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Cristales Rotos. por Keny-chan

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Notas del capitulo:

Oh siiiiiii, aquí la ''segunda parte'' 

¡A leer, a leer! 

:D

Décimo acto. [B]

Días amenos.

 

Para Joey las cosas no habían sido más tranquilas. Durante toda esa primera semana había tenido que ir a la mansión Kaiba después de clases, arreglándoselas para no faltar al trabajo. La presión era tanta que ya sentía sus tripas demasiado oprimidas.

El primer día, después de aguantar las arcadas que esas jodidas mariposas en el estómago le provocaban por la cercanía del castaño al estar sentados en la misma mesa, durante dos horas; tuvo que aguantarlas nuevamente dentro del coche del CEO, camino a casa de este. No hablaron, pero sintió las continuas miradas fugaces que su chofer le dedicada cada cierto intervalo de tiempo, mientras él, ya completamente desesperado, veía el paisaje por la ventana.

Luego de 20 tortuosos minutos, finalmente llegaron a la enorme casona, que Joey conocía superficialmente.

Siguió a su anfitrión hacia la entrada, donde éste fue recibido con formalidad y cierto cariño por su servidumbre. El rubio veía a todos lados con una pizca de discreción. El edifico no había dejado de ser imponente. Como él decía, continuaba siendo innecesariamente enorme.

—   ¿El estudio o la biblioteca?—le preguntó el castaño. Con una voz neutral.

—   ¿La biblioteca? — respondió al azar, un poco desubicado.

—   Aikawa, que lleven la comida para los dos a la biblioteca y que no nos interrumpan a menos que sea estrictamente necesario—  el alto hombrecillo, asintió y se retiró inmediatamente.

—   Por aquí Wheeler

Lo guio escaleras arriba, luego por un par de pasillos, primero derecha, luego izquierda y se detuvo frente a la puerta del fondo.

—   Aquí es— abrió la puerta y sin apartarse de ella ni de la perilla, invitó al rubio a pasar.

Joey, dudoso y ansioso, pasó junto al castaño, sintiendo de pronto un cálido aliento sobre su nuca. Su corazón se volcó, sus orejas y mejillas enrojecieron. Se giró molesto.

 

—   ¿Qué demonios haces? — replicó alejándose, sólo lo suficiente.

Kaiba lo veía con una sonrisa indescifrable. A Joey le temblaban las piernas ligeramente. Por coraje, por nervios, tal vez por ambos. No le interesaba saberlo.

—   Nada. Me gusta tu champú, cachorro. Como sea, entremos de una vez. —  lo empujó y cerró la puerta detrás de ellos.

 

La biblioteca era obviamente enorme, como puede esperarse de cualquier otra habitación de semejante casa. Los estantes, de madera fina y casi tan altos como un roble, estaban atiborrados de libros, unos muy viejos, otros muy recientes. El rubio quedó maravillado y olvidándose de dónde estaba y con quien. Tal cual niño en juguetería, se aventuró entre la estantería, revisando títulos y portadas. Aspirando el dulce olor a libro.

Kaiba lo contemplaba extrañado y sinceramente embelesado. Esa sonrisa que mostraba Wheeler, tan amplia y perlada con cada nuevo libro que sostenían delicada y amorosamente sus dedos, le fascinaba. Una imagen que daba pie al enamoramiento.

Pensó en eso último. Tal vez descubriría rápidamente el significado del ciclón de emociones que experimentaba desde tiempo atrás, todo a causa del perro.

Se acercó al rubio que deambulaba en el tercer estante.

—   ¿Te gusta? — quiso saber, con aquella voz simpática que le dedicara una vez por teléfono.

Joey lo miró y le contestó con esa sonrisa que no había borrado.

—   Sí, es un lugar increíblemente precioso. Todos estos libros…

Cuando el ojimiel vio la amplia sonrisa que el castaño le dedicaba en ese momento, se dio cuenta de lo que acababa de ocurrir. Se paralizó y nuevamente sus mejillas se tiñeron de carmín. Había expuesto su alma entera, a la persona menos indicada. De nuevo.

 Todo eso era demasiado extraño. Kaiba había estado actuando contra sus pronósticos. No era el Seto Kaiba que conocía, este era demasiado... ¿humano?, asustaba de cierta forma.

