendo del instituto respiró el aire frío de la noche. Había oscurecido. Caminó por las calles mal iluminadas, medio cojeando. Le dolía el culo y su ropa interior se había humedecido por el semen que resbalaba de su interior, secándose lentamente.

Llegar a casa le llevó miradas extrañadas y algunos minutos más de lo usual, pero llegó.

Su madre lo esperaba con la ropa de trabajo, sentada en la mesa de la cocina, con una pierna cruzada sobre la otra. Era una mujer hermosa, pero demasiado maquillaje mal aplicado le ensuciaba la cara. Su piel era mucho más oscura que la de su hijo gracias a un bronceado artificial, pero compartía el mismo tono de castaño en el pelo. Ataviada con ropa provocativa, falda demasiado corta, un pequeño top, una chaqueta y medias de rejilla y unas botas de delgados tacones parecía más joven. Su hijo sabía de su trabajo, a ella no parecía importarle y él no iba a decirle nada sobre ello. Cada uno podía hacer lo que quisiera con su vida.

La relación entre madre e hijo era buena, pero fría. La adolescencia y los horarios de la mujer se habían encargado de crear una distancia que nunca podrían romper. Pero les daba igual, estaba bien de esa forma. Se podía decir que pensaban de manera muy parecida.

—Buenas tardes, mamá.

—Hola Kou, esperaba... Te dejé para cenar en el frigorífico, puedes calentarlo y ya —dijo la mujer, levantándose. El chico le dio un beso en la mejilla y se dirigió al electrodoméstico, pero se volvió hacia su madre cuando escuchó su voz—. Pero báñate antes, mi niño, hueles a sexo.

Uruha sonrió, asintiendo.

—Claro. Que te vaya bien el trabajo —Salió de la habitación. Ciertamente, lo que más le apetecía en ese momento era una ducha, y limpiar todo el sudor, sangre y otros fluidos que había en su piel. Se sentía sucio, no le desagradaba que Aoi se corriera en su interior, pero pasado un rato era de lo más incómodo.

Dejaba que el agua corriera, esperando a que saliera caliente, mientras se desnudaba. Escuchó la puerta cerrarse. "Encuentra uno guapo hoy, mamá".

No se miró en ese espejo de cuerpo entero antes de meterse bajo el agua, demasiado caliente, como a él le gustaba. Sentía que quemaba su piel suavemente, haciéndolo estremecer.

Trató de obviar lo que escocían los arañazos, que se enrojecían en contacto con el líquido, provocando un hermoso contraste con su claro tono de piel. Se duchó deprisa y no trató las heridas y golpes, no tenía tiempo, no olvidaba sus planes, ese día era "el día".

 

 

 

 

 

El chico castaño caminaba apresuradamente por esa casa de dos pisos demasiado grande para la reducida familia, secándose el pelo con una toalla, vestido sólo con ropa interior. Encendió el ordenador y se tomó la cena fría, un insípido plato preparado por una mala cocinera, mientras el aparato empezaba a funcionar. Se tragó una de esas pastillitas que reduciría el dolor con la ayuda de un vaso de agua. Aprovechar el tiempo, aprovechar el tiempo. Una vez introducidos nombre de usuario y contraseña, corrió a imprimir varios documentos que había conseguido durante el proceso de investigación realizado las semanas anteriores.

La impresora escupió varias hojas con teléfonos, nombres y direcciones. Uruha no tardó a cogerlas, apagando el ordenador y subiendo a saltos las escaleras hacia su habitación, en el piso superior, donde se vistió con la ropa que había escogido cuidadosamente: con ella parecía mayor, todo un hombre, sí. Sonrió ante su espejo, arreglándose el pelo con ayuda de los dedos.

 

 

 

 

 

 

 

Metido en un taxi, camino a esa calle para él desconocida, el nombre de la cual había tenido que leer al hombre que conducía, sentía su corazón latir, estaba emocionado, emocionado y nervioso. Desde la ventana veía pasar las farolas ante sus ojos a velocidad vertiginosa, luz, oscuridad, luz, oscuridad. No había mucha gente en las calles de su barrio, pero acercándose el vehículo al centro de la ciudad el número de personas aumentaba. El castaño temblaba levemente de emoción. Porque le había localizado. A Él.

Al que los había dejado teniendo él apenas los diez años. Prácticamente no recordaba su cara. Sólo... "Otōsan... es muy grande... Es muy grande, otōsaaan..." Y esa enorme polla adentrándose en su culito infantil.