—   Jamás creí que tú pudieras gozar de tal forma entre libros y menos poner semejante semblante—  dijo el castaño, enternecido. No reconociéndose y al mismo tiempo descubriéndose a sí mismo.

 

El rubio se descolocó. ¿Qué? Había esperado la burla del otro. ¿De quién era esa brujería que cambiaba a Kaiba de un momento a otro? Respiró, he intentó contestar como sólo él sabía.

—   ¿Me creías analfabeta?

—   Por supuesto que no. Es obvio que sabes leer y escribir, perro. Pero que fueras un traga-libros... Ni por equivocación lo hubiera pensado.  — admitió divertido.

—   Pues lo soy. Y nadie lo sabía, así que te pido no hagas una burla de ello. — resopló notablemente irritado.

—   ¿Ni el enano de Yugi lo sabe?— interrogó sin pensarlo demasiado.

—   Ni él. Ahora calla, tendrá que ser nuestro secreto. — "pidió" avergonzado. Eso significaría que ahora había algo que los mantendría unidos por largo tiempo. Y sería algo fuerte.

 

"Nuestro secreto" esas palabras por parte del cachorro le gustaban. Se sintió... feliz.

 

—    Trato. —  Dijo extendiendo la mano para formalizar el acuerdo.

—   ¿No me pedirás nada a cambio por guardar mi secreto? — cuestionó reacio, arqueando una rubia ceja.

—   Está claro que lo haré.

—   ¿Qué deseas?

 

Seto le hizo retroceder hasta chocar con el estante. Con su mano se adueñó de una de las mejillas del rubio, que se estremeció con el fino toque.  Le miró expectante con esos ojos avellanos, conteniendo la respiración y en seguida sintió la presión de los apiñonados labios del castaño sobre los suyos. La otra mano se hizo con la cintura de Joey. Éste abrió la boca para protestar, descuido que aprovechó el ojiazul para explorar la húmeda cavidad.

Wheeler no pudo oponerse como deseaba hacerlo, porque era algo con lo que había fantaseado desde hacía mucho tiempo.

 

Joey posó sus manos sobre los hombros de Kaiba, dejándose hacer. Se sentía arder. Las piernas dejarían de soportarle en cualquier instante, era demasiado bueno. Realmente no había comparación. Se estaba quedando sin aire, pero tal parecía que el castaño aún resistía y no quería dejarle ir. Le dio golpecitos en los hombros, aun así no le soltaba. Hasta que, reuniendo todas sus fuerzas, mordió el labio superior de su captor y éste lo soltó. Kaiba se apartó adolorido y algo molesto, queriendo replicar, pero al ver a Joey intentando inspirar oxígeno desesperadamente, con las mejillas rojas, los ojos vidriosos y las cejas adorablemente fruncidas, lo descartó.

 

¡Joder, que ricos eran los labios del perro!

Se hizo a un lado. Y relamiéndose, le miró satisfecho.

—   Con esto bastará.  

Joey entendió perfectamente a qué se refería. Era el pago por mantener su secreto como eso, un secreto.

— Idiota—  susurró acalorado. Para qué negarlo, él también estaba complacido. Se miraron un instante más, hasta que llamaron a la puerta.

—   Amo Kaiba, le he traído lo que solicitó—  anunció una voz femenina, joven y tímida.

El castaño abrió la puerta y recibió secamente a la sirvienta.

—   Déjalo sobre aquel escritorio. —  Wheeler se había escondido nuevamente entre la estantería, seguramente para que no lo vieran en semejante estado. Cosa que él agradeció.

La joven obedeció y se retiró de inmediato.

 

 

—   Perro, ya deja eso y ven por tus croquetas—  avisó sentándose primero a la mesa. Poniendo los platos del otro frente suyo.

Joey apareció a continuación y se sentó en el lugar previamente dispuesto para él. Evitando ver los orbes azules.

— Necesito lavarme las manos. ¿Dónde está el baño?

—   Es verdad, aquella puerta a la derecha— señaló con la cuchara.

 

 

El rubio se levantó y se dirigió al sitio indicado. Ya dentro soltó el aire que había estado conteniendo. Tiró de su cabello. ¿Qué había sido todo eso? El corazón aún le golpeaba con violencia en el tórax. ¿Así sería durante las dos semanas que duraba el proyecto? Si era así, seguro moriría pronto de una falla cardíaca.