Deseaba verlo de nuevo. A papá.

Su madre no quería saber nada de ese hombre, por lo que él había buscado, horas y horas ante el ordenador, llamadas telefónicas, algún que otro encuentro con tipos curiosos. Con su talento para actuar, lo tenía. El nombre de ese bar en el que trabajaba, sus horarios, y hasta la calle donde el hombre vivía.

Uruha no había querido esperar ni un día después de conseguir la información definitiva; en ese momento, ese automóvil saltaba de calle en calle en dirección a ese sitio donde supuestamente trabajaba el hombre en cuestión.

El taxi se detuvo y el chico creyó que se le paraba el corazón. No se movió del asiento trasero, con la mirada perdida. Notaba los ojos del taxista sobre suyo, esperando su dinero.

—Es aquí —pronunció el hombre, para después indicar el precio del trayecto. El castaño que había cargado, pareció despertar en ese instante. El taxista repitió el precio.

Habiendo pagado, Uruha salió a la calle, cerrando con fuerza la puerta detrás de él. Sonrió al oír el motor del taxi alejándose. Este se había detenido a unos doscientos metros del cartel que indicaba el nombre del bar: un nombre cualquiera, uno que no destacaba entre los cientos de comercios de la ciudad. Se dirigió a la puerta con paso seguro, mientras las dudas lo carcomían. ¿Sabría reconocerlo? ¿Él reconocería a su hijo? ¿Qué podía decirle? ¿Pasaría algo entre ellos? Esa última era la más importante para el chico, que conservaba los recuerdos de lo vivido entre colchones mentales.

 

 

 

Abrió la puerta hacia un mundo distinto. Era un bar sofisticado, bien decorado, original. Pero no se fijó en la decoración. Él sólo buscaba la barra con la mirada. Localizada. Había varios hombres detrás de ella, analizó los rasgos del primero: no, ese no. Trató de localizar entonces los trabajadores que se movían entre las mesas y clientes. Jóvenes, demasiado jóvenes. Devolvió su atención hacia la barra, percatándose de que sólo había una persona más ahí. Esa persona; los rasgos de la cual le parecieron extrañamente familiares. Apoyado en la barra, con una media sonrisa dibujada en sus labios, estaba su padre.

—Apártate, joder —Recibió un empujón junto a esa queja y vio los dos trabajadores girarse hacia él. Sí, esa era la mejor forma en la que podía verlo su padre, pensó, avergonzado. Pero descubrió la mirada de ese rubio posada en el hombre con sobrepeso vestido con un traje caro que había entrado detrás de él.

El castaño bajó la cabeza, cubriéndose los ojos y parte de la cara con su flequillo irregular y avanzó hacia su objetivo. Consiguiendo atravesar medio bar sin tropezar, se sentó ante el hombre. Separados por la barra, sentía su corazón saltar enloquecido en su pecho.

—Eh, Reita, ¡ya se acabó tu turno! —Una voz ajena a ellos dos interrumpió el momento que aún no había empezado. Uruha maldijo, aún cabizbajo. Había tardado demasiado a llegar—. Puedes irte ya si quieres.

Entonces ÉL le habló, le habló directamente, con su voz grave, esa voz, prácticamente podía recordar sus gemidos, esos gemidos que soltaba mientras se tiraba a su hijo.

—Chico, yo tengo que irme, te atenderá uno de mis compañeros, ¿sí? —Pero Uruha no le dio la oportunidad de irse. Levantó la mirada y sacudió suavemente la cabeza para apartar su pelo, quedando su cara al descubierto. Sonreía, mostraba una sonrisa extraña. Pudo ver la cara del otro desencajarse, con los ojos excesivamente abiertos de la sorpresa. El hombre trató de hablar varias veces, abriendo esos labios preciosos una y otra vez—. Tú... Joder. Espérate aquí.

Desapareció de forma bastante ridícula, deprisa. Estaba huyendo, para esconderse y tratar de entender la situación. Su hijo suspiró, ya lo había hecho. Sólo tenía que esperar...

No recordaba su nariz tan pequeña y bonita. ¿Por qué no se acordaba de la forma de sus ojos ni del brillo de su mirada? De lo que estaba seguro es que había cambiado de peinado, él podía recordar su pelo teñido de un color mucho más llamativo. Pero, ¿por qué su memoria no había almacenado los rasgos de la cara de su padre? Era tan hermoso.