 

—   Estúpido Kaiba, estúpido Kaiba, estúpido Kaiba—  lavó sus manos y mojó su cara para disminuir el color de sus mejillas. Se miró al espejo, aún estaba grabada en su faz la perturbación que le provocaron los recientes acontecimientos y en sus ojos estaba el brillo de alegría que los mismos le habían causado. — Estúpido Kaiba— volvió a rezar.

 

 

—    Si ya has terminado de lavarte e insultarme, anda a comer que se enfría—  lo tomó por la chaqueta y lo arrastró hasta la silla.

—   Lo siento. Gracias por la comida— ambos empezaron a degustar. Todo indicaba que Seto lo había estado esperando, porque los platillos de este estaban intactos.

Comieron con calma y en silencio. De vez en cuando se miraban. Una vez dejaron los platos vacíos empezaron con la organización de su proyecto.

 

Kaiba estaba sorprendido, el rubio era bastante creativo y coherente. Cada idea que se sugería, cada idea que mejoraba con la contribución de ambos. Plantearían las causas menos conocidas de la Segunda Guerra Mundial, usando factores económicos, políticos y sociales. Desarrollarían con ello la recreación de la trama de forma escrita y con un cortometraje. Así mismo explicarían breve y concisamente las consecuencias internas y externas de la guerra y por último darían sus conclusiones.

El rubio sugería inmensidad de libros como fuente bibliográfica, algunas películas y unos cuantos artículos.

—    Tengo algunos en inglés y alemán, pero como soy muy torpe con los idiomas no he podido leerlos. ¿Podrías hacerlo por mí? Puede que nos sean útiles. —  preguntó, animado y tranquilo. Se había concentrado tanto en su labor que había olvidado todo lo demás. Oh no, seguro el maldito Kaiba ahora sí se burlaba de él.

—    Está bien. Puedes traerlos mañana. Los leeré en voz alta para que entiendas de qué van. — accedió Seto, con la misma tranquilidad.

Joey lo miró fijamente con esos grandes y bonitos ojos miel.

—   No puedo creerlo.

—   ¿Qué dices Wheeler?

—   Es que... creí que te burlarías de mí por no saber aunque sea inglés. Como siempre lo haces... bueno, sólo lo creí.

—   ¿De verdad me tienes en tan terrible concepto?—  replicó con el ceño fruncido.

—   ¿En serio quieres que te responda? — cuestionó con una sonrisa burlona.

 

Era verdad, preguntar aquello había sido estúpido.

—   No me jodas, perro.

El rubio se rio. Por alguna extraña razón aquella conversación se le antojaba divertida. Ciertamente era extraño. Estaba cómodo con Kaiba. Lo más probable era que el mundo se acabara al día siguiente.

—   Tranquilo Seto, sólo estoy bromeando un poco contigo—  admitió, poniendo su blanca manita en la castaña cabellera.

 

Ambos se observaron sorprendidos. Joey cayó en cuenta de su error al llamarlo por su nombre, sería terriblemente reprendido. Mas no fue así. Kaiba tomó la mano en su cabeza y la sostuvo fuertemente con la suya. ¿Por qué sintió algo parecido a la taquicardia cuando Wheeler le llamó directamente Seto? Quien sabe, pero le hacía sentir en la gloria.

Tuvo la intención de besarlo de nuevo, pero el reloj del rubio dejó sonar una alarma.

—   Es hora de que me vaya a trabajar, nos vemos mañana Kaiba.

 

Había vuelto a llamarle por su apellido. Se decepcionó.

—    Te llevo—  se puso de pie.

—   No es necesario.

—   He dicho que te llevo, así que mueve tu trasero, perro. No me hagas arrepentirme de mi amabilidad—  caminó y Joey no tuvo más opción que seguirle.

 

¿Que se sentía cómodo con Kaiba? ¡Y una mierda! Seguramente había sido su desequilibrada imaginación.