Perdido en sus pensamientos sintió que alguien lo tomaba del brazo y tiraba de él hacia la puerta, y se revolvió hasta que, enfocando la vista, distinguió esa espalda. Estuvo a punto de gemir de satisfacción cuando él lo sacó del local de esa forma, para arrastrarlo hacia un callejón que quedaba a pocos metros, empotrándolo contra la pared ahí.

—¿Qué mierdas haces tú aquí? —preguntó el que había sido llamado "Reita" por el compañero de trabajo. Un silencio se hizo entre ellos dos. El castaño sólo lo miraba, esperando a que dijera algo, pero al parecer esperaba que fuera él quien respondiera.

—Papá —Uruha rodeó con sus brazos el cuello del hombre, abrazándose a él. No fue rechazado, pero tampoco correspondido, y se separó, escondiendo bajo un adorable puchero su molestia.

—Niño, ¿qué haces aquí? ¿Cómo has llegado aquí, Kou? —Una lágrima resbaló por la mejilla del hijo. Recordaba su nombre, ¡su nombre! Sintió una mano acariciando su cara suavemente, la gotita de agua salada fue recogida por uno de esos dedos—. Shh, no llores.

—¿Por qué te fuiste? —Eso era un reproche.

Su madre nunca habló de él. Recuerdos, recuerdos. "Papá se ha ido". Aún siendo un niño, comprendió que papá no volvería a casa.

—Shima, Shimita... Eso son cosas de mayores.

—Estabas con alguien —Lo sabía, lo sabía, lo sabía. Sus ojos se humedecieron. Sus cambios de humor eran terribles. Se sentía triste. ¿Había sido una pequeña puta, una estrechita muñeca inflable?

—Sí, de hecho sigo con ese alguien. ¿Quieres que te lo presente? —preguntó Reita. Uruha también recordaba su nombre: Akira, él era Akira. Pero no, no quería conocer a su pareja. Sentía que esos segundos tiernos se habían esfumado, aunque la mano rasposa del hombre seguía sobre su mejilla.

—Me importa una mierda —respondió el adolescente con rabia, sacudiendo la cabeza.

—¿Esto son celos? —Escuchó al hombre preguntar, con un tono que no pudo identificar—. Mi niño, ¿estás celoso?

El castaño miró a Akira aún rabioso, pero sintiendo su corazón doler de la impresión.

—Kouyou —El pequeño sollozó y volvió a abrazarse a ese cuello. No sabía lo que quería, o no quería saberlo. En teoría él tenía a Aoi, que le daba cariño si lo necesitaba, estaba con él siempre que lo quería, lo satisfacía plenamente en el sexo. Eran muy diferentes, pero tan parecidos...

Pero los recuerdos lo atormentaban, gemidos, besos, palabras dulces, palabras sucias que sonaban tan extrañas, tan nuevas a sus oídos de niño de nueve años. Recordaba, recordaba lo que le habían hecho sentir a su corta edad, la sensación de ser tan pequeño y albergar algo tan grande.

Las manos del otro se posaron en la espalda de Uruha, para acariciarla lentamente. Un corto beso fue dejado en su cuello, y un susurro en su oído.

—Te he echado mucho de menos, mi niño, mi amor —La voz grave de Reita causaba estragos en el cerebro y corazón del menor. Más besos en el cuello.

El hijo no hacía más que abrazarse desesperadamente a ese cuello. Sintió que era separado, él tomó su cara entre sus grandes manos. Y lo besó, dejó un beso suave y dulce en sus labios.

—Vamos a mi casa, Kou...

 

 

 

 

 

 

 

 De alguna forma había acabado en su cama. Sólo con ropa interior, miraba con lujuria el hombre que se le acercaba gateando por la cama. Vio al otro desnudarse lentamente ante suyo, descubriendo un cuerpo delgado, bien formado y trabajado. Uruha, pero, suspiró, algo decepcionado. El miembro de ese hombre no era mucho más grande que el de su pareja. Con lo enorme que lo recordaba...

Aún así, el castaño se tensó cuando su padre retiró su ropa interior, dejándolo completamente desnudo. Miró hacia otro lado, sabiendo que estaba siendo examinado.

—Me habría gustado un cuerpecito más limpio, Shima —susurró Reita, pasando su mano rasposa por el trasero aún algo inflamado del chico, por las marcas de arañazos y mordidas que tenía esparcidas por todo el cuerpo.

—Es que lo acabo de hacer con mi novio.

—Hm... Con que novio —Rio dulcemente el rubio, separando las nalgas del más joven—. Hehehe, ¿te gusta que te den duro, Shima?

El aludido sintió sus mejillas arder. No supo por qué, pero sentía vergüenza. Pero asintió. Unos labios rodaron por su pecho, dulcemente, hasta pararse sobre uno de sus pezones. Se esperaba una lamida, un beso, una caricia, no ese mordisco que lo hizo gemir de sorpresa. Escuchó la risa de Reita, que, borrando la sonrisa traviesa, empezaba a lamer su pecho con mimo. Uruha lo miraba, sintiendo que su ya más que dura erección empezaba a gotear. Los mimos de Akira. Gimió cuando este dio una lamida especialmente sucia y sugerente, mirándolo a los ojos.

—Nunca pensé que volverías a mí, Kou... Y aún menos de esta forma —Le susurraba el hombre, dejando ahora su aliento sobre los labios entreabiertos del menor, que se sentía en el cielo. Reita repartió varios besitos cortos por las mejillas, nariz y labios, esos labios de forma tan particular y tan apetecible de su hijo. Entonces unió sus labios en el primero de los verdaderos besos de esa noche, masajeando esos blanditos labios con los suyos, imponiendo un ritmo rápido, introduciendo su lengua en la boca ajena para saborearla.

Cuando se separaron, jadeantes, Reita volvió a hablar:

—Que bien besas, mi niño.

—¿Por qué no me enseñaste tú?

—No sigas con esto, precioso, a mamá no le hubiera gustado mucho.

—Cállate —Acabó el joven castaño, inflando sus mofletes, haciéndose el indignado. Acabaron riendo los dos.

La risa no tardó a detenerse. Sin más preámbulos, el rubio tomó las caderas del joven, acercándose a él para posicionarse ante esa ya irritada entradita.

—Niño, presiento que te va a doler —dijo medio preocupado Reita.

—Así será mejor —Le aseguró "su niño", poniendo una voz grave de lo más sensual.

—Jodido masoquista —Rio suavemente, acariciando la piel sensible y caliente que rodeaba el aro de carne que permitía el acceso. Acarició también esos muslos, ahora impresionantes, de piel tersa y demasiado suave. Subió una de las piernas del menor a su hombro. Se veía tan, tan sexy, su niño, ahora hecho un hombre. Sus mejillas sonrosadas ya no eran igual de redonditas y gordas, sus brazos y abdomen no eran tan blanditos, pero seguían igual de suaves y blancos. Las piernas, sólo se podía decir que las piernas de su niño habían ido a mejor. Tan largas, los muslos carnosos. Sintió su pene endurecerse más si cabía, al analizar al chico ante suyo.

Sin previo aviso, pero sabiendo que el castaño estaba pendiente de cada uno de sus movimientos, llevó su glande hasta la entrada del chico, rozándola con la punta de su polla. Vio unas gotitas transparentes, pero blanquecinas, resbalar por el miembro del joven.

Ejerciendo un poco de presión, metió la punta de su pene en ese delicioso trasero. Escuchó un fuerte gemido del castaño. Había gemido de placer, estaba seguro. Probó suerte intentando adentrarse un poco más. Ese culo previamente profanado era de lo más estrechito, lo apretaba con fuerza. Aquello prometía ser un buen polvo, las cualidades de su niño habían cambiado: ya no era pequeñito, frágil, virgen. Ahora era hermoso, sensual, y probablemente bueno en la cama.

Reita tenía que contenerse para no meterla de una sola vez. Sabía que notaría los músculos tensarse y apretarlo deliciosamente. Se contenía, pues no quería asustar o herir a su adorado hijo.

—Me-métela toda —El tono suplicante que el chico había usado hizo que no lo pensara mucho y, de un golpe de cadera, se hundió tanto como pudo en ese culo. El gemido, por no decir grito, que escapó de la garganta del castaño lo habría animado a empezar a penetrarlo rudamente, pero vio su niño abrir los ojos con sorpresa, y después cerrarlos, formando una mueca de placer en su rostro. Y doblar la espalda de forma imposible, mientras de su miembro se contraía y relajaba, expulsando su semilla. Su niño se había corrido, en ese momento.

Lo tenía tembloroso bajo suyo, también más sonrojado que nunca.