 

De esa forma había transcurrido la semana. Estaba de los nervios más que nada por los cambios de atmósfera entre ellos. En un momento podían estar bromeando y platicando tranquilamente sobe su proyecto, que por cierto avanzaba favorablemente, y al otro estarse insultando como "en los viejos tiempos". Si a todo ello agregaba que en varias ocasiones había atrapado a Kaiba observándolo con una mirada de difícil significado... y que había ocasiones en las que éste se le acercaba demasiado... Era complicado para él no evocar el beso que se habían regalado en esa misma biblioteca. Que curiosa e irónicamente se había convertido en un lugar especial para ambos. Era el refugio que sólo ellos compartían. La vida daba tantas piruetas inesperadas y significativamente raras.

Jamás creyó enamorarse de su más acérrimo enemigo y mucho menos que compartiría con este, tantas cosas agradables y de alto valor sentimental.

Había visto a Kaiba desenvolverse dentro de su casa. Y era todo lo contrario a lo que siempre se imaginó. No era un cretino con sus empleados, bien no era la melaza andando, pero no era grosero, no les gritaba y les perdonaba sus errores. Tal vez por ello la servidumbre lo tenía en alta estima.  Porque era indulgente. Con Mokuba estaba de más mencionar que le prestaba siempre atención. Pero nunca lo visualizó como un hermano tierno, cosa que en realidad era. Por más cansado que Kaiba llegara, siempre tendría energías para jugar o hacer la tarea con el pequeño. Era un hermano y padre consentidor, que sabía reír y sonreír con alegría. Y el castaño en ningún momento intentó ocultarlo delante de Joey.

 

Kaiba no lo creía necesario, además de cierta forma quería deshacer esa horrible idea que el cachorro tenía de él y también era una manera de quedar a mano. Seto conocía al verdadero Joey y Joey conocía al verdadero Seto.

 

Había una especie de tregua entre ambos. Y les agradaba.

Cuando Joey lo pensó se dio cuenta que en realidad no lo había pasado mal esa semana, había sido lo contrario. Lo que le preocupaba, era que cada día salía más enamorado de la mansión Kaiba. Y encima no entendía para nada el proceder del castaño. Había momentos es que su alocada cabeza le sugería que Kaiba posiblemente le correspondía, y otros en los que le decía que sólo jugaba con él, que era lo más factible. Eso le deprimía, pero había optado por sólo disfrutar de esa rutina que habían establecido.

Y parte de esa rutina, era ser llevado a su trabajo, personalmente por el ojiazul. Sólo los dos en el coche de éste. Más ya no viajaban en silencio, ponían música y Seto escuchaba a su copiloto cantar una que otra canción.

Para colmo, ambos disfrutaban de las mismas bandas.

 

 

 

 

Ese lunes, habían hecho lo mismo. Precisamente cuando Joey terminaba de entonar "Hysteria" de MUSE, Seto había parado frente al restaurante.

 

—   Llegamos, Wheeler — dijo Seto divertido por las caras de su copiloto al cantar.

—   Ah, es verdad. Gracias por traerme Kaiba. Te veo mañana. —  abrió la puerta y le dedicó una sonrisa antes de bajar.

Sorpresivamente, el castaño lo atrajo hacia su cara y le plantó un beso. Joey, correspondió, sin conocer la razón por la que era besado. Kaiba, se alejó y lo observó directamente a sus orbes ámbar, sin soltar su cara. Joey estaba ruborizado y con una expresión de incredulidad.

 

—   Hasta mañana, cachorro—  depositó un nuevo beso en su mejilla y lo liberó. Sonriéndole.

—   Encima de tonto, eres raro Kaiba— sonrió— Conduce con cuidado.

Bajó, despidiéndole con la mano. Entró al restaurante para iniciar su jornada.

 

 

Mas Joey no supo que dos personas habían visto a detalle la bonita escena que él y el jefe de Kaiba Corp. habían montado. Un sorprendido Taki que igualmente iba llegando y un molesto Duke que había decidido cenar allí esa noche. 

Notas finales:

Muajajajaja. Siento que las cosas entre estos dos van para bien. 

¿Qué dicen? ¿Les ha gustado? ¿Ya era hora? 

No sé, a mí me gustó como quedó, es raro. La verdad ni yo sabía que iba a pasar hasta que empecé a escribirlo. Los bosques hacen maravillas, traen bastante inspiración. 

En fin, estoy contenta de regresar. 

¡Besos! 


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