—P-papá, estoy muy caliente —Gimoteó, soltando algunas lágrimas—. L-lo...lo lo siento —Acabó, al parecer de lo más avergonzado. Y lo cierto era que sí, Uruha creía que se podía morir de vergüenza. ¿Cómo había podido correrse sólo con aquello? Sólo... sólo tenía esa polla que llevaba años esperando en su interior, de nuevo. Ah, era eso.

Los labios de Reita se pasearon por sus mejillas, llevándose esas lágrimas.

—Muévete. Me volveré a poner duro —Susurró el castaño, sabiendo que sus palabras eran ciertas. Sintiéndolo cuando el rubio empezó a salir lentamente, para volverse a adentrar en él. Su miembro no tardó en levantarse. Y aquello convenció a Reita, que empezaba a entender como funcionaba su niño.

Tomándolo con fuerza de las caderas, comenzó a penetrarlo con fuerza, a arremeter contra ese cuerpo sin ningún control.

—Papá, Akii, Aki nghhh... Ahh, aaaahm —Gemidos y quejidos se unían en una melodía que la garganta del castaño dejaba escapar. Definitivamente no lo había visto bien, sentía al mayor enorme en su herido culo. Cada movimiento abría o rozaba con las heridas abiertas esa tarde, haciéndolo sangrar de nuevo. Pero ambos se movían, sintiéndose uno, después de tanto tiempo. Gimiendo, sudando. Era un contacto mucho menos inocente y dulce, más necesitado y caliente. Reita supo que había encontrado ese punto, su castaño gemía con más fuerza.

—Ah... Ko-kou aahm... ¿Ahí?

—S-síii —Gimió el pasivo. Lo estaba pasando demasiado bien. Papá, papá, papá, gemía en su mente sin parar. Como amaba a ese hombre, lo querría en su culo para siempre. Sintió un par de embestidas más, y Reita salió de él. Lo miró suplicante. ¿Parar ahora? No, no, no.

—Shh, Shimita, ven aquí —Vio al rubio sentarse en la cama. Su erección, enorme y manchada con su sangre, era un regalo para esos ojos de color miel—. Hagámoslo como siempre.

El castaño sintió algo cálido en su pecho. No tardó a gatear por la cama, apresurándose a abrazar el cuello de ese, para él, hombre perfecto. Conducido por las manos que lo sostenían de la cadera —que, de alguna forma, le parecían un contacto cariñoso— se sentó sobre el miembro del mayor, penetrándose.

—Hmm... Aki.

—Shimita, Kou, muévete —Susurró. El chico movió su trasero en círculos, y después se levantó, sintiendo sus piernas temblar bajo todo su peso, hasta que toda la extensión del otro salió de él, con un sonido húmedo. Se dejó caer suavemente, buscando un ángulo que...

— Aaaah

Su niño forzaba sus piernas para botar sobre suyo, empalándose. Lo sentía temblar de placer. La imagen que le regalaba... Necesitaba algo.

—Un momento, amor —Lo vio detenerse, con la respiración agitada. Sin salir de él se estiró en la cama para llegar al cajón de la mesita que había a su lado del mueble. Sacó de él una pequeña cámara digital. Y rio al ver como lo miraba su hijo—. No quiero olvidar esta imagen, pequeño.

Dejó la cámara grabando sobre esa mesita, teniendo en cuenta que su niñito se viera bien. No, no quería olvidar esa imagen. Su hijo, tan hermoso, sudadito, con toda su piel brillante, las mejillas ardiendo por el esfuerzo y el placer. Su hijo botando sobre su miembro, gimiendo. Se acercó a besar esos labios y fue correspondido al instante. Con sus labios aún unidos, sintió que el chico volvía a moverse sobre suyo, gimiendo y jadeando en su boca mientras sus lenguas danzaban en un juego húmedo.

 

 

 

 

Kou, ¿se siente bien? —Susurraba con voz dulce al oído del chico, mientras movía sus dedos lentamente.

Sí... Hm... Papá, p-pero se siente raro —Respondía el niño con voz entrecortada.

Era una imagen que cualquiera tacharía de enferma: Un hombre tenía a un niño, que no debía llegar a los diez, desnudo en una cama de sábanas blancas. Los dedos del adulto desaparecían entre las nalgas redonditas del niño, que cerraba los ojos, completamente sonrojado. El pequeño pene del niño, pero, estaba completamente duro.

Ya verás cómo se sentirá mejor.

 

 

 

 

Ahora las manos de Reita estaban en el trasero del castaño, separando sus nalgas simplemente por placer, masajeándolas, dando pellizcos y apretones mientras sentía como los músculos se tensaban cuando el chico se movía. Movía él también la pelvis, hundiéndose más en su niño, rozando su próstata a cada penetración. Gemidos, saliva.

 

 

 

 

Dueleeee, du-duele, duele muuuchooo —Se quejaba el niño con voz lastimosa. Lágrimas resbalaban por sus mofletes. El hombre lo tenía sentado sobre su pelvis, sosteniendo todo el peso del chico con sus brazos, pues las piernas de ese castañito temblaban y no era capaz de sostenerse. Buena parte del miembro del mayor estaba dentro de ese pequeño culito. Tan, tan estrecho. Tan pequeñito. Ni siquiera podía entrar completamente.

Shhh, Kou, precioso —Le besaba los labios como podía. El hombre veía aliviado como el niño se calmaba, aunque en su cara podía ver que le dolía igualmente. Empezó a masturbar esa pollita.

 

 

 

Su ritmo iba aumentando, hasta llegar a uno enloquecedor. Sus músculos prácticamente no respondían, pero se movía. Estaba agotado. Pero las manos que apretaban su trasero y esos labios que buscaban los suyos constantemente lo enloquecían, por no hablar del pene que entraba y salía de él. Estaba por llegar, lo sabía.

Reita se acostó en la cama, invitándolo a seguirlo. Se acostó sobre él, moviéndose ahora adelante y atrás sobre su cuerpo. Sus torsos sudados rozaban, el miembro del menor era estimulado contra el cuerpo del otro. Se sentían.

—Me corro —Anunció con voz ronca el mayor en el oído del más joven, mientras tomaba su miembro para masturbarlo.

Sus gemidos se unieron. Ambos cuerpos se tensaron, siendo golpeados por uno de sus mejores orgasmos. Mientras el menor manchaba los dos abdómenes con su semen, el mayor llenaba el interior del más joven.

 

 

 

 

 

El pequeño era movido como un muñeco de trapo sobre el miembro del adulto, siendo penetrado una y otra vez mientras las lágrimas se iban secando en sus mejillas.

¿S-se siente mejor, Kou? —Le preguntaban entre gemidos.

E-es muuy grande... Ah —Dejaba pequeños y agudos gemidos, que estaban llevando a ese adulto al cielo.

Mi niño, m-me vengo —Le había susurrado su padre al oído, junto a un gemido ronco. Además de esa cosa tan grande que habían metido por la fuerza en su culito, que había descubierto que podía sentirse tan bien, ahora había una cosa que se sentía caliente, mucho.

Vio que su padre acariciaba su pene. No sabía que tocar eso se podía sentir tan bien. Gimió. Era una sensación extraña, pero se sentía tan bien. Estaba seguro de que había gritado, necesitaba sacar un poco de esas sensaciones demasiado fuertes que sacudían su pequeño cuerpo. Vio una sustancia extraña, blanquecina, que ensuciaba la mano de papá que lo estaba tocando.

 

 

 

 

Se quedaron quietos, el castaño sobre el pecho del mayor, por mucho rato. Incluso cuando sus respiraciones habían vuelto a la normalidad, se negaban a separarse. Relajados, juntos, con los cuerpos pegajosos.

Nada dura para siempre. El timbre resonó por el piso silencioso, y tuvieron que separarse.

El menor desconcertado, el mayor sabiendo quién era.

—Vístete, Shima —El tono de voz usado, demasiado frío, trajo al joven de vuelta a la realidad. Él. Su padre. Sexo. Una vez más. Pero esa vez sabía lo que estaba haciendo. Él lo había buscado. Ya no era un niño.

Se movió, sintiéndose sucio. Se encontraba solo en la habitación. Miró a su alrededor, descubriendo sangre en las sábanas. Uruha lo maldijo todo y se levantó, sintiendo ese dolor de ahí multiplicado por tres. Que se lo hubieran hecho de esa forma dos veces en una tarde era demasiado para su culo. Entre suspiros buscó la ropa y empezó a vestirse.

Apenas le había dado tiempo de ponerse calzoncillos y pantalones que Akira apareció en la puerta, con una toalla enrollada en la cintura.

El silencio era incómodo, por lo que Uruha se apresuró poniéndose la camisa y arreglándose el pelo con las manos. Sólo entonces alzó la vista, intentando mostrarse seguro.

—Ya me voy — Quiso preguntar cuando volverían a verse, pero la situación, lo que había ocurrido en esos últimos minutos, se había encargado de responderle. Eso era cruel. Nunca.

—Ven —Siguió a su rubio padre hasta la puerta, descubriendo algo en lo que no se había fijado al entrar: la sala, el pasillo, todo estaba lleno de cajas de cartón. La ausencia de decoración se debía a eso, entonces. Todo empacado.

Habían llegado a la puerta. Los planes de Uruha consistían en decir adiós deprisa y quebrarse fuera, pero algo los estropeó. Vio a Reita abrir los labios, de seguro que iba a decirle adiós...

—Aki, ¿no me lo vas a presentar? —Una voz grave, incluso más que la de Reita, interrumpió la despedida.

—Taka... No es nec —Iba a decir el rubio, pero el otro le cortó, abrazando al castaño desde la espalda.

—Tú debes ser Kouyou. Yo soy Takanori, salgo con tu padre desde hace diez añitos. Así que deja de abrirte de piernas para él, amor —Esas palabras, dichas con una dulzura demoledora, provocaron a Uruha unas terribles ganas de partirle la cara a ese hombre que no podía ver—. Ay, los escoges bien guapos.

Takanori lo soltó y se alejó, riendo.

Y Uruha sólo pudo apretar los puños con rabia. Tan humillante. ¿Qué representaba todo eso? Se obligó a relajarse. ¿Las últimas palabras de su adorado Akira? Tenía que escucharlas.

—Escucha, Kou... ¿Has visto la casa? Nos vamos. Todos esos datos que tienes... Ya no van a servirte de nada —Susurró su padre, haciéndolo estremecerse—. Pero búscame. Sígueme buscando. Nos volveremos a encontrar, Shimita. Y si pasados diez años y no has venido a mí, seré yo quien te encuentre.

—Una década —Respondió el joven con voz temblorosa. Una de las grandes manos de su padre pasó por su pelo, apartándolo de la cara. Se tragó las lágrimas y sacudió la cabeza, quitándosela de encima. Salió por la puerta entreabierta, cerrándola detrás de él en un portazo.

Hacía frío, fuera. Podía escuchar voces en el interior del piso mientras marcaba el número de Aoi.

"Aki, has dejado la cama toda sucia. Y la cámara encendida." "Venga, Taka..." "Podrías haberme avisado, sabía que caerías, enfermito, ¿pero tan pronto?" "Han sido diez años y sabes lo que me gusta..." "¿Y yo? ¿No te gusto yo?" Risas. Ganas de dejarlos a ambos inconscientes a puñetazos.

—Y-yuu... ¿Puedes venir a casa? Mamá no está, ¿está bien si dormimos juntos?

 

 

 

 

 

 

 

Bajó del automóvil y pagó al taxista. Segunda vez que realizaba esa acción ese día. Corrió hacia la puerta de casa, para entrar al mismo ritmo y meterse bajo la ducha.

Estando ya envuelto en una toalla escuchó el timbre. Sin cubrirse con nada más fue a abrir, dejando un rastro de gotitas de agua detrás de él. Se lanzó al cuello de la persona que había en la puerta, al cuello del pelinegro preocupado que había salido de su casa a medianoche a petición de un novio que lo llamaba con voz llorosa.

—Perdóname por hacerte venir a estas horas...

—¿Qué ha pasado? ¿Problemas con tu madre? —El castaño sonrió amargamente con la cara escondida al suave y cálido cuello de su pareja. Negó con la cabeza y arrastró al pelinegro consigo al interior de la casa.

 

 

 

 Dos adolescentes se durmieron entrelazados en la cama después de besarse dulcemente y susurrar palabras de amor. Todas las personas esconden... cosas. Hay secretos que nunca nadie podrá conocer.

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

Un castaño esposado en una cama, con las piernas abriertas e immobilizadas con algún tipo de cuerdas. No debía llegar a los treinta, pero tampoco tenía muchos años menos. Desnudo, su piel nívea brillaba por la película de sudor que lo recubría. Se encontraba en una cama desconocida, era la primera vez que estaba en ella... Y probablemente la última.

Vio aparecer una figura en la puerta y se revolvió, provocando que las ataduras apretaran sus suaves muslos. Sonrojado, gimió una sola palabra con voz ahogada...

"Papá..."

 


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